2005 – Actualizado el viernes 2 de abril de 2020.
En 1967 el IBBY (International Board on Books for Young People) estableció como Día internacional del libro infantil el 2 de abril, fecha del nacimiento del escritor danés Hans Christian Andersen, figura fundamental en la literatura infantil y juvenil de todos los tiempos.
Por ese motivo recuperamos hoy esta mesa redonda celebrada en Tarazona con la participación de Gemma Rovira, traductora, Hernán Sabaté, traductor, Marilar Aleixandre, traductora y escritora, y Ana María Navarrete, moderadora. Publicada en VASOS COMUNICANTES 33 en 2005, en el número dedicado a las XIII Jornadas en torno a la Traducción Literaria.
ANA MARÍA NAVARRETE: En nombre de todos los que nos dedicamos a la literatura infantil en sus múltiples facetas de creación, traducción, ilustración, investigación, etc., quiero agradecer a ACEtt, la asociación de traductores, que haya elegido este tema para una de las mesas redondas de las Jornadas. El titulo que han elegido ya es bastante significativo Traducir para niños no es cosa de niños porque es un juego de palabras: el juego es algo constitutivo del niño, y ahí reside el primer acierto del titulo; y jugar con las palabras es una de las claves de la traducción de libros infantiles. El gran desafío es traducir los juegos de palabras, que a veces dan bastantes quebraderos de cabeza.
Según los datos del Ministerio de Cultura del año 2003 (no he podido conseguir datos más actualizados, porque ya sabemos cómo van las estadísticas) se publicaron ese año 9.893 libros infantiles y juveniles, de los que el 42,5% son traducciones mayoritariamente del inglés, pero también de muchas otras lenguas.
Estas cifras se completan con que la tirada media de cada titulo infantil es de 5.224 ejemplares, una tirada elevada en relación a otras. Y es una industria que factura unos 2,46 millones de euros anuales, también son cifras de hace dos años. Sin embargo, a pesar de ser una industria tan importante, por ejemplo no hay Premio Nacional de traducción de Literatura Infantil y Juvenil. Lo hubo cuatro años: en 1982 y 1983; luego se les olvido que se traducían libros infantiles hasta 1989, saltaron hasta 1991 y ahora el Ministerio dice que no tiene dinero. Es una pena que tampoco ciertas instituciones, organismos y asociaciones privadas hagan lo que hacen en otros países, que es fomentar la traducción literaria en este campo y darle relevancia. Es lógico que no pueda competir un traductor de literatura infantil con un traductor de Thomas Mann: no podemos hablar de dificultad, de qué es más fácil, ni de qué es más difícil, como no podemos hablar en música de qué instrumento es más difícil: la cuestión es que tocar bien un instrumento es difícil. Y no les voy a decir a ustedes la dificultad que supone traducir.
Cuando se traducen estas obras infantiles, al traductor le puede pasar lo que le pasa al profesor en clase: que al hilo de lo que está leyendo actualice en su memoria lo que ya había perdido y, en cierto modo, rejuvenezca. El traductor de literatura infantil y juvenil —-sobre todo infantil, porque la frontera entre la juvenil y la de adultos es más difícil de establecer, aunque también tienen sus propios esquemas y su propia dinámica— recupera temas, espacios, tiempos y palabras que había creído olvidar y se las entrega al niño en una recreación propia para que la pueda disfrutar. No podemos olvidarnos de esta palabra: “disfrutar”, porque el aspecto lúdico de la literatura, en la literatura infantil, es importante, y los adultos muchas veces nos olvidamos de ello. Me incluyo entre los profesores que metemos constantemente la pata al ofrecer estas obras a los niños, porque a continuación nos ponemos a evaluar como locos, igual que los demás, y así ya hemos roto la magia y el encanto de la literatura infantil.
Los temas que trata esta literatura son variados y, al igual que en la traducción de la literatura de adultos, el traductor deberá poseer un buen bagaje cultural para que su trabajo tenga la calidad literaria debida.
En estas traducciones son muy importantes la claridad, la concisión, la sencillez, que son a su vez características de este género. El manejo de los diferentes registros de la propia lengua y de la lengua extranjera le permitirá al traductor encontrar el tono exacto con que brindar al joven y poco experimentado lector un mundo que viene de otro lado.
