Lecturas confinadas, I

Lunes 4 de mayo de 2020.

Esta semana publicaremos una serie de tres CENTONES construidos a partir de las intervenciones de los socios y presocios de ACE Traductores en la lista de distribución de correos electrónicos.

Carmen Francí: Dice Javier Marías en el artículo publicado el pasado día 26 de abril en El País:

Nadie en mi país me ha preguntado por los libros que recomendaría ahora, pero sí en Francia y en Grecia, y allí he respondido que desde luego no La peste ni La montaña mágica ni Los novios de Manzoni ni a Defoe ni siquiera el Decamerón —muy aconsejados por otros colegas—, porque, por uno u otro concepto, nos remiten a la situación real, y ya tenemos suficiente con esta realidad monotemática. Me he inclinado por dos obras que traduje hace largo tiempo y que me «confinaron» del modo descrito. Una es una de las mejores de Joseph Conrad —lo cual es como decir de la historia de la literatura— y no es una novela, sino sus recuerdos y reflexiones sobre la vida marinera que llevó antes de atreverse a empuñar la pluma. El espejo del mar, de 1906, lo paladean enormemente los aficionados a navegar, pero creo que también cualquiera que jamás haya zarpado en una embarcación. Y encierra enseñanzas sobre cómo sobrellevar los prolongados encierros en los veleros decimonónicos: los marinos sí que son gente acostumbrada a no moverse de un único espacio al que acechan peligros y adversidades.

¿Os animáis a hablar de los libros que estáis leyendo?  No todos estaremos leyendo gran literatura (yo leo lo que pillo sin gusto ni criterio, siguiendo impulsos absurdos). Pero la gracia del CENTÓN es esa, el contraste. Y ya sabemos que los traductores tenemos que leer de todo y dominar todos los registros.

María Teresa Gallego Urrutia: Vale, pero ¿puede no llamarse lecturas confinadas? Es que nosotros leemos siempre, con o sin confinamiento, ¿no? En todo caso quizá está temporada hemos leído cosas menos «serias» para desconectar un rato de noticias, telediarios y demás… Pero habrá sido por preocupación, no por confinamiento, imagino, si juzgo por mí… Y estoy de acuerdo con Marías… ni de coña se me hubiera ocurrido ponerme a volver a leer La peste, etc…

Marta Sánchez-Nieves: Pero no leemos igual, ¿no? A mí me está costando horrores leer, de hecho. Solo he leído un libro y porque me ha parecido tan rollo que me daba igual no enterarme y quedarme dormida mientras leía. Los demás, los que me gustaban, los voy dejando para cuando me concentre de veras, porque no quiero perdérmelos. Excepto los de poesía, a los que recurro en momentos de bajón, para que me expliquen lo que me pasa.


Marta Sánchez-Nieves: «Pero no leemos igual, ¿no? A mí me está costando horrores leer…»


Carmen Francí: Podemos darle el nombre que queramos al CENTÓN, por supuesto. Pero la idea es la de Marta: no leemos igual. No buscamos lo mismo ni encontramos lo mismo. Porque si quisiéramos hacer una lista de lecturas recomendadas o algo así, podríamos hacerla en cualquier momento del año. Y, además, si releyera La peste en estas circunstancias, seguro que leía algo muy diferente de lo que leí la primera vez.

María Teresa Gallego: Sí, claro, por eso decía que quizá algunos –servidora por ejemplo– hayan tirado por lecturas más «ligeras» por aquello de desconectar a ratos.  Personalmente, desconcentrada no estoy. Lo que estoy es preocupada por tantísimas cosas y gente. Y como titubeante, con un pie en el aire, en el umbral de un mundo quizá peor, quizá mejor, no sé… pero que seguramente ya no será igual.

Y lo que estoy esperando es a ver lo escriben sobre todo esto una serie de pensadores, de ensayistas, cómo lo analizan. Le he preguntado a Maalouf si lo va a hacer y que estoy deseando que lo haga. Y me ha dicho que sí.

En cuanto a lo de La peste, es que sí leerías otra cosa, pero porque la leíste a otra edad. Con o sin confinamiento, leerías otra cosa. Los libros que volvemos a leer en diferentes edades nunca son los mismos. Los vemos desde otra ventana y con las sombras y las luces en otro sitio.

Paula Zumalacárregui: A mí me está pasando lo contrario: estoy leyendo una barbaridad, mucho más que en condiciones normales, muy rápido y muy concentrada. No sé por qué será… Quizás he sentido que me podía «permitir» dedicar tanto tiempo a la lectura.

¿Le ha pasado a alguien más?


