La literatura rusa en España, Vicente Cazcarra

Codex Slavicus Granatensis

Invierno 1995 – recuperado el miércoles 21 enero de 2021.

Reproducimos aquí la conferencia de Vicente Cazcarra en las III Jornadas en torno a la Traducción Literaria de Tarazona, celebradas en octubre de 1995 y publicadas en VASOS COMUNICANTES 6.

 

Mi pretensión, con esta charla, no es ofrecer una visión amplia y detallada de la literatura rusa, ni tampoco un catálogo de lo traducido. Mi objetivo se reduce a proporcionar una visión general —sin excesivo rigor— de los avatares por los que ha pasado la traducción al español de la literatura rusa a lo largo de la historia, para detenerme, al final, en el análisis de cómo están las cosas, a ese respecto, en el momento actual. Y, también, facilitar el coloquio.

  1. Rusia lejana

Ya desde el principio puede afirmarse que, en general, Rusia y España han estado siempre distantes. Obviamente, en lo geográfico. Pero poco estrechas han sido igualmente las relaciones entre ambos pueblos y ambas culturas. Baste decir, por ejemplo, que Rusia y España no establecen relaciones diplomáticas firmes hasta el siglo XVII. Y pese a que algunos eslavistas han tratado de ver similitudes entre el pueblo ruso y el español —se ha llegado a comparar la colonización de Siberia con el descubrimiento de América, y el alma rusa con el espíritu del pueblo español—, los momentos de aproximación entre ambos pueblos han sido escasísimos. Salvo para sectores muy reducidos, y en momentos muy especiales de nuestra historia, la literatura rusa ha sido y es, en España, una gran desconocida. La difusión de la misma no ha sido producto en ningún momento de estudios sistemáticos ni de trabajos serios de prospección realizados por las editoriales españolas o entidades públicas, sino que se ha producido, en general, al calor de determinados acontecimientos históricos y de manera aleatoria e improvisada. Afortunadamente, el problema ha venido paliado porque hemos contado con una mediadora de excepción: Francia. La mayor parte de lo que se conoce en España de la cultura rusa —y, desde luego, de su literatura— ha llegado, y sigue llegando, a través de Francia. La literatura rusa no comienza a conocerse en España hasta los años setenta u ochenta del siglo XIX. Primero en revistas, y después en forma de libros. Y traducida directamente del ruso, muy posteriormente. De todas formas, ello obedece también al tardío desarrollo de la literatura rusa. Puede decirse que el ruso literario nace en el siglo X, con la obra El discurso del filósofo, que narra la historia desde el punto de vista cristiano. La cultura se desarrolla por entonces en torno a los monasterios; en los siglos XI y XII aparecen los primeros esbozos de literatura laica, aunque también bajo el signo de la Iglesia. La poesía rusa no surge hasta el siglo XVIII, pero adquiere posteriormente una gran relevancia; el peso de la poesía en la literatura rusa ha sido, en general, excepcionalmente importante. En el siglo XVII pueden mencionarse dos autores importantes: Kantemir, narrador y poeta, y Lomonósov, una especie de Leonardo ruso —la Universidad de Moscú lleva en la actualidad su nombre—. El eco que esa literatura tiene en España es reducidísimo, porque, como he señalado, las relaciones con Rusia tuvieron, hasta finales del siglo XVII, carácter esporádico. No tuvieron carácter estable hasta Pedro el Grande. A destacar, por ejemplo, el curioso libro sobre Rusia titulado Relaciones de don Juan de Persia, publicado en Valladolid en 1604. Sabido es que la literatura rusa influye en Lope, Calderón, Cervantes y Quevedo.

  1. La literatura rusa desde el fin del siglo XIX a los años 30 del siglo XX.

La literatura rusa adquiere en el siglo XIX un gran desarrollo. Pushkin es uno de los grandes poetas de la literatura universal, y puede afirmarse que con él comienza, en lo fundamental, la literatura rusa. Pushkin sintetiza todo lo anterior y abre vías diversas a toda una serie de corrientes literarias.

Pushkin —salvo cosas menores— está todavía por traducir al español. La traductora Amaya Lacasa lleva años trabajando en ese difícil empeño; esperemos que lo culmine con éxito.

La dificultad de traducir a Pushkin es —al igual que traducir a todo gran poeta— evidente. De todas formas, saliendo al paso de un criterio bastante extendido relativo a la imposibilidad de traducir a Pushkin —que no es sino una expresión más de la debilidad cultural que padecemos— hay que decir, por ejemplo, que Nabókov hizo una excelente versión al inglés de Eugenio Onieguin.

