Lunes, 8 de marzo de 2021
Helena Aguilà Ruzola
El Día Internacional de la Mujer es muy necesario, una fecha en la que debemos pisar fuerte por un camino que es de todas, surcado de huellas, señales y cicatrices que dejaron nuestras antecesoras. Gracias a ellas hemos avanzado, pero aún queda mucho por recorrer, mucho por conseguir. En nuestro entorno actual vivimos la tragedia de los feminicidios, de la violencia y las agresiones sexuales contra las mujeres. Y sufrimos las desigualdades e injusticias que suponen anomalías como la brecha salarial o la enorme carga de trabajo doméstico y de cuidados sin remunerar que sigue recayendo sobre todo en las mujeres. Además padecemos a diario actitudes misóginas, homófobas y tránsfobas, racistas y de estigmatización de la diferencia (física, intelectual, etc.).
Dentro de unas dinámicas de poder tan peligrosas para nosotras, las escritoras nos brindan con sus obras un espacio fundamental de comunicación, (re)creación y expresión (auto)crítica del pensamiento feminista, caracterizado por una subjetividad «capaz de desafiliarse de las pertenencias y conocimientos adquiridos por no identificarse con las formaciones culturales dominantes»[1]. Así, esta identidad forjada en una doble dimensión individual y colectiva, que intenta desmarcarse de los arquetipos femeninos tradicionales y androcéntricos, se materializa en una producción innovadora, a menudo experimental, dentro de la cual los géneros literarios se transforman y entremezclan. El valor innegable de estas manifestaciones ha pasado bastante desapercibido –tal como la crítica feminista lleva muchos años denunciando–, pues buena parte de la crítica literaria emplea un doble rasero al juzgar las obras escritas por autoras y las obras escritas por autores y en muchos casos las primeras son tenidas por «menores» a causa del sexo de quienes empuñan la pluma[2]. Sin lugar a dudas, en el campo de las letras, como en tantos otros, como en casi todos, aún estamos lejos de la paridad y con demasiada frecuencia echamos de menos más obras de autoría femenina en una antología, un premio, una historia de la literatura, un escaparate, una página web, etc. La posición marginal persiste y, por tanto, la literatura constituye un foro ineludible también para los feminismos del presente.
En los bordes más externos de esa marginalidad estamos las traductoras. Esta profesión nuestra, tan imprescindible para las letras, por lo general mal pagada y con escaso reconocimiento cultural y social, la ejercemos mayoritariamente mujeres. Y debemos aprovechar todas las oportunidades para elevar nuestra voz, para reivindicarnos y conseguir mejores condiciones y mayor visibilidad. El 8 de marzo de 2021, tras casi un año de vida calamitosa por culpa de la interminable pandemia, había que buscar la manera de no faltar a nuestra cita. Entonces surgió la idea de adaptar la actividad celebrada el año anterior a la nueva situación y se gestó el encuentro en línea Las traductoras leen a sus autoras, una superposición de voces de mujer cuyo fin era mostrar, compartir y destacar una serie de fragmentos de obras traducidas. Palabras de escritoras vertidas al español, al catalán, al euskera y al gallego por nosotras, las traductoras. Palabras suyas y nuestras que estrechan lazos, arrancan sonrisas, generan rabia, despiertan tristeza, contagian alegría.
Doy las gracias a mis cómplices en la organización de la iniciativa, Olivia de Miguel y Ana Mata, directoras del Máster de Traducción Literaria y Audiovisual de la Barcelona School of Management de la Universitat Pompeu Fabra, y Ana Alcaina, profesora de dicho máster, así como a Elisenda Bernal, subdirectora del Departamento de Traducción y Ciencias del Lenguaje de la misma universidad. Vaya también mi agradecimiento para todas las compañeras que con suma generosidad e ilusión participaron en la lectura y nos deleitaron con bellísimos acentos procedentes de distintas tierras de España y de Latinoamérica. Fue una tarde memorable, cargada de emociones, sororidad y buena literatura traducida.
A continuación encontraréis los textos que leímos, elegidos con gran acierto para la ocasión por cada participante. Espero que disfrutéis de ellos tanto como nosotras, las que estuvimos conectadas en directo en tan señalado día. Y que de algún modo os llegue el eco de nuestras voces traductoras.
Helena Aguià Ruzola
Vicepresidenta de ACE Traductores
Traductora: Celia Filipetto
Autora: Elena Ferrante
Orig.: L’invenzione occasionale, Roma, Edizioni E/O, 2019.
Fragmento tomado de «Mujeres que escriben», en La invención ocasional, Barcelona, Lumen, 2019, pp. 172-173. Este libro reúne las columnas semanales que la autora publicó durante un año en el diario The Guardian.
