Mis librerías favoritas, III

Lunes, 15 de junio de 2020.

Tercera entrega del CENTÓN dedicado a nuestras librerías favoritas (véanse aquí la primera y la segunda):

 

Vicente Fernández González:

Yo también iba a la librería Los 4 caminos. Allí tuve mi primera cuenta de librería. En aquella época iba también a Visor, en Isaac Peral y a una librería en un semisótano de la calle Vallehermoso cuyo nombre no recuerdo.

En Málaga tengo ahora cuenta de librería en Proteo, pero también voy a Rayuela, a Luces, alguna vez a En Portada (cómics) y últimamente sobre todo a la entrañable Áncora.

Me gustan, como a Alicia y a Arrate, las librerías de los museos. Siempre que voy al Museo Ruso acabo comprando algún libro. Y me encanta La Central del Reina Sofía.

Cuando estoy en Madrid sigo yendo en ocasiones a la cuesta Moyano y me meto en librerías de lance y viejo con las que me encuentro de repente. También recurro a Alcaná.

En Barcelona he pasado buenos ratos estos últimos años en La Central del Raval.

Hace tiempo iba también, como Joaquín, a la de la Filmoteca.

Con todo, tengo que decir que lo que más me gusta es entrar en una librería en la que no he estado nunca.

 

Carolina Smith de la Fuente:

Me estáis dando una envidia tremenda con todas las librerías «de barrio» que mencionáis. En Newcastle solo había cadenas y ahora que estoy en Kendal, más de lo mismo. Sé que hay un par de librerías en los pueblos más turísticos de la zona, pero el coronavirus me pilló con la mudanza a medias y aún no he tenido tiempo de explorar.

Pero de la que os quería hablar está al norte de Newcastle, así la apuntáis para cuando podamos volver a viajar: Barter Books. Una maravilla. Es una tienda de libros de segunda mano (desde primeras ediciones carísimas a paperbacks por 50 cent., mapas y diccionarios) en una estación de tren Victoriana. Enorme. Con cafetería y chimenea de leña donde antes estaba la sala de espera y un tren de juguete que recorre las estanterías entre las que el tiempo parece que se detiene.

Barter Books

 

Jesús Cuéllar:

Sí, Barter Books, ¡la descubrí el año pasado! ¡Y The Strand en Nueva York! Qué ganas de viajar da el confinamiento…

 

María Teresa Gallego:

En el franquismo puro y duro el sitio obligado era Fuentetaja, en la calle San Bernardo. Dando el santo y seña te colaban en el sancta sanctorum de los libros prohibidos. Que luego leías en el metro, forrados para que no se viera la portada. En mis forros ponía siempre en letras gordas: El criterio, Balmes.

Y en París estaba Le Globe, donde íbamos a comprar siempre libros y discos no menos prohibidos en España (y donde veneraban el nombre de Tuñón de Lara) con la esperanza de que la guardia civil no te abriera la maleta en la frontera. No siempre valía tener pinta de inocente jovencita y mirar candorosamente al guardia civil que debía ponerte una cruz de tiza en la maleta y decirle: «No me abra la maleta que luego no la puedo cerrar». Creo que estaban convencidos de que las inocentes jovencitas eran las peores. Los discos de los coros del ejército rojo los traje en unas fundas de Beethoven que me regalaron en la librería y colaron.

 

Elías Ortigosa:

Mis librerías en Málaga están condicionadas por donde trabajé y trabajo a veces, Renacer, y por donde hice las prácticas del máster (gracias al bueno de Vicente, por cierto), Áncora. Pero también voy a menudo a Rayuela, siempre con el recuerdo de su desaparecida prima, Rayuela Idiomas. Y reconozco que no voy tanto como debería a Mapas y Compañía, esa librería es de cuento, preciosa.

A mí también me entra la envidia cuando habláis de librerías de barrio; eso aquí, por desgracia, es una especie en peligro de extinción (también es verdad que Málaga no es que sea la ciudad más grande del mundo).

En Marsella mi librería de cabecera era L’Odeur du Temps, pero por cercanía a casa también Maupetit.