Entre 1880 y 1900 se produce un enorme auge de la literatura rusa. La famosa literatura rusa del siglo XIX puede decirse que comienza hacia 1880: tiene lugar por entonces un importante desarrollo del capitalismo en Rusia, y este país conecta con Europa. En 1861 se produce la reforma relativa a los siervos de la gleba, que transforma por entero el contexto económico y social de Rusia, y, posteriormente, el político. Nace también por entonces Naródnaia Volia (1879), que agrupa a anarquistas, nihilistas y naródniki (populistas). En ese convulsivo periodo surgen —al igual que en Francia— grandes figuras literarias, que son la expresión más alta de cuanto ha dado Rusia en literatura. Es decir, los grandes clásicos rusos: Tolstói (1818-1910), Chéjov (1860-1904), Gógol (1809- 1852), Dostoievski (1821-1881), Turguéniev (1818-1883), Liérmontov (1814-1841), Saltikov-Schedrín (1826-1889). Este último, autor de La familia Goloviov y Poshejónskaia stariná (Las antigüedades de Poshejonie), es menos conocido en España que los anteriores, pero no les cede, sin embargo, en valía, y ha sido muy poco traducido. También Leskov (1831-1895), autor de novelas de la escuela de Dostoievski como Sin salida y La reyerta (que describen sin indulgencia el ambiente revolucionario), y Gente de Iglesia, su mejor obra, que describe la vida en una parroquia. A los que hay que añadir poetas de gran relieve como Tiútchev (1803-1873), magnífico cantor de la naturaleza, y Afanasi Fiet (1820-1892), autor de El panteón lírico y Fuego de la noche.

Y ya a comienzos del siglo XX comienza el llamado «Siglo de plata» (Seriébriani viek) de la literatura rusa, que va de 1900 a 1917. Es el periodo, junto con el de los clásicos, de mayor brillantez de la literatura rusa, y en él se dan toda una pléyade de poetas y narradores de gran talla. Despierta en Rusia, en ese periodo, el pensamiento filosófico independiente, florece la poesía, se afina la sensibilidad estética, y hay un espíritu de búsqueda. Se trata de un periodo de transición y de graves problemas, pero que, en literatura, se convierte en uno de los más fructíferos de la historia de Rusia. Es el periodo en el que se genera también el interesantísimo fenómeno de las corrientes literarias. Y así tenemos, por ejemplo, el simbolismo, con poetas como Balmont; Alexandr Blok (1880- 1921), el estupendo poeta de Poemas de la bella dama, Los doce y Los escitas; Briúsov (1873-1924), etc. El futurismo, con Maiakovski (1894-1930), poeta emblemático de la revolución; Brik, el teórico del futurismo; Alexéi Kruchónij (1886-1978), etc. El acmeísmo, con Innokienti Annienski (1855- 1909), que es teórico y poeta; Gumiliov; y Anna Ajmátova, una de las poetisas más geniales que han existido. El imaginismo, con Kliúiev y Yesienin. Amén de otras figuras de excepcional calidad, como Mandelshtam, Pasternak, Bieli, Kuzmín, y la gran Tsvietáieva (1894-1941).

El año 1917 tuvo lugar la Revolución de Octubre. Aunque se trató de un acontecimiento de gran transcendencia, voy a limitarme aquí a dar algunas pinceladas en cuanto a lo que significó para la literatura. La Revolución de Octubre trastocó completamente las estructuras económicas, sociales, políticas y culturales de Rusia. Transformó el país por entero, y supuso para la literatura el fin del rico proceso que estaba teniendo lugar; dio un tremendo impulso a la creatividad, pero sobre bases nuevas. Ese primer impulso que podría haber sido maravilloso, quedó muy pronto cercenado en la práctica; el Estado ahormó o, en gran medida, aherrojó la literatura para ponerla al servicio de sus intereses inmediatos. El resultado fue muy negativo porque destruyó las bases literarias anteriores y encorsetó las nuevas. De todas formas, la producción literaria continuó siendo importante —en Rusia la literatura ha sido siempre de una gran riqueza— pero nunca volvió a ser lo que había sido. Uno de los efectos de la Revolución de Octubre fue el de que se acabara con todas las obras de carácter antiutópico. En ese campo había títulos de relieve, algunos publicados, como Nosotros, de Zamiatin, aparecido en 1920 fuera de la Unión Soviética. Y otros que no llegaron a publicarse como El viaje de mi hermano Alexéi al país de la utopía campesina (1920), de Chaiánov, obra verdaderamente curiosa; El mundo futuro (1923), de Ókunev; El dictador (1921), de Briúsov; y Leningrado (1925), de Kózirev.