Si traducir literatura infantil fuera tan fácil, todos los libros infantiles tendrían una traducción maravillosa, impecable. Desgraciadamente no es así porque a veces no se le da la importancia que tiene y en la editorial cogen al primero que pasa por allí y le dicen: “Tradúceme esto, que son sólo diez páginas”, pero a lo mejor se trata de diez páginas que conforman una metáfora impresionante…
Los niños son como esponjas que absorben el lenguaje, lo que supone una especial responsabilidad para el editor, que debería cuidar las traducciones infantiles como si de la mejor obra de la literatura universal se tratara, y a los traductores, dicho de paso, también. En su lectura los niños asimilan las palabras tal y como se las ofrezcan. En la infancia, el texto queda grabado en la mente junto con las ilustraciones tal y como se le ha dado, solamente podrá defenderse de un mal texto cuando en la etapa de la preadolescencia, y ya nos situamos a la edad de doce años aproximadamente, empiece a desarrollar su espíritu crítico. Personalmente tengo la experiencia en clase de alumnos que, sin que les haya preguntado nada, han dicho de repente: “Qué mal suena esto, profesora, así no se dice”, con lo cual parece que se enteran más de lo que creemos. No sólo van al contenido sino que, a partir de una determinada edad, ya les suena bien o les suena mal. Los niños son seres inteligentes y como tales hay que tratarlos.
Con frecuencia se repite la queja de que no leen, pero ¿qué es lo que no quieren leer? No quieren leer tonterías, textos que ellos consideran para tontos y lo dicen: “Es que nosotros no somos tontos y yo esto no lo quiero”. Son unos críticos bastante duros y bastante crueles, no sólo con los traductores sino también con los autores. No hay que confundir la sencillez de este tipo de literatura con el simplismo; de ahí que, cuando traducimos un texto rico en vocabulario, tengamos que mantener la dificultad del autor original. No podemos rebajar nunca el nivel buscando una palabra que le resulte familiar; traducir para un niño no es buscar las palabras que al niño ya le suenen y conoce, sino aquellas que representen su equivalencia real.
Hoy más que nunca son importantes las traducciones para los más pequeños, porque como nunca la humanidad se ve envuelta en el fenómeno de la globalización, que para bien y para mal, revela la existencia de los otros, y esto en la infancia es fundamental si queremos caminar hacia una sociedad multicultural y realmente plural. El globo terráqueo parece haberse quedado pequeño, pero la distancia entre los pueblos y las barreras que los dividen son manifiestamente considerables. Las traducciones sirven para que el niño pueda saltar la barrera del idioma y pueda conocer lo que otros dicen. Descubrirá así que hay miradas diferentes y nuevas opciones y maneras de pensar.
Sería injusto e irresponsable no darle diferentes visiones del mundo. Esto lo digo porque ha habido unos años, a pesar de este número tan elevado de traducciones del que hablaba antes, en que determinadas editoriales se han negado a traducir porque sólo querían obras de autores españoles. Yo pienso que sería injusto e irresponsable no darles distintas visiones del mundo, diferentes sensibilidades, distintas realidades para ver, oír, sentir y palpar.
A pesar de la posibilidad que tienen de ver continuamente las imágenes en los medios de comunicación, necesitan la palabra para aprender a pensar; por tanto, las traducciones los ayudarán a tomar conciencia de sí mismos y les revelarán otras señas de identidad.
Leer al otro en mi propia lengua, aunque ya sabemos que mejor sería la versión original (como en el cine), ayuda a comprenderlo y a comprenderme; y, lo que es más importante, abre fronteras.
Y, para terminar, vuelvo al mundo de la enseñanza, del que procedo, para decir que curiosamente, a la hora de enseñar literatura, los estudiantes y los niños en general, aunque aparentemente sean pequeños y se suponga que no van a valorar estas cosas, uno de los datos que más les gusta de la literatura es el de las traducciones: saber que un libro se ha traducido a muchas lenguas, descubrir que una obra ha sido traducida a muchos idiomas, para ellos es desvelar la magia de la literatura, constatar, quizá por primera vez, que la palabra es capaz de traspasar las fronteras de la realidad.