¿Aprenden los hombres de las mujeres? A menudo. ¿Lo reconocen públicamente? Todavía hoy rara vez. Ciñámonos a la literatura. Por más que me esfuerce, no me vienen a la cabeza muchos escritores que hayan declarado estar en deuda con la obra de una escritora. En este momento, de los italianos recuerdo uno solo, Giuseppe Tomasi di Lampedusa, que reconoció por escrito haber leído con provecho a Virginia Woolf. Por lo demás, podría hacer una lista de los muchos escritores que han menospreciado a sus colegas con ocurrencias de mal gusto o les han atribuido la capacidad de escribir solo historias de poca monta sobre matrimonio, hijos, enredos amorosos, noveluchas o novelones rezumantes de almíbar. De un tiempo a esta parte las cosas están cambiando, aunque no demasiado. Por ejemplo, cuando algún escritor prestigioso dice en privado o en público que somos buenas, dan ganas de preguntar: ¿somos tan buenas como tú, más que tú, o somos buenas dentro de los parámetros de los libros escritos por mujeres? Es decir, ¿nuestra bondad se sustenta solo en la comparación con los libros de otras mujeres o es una bondad que rompe con el gineceo literario al que nos vemos confinadas no solo por el mercado y que arrolla la literatura en general y sus valores subvirtiéndolos? En una palabra, si tú, escritor varón, me lees y me consideras buena, ¿me dedicas unos cuantos cumplidos benévolos como los que se hacen a la alumna que ha aprendido la lección con provecho? ¿O estás dispuesto a reconocer que de la escritura de una mujer hoy se puede aprender tanto como nosotras, leyendo y releyendo a lo largo de los siglos, hemos aprendido y aprendemos de la literatura de los hombres? (…) Sin embargo, todo está cambiando. Muchas mujeres que escriben, en todos los rincones del planeta, en todos los campos, lo hacen con lucidez, con mirada firme, con valentía, sin concesión alguna a las páginas empalagosas. Ha ido aflorando una difusa inteligencia femenina que produce una escritura de gran fuerza literaria. Pero el lugar común se resiste a morir: las mujeres emocionan, las mujeres deleitan; en cambio, desde las cátedras que de verdad cuentan, los hombres enseñan, con palabras viriles y hechos más viriles todavía, cómo se plasma y se vuelve a plasmar el mundo.
Traductora: Claudia Toda Castán
Autora: Marlen Haushofer
Orig.: Die Wand, Berlin, Claasen Verlag, 1968
Fragmento tomado de La pared, Madrid, Volcano Libros, 2020, pp. 76-77.
La protagonista, atrapada tras una pared invisible que la mantiene aislada en las montañas, dedica pasajes en el informe que redacta a reflexionar sobre su vida anterior.
Cuando hoy pienso en la mujer que una vez fui, la mujer de ligera papada que tanto se esforzaba por parecer más joven, siento poca simpatía por ella. Sin embargo, no quiero juzgarla con demasiada dureza. Nunca tuvo la posibilidad de planear su vida conscientemente. Sin saberlo, de joven se echó encima una pesada carga y fundó una familia; y desde entonces vivió aprisionada entre una cantidad angustiosa de deberes y preocupaciones. Solo una giganta podría haberla liberado, y ella no lo era en absoluto; no era más que una mujer de inteligencia media agobiada y sobrepasada que, para colmo, vivía en un mundo hostil a las mujeres, un mundo para ellas ajeno y amenazante. De muchas cosas sabía un poco; de otras muchas, nada. En conjunto, reinaba en su cabeza un desorden terrible. Sabía justo lo suficiente para la sociedad en que vivía, una sociedad tan ignorante y abrumada como ella. Pero una cosa sí quiero reconocerle: siempre sintió un malestar sordo y supo que aquello no podía ser todo.
Traductora: Virginia Maza
Autora: Mela Hartwig
Orig.: Inferno, Graz, Literaturverlag Droschl, 2018 (orig. 1948).
Fragmento tomado de Infierno, Madrid, Siruela, 2021, pp. 11-12. Desde el exilio londinense, Hartwig escribió esta novela en la que la experiencia íntima de una mujer expresa la embriaguez de una sociedad que se dejó seducir por el delirio nacionalsocialista. Este fragmento nos lleva a las calles de Viena de 1938.
Los edificios de las afueras eran bloques de apartamentos destartalados, con las fachadas cubiertas de grietas y desconchados –las cicatrices y heridas de la miseria– y la mampostería llena de costras, como si tuviera la lepra. Por las rendijas de las puertas, escapaba un aliento fétido en el que se mezclaba el sudor de personas hacinadas, el olor a comida de innumerables cocinas, los efluvios malsanos que emanaban de las camas de los enfermos y el repugnante hedor del aguardiente barato. Eran bloques que no eran hogares, sino cobijos, guaridas donde malvivían la miseria, el hambre, el odio y una falta de esperanza apática y sorda, dispuesta para dar el salto; edificios malogrados que contemplaban a Ursula con reproche desde sus diminutas ventanas cegadas por el hollín de las chimeneas de las fábricas cercanas. Aquí, ninguna cortina impedía mirar a través de la colada dentro de esas sencillas habitaciones y observar las paredes desnudas, los trastos y trapos, y los rostros que se apretaban en su aterradora angostura como espectros; rostros pesarosos en los que las privaciones habían grabado arrugas y surcos antes de tiempo; rostros duros, decididos a algo para lo que todavía no había llegado la hora; rostros amargos, sin esperanza y abotargados, a los que no animaba ya deseo ni ambición, y sabedores de que no tenían ningún hoy, solo un mañana en el que no creían todavía o habían dejado de creer ya. Todos tenían las mejillas hundidas y, en la diversidad con la que reflejaban la miseria inhumanamente humana, formaban una imagen de la que la vista no lograba zafarse hasta que se topaba con los ojos hambrientos de un niño y se perdía en la vergüenza. Sin embargo, más allá de esas estampas de miseria, Ursula veía lo que los ojos no podían ver: el día en que los bloques abrirán sus puertas y saldrán de ellos las huestes de desposeídos, y las tumbas se abrirán y saldrán de ellas los muertos por el Juicio Final; el día en que los corazones arderán en llamas revividos como antorchas, las manos consumidas se cerrarán en un puño y los pies marcharán, marcharán hacia el mañana.