Se produjo, por otra parte, el negativo fenómeno del exilio al que se vio obligado gran número de intelectuales, ya en los años 20 y 24. Abandonaron el país figuras de gran relieve en la cultura rusa, que se dirigieron bien a Berlín, a Praga o a París. En la capital francesa, sobre todo, se instaló una colonia de importantes intelectuales y escritores rusos, que realizaron una producción literaria cuantiosa y de calidad. Muchas de esas obras se tradujeron en Francia. Pero han llegado a España en escasísima medida.

De los que se exiliaron, unos se quedaron a vivir en el extranjero, como Bunin (el famoso autor de La aldea, y premio Nobel en 1933), Kuprín, Jodasiévich, Gueorgui Ivánov, Merezhkovski… Otros retornaron a su país, como Alexéi Tolstói o Shklovski; algunos de los que volvieron fueron después fusilados. En cuanto a los que se quedaron en la URSS, hay que distinguir dos grandes grupos.

Primero, el de los escritores formados antes de la Revolución, muchos de los cuales apoyaron la nueva sociedad, y siguieron escribiendo. De ellos pueden citarse, por ejemplo, a Blok, uno de los más relevantes, y a Bulgákov (muchas de cuyas obras están traducidas al español).

Segundo, los que se desarrollaron con la Revolución de Octubre, y poseían la formación característica de los nuevos tiempos. De entre estos cabe mencionar al grupo de «los hermanos Serapión»: Kavierin, Zóschenko, Fiedin, Vsiévolod Ivánov, Nikitin, Slonimski, Nikolái Tíjonov… Y nombres tan descollantes como Isaak Bábel, Borís Pilniak (el autor de Caoba, fusilado en 1937), Andréi Platónov (el genial autor de Chevengur y La excavación), Vasili Grossman (Vida y destino), Dombrovski (La facultad de los objetos inútiles). Y, como es sabido, los autores más emblemáticos de la revolución: Maiakovski (1894-1930) en poesía, y Gorki (1868-1936) en prosa.

Y llegamos a los años 30. Se suicida Maiakovski. La línea del Partido está ya plenamente implantada en literatura, línea que queda concretada, formulada y especificada en 1934 con la celebración del Primer Congreso de escritores soviéticos: se produce la famosa intervención de Bujarin, y Gorki acuña la expresión de realismo socialista. Por esas fechas se cierra totalmente la anterior etapa de la literatura, y queda implantada la nueva era.

  1. Cómo va llegando a España la literatura rusa

Puede decirse que la literatura rusa comienza a conocerse en España, con cierta profusión, hacia los años setenta y ochenta del siglo XIX. Las primeras traducciones aparecen en revistas y están hechas del francés. Son textos de Tolstói, Dostoievski, Turguéniev, Gógol, prosa de Pushkin, entre otros. Se trata de traducciones de segunda mano, hechas en general con muy poco rigor: se alteran los textos, se incluyen o quitan párrafos, y hasta capítulos enteros, a discreción. Puede citarse, por ejemplo, que el Rudin de Turguéniev salió sin un capítulo, cosa que se repitió en sucesivas ediciones. De tales traducciones se halla inundado el mercado, incluso hoy en día. En general, puede decirse que todavía están por hacer traducciones rigurosas y contrastadas hasta de los clásicos.

En lo relativo al conocimiento y la traducción de la literatura rusa en España hay un momento clave, que es la conferencia sobre literatura rusa de Emilia Pardo Bazán en el Ateneo. En una de sus estancias en Francia había conocido la literatura rusa y se había quedado muy impresionada. La conferencia produce un gran impacto. La Pardo Bazán publica después el libro titulado Revolución y literatura en Rusia (1887). Todo ello sirve para que las gentes de letras españolas tomen conciencia de la riqueza e importancia de la literatura rusa.

Hay dos interesantísimas revistas que publican literatura rusa. Una es la Revista Internacional, de Lázaro Galdeano, y otra, la Revista contemporánea.