Paula Zumalacárregui: «A mí me está pasando lo contrario: estoy leyendo una barbaridad, mucho más que en condiciones normales, muy rápido y muy concentrada. No sé por qué será… Quizás he sentido que me podía ‘permitir’ dedicar tanto tiempo a la lectura»


Carlos Gumpert: A mí también, Paula, hacía tiempo que no leía tanto, entre otras cosas, ay, ay, porque tengo menos trabajo, pero además, como tú, leo concentrado y a buen ritmo. Y no porque falten las preocupaciones, pero quizá me sirva de bálsamo.

Paula Zumalacárregui: Sí, la lectura siempre es un bálsamo y ahora, más todavía…

Yo creo que, en mi caso, es una forma de evasión de la realidad en un sentido muy literal. Cuando estoy trabajando, sentada ante el ordenador, me resulta muy fácil caer en la tentación de abrir en el explorador la prensa, el WhatsApp Web o las redes sociales, lista incluida. Y me agobio. Cuando estoy absorta en la lectura, en cambio, no hay posibilidad de distracción: el libro es el escudo que me protege del coronavirus y de la sobre/desinformación.

Quizás el cerebro sospeche que leer es una manera muy eficaz de mantener la cordura.

Concha Cardeñoso: Me da vergüenza decirlo, pero lo voy a decir aquí, que no me oye nadie: sin contar la traducción que tengo entre manos (no cuenta porque si no leyera ni eso…) leer, leer, lo que se dice leer, no he leído nada más que los miles y miles de noticias, recomendaciones, mensajes, watssaps, telegrams, etc., algunos poemas sueltos de Zoraida de Torres y un poco de un clásico latino que no he podido tragar y me ha dado mucha pena (hay que retraducirlo, por favor).

María Enguix: Yo estoy leyendo una novela que me dejó un amigo anarquista y me lo estoy pasando en grande. Eso sí, la estoy leyendo muy poquito a poco, preferiblemente los sábados o los domingos, al sol y después de comer. Es Stone Junction. Una epopeya alquímica de Jim Dodge, en traducción de Mónica Sumoy, y trata de las andanzas de un huérfano acogido por una organización secreta, la Alianza de Magos y Forajidos, más conocida como la AMO. El chico, Daniel Pearse, pasa largas temporadas en diferentes parajes y ciudades con maestros que le inician en la filosofía, las sustancias alucinógenas, la magia y toda clase de oficios ilegales. Me está encantando y en esos ratos de lectura me olvido del confinamiento y de todo. También he decidido que, en cuanto salgamos de esta, pienso largarme con la AMO.

Carmen Francí: Yo acabo de leer Memorias de un solterón, de doña Emilia Pardo Bazán. Me ha parecido muy divertido, pero me han horrorizado dos cosas: abundancia de laísmos espantosos. Y la cantidad de palabrejas que ni sé lo que significan.

Estoy también leyendo The Testaments, de Margaret Atwood. Es una autora que me gusta muchísimo y, aunque parezca masoquismo, me parece muy oportuno leer ahora sobre estados totalitarios.

Mateo Pierre Avit Ferrero: Ayer acabé Las cosas que perdimos en el fuego (Anagrama, 2016), un libro de cuentos de Mariana Enríquez, último Premio Herralde de Novela (¿lo concederán este año?) por Nuestra parte de noche. Enríquez demuestra que lo más terrorífico, como ahora, emana del día a día. Ha escrito un bonito artículo, que retrata la situación de algunos creadores ante este drama.

Carmen Romero Lorenzo: Yo intento continuar con la lectura, que es una de las pocas cosas que me relajan. Leí hace poco también Las cosas que perdimos en el fuego y lo disfruté muchísimo. Yo estoy con This is how you lose the Time War  de Amal El-Mohtar y Max Gladstone, que es un libro bastante peculiar, pero lo estoy disfrutando mucho. 

María Teresa Gallego: Desde hace muchos años, leo al final del día, que más bien es el comienzo del día siguiente, o sea, la una y media, la dos, según, cuando acabe el cupo diario de traducción. Así, que según en qué temporadas, me cunde más o me quedo dormida con el libro en la mano al cabo de pocas páginas. Desde que empezó todo esto leo menos porque estoy más cansada ya que la ayuda domiciliaria que tengo concedida para ayudarme a cuidar a mi marido está suspendida, así que hasta que se reanude, sumo una serie de tareas más a las habituales. Y además traduzco menos por el día y acabo más tarde el cupo por las madrugadas.

Pese a todo, estoy leyendo un libro de Queneau que no había leído y que me habían regalado en febrero: Saint Glinglin. Lo que pasa es que voy despacio porque me paro a pensar cómo traduciría esto o aquello y, como no es nada fácil, me paro mucho. También me he leído otro libro que me prestaron por las mismas fechas, de Moisés Mori, César Aira y la silla de Gaspard. Ese lo he leído más deprisa porque es más corto, porque me interesó muchísimo y no me podía parar (y porque, de propina, me encontré con que menciona varias veces para bien una traducción mía de Roussel y a nadie lo amarga un dulce).

