Martes, 5 de mayo de 2020.
Continuación del CENTÓN Lecturas confinadas, I.
Celia Filipetto: Suelo leer varias cosas a la vez. Más en estos tiempos en que me disperso mucho. Con el ensayo me concentro mejor. Estoy leyendo El infinito en un junco: La invención de los libros en el mundo antiguo, de Irene Vallejo, Siruela. Es una obra muy bien documentada, bien contada y repleta de datos curiosos como éste:
Ser leído en voz alta significaba ejercer un poder sobre el lector, incluso a través de las distancias del espacio y el tiempo. Por eso —pensaban los antiguos—, resultaba adecuado que los profesionales de la lectura y la escritura fuesen esclavos. Porque su función era precisamente servir y someterse.
Con la ficción me concentro menos, sobre todo si son novelas largas. Por eso prefiero leer poesía o cuentos. Acabo de terminar Nueve cuentos malvados, de Margaret Atwood, traducido por Victoria Alonso, Salamandra. Os los recomiendo vivamente. «A la hoguera con los carcamales», el noveno de los malvados, está ambientado en una residencia para ancianos acomodados. Wilma, que padece el síndrome de Charles Bonnet, y Tobias son sus protagonistas. He aquí una reflexión de Wilma:
Tobias se muestra hermético respecto a las finanzas de su vida anterior. Sólo dice que era propietario de varias empresas dedicadas al comercio internacional y que supo invertir bien su dinero, aunque no se considera un hombre rico. Claro que la gente rica nunca se considera rica, sólo acomodada.
Atwood escribió este relato (Torching the Dusties, en inglés, se hizo una adaptación al cine) hace unos años. En estos días se hace realidad tangible el ambiente distópico que se respira en él: los viejos cuestan dinero, son una carga y los más jóvenes se disponen a acabar con ellos.
Josefa Linares: Yo también estoy leyendo a Irene Vallejo, su apasionante historia del libro en la Antigüedad. Buena lectura para transportarte a otros mundos, olvidarte de nuestras angustias y, al mismo tiempo, aprender mucho.
Elizabeth Casals: Yo estoy leyendo Emma, de Jane Austen (por segunda o tercera vez).
Irene Oliva Luque: A mí el confinamiento me ha pillado en unas circunstancias peculiares, digamos que estoy en cuarentena dentro de la cuarentena, pues hace escasas semanas que me uní al club de las mamás primerizas. Primerizas y autónomas, aunque, por suerte (o más bien por la lucha de otras en un pasado no tan lejano), todavía estoy de baja por maternidad. Lo que significa que no estoy traduciendo, pero sí leyendo. Julia no me deja mucho tiempo libre, pero me había propuesto a mí misma leer mientras amamantaba, y lo estoy consiguiendo. Si tenemos en cuenta que Garbancita mama cada dos horas y, como mínimo, durante treinta o cuarenta minutos, os podéis imaginar a qué buen ritmo avanzan las lecturas (y las chichas).
He ido tirando, más bien sin orden ni concierto, como suelo leer yo, de libros pendientes, regalados o comprados, que tenía por casa, y me está quedando una selección de lo más variopinta (al estilo de Laura Salas) en casi todas las lenguas que leo y traduzco: del italiano de Natalia Ginzburg en Caro Michele al inglés de Ali Smith o Angela Carter en The Accidental y Wise Children, pasando por el español de Belén Gopegui en Deseo de ser punk… Sí, por ahora son casi todas autoras, con las excepciones de mi admirado señor Marías y su Así empieza lo malo y Mishima y sus Confesiones de una máscara, en traducción de Rumi Sato y Carlos Rubio. El próximo que tengo en la pila es L’amour de Marguerite Duras.
Espero que el confinamiento acabe pronto, pero no la leche, que me concede el privilegio de dedicarle tantas y tantas horas a la lectura, que, a su vez, me abstrae y me distrae. Y me hace olvidar temporalmente la triste realidad que nos acecha ahí afuera.
Irene Oliva Luque: «Estoy en cuarentena dentro de la cuarentena, pues hace escasas semanas que me uní al club de las mamás primerizas. Primerizas y autónomas, aunque, por suerte (o más bien por la lucha de otras en un pasado no tan lejano), todavía estoy de baja por maternidad».
Paula Aguiriano: Siguiendo con este hilo materno, a mí este artículo de Carmen G. De La Cueva me hace sentirme muy identificada ahora que estoy otra vez compaginando páginas y bebé.
Victoria Horrillo: Yo también leí a lo bestia esas primeras semanas de «confinamamantamiento». Recuerdo que engullí en pocos días Fortunata y Jacinta mientras daba el pecho a mi hija recién nacida, y qué gozada, oye.
Laura Salas: Yo también tengo muy buen recuerdo de las sesiones de lectura durante el amamantamiento, Irene. Se disfrutan el doble, dado que el resto del tiempo estás siempre ocupada. Y si tienes hijos comilones, es verdad que todo, lectura y criaturas, avanzan que da gusto. En una de esas leí El mundo según Garp, me parece. Lo recuerdo porque era como una pequeña islita de relajo en medio de la locura absoluta. Recuerdo muchos más libros, y mucho más recientes, jeje. Ánimo para la doble cuarentena, Irene.
