Miércoles, 31 de marzo de 2021.
Cae en mis manos una vieja edición de El Paraíso perdido de John Milton. No tiene cubierta, lomo ni contraportada, pero está cosido con firmeza. Ha desaparecido el año de publicación, y en su primera página hay una NOTA DE LA EDITORA:
Habiéndose publicado otra traducción del Paraíso perdido al tiempo mismo que esta, y siendo aquella voluminosa y esta pequeña, lo que podrá dar lugar a imaginarla incompleta. Se previene que la concisión que se advierte, consiste en que no tiene tantas notas ni tanto prólogo, y está impresa sin luxo, y en que su exactitud es tan escrupulosa, que consta casi del mismo número de versos que el original de Milton.
Sonrío y, al pasar la página, leo: ADVERTENCIA DE LA EDITORA. Descubro entonces que el traductor –cuyo nombre busco en vano– es el padre de la editora:
No creería haber desempeñado las obligaciones del amor filial, si dexase sepultada en el olvido la traducción que presento al público, fruto del descanso que proporcionó a mi respetable padre el destierro y la jubilación, que sufrió en el año de 1802 en premio de la constancia, con que siendo único fiscal de la cámara de Castilla, defendió la verdad y la justicia contra las intrigas y tiranía de Godoy; pero como el padecer inocente es una gloria, más bien que una pena, su misma persecución aumentó prodigiosamente la gran opinión pública que gozaba, y esta verdadera satisfacción, unida a las comodidades que le proporcionaba la residencia en Zaragoza en mi compañía, y la de mi marido el marqués de Santa Coloma, alguacil mayor de la real audiencia de Aragón, calmaron de tal manera su espíritu, que empezó a cultivar las musas, quando qualquiera otro solo hubiera pensado en descansar de treinta y seis años de servicio en la carrera de la toga, desde alcalde del crimen de la chancillería de Granada, hasta camarista de Castilla…
Y la hija termina sus seis páginas de advertencias con estas palabras:
Acaso parecerá prolixa é inoportuna esta pequeña historia de la dilatada carrera de mi padre; pero me prometo que los lectores disimularán este desahogo, a una hija que no pudiendo ya alargar los días de un padre que amaba, se consuela á lo menos con perpetuar su memoria por medio de esta obra, aunque conoce no carecerá de defectos, por lo reñidas que suelen estar las musas con los ancianos, siendo todavía mucho mayores las faltas, que tendrá la edición, dirigida por una inexperta mujer.
Leo en una nota a pie de página que el padre de la inexperta mujer murió el 1 de febrero de 1814. Busco en internet al marqués de Santa Coloma de aquel entonces, y resulta ser Felipe de la Torre y Pellicer (1763-1834), casado con María Josefa Hermida y Marín, nacida en 1769. ¡Ya tengo el nombre de la editora! Tecleo su nombre y veo que el libro se publicó en Madrid en 1814 y su traductor fue Benito Ramón de Hermida Maldonado, jurista nacido en Santiago de Compostela el 1 de octubre de 1736, amigo de Jovellanos y de Floridablanca y diputado por el Reino de Galicia en las Cortes de Cádiz.
Vuelvo al viejo libro y llego a la DEDICATORIA QUE HACE EL TRADUCTOR A LOS MANES DE MILTON:
Ilustre Milton, ángel en tu figura, sobresaliente en tu talento, sabio en las lenguas orientales y en las vivas de Europa; fuiste el embeleso de la Italia, adquiriste para toda tu vida recomendables amigos, y dexaste por todas partes señales de tu precoz poesía […] Yo te he leído en el original, y confieso que me arrebató el ansia de hacerte conocer: sabrás que tú fuiste causa de que los franceses aprendiesen la lengua inglesa después de que Voltaire á su vuelta de Londres te hizo conocer aunque desfigurado por su maledicencia y su envidia […] No son los franceses criados para traductores; abundantia nocet quizá la demasía de imaginación les obliga á desdeñar el numen extranjero, y todo se viste á la moda de su país; pinturas, estatuas, poesías, todo conserva el ayre galicano, mis experiencias lo confirman; lo peor es que las mismas naciones extranjeras pierdan el suyo propio por seguirlo. El Adán y Eva de Milton se han convertido en un petimetre y en una madama de París: todo está peinado á la francesa y hasta la naturaleza se pierde en lo tirante de la expresión […] Creo que un ánimo español no prevenido de las ideas francesas, ni engañado por sus sofismas religiosos, es el más propio para trasladarte á su lengua: el carácter debe conservar por lo menos su semejanza: soy viejo como tú; pero me falta el numen que te visitaba, y la musa que te dictaba versos tanto mejores como no pensados, como nos dices: no es síntoma de la vejez la poesía; que jamás pude cultivar de mozo: es prosaico todo quanto escribo, pero yo no sé qué instinto me inspiró; soy el primero á conocer la justicia de los inteligentes que condenan mis versos ¿pero pues que otros no lo emprenden, no me he de arrojar estimulado de la piedad? No busco nada de quanto alhaga la juventud: ni el aplauso de los hombres sabios puede influir o no, en la empresa á que me arrojo: miseria española harto llorada, es no publicar obras medianas, o quizá más baxas: los franceses, por el contrario no consultan sus fuerzas y á todo se atreven: mil traducciones del Paraíso perdido no han producido una cabal: y sin embargo no ceden en el empeño las mejores plumas: al menos la mía conservará pura la verdad del original, por la mayor parte, y facilitará el camino á los que emprendan enmendar mis desaciertos poéticos…
El traductor añade que ha perdido las notas y el prólogo que había preparado, pues, como el resto de sus libros y papeles, «fueron la presa de los enemigos de su patria, y condenados al fuego». Las tropas francesas habían entrado en España en octubre de 1807 y no la abandonarían hasta abril de 1814, dos meses después de que Benito Ramón muriera, así que, ay, ¿cómo iban a gustarle las traducciones galas?
Y, con la cabeza llena de padres e hijas, togas y musas, persecuciones e intrigas, me sumerjo al fin en los versos de Milton.
Marta Salís Canosa traduce del inglés y del francés al castellano. Se licenció en Ciencias de la Información en la Universidad Politécnica de Madrid, y ejerció el periodismo y la docencia. Ha traducido, entre otros, a autores como Walter Scott, Jane Austen, Nathaniel Hawthorne, Charles Dickens, Anthony Trollope, Charlotte Brontë, George Eliot, Elizabeth Gaskell, Wilkie Collins, Joseph Conrad, Edgar Allan Poe, Jack London, Henry James, Edith Wharton, William Faulkner, James Joyce, Liam O’Flaherty, Vladímir Nabokov, James Baldwin, Flannery O’Connor, Margaret Drabble, Alan Hollinghurst, Voltaire, Guy de Maupassant y Marcel Schwob. Socia de ACE Traductores, ha editado ocho antologías con la colaboración de varios colegas de esta asociación.