Apuntes sobre la traducción de non-sellers, Julia Osuna

Lunes, 30 de noviembre de 2020.

Me ha tocado: cada dos o tres años no me escapo de traducir alguna novela insoportable. Puede pasar que no te entusiasme o que no la escogieras jamás como lectura, pero cuando te cae en suerte el truño del año, no te queda otra que apechugar y pasar dos meses de tortura barata. En ese tiempo todos los días te despiertas y se te viene encima nada más abrir los ojos, con todo el peso de su papel volumen, su cubierta contra todos los cánones estéticos del diseño editorial y la pesadumbre de sus palabras, que parecen hiladas por una máquina de concatenar tópicos. Cuánto daño han hecho las clases de literatura creativa. Porque una cosa es escribir un supuesto best-seller sin ningún rasgo autorial, una novela que podía haber escrito cualquier otra persona, y otra cosa es darte de bruces con un escritor que tiene aspiraciones, y ahí, ahí la hemos cagado. Toca recrear su bello imaginario, que consiste en usar palabras distintas a las que utilizaría el escritor-cero, pero sin que tenga que existir una ambición clara y coherente detrás de tanta palabrería. Todo esto suele venir de la mano, por supuesto, de una pintura de personajes puntillista, pero de puntos gordos como melones, y una trama con giros tan increíbles como patéticos. Sí, vale, estoy en la fase de odio al libro, pero ¿quién puede creerse que a una chica criada en una comunidad amish le dé por meterse a puta para estar más cerca de Dios, o, en palabras de la autora, «rozar con las putas (sic; y sí, juego de palabras resuelto al canto) de sus dedos las trampas que el Creador ha sembrado para acuartelar a sus corderas»? Tal cual. Y se queda tan ancha. De verdad, es que hay cosas que una debería negarse a traducir, pero cuando te das cuenta ya tienes el contrato firmado y los meses reservados para ese fin. Y ya puesta, otra cosa que me pone negra son los fallos de raccord, porque a veces ni siquiera te envían el manuscrito original, o la proofreader de turno estaba divorciándose en esa época, quién sabe, y no se dio cuenta de que un amish no puede llevar móvil, o que si estamos en Inglaterra el conductor no va a aparcar en batería y luego salir por la izquierda. Ay, ¡¿es que tiene una que estar pendiente de todo?! Anacronismos, baile de nombres, cambios de colores, you name it! Y lo peor es que luego la pobre revisora te vendrá con unas propuestas innovadoras para sepultar ese estilo insidioso que tú no has tenido más remedio que conservar, y cree que eres tú la que has tenido una mala racha y lo has entregado por quitártelo de en medio. Pero no, la que tuvo una mala racha fue la autora, y probablemente le durará toda la vida si alguien se empeña en seguir publicándola. Y es que la pregunta es: ¿qué necesidad hay de sacar estos truños, queridos editores? ¿Para rellenar catálogo?, ¿para cumplir con las veinte mil novedades al año? ¿O estamos ante el paternalismo copiado de los programadores de televisión, de que eso es lo que quieren leer los lectores? Venga, por favor…