Traductora: M. Antònia Oliver / lectora: Elisenda Bernal
Autora: Mary Rodgers
Orig.: Freaky Friday. Nova York, Harper & Row, 1972.
Fragment extret de Quin dia tan bèstia! Barcelona, La Magrana, 1982, p. 5-6.
Vaig llegir el llibre quan tenia la mateixa edat que la protagonista. Llavors em va divertir molt la història. Ara en valoro la llengua i la traducció, amb picades d’ullet al dialecte de la traductora, de Manacor, com es pot veure en el fragment, on apareix bimbolla «bombolla», paraula que encara actualment només recull el DCVB.
No us ho creureu, ningú que tingui dos dits de front no s’ho podria creure, però és ben cert, absolutament cert!
Aquest matí, quan m’he despertat, m’he trobat que m’havia convertit en ma mare. Així que ja em teniu al llit de ma mare, amb els peus que m’arribaven allà on s’ajunten els llençols i amb el meu pare dormint a l’altre llit. Jo duia la camisa de dormir de ma mare i un anell a la meva mà esquerra, vull dir a la seva mà esquerra. I el cap tot ple de boys i punxes.
«Em sembla que deuen ser els bigudís [sic]», m’he dit a mi mateixa, «i si tinc els cabells de ma mare, segurament també dec tenir la seva cara.» […]
Em dic Annabel Andrews. (No tinc dos noms de fonts, ni tan sols un nom de guerra. He intentat que a l’escola els amics em diguessin Bimbolla, però la cosa no ha agafat.) Tinc tretze anys, els cabells foscos, els ulls foscos i les ungles fosques. És una facècia, és clar.
Tradutora: María Alonso Seisdedos
Autora: Irene Solà
Orixe: Jo canto i la muntanya balla, Barcelona, Anagrama, 2019.
Fragmento tomado de Canto eu e a montaña baila, Pontevedra, Kalandraka (próxima publicación).
A persecución das mulleres acusadas de prácticas de bruxería e pautos co demo en Catalunya reflíctese neste fragmento na voz dunha das executadas, Eulàlia, quen xa morta describe a acusación popular que as conduciu á súa mestra, Joana, e a ela a un calabozo improvisado nunha corte e finalmente á forca.
A Joana […] aprendeume a sacar o aire e a sandar as terzás e os orellóns, o tangaraño, as feridas e mais a albeitar. A recuperar obxectos perdidos e roubados e a botar meigallos. Que inocentonas! Se a cousa máis en contra de Deus que fixemos na vida foi erguernos cada mañá despois de que nos enforcasen e apañar flores e comer amoras.
Á Joana todos a deixaban facer e todos a reclamaban se era para naceren criaturas ou se tiñan os orellóns. Ata que unha vez apedrou moito, e a Joana tiña un campo de trigo, e nas terras todas onde apedrou non quedou nada, e no campo da Joana non caeu nin una pedra soa. E dixeron que a Joana fixera a treboada cuns pos. E chamáronlle bruxa! Entón ao fillo do veciño, que se chamaba Joan Petit, que era un raparigo de cinco anos que lle chamara bruxa diante de moitos outros, agarroulle un mal nos pés e incháronselle morados e denegridos, e morreu aos catro días, e todos berraron que a Joana lle empezoñara as papas. E gritáronlle, prendédea á mala pécora, bruxa! E prendérona. Ao pouco de a prenderen, choveron ras pequenas, pequerrechiñas, e a Joana díxolles que, se ela quería, podía facer que apedrase ou podía facer que caesen ras ou podía facer que lles morrese o gando, groso e miúdo, e entón prendéronme a min tamén e a Joana non volveu dar chío. Pero a min contos, que eu aprendín a rir.
Itzultzailea: Mirentxu Larrañaga Sueskun
Egilea: Dorothy Parker
Jatorrizkoa: «Too Bad», en The Smart Set, julio de 1923.
Nongo pasartea Hona hemen gu biok, Donostia, Alberdania, 2005, pp. 139-141.
Egileak zorrotz, gupidagabe eta ironiaz ispilatu zuen bere garaiko emakumeei zegokien patu zorigaiztokoa. Itzultzaileak ohorez eta amorez euskaratu zizkion gero kontakizun batzuk. Mihia zorroztu, hala egiten omen huen hik jaiki orduko. XX. mendeko 20ko urte zoriontsuz, arau zen hura naturaltzat ezin hartu, eta luma finez hituen ondu hainbat kritika, antzezlan, poema eta ipuin liburu. New Yorkeko Algonquin hoteleko mahai biribilera biltzen zen gurpil zoro kuadrillako andre bakanetakoa hi, alajaina, berritsu marisorgina, beti zirika-mirika… Eta hona hemen gu, hiri segika:
[…] Zertaz hitz egiten zuten bikote ezkonduek, dena dela, bakarrik geratzen zirenean? Ikusiak zituen bikote ezkonduak […] jo eta su berriketan, elkar ezagutu berri balute bezala. Haiei so egon ohi zen, […] bere buruari galdezka zer arraio ote zuten elkarri kontatzeko […]
[…] Ahalegindu zen gogora ekartzen zertaz hitz egin ohi zuten ezkondu aurretik […]. Irudipena zeukan sekula ez ote zuten izan elkarri zer kontatu askorik. Horrek ez zuen kezkatzen orduan; […] asebeteta sentitzen zen euren ezkongai-harremana zuzena zelakoan, betidanik aditua baitzuen benetako maitasuna nekez adieraz omen daitekeela hitzez. Ezkongaietan, gainera, beti zituzten musuak eta zirriak, bestelako buruhausteez arduratzen ibili beharrik gabe. Kontua zen, baina, ezkon-bizitzak ere isil eta mutua zirudiela, zazpi urteren ostean.