 

Victoria Horrillo:

Cuando vivía en Madrid ciudad, hace unos cuantos años, mis librerías preferidas eran Fuentetaja, la de la calle San Bernardo (esa selva de libros); Ocho y medio, en Martín de los Heros, antes de entrar al cine o a la salida; Traficantes de Sueños y la Librería de Mujeres. Ahora, aunque compro muy pocos libros en papel por falta de espacio y porque pesan una barbaridad y después de varias mudanzas una ya está escarmentada, cuando voy a Madrid suelo hacer parada en la Meta Librería, en Chamberí, una librería de barrio especializada en filosofía, ensayo y feminismo, pero que también tiene una selección estupenda de cómics; siempre hay alguna actividad interesante organizada, y da gusto hablar con los libreros.

Y podría seguir hablando de librerías pero no quiero cansaros. Una de mis muchas vocaciones frustradas es la de librera.

 

Daniel Najmías:

Aquí va un enlace a un vídeo con las librerías más antiguas de Barcelona.

 

Carme Camps:

La Llibreria del Palau tiene la característica –o la tenía cuando vivía en Barcelona- de que vendía libros a peso. Ponían unos cestos a la entrada con libros de un tema concreto: economía, ciencia, novela, etc., a tanto el kilo. Cogías los que querías y te los pesaban. Es una librería de viejo que parece diminuta pero a medida que vas entrando vas descubriendo que no lo es tanto. Os la recomiendo aunque solo sea como curiosidad.

 

Jaime Valero:

Si os interesa el mundo del cómic, puedo recomendaros unas cuantas librerías especializadas en Madrid que valen mucho la pena. Una de mis favoritas es Atom Comics, situada cerca de la glorieta de Bilbao. El librero, Dani, es una enciclopedia comiquera andante y, si le das coba, te puedes tirar toda la tarde con él hablando de tebeos. En esa zona también está The Cómic Co., donde te atienden de maravilla y te orientan si necesitas alguna recomendación. Allí muestran también una querencia especial por Tintín y la línea clara del cómic francobelga.

No obstante, el verdadero epicentro tebeístico en Madrid se reparte en los alrededores de Callao. Cerca de allí, en la calle Silva, está la mítica y veterana Madrid Cómics, que a pesar de su reducido tamaño ofrece mucho material. Allí encuentras muchos fanzines y cómics underground que igual no tienen en otros sitios. Y hace tiempo, cuando pasaba más por el centro, solía dejarme caer por Elektra, con sus míticas composiciones temáticas en el escaparate. Es una tienda muy agradable porque es luminosa y espaciosa, algo que no suele ser habitual en las librerías especializadas de esa zona, y tienen también mucho fondo y abundante material de importación en inglés. A quienes les tire más el manga tienen un buen punto de encuentro en Omega Center (también conocida como Otaku Center), en la calle Luna. Tienen cómic de todo tipo, pero mucho fondo de manga y también merchandising relacionado, como figuritas y demás. Fuera ya de esa zona, en el barrio del Pilar, está la también veterana Akira Cómics. Posiblemente sea la más grande de Madrid con diferencia. Tiene dos plantas abarrotadas de material en las que fácilmente encontrarás lo que buscas. Incluso se llevó un premio Eisner a la mejor librería especializada del mundo hace unos años.

Fuera de Madrid, mi tienda favorita es Ateneo Cómics, en Alicante. Grande y espaciosa, con muchas actividades y encuentros, y cajones llenos de material atrasado y en oferta en el que rebuscar durante horas. En la acera de enfrente está Comix City, más pequeñita, pero ideal si lo que buscas son las novedades del mes. Además, la librera que la regenta es majeta a más no poder. Otra ciudad que visito a menudo es Santiago de Compostela, y allí calmo el mono de tebeos en Alita Cómics, que también tiene un local en A Coruña.

Y un par de recomendaciones para cuando podamos salir de nuestras fronteras. Si viajáis a Bruselas, la capital del cómic europeo, no dejéis de visitar la enorme Multi BD, que está muy cerquita de la Grand-Place. Si vais a París, tenéis la no menos imponente Album. Y si tenéis la suerte de viajar a Nueva York, la visita comiquera obligada es Midtown Comics, que tiene una tienda cerca de Times Square.

