Lunes, 2 de noviembre de 2020.
CENTÓN confeccionado con las participaciones de los socios en la lista de distribución de ACE TRADUCTORES durante el pasado mes de agosto.
Itziar Hernández Rodilla: Queridos: no encuentro datos. ¿Alguien sabe cuándo se comienza a usar pilingui en español? Es para un cuento de los años veinte y no habla de una prostituta de por sí sino de una ligerita de cascos en un bar de jazz.
María Teresa Gallego Urrutia: La primera (y única) aparición en el CORDE es de 1963. De Alfonso Paso.
Itziar Hernández Rodilla: Sí, eso lo había visto. Y también he buscado en Google Books y en NGram, pero no dan resultados. En el Diccionario no está hasta las últimas ediciones. Por eso preguntaba, porque me da que no voy a poder usarlo, pero por si alguien tenía otra sensación… U otra palabra. A ver, que lo que la llama es un chochito (coñito incluso), pero me parecía que pilingui daba el punto.
Concha Cardeñoso Sáenz de Miera: ¡No me lo puedo creer! ¡Que casi casualidad! Estaba dándole vueltas a piculina para mi traducción. La he descartado, porque estoy en la época de Shakespeare cuando era joven y no sé de cuándo es esa palabra.
María Teresa Gallego Urrutia: A mí lo de pilingui me suena mucho de la época de mis veinte años, que fueron por ahí, por los llamados a la sazón «los felices sesenta». No anterior. Pero, claro, no te lo puedo asegurar.
Núria Molines: ¿Igual buscona o descocada te encajan? Pero qué lástima que pilingui no aparezca hasta más tarde…
M.ª Carmen de Bernardo Martínez: ¿Casquivana? En el CORDE aparece en 1923 y puede que encaje en tu búsqueda de acuerdo con la segunda acepción del DLE.
Itziar Hernández Rodilla: Quizá serviría, pero ¿hablarías de alguien diciendo «una casquivana»? Igual me estoy complicando mucho la vida, la verdad. Aún me da tiempo de darle vueltas, así que tendré que dejarlo reposar. Mil gracias a todos (¿todas?).
M.ª Carmen de Bernardo Martínez: Sí, en el DLE pone que se usa también como sustantivo.
Itziar Hernández Rodilla: Sí, claro, «la casquivana del quinto», dices. Pero no dices «hay una casquivana sentada en el rincón, bebiendo champán». Aunque, cuanto más lo escribo, mejor me suena, la verdad.
María Teresa Gallego: A falta de algo mejor, fulana es neutro, ni despectivo ni afectuoso. Se dice desde hace muchísimo y siempre te queda el recurso del diminutivo si te hace falta «un punto de cariño».
Celia Filipetto: He mirado en el Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española y no aparece pilingui.
Luisa Fernanda Garrido: ¿Y qué tal pelandusca? 2ª acepción del DRAE (no he mirado la antigüedad, pero es de las que decían abuelas y bisabuelas y seguimos diciendo en el entorno): pelandusca: De pelar. 1. f. despect. coloq. prostituta. 2. f. despect. coloq. Mujer de costumbres sexuales muy libres.
María Teresa Gallego: Pero, ¿ves?, el propio diccionario dice que es despectivo. E Itziar decía que necesitaba un toque de simpatía.
Jaime Valero: Golfilla es otra opción, aunque también puede tener ese tono despectivo.
Celia Filipetto: Hay una interesante entrada sobre la palabra pilingui en la web Español en América.
Alicia Martorell: Pilingui es lo que usaban en los años cincuenta (a ojímetro) las señoritas que no podían decir otras palabras en voz alta. Yo lo que lo veo es socialmente marcado, pero de época lo veo bien. Por ejemplo, un hombre no lo usaría. En mi casa se ha dicho mucho, pero no sé desde cuándo. No recuerdo habérselo oído a mi abuela, pero en boca de mi madre y mi tía era habitual. Podría ser porque mi abuela era poco melindrosa. No es que mi madre y mi tía lo fueran, pobrecitas, es que algunas cosas no se podían decir. Mi tía ahora tendría noventa y mi madre noventa y seis. Tiene pinta de que lo dijeran desde siempre. Pelandusca es mucho más despectivo. Pilingui es solo eufemístico.
Juan de Sola: Itziar, personalmente ni lo dudaría: preferiría arriesgarme a cometer un ligero anacronismo (veinte, treinta años, dudo que más) que desvirtuar el tono y la palabra con una solución menos espontánea o convincente.