Zilegi zirudien, bada, horretara jartzea: jabetzea horrela baino ezin zitekeela izan, eta amore ematea. Zilegi baino ez, ordea.
Traductora: Olivia de Miguel
Autora: Virgina Woolf
Orig.: The Diary of Virginia Woolf, Volume III: 1925-1930. Londres, The Hogarth Press, 1980.
Fragmento tomado de El diario de Virginia Woolf, vol. III (1924-1930), Madrid, Tres Hermanas, 2018.
En esta primera entrada, Woolf, tras una visita a casa de los Nicolson, describe su relación ambigua con la aristocracia y su admiración por Vita. En la siguiente, da cuenta de uno de sus complejos estados mentales relacionados con la creación.
Lunes, 4 de julio
De regreso de Long Barn.[3] Gracias a Dios no he tenido que cambiarme de vestido. ¡Qué opulencia & libertad! Flores por todos los lados, mayordomo, plata, perros, galletas, vino, agua caliente, fuego de leña, vitrinas italianas, alfombras persas, libros; producía la impresión de caminar sobre un mar alegre y vibrante, con olas bellamente empenachadas, como si a la vida agitada & agotada la hubieran colocado sobre muelles & fuera saltando & brincando todo el fin de semana. Sin embargo, creo que prefiero mi habitación; me parece que hay en ella más esfuerzo & vida, aunque tal vez sea el prejuicio que uno tiene de forma natural a favor de la exhibición de la propia personalidad. Vita, muy opulenta, con su abrigo de terciopelo marrón de bolsillos anchos, collar de perlas & mejillas cubiertas de ligera pelusilla. (Tienen la textura de la oreja de liebre, de la que me cogió un gran ramo[4]). Dentro de su estilo, es la mejor & más representativa vida humana que conozco; quiero decir que aquí se da una combinación milagrosa de ciertos dones, cualidades & fortuna. También me gusta Harold: es un hombre espontáneo e infantil, sin gran capacidad de penetración. Su mente rebota cuando la deja caer. Abre los ojos cuando te mira. Tiene un bigotito incipiente, pelo rizado y un aspecto de inmadurez reconfortante. Diría que es muy generoso & de buen corazón: un inglés cultivado, de pura cepa campesina tostada por el sol al que ni siquiera la diplomacia ha logrado refinar en exceso. […] Siempre me proporciona un gran placer contemplar a Vita, suelta & natural, que recuerda la imagen de un barco surcando el mar, noble, magnífica, con todas las velas desplegadas & la dorada luz del sol en ellas. En cuanto a su poesía o su inteligencia, salvo cuando discurre por los canales tradicionales, no puedo decir nada con mucha certeza. Nunca abre nuevas vías. Recoge lo que la marea deja a sus pies; por ejemplo, sigue, con elemental instinto, toda la tradición heredada respecto al mobiliario, de manera que su casa es graciosa, resplandeciente, majestuosa, pero sin novedad ni aventura. Me atrevería a decir que lo mismo pasa con su poesía. Raymond y yo volvimos juntos & hablamos de la pareja. Ella es quien tiene un carácter más noble, dijo él; ambos son casi insultantemente afortunados, así que Harold toca madera cuando reflexiona sobre su propia vida, suspira & dice que si todo eso mañana desapareciera, él habría tenido su momento. Pero, por supuesto, no desaparecerá. Todo seguirá creciendo libre & plenamente alrededor de ambos; sus frutos madurarán & sus hojas amarillearán & la noche será azul índigo con una suave luna dorada. Solo les falta lo que nosotros tenemos: ciertas aristas afiladas, una idiosincrasia inestimable, intensidad: cosas que yo no cambiaría por todos los hijos & las lunas del mundo.
Domingo, 16 de febrero
Tumbada en el sofá durante una semana. Hoy ya me he incorporado, en el habitual estado de animación intermitente. Por debajo de lo normal, con deseos espasmódicos de escribir y luego de dormitar. Hace un día hermoso y frío, & si mi energía & sentido del deber persisten, conduciré hasta Hampstead,[5] aunque dudo mucho que pueda escribir con un propósito determinado. Una nube flota en mi cabeza. Tengo una excesiva conciencia del cuerpo & de repente me veo lanzada fuera del camino trillado de la vida para volver a la ficción. En un par de ocasiones, he sentido ese batir de alas que noto en la cabeza tan a menudo cuando estoy enferma; por ejemplo, el año pasado, por estas fechas, estuve en la cama estructurando Una habitación propia (que hace dos días había vendido 10.000 ejemplares). Si pudiera quedarme en la cama otro par de semanas (aunque no tengo ninguna oportunidad), creo que completaría Las olas o, por supuesto, podría pasar a otra cosa diferente. […] Creo que estas enfermedades son en mi caso ─¿cómo podría explicarlo?─ en cierto modo, místicas. Algo sucede en mi mente. se niega a seguir registrando impresiones, se cierra en sí misma, se convierte en crisálida. Me quedo aletargada, y a menudo, con un agudo dolor físico, como el año pasado; este año solo ha sido malestar. Luego, de repente, algo se dispara. Hace dos noches, Vita estuvo aquí y cuando se fue, empecé a sentir la singularidad de la tarde ─cómo llegaba la primavera: la luz plateada se mezclaba con la de las primeras farolas; los taxis recorrían las calles a toda prisa; yo tenía una tremenda sensación del comienzo de la vida─[…] Sentí el comienzo de la primavera & la vida de Vita, tan llena & tan pródiga que todas las puertas se abrían; creo que era la polilla batiendo sus alas dentro de mí. Entonces empiezo a preparar mi historia, sea cual sea; las ideas se disparan en mi interior, aunque a menudo ese estallido se produzca antes de que yo pueda controlar mi mente o mi pluma. No sirve de nada intentar escribir en esta etapa y dudo que pueda llenar ese monstruo blanco. Me gustaría tumbarme & dormir, pero me siento avergonzada. Leonard se libró de su gripe en un día & siguió trabajando aunque se sintiera enfermo. Y aquí estoy yo holgazaneando todavía, sin vestirme, y Elly que viene mañana. Pero, como decía, mi cabeza trabaja en la ociosidad. No hacer nada resulta con frecuencia para mí lo más provechoso.