*

Dibujo de Arturo Peral

Me pregunto cómo hacen los escritores para imaginar el físico de sus personajes, si confeccionarán un retrato robot, lo mandarán pintar y lo enmarcarán para ponerlo al lado de la pantalla del ordenador. El detallismo en las descripciones físicas suele enervarme, tanto al traducirlo, como al leerlo. Al final, a la hora de leer una novela, cuando imaginas las escenas en tu cabeza, por muchos detalles que te den, las caras siempre son borrosas; sí, puede ser moreno o tener barba, rasgos angulosos o lo que queráis, pero no mantienes una imagen nítida porque conservar esa foto milimétrica te impediría pensar en el resto de la acción de la escena y te quedarías parada en medio del párrafo, con cara de concentración y ojos entornados, para que no se te escape la imagen. Hoy me he encontrado uno de esos regalitos envenenados que nos ofrecen a menudo algunos escritores anglosajones, de esos que entendieron mal el realismo, o no lo han superado, como el resto de la especie humana. El chulo del prostíbulo donde va de misionera la amish reconvertida: «Tenía una mandíbula extraordinaria, con una sobremordida digna de un púgil de los años treinta; si le mirabas el perfil izquierdo, podías apreciar su lado más agresivo, el que lo hacía un hombre despreciable; en cambio, si ladeabas ligeramente la cabeza, y contemplabas el costado derecho de su línea mandibular, afloraba cierta hermosura, como la de un nenúfar en medio de una charca infecta. La nariz, por contra, venía a reforzar la impresión causada por la protuberancia inferior; de aletas mastodónticas, como un paraguas que quisiera proteger los labios de posibles lágrimas, lo convexo de su arquitectura era una declaración de intenciones: pienso estrujarte la vida hasta que te salga por cada poro de la piel. Si a todo esto le sumábamos la boscosidad de selva primigenia de sus cejas, no nos quedaba por más que apartar la vista y rezar por que Dios tuviera a bien alejarlo cuanto antes de nuestra vida. Ammy se dijo que jamás había visto un rostro que reflejase de forma tan fehaciente la negrura que albergaba tras la epidermis, la dermis, la hipodermis y la grasa subcutánea». Y después de tamaño tratado de anatomía, ¿qué puede hacer una sino echarse un vino y pedir que no aparezcan más personajes en todo el libro?

*

Cuando ando con uno de estos libros, tengo una práctica muy poco profesional, pero que me depara grandes momentos de risa en solitario. Traduciendo, a veces pongo lo primero que se me pasa por la cabeza; hoy, por ejemplo, en otro capítulo infumable de Ammy la Amish, he puesto «Mira, tú lo que eres es más puta que las gallinas, date cuenta», en lugar de un «La prostitución te tiene atrapada como a un pajarillo en una jaula y no lo quieres ver»; lo que hago es dejar la frase «real» en un comentario al margen, pero así, cuando estoy repasando la traducción, me lo encuentro y me río un rato yo sola. Cualquier día se me pasa por alto y me caza el gazapo la correctora, o peor, aparece impresa la salida de tono. Pero estos libros hay que tomárselos con filosofía, y la mía es la risa por encima de todo.

Otras veces pongo lo que me pide el cuerpo, lo primero que se me cruza por la mente y que recoge perfectamente el sentido, si bien distorsiona el registro hasta cotas infinitas y lo lleva a mi idiolecto particular. Un «Eso es asín», o un «qué me estás contando» me valen para atrapar el significado y luego ya, en la segunda vuelta, darle la forma apropiada, la que su autor quiso.

También me divierte traducir a lo doblaje de peli de los noventa, con ecos de Bruce Willis o Meg Gibson: «Ey, colega, esto está muy jodido» o «Nena, me pones a cien, brumbrum», «Quita tu sucio culo de ahí», y así… Luego ya es cuestión de adaptarlo a la época y a lo que diría el personaje en cuestión, vamos, un juego de niños.

En traducción de non-sellers es siempre juego o muerte.

*

Detalle de una imagen de Emailamyd

Bueno, no os lo perdáis, que nuestra amish ha conocido varón, y con amor incorporado y todo. No me ha tocado traducir muchas escenas de sexo, es una pena, con lo que me gusta a mí (traducirlas…, bueno, y el sexo también, no nos engañemos), pero a lo que iba, que por alguna razón, estos autores nonsellianos no se demoran mucho en explicitar los entresijos entre sábanas de los personajes. Entran en materia, hay un acercamiento que sabemos que va a llevar a lo que va a llevar, pero, luego, lo dejan todo a nuestra imaginación, y ponen la suya en barbecho. Parece interesarles más describirnos cómo se comen un pollo frito sureño en un diner que las mañas del prota para poner húmeda a la fémina en cuestión. Siempre una elipsis temporal, unos puntos suspensivos, y directamente el cigarro de después. Me da casi tanto coraje como las malditas sábanas en las series: pero, vamos a ver, ¿qué naturalidad hay en que cojan la tela e insistan en remetérsela por encima de las tetas cuando se montan a horcajadas encima del tío? Yo me molestaría más bien en ponerle el pezón a la altura de la boca, la verdad.