Los acontecimientos de 1905 tuvieron mucho eco en España, con el consiguiente incremento en la publicación de literatura rusa. La muerte de Tolstói en 1910, fue, igualmente, de mucha repercusión.

A Gorki se le tradujo muy pronto: hacia 1915. Y fue noticia su detención en 1905.

La editorial Espasa y Calpe, sacó, en los años veinte, una relevante colección dirigida por Ortega y Gasset en la que aparecieron escritores rusos como Gógol, Bunin, Garshin (el autor de Krasni tsvetok, que se suicidó), etc.

La Revolución de Octubre tuvo una gran repercusión en España. Vinieron rusos a España, y también fueron españoles a Rusia. Por entonces comienza ya a a traducirse literatura rusa directamente del idioma original.

Entre los que llegaron a España estaba, por ejemplo, Gueorgui Portnov, que impartió clases de ruso en el Ateneo —se trasladó posteriormente a EEUU, y allí escribió un libro titulado La literatura rusa en España, que habla de lo publicado en los años 20 y 21—. Y pueden citarse también como traductores a Julián Juderías, Tatiana Enco de Valero (que tradujo obras para la Colección Universal de Espasa Caspe), Pumarera, etc.

Pero hay un traductor emblemático de ese periodo, Cansinos Assens, que comenzó a traducir hacia los años veinte. En los años treinta, Aguilar, el patrón y director de la Editorial Aguilar, encargó a Cansinos Assens que tradujera a los clásicos rusos. Destaca Cansinos Assens por haber traducido directamente del ruso, por haber traducido muchísimo y porque sus traducciones eran bastante buenas: no excesivamente rigurosas en cuanto a literalidad, pero muy bien escritas. Son todavía hoy, en general, las mejores traducciones de los clásicos, y han tenido una importancia excepcional en la difusión de la literatura rusa. Tradujo nada menos que las obras completas de Dostoievski, las escogidas de Tolstói y Turguéniev, los poemas en prosa de Turguéniev, un estudio sobre Dostoievski que salió en folletines en El Sol, etc.

En ese periodo aparecen editoriales de izquierdas que publican literatura rusa. Sale una colección llamada La Rusia roja, en la que se publican libros de los primeros escritores soviéticos. Ortega y Gasset comienza a publicar en la Revista de Occidente obras de autores rusos: Zamiatin, Vsiévolod Ivánov (El tren blindado), Zóschenko, etc. Aparecen revistas comunistas, como Octubre, que publican literatura rusa, y también lo hace la Asociación España-URSS. La colección Novelas y Cuentos, que sale en forma de folletos al precio de 30 céntimos, juega un importante papel de divulgación.

Llega la Guerra Civil, con lo que desparecen prácticamente las traducciones literarias. Y, como en toda guerra, lo que se hace es literatura épica de propaganda bélica.

En 1939, al llegar la dictadura de Franco, los libros soviéticos fueron expurgados de las bibliotecas. No pocos se quemaron. Realizaron esa labor oficiales del ejército. Un tal Santiago Magariños, que luego fue profesor de la Universidad y director del Consejo de la Hispanidad (posteriormente Instituto de Cultura Hispánica), fue el encargado de sacar del Ateneo los libros de literatura rusa (los metieron en un cine de la calle Marqués de Urquijo, de Argüelles). El mismo individuo lo hizo en el Centro de Estudios Históricos de la calle Medinaceli. Tras algunos escándalos, Magariños huyó posteriormente a Venezuela. Los libros rusos de la Institución Libre de Enseñanza fueron quemados en la calle. Una parte de los volúmenes de literatura rusa que había en otros lugares fueron ocultados, y, posteriormente, desaparecieron. Todos los que había en la Biblioteca Nacional —sin discriminación alguna— fueron metidos en un sótano, y allí permanecieron muchos años. Después, durante largo tiempo, hubo en la Biblioteca Nacional un censor, sacerdote, que no autorizaba la lectura de ningún libro ruso.