Traductora: Flor María Herrero Alarcón
Autora: Claire Lejeune
Orig.: Le livre de la sœur, Bruselas, Labor, 1993, p. 28.
Fragmento tomado de El libro de la hermana, Madrid, Pre-Textos, 2002, p. 34.
Poeta y filósofa, Claire Lejeune deconstruye el patriarcado desde los cimientos mismos del imaginario simbólico. La introspección, guiada por la poesía que piensa, deviene lucidez transformadora. En este aforismo, del capítulo primero titulado “La casa de la hermana” donde se encuentran la salvaje y la civilizada, la autora habla al hermano atrapado aún en “la casa del Padre”.
Actuar ya no es el destino del Sujeto como tampoco sufrir es ya el destino del Objeto. Reconociéndome a mí misma la legitimidad de Sujeto pensante y actuante, te hago el inestimable presente de la conciencia de Objeto pensado y sufriente que tú no puedes ofrecerte a ti mismo. Recibe como un tesoro de justicia el sufrimiento que te envío. Yo lo he recibido absurdo y mudo, te vuelve comprendido y hablando su propia lengua, su lengua nuestra, capaz de despertar en ti, a tu pesar, el oído certero. Cuando oigas lo que quiere que decirte, dejarás de ser quien Se quería que fueras. La revelación de sí -de nosotros- es la catástrofe que más Se teme, ¡porque eso es el Apocalipsis!
La palabra de Ella que por mi voz vuelve a ti desde tan lejos no tiene otro objetivo que tu oído más sordo. Informándose de lo que tiene que decirle esa sordera en la que te atrincheras, lo transforma precisamente en materia para superarla: curación del mal por la lengua del mal. Pero nada te espanta más que el posible despertar del oído prohibido: mi pensamiento podría por este conducto laberíntico hacerle un hijo natural al tuyo. Posteridad de la serpiente.
Traductora: Alicia Martorell
Autora: Jacqueline Harpman
Orig.: Moi qui n’ai pas connu les hommes, Paris, Stock, 1995.
Fragmento tomado de Yo que nunca supe de los hombres, Madrid, Alianza Editorial, 2021.
Harpman es una escritora belga, ya fallecida, poco conocida en España, que escribió esta novela distópica sobre un grupo de mujeres solas, supervivientes de un holocausto borroso, fuera del tiempo y del espacio.
Corría hacia arriba, no pensaba, subía siguiendo una especie de impulso ascendente, inmersa en una embriaguez tan potente que, creo yo, si en ese momento hubiera aparecido un guardia, aunque hubiera sido dos veces más corpulento que yo, lo hubiera derribado, habría pasado por encima de él: estaba poseída por una felicidad salvaje que no rendía cuentas a nadie, subía sin jadear, sin cansancio, yo que nunca había hecho más de veinte pasos en línea recta, volaba por encima de los escalones como en esos sueños en los que salimos volando, planeando como los pájaros que pronto podría contemplar bailando horas y horas en el crepúsculo, como yo bailaba por los escalones, una ascensión embriagadora hacia algo inaudito, en ese momento todavía no sabía el qué, el exterior, el mundo que no era la jaula, y no tenía pensamientos, sino un arrobo profundo que me arrastraba y unas imágenes que cruzaban mi mente, o quizá solo eran palabras que yacían en mi interior y se alzaban para recibir las imágenes inminentes, el cielo, la noche, el horizonte, el sol, el viento, y otras más innumerables, acumuladas desde hacía años que me obligaban a ir más deprisa, me empujaban hacia delante.
Cuando lo recuerdo se me llenan los ojos de lágrimas, recuerdo mi impulso como una catarata de gloria, creo que aceptaría otros doce años de encierro a cambio de esta ascensión prodigiosa, esta certidumbre admirable que me hacía tan ligera que subí de un golpe los cien escalones, sin perder el aliento, y además riendo.
Traductoras: M.ª Carmen de Bernardo, Blanca Briones, Almudena Cazorla, Elena Fresco, Ana González Hortelano, Elisa Lobato, María Retamero / Lectora: M.ª Carmen de Bernardo
Autora: Daphne du Maurier
Orig.: The Birds, en The Apple Tree: A Short Novel and Several Long Stories, Londres, Victor Gollancz Ltd, 1952.
Fragmento tomado de Los pájaros, Madrid, Gallo Nero, 2018, pp. 7-8.