Pero, bueno, vayamos al grano, que estoy segura de que estaréis deseando conocer el despertar sexual de Ammy. Empalagoso se queda corto. Juzgad por vosotros mismos: «Nunca había creído que llegaría ese día: aquel en que su carne trascendería el cuerpo que le había dado Dios y se convertiría en una hostia en la boca de otro creyente. Su educación había carecido por completo de cualquier aproximación al tema del sexo. De hecho, no le gustaba ni la palabra, con esa equis en medio, que era un insulto a la cruz de Cristo, desviada de su eje de Verdad. Amor, en cambio, era más apropiada para designar lo que acababa de vivir. Amor moroso, moral, mortal, toda una misma raíz [zas, patada etimológica, sic en el original], por mor de algo superior. Cuando David la dispuso sobre la cama como si de un lienzo prerrafaelita se tratase [what the fuck!], sintió que eran las manos del Altísimo las que rozaban primero su frente, luego sus mejillas, la nuca, los senos y, por último, su Monte Carmelo, y se sintió como una carmelita en el día de tomar los votos. Él fue horadándola poco a poco, igual que si picara una pared de roca para encontrar un diamante en bruto, y cuando estuvo dentro de ella, la miró a los ojos y le dijo: “Eres preciosa”. Y Ammy supo que hablaba de su interior, de la belleza que siempre se había esforzado por hacer anidar en sus entrañas. Formaban ahora un nido entretejido de miembros, en una unión que iba más allá de los poros de sus pieles, para fundir sus almas en una danza trascendental de indios tarahumaras. David parecía perdido en un trance propio, y se retorció sobre ella como una alimaña deseosa de dejar su piel terrenal para convertirse en un espíritu celestial. Pasados unos minutos, se apartó de ella, poseído, y le hizo llevar su miembro entre sus pechos turgentes hasta que expulsó su semilla directamente en su cara, en un nuevo bautizo que la convertía en mujer, como si de un Jordán de dulce de leche se tratase».

«Un Jordán de dulce de leche»… Glorioso… Tengo que reconocer que en realidad pone «leche condensada» pero, pese al consecuente cambio de tonalidad que podría llevar a mal puerto la metáfora, la imagen con lo dulce me ha parecido más lograda, y, bueno, siempre es bonito dejar una huella de los universos que pueblan la cabeza de la traductora, y una tiene debilidad por el más ayyá, qué le vamos a hacer.

 

Julia Osuna Aguilar (1981) compagina la traducción de libros con la traducción de libros. Como traductora y culpable, desmiembra y vuelve a recomponer a autores de literatura negra anglosajones e italianos. Traductora y payasa, le gusta más un juego de palabras que a un tonto un lápiz, sobre todo si es en una comedia británica. Mirona como ella sola, vomita todo el cine que lleva dentro en bocadillos de cómics ajenos. En ocasiones, sin embargo, quién lo diría, puede incluso tener la delicadeza de traducir algún clásico del XIX o principios del XX. En los últimos tiempos parecen perseguirla autoras de muy distinta índole, y se deja atrapar con ganas. Algunas de sus traducciones más recientes son: Mujer, niña, otras de Bernardine Evaristo, Mirarse de frente de Vivian Gornick, El secreto del olmo de Tana French, Ellas hablan de Miriam Toews, La guerra de Alan de Emmanuel Guibert o Mala pinta de Spike Milligan.