  1. De 1934 a los años setenta

Retomando el paralelismo, volvamos a la URSS de después de 1934. El estalinismo está ya plenamente consolidado. El análisis de la literatura rusa de ese periodo resulta muy complicado y es preciso hacerlo con distanciamiento y sin prejuicios. Es evidente que no se puede rechazar globalmente la literatura rusa de ese periodo. Se trata de una producción inmensa. Y si bien una gran parte ofrece escaso interés —es la literatura más oficialista, la llamada allí «literatura de secretario»—, hay otra parte que sí lo tiene. Y no sólo porque siguen escribiendo autores de la primera época, sino también porque, pese a todo, el Estado no logra ahormar por entero la literatura. La literatura era tan rica en la URSS, tenía un carácter tan popular y masivo, jugaba un papel tan importante en la vida soviética, que de mil formas y por mil caminos se produjeron obras que asombran por el interés y la modernidad. Millones de personas leían en una noche —para que se pudieran pasar a otro inmediatamente— obras prohibidas por la censura; era el fenómeno del samizdat.

Hay cosas de mucha calidad en la llamada literatura agraria, cuyo representante principal fue Vasili Shukshín; destacan también, en esa corriente, Abrámov y Rasputin. Hay buenas novelas relativas a la que los rusos llaman Gran Guerra Patria (Segunda Guerra Mundial), como Alexandr Biek. O relativas a los que vuelven de esa guerra, como Iuri Bóndariev (La elección), etcétera. Por citar algunos nombres más, mencionaré a Ilf y Petrov (famosos escritores satíricos), Iuri Tiniánov (Pushkin), hermanos Strugatski (Desayuno en el arcén, de ciencia ficción), Iuri Trífonov…

Y recordemos también a los que obtuvieron el Premio Nobel: Bunin (1933), Pasternak (1958), Shólojov (1965) y Solzhenitsin (1970).

En España, pasada la primera oleada de terrorífica represión de después de la guerra, vuelve a publicarse, aunque en escasísima medida, literatura rusa. Se comienza en Barcelona, donde en esto, y en otras muchas cosas, siempre suelen ir por delante. Así, por ejemplo, Janés publica El Don apacible de Shólojov mucho antes de que a éste le dieran el Premio Nobel (entonces Shólojov se publica masivamente en España). A finales de los cuarenta, Aguilar vuelve a editar a los clásicos rusos (la labor de la Editorial Aguilar es en este campo enorme). Comienza después a llegar literatura rusa a la Biblioteca Nacional, libros que permanecen arrinconados durante años. Pese a la censura de la dictadura franquista, se van colando cosas. A finales de los cincuenta se producen pequeñas aperturas que luego se van ampliando; así, la colección Grandes Maestros que dirige Valverde publica, por ejemplo, a Dostoievski. De los sesenta en adelante se produce la llegada de literatura rusa traducida en Sudamérica, especialmente en Argentina. Vuelven los de la División Azul, que habían permanecido retenidos en la URSS. Y en 1957 llega el buque Semíramis, a bordo del cual retornan los primeros españoles exiliados en la URSS. La llegada de los españoles que habían vivido en Rusia tiene importante repercusión porque son personas que conocen bien el ruso y la cultura rusa. Traducen va con rigor y directamente del ruso. Entre otros traductores, tienen importancia José Laín Entralgo, que traduce en Barcelona; Lidia Kuper, que fue, por ejemplo, la primera en traducir a Makanin; José Fernández, que llega en 1971, y es el que desarrolla la labor más importante: traduce a Dostoievski, Turguéniev, Maiakovski, Bieli, Iskander y Herzen, la poesía de Yesienin, etc.; y Amaya Lacasa, la traductora de El Maestro y Margarita (1967), que, entre otras cosas, informa a Felisa Ramos, de Alfaguara, de la existencia de Makanin. Merecen ser mencionados también Tatiana Pérez Sacristán, Victoriano Imbert, Augusto Vidal, los hermanos Andresco, etc.

Aguilar sigue editando a los clásicos. Espasa Calpe, por ejemplo, publica en la Colección Austral a Gorki, Liérmontov, Gógol, Chéjov… La aparición de Pasternak y Solzhenitsin tuvo gran resonancia. A Solzhenitsin se le divulgó ampliamente, más por la calidad de su literatura que por ser opositor al sistema soviético. De todas formas, la publicación de los premios Nobel rusos ayudó a que en España se admitiera que existían otra cultura y otra literatura, las rusas, y a que éstas empezaran a darse a conocer.