Dicho lo cual, algunas noches me pongo a leer mis libros de Guillermo Brown, que es una cosa que relaja mucho. En consecuencia, mi pila de lecturas pendientes no ha bajado nada desde hace meses.

Y, bien pensado, que esté leyendo menos porque me pongo a leer más tarde y me pilla más cansada,  no puede decirse que se deba a mi confinamiento, porque mi confinamiento personal lleva durando ya casi seis años, pero sí se debe en parte al confinamiento de la auxiliar de ayuda a domicilio, así que, en cierto modo, si estoy hablando de una forma de leer debida al confinamiento.

Alejandro Isidro Gómez: Yo me uno al club de los que estamos leyendo bastante durante estas semanas. Eso sí, en mi caso en gran parte en relación con la investigación universitaria. La lectura y la reflexión en torno a la cultura y la intelectualidad me han venido de perlas para no sucumbir a la ola de whatsapps, noticias sensacionalistas, análisis poco certeros…

De ficción, terminé los relatos de los años del exilio de Anna Seghers, algunos radicalmente realistas y otros con un aire mágico que uno no se esperaría en una comunista alemana de entreguerras. Muy recomendables. Y cada dos o tres días cae algún que otro cuento de Benedetti, que el hombre escribía como si se fuera a acabar el mundo. Además, sus ensayos sobre el intelectual, la cultura, la militancia política, etc., con una perspectiva anticolonialista y una firme censura del vanidoso pesimismo intelectual, infunden una buena dosis de optimismo en estos tiempos que corren. En la mesita de noche está Verso y prosa, una breve antología elaborada por el propio Blas de Otero.


Alejandro Isidro Gómez: «La lectura y la reflexión en torno a la cultura y la intelectualidad me han venido de perlas para no sucumbir a la ola de whatsapps, noticias sensacionalistas, análisis poco certeros…»


 

Blanca Ortíz Ostalé: Pues yo estoy un poco entre una cosa y la otra. Hay días que leo como una poseída y caen uno o dos libros y luego, de repente, me tiro una semana sin pasar una página, incapaz de centrarme.

Me ha encantado un libro traducido por Regina López Muñoz para Errata Naturae: Barrios, bloques y basura, una historia ilustrada y poco convencional de Nueva York, de Julia Wertz. Y dos maravillas en danés para las que espero encontrar editorial.

 Laura Salas: Pues yo también estoy leyendo un montón, pero, por primera vez, en libro electrónico. Me he metido en el e-biblio, y he leído desde Fortunata y Jacinta hasta la Teoría King Kong de Virginie Despentes (me han encantado, por cierto, los dos, aunque son tan diferentes que no sé si hago bien en meterlos en la misma frase). También mucha novela negra, sí; voy mezclando un poco de todo, y acabo de pedir a la biblioteca que traigan el de Nuestra parte de noche, que le tengo muchas ganas.

Mercedes Lucini: Para evadirme de tanta prensa y tanto whatsapp, me dedico a la novela, fundamentalmente histórica. Suelo leer varios libros a la vez, alternándolos según me apetezca, y en este momento estoy con La pirámide asesinada de Christian Jacq, traducción de Manuel Serrat; acabando La callada memoria del olvido de Nita Aspiazu de Balda, que recomiendo vivamente y Cat O’Nine Tales and Other Stories, de Jeffrey Archer. Y de vez en cuando, Galdós, que siempre está ahí esperando.

Franziska Dinkelacker: Yo también tengo menos tiempo que nunca para leer, pero disfruto más de mis ratos de lectura: es el único momento del día en el que puedo escaparme de estas cuatro paredes (¡y de los que las habitan!) y sumergirme en otro mundo. Muchas veces de madrugada, como Maite: a esas horas no me molesta nadie.

Estoy leyendo Hombres, de Angelika Schrobsdorff, en traducción de Joaquín de Aguilera Gamoneda. Quizás os suene la autora de Tú no eres como otras madres, que se publicó hace pocos años en Periférica/Errata naturae. Me gustó el primer libro y me encanta este segundo, en el que la autora escribe sobre su experiencia con los hombres, en el exilio en Bulgaria durante la Segunda Guerra Mundial y el Berlín de la posguerra.

Os dejo una cita del libro que me hizo mucha gracia:

Los traductores éramos los únicos empleados de la Misión (americana) a los que se permitía participar en la comida de los americanos. Con gran indignación de las secretarias, que no comprendían que los traductores tenían mayor desgaste cerebral y, por lo tanto, una mayor necesidad de calorías.

 ¡Ya tenemos excusa!

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