Daphne du Maurier es una maestra del suspense cuyas historias están teñidas de una gran profundidad psicológica. Los pájaros tiene lugar en un entorno rural y costero de Cornualles donde la naturaleza se rebela contra los seres humanos.
En primavera los pájaros volaban hacia el interior, resueltos, decididos. Sabían hacia dónde se dirigían: el ritmo y el ritual de su existencia no admitía demora alguna. En otoño, a aquellos que no habían migrado y que se habían quedado a invernar los atrapaba el mismo impulso de movimiento, pero ya que se les había negado la migración, seguían su propia pauta. Grandes bandadas de pájaros habían llegado a la península, inquietos, intranquilos, concentrándose en el movimiento; bien volando en círculos en el cielo, bien posándose en la tierra fértil recién labrada; pero incluso cuando se alimentaban, era como si lo hicieran sin hambre, sin ganas. El desasosiego los llevaba de nuevo hacia el cielo.
El negro y el blanco, la grajilla y la gaviota, se mezclaban en una alianza extraña buscando algún tipo de liberación, sin alcanzar nunca ni satisfacción ni tranquilidad. Bandadas de estorninos, bisbiseando como la seda, volaban hacia pastos frescos, impelidos por la misma necesidad de movimiento, y los pájaros más pequeños, los pinzones y las alondras, se desperdigaban desde los árboles hacia los arbustos como si se vieran obligados a ello.
Traductora: María J. Ortega Máñez
Autora: Nicole Loraux
Orig.: La voix endeuillée. Essai sur la tragédie grecque, Paris, Gallimard, 1999.
Fragmento tomado de La voz enlutada. Ensayo sobre la tragedia griega, Madrid, Avarigani, 2020, pp. 45-46.
Nicole Loraux, helenista francesa de prestigio internacional, fue pionera en abordar el tema de la mujer, lo femenino y la diferencia sexual en los estudios clásicos. Este ensayo cuestiona el carácter político de la tragedia griega a través del análisis del tema del duelo, que ilustran y cantan siempre las mujeres, únicas en llevar el luto por aquellos cuya muerte quiere olvida la ciudad.
Ahora bien, pudiera ser que, ante las Troyanas como ante otras tragedias de Eurípides, de Sófocles o Esquilo, nuestro sentimiento de cercanía se deba precisamente a esta estructura de oratorio […].
En fin, en un mundo en el que los desgarramientos mismos parecen oscuros y en el que ya no se puede tranquilamente ser maniqueo, las manifestaciones del duelo se han convertido, si no en un arma de combate, al menos en la única arma de un combate desarmado o desesperanzado. Resulta que, como en las Troyanas, donde al dolor de Hécuba se añade el de Andrómaca, este duelo es a menudo el de las madres26; por no devanar una lista que sería larga, me limito a nombrar las manifestaciones silenciosas de las madres argentinas, esas «Locas de Plaza de Mayo» cuya ronda a la vez justiciera y enlutada ha seguido el mundo entero.
Apostaremos, por tanto, que en el «oratorio», es el oratorio lo que de ahora en adelante los espectadores aceptarían escuchar. Y, en el oratorio, lo que encontramos no es desde luego una razón para esperar, sino una meditación sobre las aporías de un mundo en el que la historia se agita convulsamente.
Puesto que la tragedia me parece dar mucho que pensar en este presente de incertidumbre que es el nuestro, quisiera dedicarme a estudiar en lo sucesivo aquello que, bajo el término genérico de duelo, resiste en la tragedia ateniense a la influencia, omnipresente en Atenas, de lo político.
Traductora: Noemí Risco Mateo
Autora: Frances Hardinge
Orig.: Deeplight, Londres, MacMillan, 2019.
Fragmento tomado de La luz de las profundidades, Barcelona, Bambú, 2020, pp. 199-200.
Frances Hardinge es una escritora británica de gran reconocimiento dentro del género fantástico, ganadora del premio Costa Book en 2015 con El árbol de las mentiras, la primera novela juvenil considerada libro del año después de El catalejo lacado de Philip Pullman en 2001.
—Jamás me dio problemas cuando era pequeña —continuó Rigg—. Atrevida como nadie, nadaba como un pez. Ella y los otros niños se sumergían por turnos con el tubo y el traje de buceo mientras los demás se encargaban de bombear. Les dejaba el equipo para que se acostumbraran a él. Ella era la más pequeña, pero siempre la más valiente. Un día cuando había bajado con el traje (tres brazas), hubo un altercado con los carroñeros de la zona. Le cortaron el tubo.
Hark hizo un gesto de dolor y maldijo entre dientes. Podía imaginárselo con total claridad: estar cerca de seis metros abajo, en el oscuro verdor, con un traje de buceo demasiado pesado para ascender rápidamente, y sentir el terrible silbido del aire al abandonar el casco. La válvula impediría que el agua entrase en el casco por el tubo, pero la siguiente inhalación presionaría los pulmones y solo entraría un poco de aire viciado. Cualquier agujero en el tubo era malo, pero los «succionadores de la superficie» sacaban el aire mucho más rápido. El cambio era demasiado brutal, excesivamente repentino, y había visto los cuerpos de los submarinistas sufrir las consecuencias.
Traductora: Rosa Martínez-Alfaro
Autora: Dulce Maria Cardoso
Orig.: Eliete – A vida normal, Lisboa, Edições Tinta da China, 2018.
Fragmento tomado de La vida normal, Barcelona, Seix Barral, 2020, pp. 86-87.