  1. Década de los setenta y la Perestroika

Con Jruschov se produce en la URSS el llamado deshielo, es decir, una cierta apertura. Y aunque la era Briézhnev supone un retroceso, el régimen ya no es tan compacto. Se van abriendo más posibilidades de expresarse, de publicar cosas, y poco a poco van generándose nuevos fenómenos literarios. Aparece lo que se llama «nueva narrativa rusa». Pero el cambio más transcendental llega con la perestroika. Se establece en la URSS la glásnost (transparencia), que permite que salga a la luz todo lo que había estado prohibido. Se produce un verdadero bum de lectura, hasta el punto de que los rusos llegaban a decir que era «más importante en aquel momento leer que comer». Entre los escritores que destacan en ese periodo —y que siguen produciendo en la actualidad— están Andréi Bítov, Vladímir Makanin y Anatoli Kim.

En cuanto a la nueva narrativa de ese periodo, Natalia Ivánova dice en Druzhba naródov (julio de 1989) que la «nueva narrativa» está compuesta de tres corrientes: la corriente histórica (vinculada a la prosa de I. Dombrovski, V. Grossman y I. Trífonov), representada por escritores como Mijaíl Kuráiev; la corriente naturalista (cercana a la prosa social de Novi Mir de los años sesenta y al género de ensayo fisiológico), representada por G. Golovín, S. Kaliedin, V. Moskalienko; y la vanguardia irónica, representada, aunque muy aleatoriamente, por Vladímir Pietsuj, Tatiana Tolstaia, Evgueni Popov, Víktor Yeroféiev y Valeria Nárbikova.

Destaca especialmente Venedikt Yeroféiev, que escribió en 1968 la singular y paradigmática obra Moscú-Petushkí. Y una excelente narradora y dramaturga, probablemente la más grande escritora rusa de la actualidad: Liudmila Petrushévskaia.

A todo lo cual ha de añadirse la literatura rusa generada en el exilio, muy a tener en cuenta dada la cantidad y calidad de lo producido. Respecto a la literatura rusa se halla bastante extendido el lugar común de que se trata de una literatura pesada, aburrida y prolija. Es evidente que, hasta ahora, la literatura rusa ha venido siendo considerablemente diferente de la occidental, que ha experimentado otra evolución. Entre otras cosas, la literatura rusa ha incidido más en la vida y el destino del hombre, se ha desarrollado más en el sentido de la profundidad de la vida y menos en el de la superficialidad, lo externo, el movimiento y la acción. Pero hay en ella de todo. Y también cosas realmente divertidas: de entre la producción moderna, destacaría —por ejemplo— la novela Nikolái Nikoláievich, de Iuz Aleshkovski, que ha publicado seis novelas en Francia y EEUU.

Al calor de la perestroika se despierta en España una verdadera fiebre por conocer la cultura rusa en general y, sobre todo, la literatura. Se traducen un buen número de obras y se habla mucho de literatura rusa: hay un momento, en torno a los noventa, en que esta se pone de moda. De todas formas, la selección de lo que se publica se hace al buen tuntún, al calor de lo que suena en Francia o propone alguien por las buenas, sin estudio sistemático de esa literatura, sin línea editorial.

Sólo hubo una editorial, Alfaguara, que configuró una colección de literatura rusa estructurada y sistemática, con una línea clara y obras de interés literario no coyuntural, realizada mediante decenas y decenas de estudios e informes hechos entre 1987 y 1991, pero, por desgracia, se abandonó. De todas formas llegó a contar con los siguientes autores y títulos, que dan cuenta del interés y buena orientación de esa colección: Andréi Bieli (Petersburgo); Mijaíl Bulgákov (Corazón de perro); Vladímir Makanin (El profeta, Un río de rápida corriente, Solo y sola); Ósip Mandelshtam (El sello egipcio y El rumor del tiempo); Viacheslav Pietsuj (La nueva filosofía moscovita); Andréi Platónov (La excavación); y Venedikt Yeroféiev (Moscú-Petushkí). A lo que hay que sumar lo que publicó, también por entonces, la editorial Taurus (Bajtín, el gran clásico de la teoría literaria, y Guriévich, importantísimo historiador de la cultura). El caso contrario sucedió con la editorial Planeta, que por comprar a la VAAP (el organismo oficial para los derechos de autor de la URSS) «a peso» una decena de autores, se encontró con que buena parte de ellos, aparte de soporíferos, tenían en sí un interés más coyuntural que literario, y ni siquiera llegó a publicarlos todos. Aún así, fue positivo que diera a conocer a autores como Chinguiz Aitmátov (El calvario de Abdías), Anatoli Ribakov (Los hijos de Arbat), Iuri Trífonov (El viejo), Bogomólov (El momento de la verdad), Astáfiev (Historia triste de un policía), Danil Granin (Uro) y Vasili Bíkov (El signo de la desgracia).