Y qué cantidad de ideas estoy sacando para mi lista de favoritos en la biblioteca. Gracias a todos.
Isabel Vaquero Gª de Yébenes: Creo que es verdad que no leemos igual, como señalan Marta y Carmen (me viene a la memoria Authors’ Ghosts de Muriel Spark).
Acabo de caer en la cuenta de que estos días leo mucho… ¡en voz alta!
En concreto, he disfrutado con Shakespeare, Rousseau (no sé por qué, pero me hace mucha gracia) y Coleridge. Todos ellos llevaban un tiempo esperándome en la estantería.
Day after day, day after day,
We stuck, nor breath no motion;
As idle as a painted ship
Upon a painted ocean.
Coleridge, S. T., & Doré, G. (2017). The Rime of the Ancient Mariner. Londres: Macmillan Collectors’ Library.
L’adversité sans doute est un grand maître, mais il fait payer chères ses leçons, et souvent le profit qu’on en retire ne vaut pas le prix qu’elles ont coûté.
Rousseau. J.-J. (2018). Les Rêveries du promeneur solitaire. S. de Sacy (Ed.). París: Gallimard.
PROSPERO [to Gonzalo]: First, noble friend,
Let me embrace thine age, whose honour cannot
Be measured or confined.
Shakespeare, W. (2008). The Royal Shakespeare Company The Tempest. J. Bate, y E. Rasmussen (Ed.). Basingstoke: Macmillan.
He (h)ojeado Mrs Dalloway y he abierto, por fin, El infinito en un junco: La invención de los libros en el mundo antiguo de Irene Vallejo.
Tengo pendiente, entre otras cosas, un poco más de Mary Ann (Eliot, G., López Muñoz. J.-L., & Francí Ventosa. C., (2019). El velo alzado: El hermano Jacob. Barcelona: Alba Editorial) y todo Montaigne, aunque solo se pinte de perfil.
Joaquín Garrigós: Pues yo, aprovechando el centenario de Galdós, me he valido del confinamiento para zamparme las quinientas y pico páginas de la biografía que recientemente publicó de él Francisco Cánovas (que además es paisano mío y no lo conocía). No es una biografía literaria, como la mayoría de las que se han escrito, sino que bucea más en el hombre, en la personalidad humana, en sus aspectos de liberal, laico y republicano y de su compromiso con la sociedad de la época; son aspectos menos conocidos. También para leer alguna de sus novelas que se me quedaron sin leer, como Tristana. Y lo he pasado muy bien. Claro que Galdós es una apuesta segura, que no falla.
Ahora mismo, estoy leyendo el primer tomo de las memorias de Fernando Fernán-Gómez, El tiempo amarillo, un libro que tenía arrumbado por la biblioteca desde hace lustros y no había abierto. Lecturas interesantes que hacen más llevadero y menos tedioso el confinamiento.
Jesús Cuéllar: Coincido con algunos compañeros en que cuesta concentrarse en medio de esta situación tan extraña. Pero leer, lógicamente, me está costando bastante menos que trabajar. He leído, con mucho interés al principio, y bastante menos al final, The City Always Wins de Omar Robert Hamilton, sobre la primavera árabe en El Cairo. Es una novela-testimonio basada en experiencias vividas por el propio autor y literariamente sugerente, pero al final se queda corta, a mi juicio, en el análisis de los personajes y de sus vivencias. Aunque sí capta bien la tensión y la desolación de esos días.
Al principio del encierro también leí La ciudad de Dios de Pasolini, Altamarea, traducción de Carlos Gumpert. Me llama mucho la atención Pasolini, como personaje y como cineasta, pero sólo había visto películas suyas, no había leído ninguno de sus textos. Me han interesado sobre todo los más periodísticos, menos los narrativos. Y Carlos Gumpert le da un excelente tono coloquial a las partes que más lo demandan (aquellas en las que Pasolini demuestra su interés en el dialecto romano).
Sin duda lo mejor de este enclaustramiento ha sido, hasta ahora, Los informantes, del colombiano Juan Gabriel Vásquez. Una novela magnífica sobre la culpa propia y heredada, las relaciones paterno-filiales y el paso del tiempo, que nunca acaba de pasar del todo, todo ello con el trasfondo de la Colombia de los años 40 y la realidad que allí vivieron los emigrados y exiliados alemanes.
Después, no sé cómo, he llegado a Cinco horas con Mario, de Delibes. Uno de esos clásicos que uno no leyó en su momento. La protagonista me está resultando absolutamente estomagante y su monólogo interior excesivamente reiterativo, aunque lleno de hallazgos estilísticos. Me han sorprendido dos cosas: la soterrada pero enorme carga política que tiene el libro (me había hecho yo otra idea del libro) y, como a Carmen Francí con la Pardo Bazán, la cantidad no sólo de leísmos sino de laísmos en los que incurre Delibes. Sería natural que así fuera en el lenguaje del personaje principal, pero no en el del propio relato del autor.
Jesús Cuéllar: «Coincido con algunos compañeros en que cuesta concentrarse en medio de esta situación tan extraña. Pero leer, lógicamente, me está costando bastante menos que trabajar».