Luego está la cuestión de que el CORDE no es infalible. Quiero decir que es un corpus limitado y que, por tanto, refleja sólo una parte de los usos posibles del idioma en cada época. Tampoco sé si lo amplían regularmente, creo que siguen en los 250 millones de palabras (unos 2.800-3.000 libros de 300 páginas), y sin apenas traducciones. Entre 1910 y 1930, por ejemplo, la palabra mujer, aparece únicamente 7.291 veces en 387 documentos clasificados como libros. No es mucho. La palabra cabrón, en el mismo período, 27 veces en 9 documentos (la mitad de Valle-Inclán, por supuesto; quizá ahí tengas un hilo del que tirar).
Por otro lado, del NTLLE, en cuestiones de lenguaje informal, no puedes fiarte. Es que ni siquiera hoy del DRAE actual; las voces entran en el diccionario poco antes de caer en desuso.
A mí la cuestión de los anacronismos siempre me ha parecido muy delicada; digamos que es una teoría que hace agua por muchas partes, pero que aguanta. Fluctuat nec mergitur, como el psicoanálisis. Nos atenemos a ella sobre todo en lo que al uso de palabras se refiere, pero no en cambio (o no tanto) en cuestiones de sintaxis o de prosodia, que también tienen sus giros y evoluciones. Está claro que usar «mente» en una traducción del XVII inglés cuando tenemos el «ingenio» o incluso el «genio» es un desliz evitable, pero dudo mucho que seamos capaces, por ejemplo, de reproducir la música de Gracián o de sus contemporáneos en una traducción. Le daremos notas, toques, visos, ese famoso aire de época, pero sabemos que jugamos dentro del terreno del pacto y de la suspensión máxima de la incredulidad.
Si llevamos la teoría de los anacronismos al límite, ¿cómo se supone que tenemos que traducir el alemán de los Nibelungos? ¿Con el castellano de las jarchas? Y los de clásicas, los que traducen a Homero, Platón o Tácito, ¿qué hacen? ¿Por qué ellos tienen más libertad (toda la libertad del mundo, de hecho: no tienen modelo), y tú tienes que darle vueltas y más vueltas a una sola palabra? Exagero, lo sé, pero creo que es como mejor se ve la magnitud o nimiedad del problema.
Como lector, desde luego, no me molestaría leer pilingui en una traducción de una autora inglesa o alemana de los años veinte. Es más, incluso me gustaría. Creo que es de esos casos en los que el depende puede ayudarte a barrer para casa. Sin menoscabo de las fulanas o casquivanas que te han sugerido por aquí.
(Ahora es cuando contestas y nos dices que has encontrado otra palabra mejor).
Si llevamos la teoría de los anacronismos al límite, ¿cómo se supone que tenemos que traducir el alemán de los Nibelungos? ¿Con el castellano de las jarchas? Y los de clásicas, los que traducen a Homero, Platón o Tácito, ¿qué hacen? ¿Por qué ellos tienen más libertad (toda la libertad del mundo, de hecho: no tienen modelo), y tú tienes que darle vueltas y más vueltas a una sola palabra? Exagero, lo sé, pero creo que es como mejor se ve la magnitud o nimiedad del problema. (Juan de Sola)
Itziar Hernández Rodilla: Tienes toda la razón. Mejor un anacronismo que algo que suene al esfuerzo que estás haciendo. Y, sí, soy consciente de que jugamos con doble rasero porque no escribimos como en los años veinte. Lo que no sé es si he encontrado una solución mejor, pero estoy pensando en cambiar de dirección. Puede que renuncie a las casquivanas fulanas de aires coquetos y opte por una figura operística.
María Teresa Gallego: Entre el pastiche (imposible y ridículo) y la necia teoría de que hay que volver a traducir los clásicos cada cincuenta años para modernizarlos, hay toda una serie de grados y posibilidades para el vocabulario, para los giros, para la «música».
Mi opinión es que hay que cuidarlo mucho, dentro de los límites a que está sometida toda obra humana, falible por definición menos si es de Leonardo da Vinci.
Eso sí, lleva tiempo. Veinte páginas de Montaigne llevan bastantes más días de trabajo y bastante más desgaste de materia gris (y de recurso a toda una vida lectora) que una novela contemporánea de 250 páginas. Pero el resultado es ese bajo continuo (hallazgo genial de Martín Schifino en uno de sus Trujamanes) en que reside toda la diferencia entre cuidarlo y no cuidarlo.