Entre los traductores de estos últimos años cabe citar a José María Güell, Isabel Vicente, Selma Ancira, María Sánchez Puig, Margarita Estapé, Elena Panteleieva, Elena Vidal, etc.

Tras los cambios en la URSS, Rusia deja de ser en gran medida noticia, y también la literatura rusa. Esta va desapareciendo poco a poco de los medios de comunicación y apenas es editada. En el último periodo se han publicado, sobre todo, biografías y libros de políticos y estadistas, o referidos a la situación social y política de Rusia. Y, recientemente, apenas se edita va nada.

Entre las poquísimas cosas que han aparecido últimamente podemos citar: Pedro I y Alexis, de Dmitri Merezhkovski; Mi Pushkin, de Marina Tsvetáieva; Los archivos literarios del KGB, de Shentalinski; Mi Rusia fatal, de Iuri Afanásiev, poesía de Anna Ajmátova y La quinta esquina, de Israíl Metter.

  1. Algunos comentarios

Un examen somero de lo traducido, en cuanto a literatura rusa, sugiere algunas reflexiones:

  1. Se ha traducido siempre al calor de acontecimientos políticos o sociales y pocas veces por verdadero interés cultural.
  2. Se ha traducido por lo general —como he dicho— de manera irracional, sin estudios sistemáticos ni información seria, generalmente bajo el estímulo de lo traducido en otros países.
  3. Ha habido enormes altos y bajos. Períodos de interés por la literatura rusa y, por tanto, períodos en que se ha traducido bastante, y largas etapas —en ocasiones décadas enteras— en las que la literatura rusa parecía no existir.
  4. Permanece sin ser traducida la mayor parte de la literatura rusa. En poesía existe un gran vacío, que incluye a genios como Pushkin o Blok. Mucho de lo traducido lo ha sido de segunda mano, del francés sobre todo, y de malísima calidad. Uno de los problemas que esto último ha generado es el de la deformación de los nombres rusos —cosa que, en gran medida, se sigue produciendo todavía hoy, dado que al traducir del francés o del inglés se suele cometer el error de copiar literalmente la transliteración de los nombres rusos a esas lenguas—.

La perspectiva en cuanto a la traducción de literatura rusa es bastante oscura.

Algunos de los factores que intervienen han experimentado una mejoría. Hay más traductores del ruso; se imparte enseñanza del ruso en no pocos lugares, amén de en las escuelas de idiomas y en las facultades de eslavística que se han abierto —aunque todavía hay poquísima gente que estudie ruso, dadas las escasas salidas profesionales que tienen dichos estudios—; han llegado especialistas de cierto relieve; se ha incrementado el número de españoles que visitan Rusia y el de rusos que visitan España (aunque en el caso de estos últimos se trata, en general, de un turismo poco interesado por la cultura), etc.

Pero siguen gravitando con fuerza las dificultades, unas que son las de siempre y otras nuevas. Hay un desconocimiento general de la literatura rusa; existe el problema de la dificultad de la lengua; las relaciones entre Rusia y España, en lo económico, lo político y lo cultural, tienen un nivel muy bajo; la iniciativa privada está promocionando en Rusia algunas de las manifestaciones del arte (por ejemplo, el teatro), pero la forma en que lo hace es absolutamente aleatoria —por no decir caprichosa— y no alcanza, hasta ahora, a la literatura; la administración rusa no apoya la traducción a lenguas extranjeras de la literatura rusa; la contribución de la administración española a promocionar la traducción de literatura rusa es como una gota de agua en un desierto; los problemas generales de la cultura española se ven agravados y acentuados en el caso de la literatura rusa (la tendencia a que el libro sea cada vez más una mercancía de consumo, como otra cualquiera, que depende totalmente, en el peor sentido, del mercado, de las modas, de los acontecimientos, de los medios de comunicación; el hecho de que la aparición de un libro sea más una noticia —que se desgasta a la velocidad a la que se desgastan hoy las noticias— que un hecho cultural en sí; etc.).

En resumen, todo parece indicar que, en estos momentos, Rusia y su cultura vuelven a ser, para los españoles, lejanas, lejanas…

 

NOTA. Juan Eduardo Zúñiga y Elena S. Kriúkova me han proporcionado algunos de los datos que he utilizado.

El País, Vicente Cazcarra.