 

 

Isabel Llasat:

Creo que nadie ha mencionado todavía la librería especializada en libros desplegables Tres Rosas Amarillas, de Madrid. Es un lugar mágico, no se puede decir mucho más, y absolutamente recomendable para los apasionados de este tipo de libros, como yo. El año pasado compré dos libros de anatomía para mis sobrinos y me quedé con las ganas de comprarme otro para mí. Si aguanta este golpe, os la recomiendo cuando busquéis un regalo especial.

 

María Teresa Gallego:

Alberto Manguel publicó un precioso artículo en El País del pasado 23 de mayo. Ahí van algunos fragmentos:

Mi vida es un largo y feliz recorrido de librerías que extienden sus anaqueles desde mi infancia hasta hoy a través de todos los países en los que he vivido. Prufrock medía su vida en cucharaditas de café; yo la mido en librerías. La primera que recuerdo (uno no olvida su primer amor) estaba en Tel Aviv, cerca de la Embajada Argentina. Era una gran tienda cavernosa donde mi nodriza me dejaba recorrer las estanterías más bajas, que estaban al alcance de mis cinco o seis años. Allí descubrí una magnífica serie ilustrada de los cuentos de los hermanos Grimm. Aún conservo uno: La mesa, el asno y el bastón maravilloso. No recuerdo al librero: en las librerías que más quiero, los libreros son presencias intuidas como fantasmas discretos que no se imponen ni nos acosan con un “¿Qué está buscando?”. Recorrer librerías es una actividad solitaria: los lectores no cazan en jaurías. (…)

Conocí librerías en todos mis viajes: la más pequeña, una mesa bajo un cocotero en las Islas Cook. Y la más exótica, en un mercado de Samarcanda. (…)

Fue en Pigmalión que Borges me propuso que viniese a leerle por las noches los cuentos Kipling, de Stevenson y de Henry James. Supe más tarde que Borges quería revisitar los cuentos que él consideraba obras maestras antes de volver a escribir las ficciones que llevarían el nombre de El informe de Brodie y El libro de arena. Para estudiar esos cuentos, necesitaba los ojos de otros. Yo fui uno de los muchos elegidos pero, con la arrogancia de un adolescente, creí que yo le estaba haciendo un favor a un viejito ciego. Escuchar a Borges comentar esas lecturas fue quizás la lección más importante en mi vida de lector. (…)

Pienso que yo sería un mal librero: le tengo demasiado apego a los libros para dejar que otros se los lleven, aún si me pagan. Para ser un buen librero, si uno es un lector apasionado (como lo son frecuentemente quienes se dedican a esa sagrada profesión) uno tiene que dejar de lado la codicia que nos impulsa a atesorar volúmenes y el egoísmo que nos impide desprendernos de ellos. Un librero de ley es un San Martín dispuesto a ceder no solo media capa sino la capa entera. (…)

Conocí librerías en todos mis viajes: la más pequeña, una mesa dispuesta bajo un cocotero en las Islas Cook donde encontré una primera edición de El misterio del sombrero romano de Ellery Queen; la más exótica, en un mercado de Samarcanda donde compré un pequeño Corán manuscrito con bellísima caligrafía; la más atrayente, la librería Acqua Alta en Venecia, caótico conglomerado en la ciudad más hermosa del mundo. (…)

Hoy, a pesar del acoso de Amazon y del coronavirus, las librerías de este último capítulo de mi vida han logrado (hasta ahora) sobrevivir. Adaptándose, reimaginándose, proponiendo nuevos servicios, pero siempre siendo esa presencia generosa, discreta, sabia, a veces virtual, que me acompaña todavía. No quiero hablar de mis librerías españolas favoritas, porque son varias y no quiero ofender a ninguna. Pero en mis otras ciudades tengo ciertas librerías particularmente amadas: el oficio de lector autoriza la poligamia. (…)

Quizás los primeros libreros fueron los sacerdotes egipcios que vendían en sus templos ejemplares del Libro de los muertos a las familias de los difuntos, para guiar al alma en su viaje al más allá. Esos sacerdotes son los antepasados de nuestros libreros, quienes, como ellos, nos ofrecen hoy, por unas monedas, guías para fortalecer nuestras almas y para ayudarnos a recorrer con destreza y coraje este problemático mundo nuestro y también, si es necesario, el que vendrá.