Publicada en marzo de 2020, justo antes de la pandemia, la novela no ha recibido la atención que merece. La crítica ha considerado a la protagonista como una Madame Bovary en la era de Tinder y a la autora como una de las voces portuguesas más importantes de su generación.
[…] Me levanté del suelo apoyando las manos en la pared rugosa. Entré apresurada en el trastero y, con el pretexto de las cajas, intenté hacerme una foto eligiendo un ángulo en el que se me viesen las piernas. Sin embargo, la fotografía debía cumplir dos requisitos complicados, las piernas tendrían que parecer, primero, tomadas al azar, segundo, más delgadas y tonificadas de lo que realmente eran. Tras una serie de intentos con filtros y encuadres, hice la foto perfecta de mis piernas, una que no parecía una fotografía de mis piernas y donde mis piernas no parecían mis piernas. La publiqué con la siguiente frase, Aquí se trabaja, y añadí el emoji de cansancio. Pensé en escribir un comentario en la publicación de Jorge que lo hiciese sentir mal, un comentario bonito, para que él e Inês se sintiesen culpables por no estar ayudándome, pero al volver a su perfil de Facebook me di cuenta de que una desconocida ya había comentado la fotografía, Qué guapa es tu hija, de tal palo tal astilla, seguido del emoji que guiña el ojo. […]
Traductora: Ana Mata Buil
Autora: Patti Smith
Orig.: The Year of the Monkey, Londres, Nueva York, Nueva Delhi, Sídney, Bloomsbury Publishing, 2020 [2019].
Fragmentos tomados de El año del Mono, Barcelona, Lumen, 2020, pp. 185 y 213.
Patti Smith escribió un «Epílogo de un epílogo» a The Year of the Monkey entre febrero y marzo de 2020. En él incluyó algunas reflexiones sobre el Año Nuevo chino previas al coronavirus y otras escritas justo cuando empezaba la pandemia.
Hay un dicho en los cánones de la astrología lunar según el cual el Mono necesita de la Rata. No estoy segura de en qué medida, aunque hay quien dice que las ratas son capaces de alegrar a los monos cuanto se sienten deprimidos, porque cuando están juntos, el ambiente se llena de risas. Por supuesto, no solo nos referimos a las especies animales en sí, sino a ciertas cualidades inherentes de las personas nacidas en el año de su augurio. En cualquier caso, en este preciso momento estamos entrando en el año lunar de la Rata de Metal, que se celebrará por todo lo alto en nuestras grandes ciudades, sobre todo en las que cuentan con magníficos chinatowns, con impresionantes despliegues de fuegos artificiales, bailes de leones sagrados, confeti y serpentinas multicolores cayendo del cielo. Festejos que culminarán con un desfile el 10 de febrero, coincidiendo con la luna llena, con carrozas y dragones y símbolos del nombre del año que empieza. […]
En una búsqueda desesperada de una vacuna, por lo menos dos mil quinientos macacos fueron contagiados a propósito con una cepa letal de coronavirus. Esos macacos fueron identificados como monos de laboratorio, como si constituyeran una especie propia, surgida únicamente para ponerse al servicio de la humanidad. Sus rostros enfermos no son los de los monos astutos y traviesos que reinaron en el año lunar de 2016. ¿Acaso un panel de divertidas ratas conseguiría alegrarlos de verdad? Algún día seremos juzgados por su sacrificio, que difícilmente podría considerarse consensuado. Intento sacudirme la imagen de sus ojos tristes mirando entre los barrotes de las jaulas metálicas mientras se preguntan qué será de ellos, y de todos nosotros, ya puestos.
El acto de escribir en tiempo real con el fin de evadirme, escapar o ralentizar ese tiempo es sin duda fútil, pero no del todo infructuoso. Incluso mientras escribo este epílogo de un epílogo, soy consciente de que ya estará obsoleto cuando llegue a manos de los lectores. Aun así, como siempre, me veo compelida a escribir, con o sin verdadero destinatario, entrelazando hechos, ficción y sueños, con fervientes esperanzas, para después volver a casa y sentarme junto al escritorio que perteneció a mi padre y en el que transcribo lo que he escrito.
Traductora: Marta Cabanillas
Autora: Christiane Vadnais
Orig.: Faunes, Québec, Éditions Alto, 2018.
Fragmentos tomados de Faunas, Madrid, Volcano, 2020, pp. 9 y 149.
La protagonista es una bióloga, Laura, que vive en una época incierta: la humanidad se enfrenta al cambio climático y un microorganismo está acabando con la especie humana tal y como la conocemos. Laura observa cómo la naturaleza se abre paso ante el declive de una especie humana que, para sobrevivir, deberá adaptarse a un mundo nuevo donde la frontera entre los humanos y los animales se ha difuminado.
Los seres humanos de nuestra época, al igual que sus antepasados prehistóricos, sueñan por la noche con librar luchas épicas contra los animales.
Lo que murmuran entre las sábanas no son secretos, sino amenazas que musitan pegados a las jabalinas, conjuros para guardar las fuerzas frente al enemigo. Cuando extienden el brazo, no es para estrechar el cuerpo que dormita a su lado: pelean contra lobos y osos, se protegen del viento o recorren un camino en plena tormenta. Cada cual se sume a oscuras en una lucha a muerte contra las fuerzas de la naturaleza, y esa lucha no tiene fin.
Para que la especie sobreviva en sueños, habrá que volver a tiempos más salvajes.[…]
Tumbados en el suelo, los humanos susurran palabras de otros tiempos antes de dormir. […] Por todas partes, en la tierra, en el reverso de las hojas, en el hueco de los árboles, lo que aguardaba ha dejado de esperar.
Todo está vivo.
Traductora: Zyanya Carolina Ponce Torres
Autora: Lygia Fagundes Telles
Orig.: Antes do baile verde, São Paulo, Companhia das Letras, 2009 [1965], pp. 57-66.
Fragmento tomado de Antes del baile verde. Traducido como parte del proyecto de maestría Uma tradução comentada de três contos de Lygia Fagundes Telles para o espanhol mexicano (FFLCH-USP), 2021. Con el apoyo del Programa de Becas para estudios en el Extranjero del FONCA y Conacyt.
Lygia Fagundes Telles es cuentista y novelista brasileña, ganadora del Premio Camões en 2005 y postulada al Nobel en 2016. En el fragmento, Tatisa se alista para el carnaval, mientras su empleada, Luzinha, termina su disfraz.
Con un gesto fatigado, la joven abrió la puerta del armario. Se miró en el espejo. Pellizcó su cintura.
−Engordé Lu
−¿Tú, gorda? Pero si eres solo hueso, niña. Tu novio no tiene ni qué agarrar. ¿O sí?
Ella hizo un movimiento lascivo con las caderas. Rio. Los ojos se le reanimaron:
−Lu, Lu, por el amor de Dios, acaba rápido, que a media noche me viene a buscar. Mandó hacer un pierrot verde.
−Yo también ya me disfracé de pierrot. Pero ya tiene tiempo.
−Viene en un Simca, elegante ¿no?
−¿Qué es eso?
−Un carro increíble, rojo. Pero no te me quedes ahí viendo, apresúrate, Lu, no ves que… −Pasó ansiosamente la mano por el cuello− Lu, Lu, ¿por qué no se quedó en el hospital? Estaba tan bien en el hospital…
−Así son los hospitales públicos, Tatisa. No pueden quedarse la vida entera con un enfermo que no se va a curar, tienen enfermos esperando incluso en la calle.
−Hace meses que estoy pensando en este baile. Él vivió sesenta y seis años. ¿No podría vivir un día más?
La negrita sacudió el tutú y lo examinó a cierta distancia. Lo abrió de nuevo en su regazo y se inclinó hacia el platito con lentejuelas.
−Falta solo un pedazo.
−Un día más…
Traductora: Cristina Huelsz
Autora: Nicole Clarkston
Orig.: Nefarious, White Soup Press, 2019. Autopublicación de la autora por medio de Amazon.
Fragmento tomado de Nefasto, 2020, pp. 138-139. Traducción publicada por medio de Amazon.
Nicole Clarkston, originaria de Oregón, ha publicado varios libros inspirados en las novelas de Elizabeth Gaskell Norte y sur, y de Jane Austen Orgullo y prejuicio. Ha sido una gran autora con quien he iniciado este camino como traductora. El fragmento que voy a leer es de Nefasto, donde Fitzwilliam Darcy es un viudo que aborrece a Elizabeth Bennet.
Puede que me haya dormido en esa silla. No podía estar seguro, pero recuperé la conciencia cuando oí el eco de la risa en algún lugar.
La risa de una mujer, cálida y ligera, seductora y familiar. Tal vez había sido sólo mi imaginación, pero sonaba a todo el mundo como… como ella.
Elizabeth Bennet.
Oh, por todos los cielos. No era suficiente que esta mujer hubiera invadido mis sueños —o tal vez eran mis pesadillas— durante el último mes o más tiempo, ahora también empezaba a apoderarse de mis horas despierto. Era verdad, ella era distinta a cualquier otra mujer que hubiera conocido, e incluso era totalmente opuesta en muchos aspectos a la antigua señora Darcy, pero ¿por qué debía eso contar como una virtud? Era irreverente, no era sofisticada, la belleza de sus grandes ojos era poco convencional, ¡y ese ingenio! Lengua afilada, perceptiva, divertida, discreta, grácil, fiel…
Me golpeé la frente con el puño. Incluso cuando quise hacer una lista de sus defectos, ¡ella había corrompido mi pensamiento tan profundamente que sólo vi sus muchos atributos! No era más que un problema. Exquisita, deliciosa, un problema tentador.
Notas
[1] Teresa De Lauretis, Soggetti eccentrici, Milán, Feltrinelli, 1999, p. 81. La traducción es mía.
[2] Existe un gran número de ensayos iluminantes acerca del tratamiento que ha recibido la producción de las escritoras y sobre la relación de estas con unos cánones literarios que tienden a marginarlas. Recuerdo aquí a modo de ejemplo el clásico volumen de Marina Zancan Il doppio itinerario della scrittura: la donna nella tradizione letteraria italiana, Turín, Einaudi, 1998, y un título más reciente con referencias a obras de distintos ámbitos lingüístico-literarios: Maria Serena Sapegno, Figlie del padre. Passione e autorità nella letteratura occidentale, Milán, Feltrinelli, 2018.
[3] El sábado 2 de julio los Woolf fueron a ver a los Nicolson a Long Barn. LW volvió a Tavistock Square el domingo por la tarde y VW el lunes.
[4] Seguramente la planta conocida como Stachys lanate, popularmente llamada manta del salvador, manta de Jesús, oreja de cordero, de burro o de liebre.
[5] Efectivamente los Woolf fueron en coche a Hampstead y LW dio un paseo; él también había estado enfermo con fiebre, en la cama, la semana anterior, pero, como de costumbre, se recuperó más rápidamente que VW.