Y con esto voy a dar paso a los componentes de la mesa. A mi derecha tengo a Hernán Sabaté, que empezó a traducir en el año 1976, tiene publicados más de 250 títulos. Ha traducido alguna colección que ha sido clave para los lectores en los años ochenta como los libros de Elige tu propia aventura de Timun Mas, y luego El Club del Zodíaco, El último dragón, El ciclo de la puerta de la muerte, la trilogía de los gnomos y obras juveniles de Stephen King. Por último, ha traducido también obras de divulgación científica para jóvenes y durante varios años ha sido jurado en varios concursos literarios juveniles.
HERNÁN SABATÉ: Para mí la literatura infantil y juvenil es solamente una pequeña parte de la literatura en general; no soy un especialista dedicado en exclusiva a este tema y sólo he traducido literatura infantil y juvenil con una editorial, con Timun Mas.
La editorial a mí nunca me ha dado una guía de cómo traducir los libros: me he enfrentado solo al libro y tampoco he recibido comentarios posteriores sobre cómo lo había hecho.
Así pues, mi posición delante del libro infantil y juvenil es la misma que tengo ante cualquier traducción para adultos; solamente hay pequeños detalles que conviene tener en cuenta y de los que, supongo, ahora hablaremos.
El registro es el que da el libro, no debe cambiar, no vas a rebajar la intensidad de la narración, no vas a usar palabras fáciles. En cambio, algunos detalles que me han parecido especiales han sido las traducciones de nombres propios y de lugares que, en los libros para adultos, normalmente se dejan tal como vienen, mientras que en libros infantiles y juveniles a veces es necesario traducir. Ciertas editoriales exigen un tratamiento especial de los nombres, los quieren todos traducidos o todos sin traducir, etc.
Yo solamente traduzco lo que es necesario para la comprensión del texto y del argumento. Aunque los nombres aludan a otros significados, los sigo dejando como en el original.
La traducción infantil y juvenil no es ni más ni menos complicada que la de libros para adultos. Hay ciertos requisitos, claro: hay que tratar a los niños de “tú”, porque es a lo que ellos están acostumbrados, pero hay que ir con cuidado con los diminutivos. Pero como mis libros han sido casi todos de fantasía y bastante voluminosos, no he tenido que recurrir al lenguaje puramente infantil. De momento no tengo nada más que decir; ya intervendré luego con más comentarios. Ahora cedo la palabra.
ANA MARÍA NAVARRETE: Gemma Rovira estudió Filología Hispánica en la Universidad de Barcelona e inglés en el Instituto Británico. Desde 1988 se dedica casi exclusivamente a la traducción literaria del inglés al castellano. No fue su especialidad la literatura infantil hasta que se topó con los volúmenes quinto y sexto de Harry Potter, por lo cual tiene mucho que decir, porque además comenzó a traducir una serie en el volumen quinto y eso es bastante peculiar y de dificultad especial.
GEMMA ROVIRA: Hola a todos. Pues sí: en este caso mi experiencia es atípica porque yo había traducido algún libro de literatura infantil y juvenil, pero cosas muy cortitas y muy pocas, así que me encontré con esto y como la serie ya había tenido mucho éxito había una gran expectación, todo el mundo estaba muy pendiente del próximo volumen.
Coincido con Hernán y con Ana María: yo también empecé abordando la traducción de un libro dirigido a un público muy joven como habría abordado cualquier otro libro: con el rigor de siempre, con el respeto de siempre y, en este caso, un poquito más porque había más presión (también en los plazos de entrega, esos plazos que nos tienen a todos martirizados siempre). La corrección abarcaba hasta el último detalle y yo era muy consciente, desde el comienzo, de que iban a mirar cada coma.
También debe añadirse el hecho de que la serie Harry Potter, como sabéis, no la leen únicamente niños, también la siguen muchos lectores adultos.
Con respecto al hecho estricto de que traducía para niños lo he tenido muy en cuenta; quizá no al principio, pero sí a medida que iba reflexionando. Son libros muy largos, por lo menos los que me han tocado a mí, y te sumergen en ese mundo fantástico o semifantástico durante mucho tiempo y con mucha intensidad. Y poco a poco van surgiendo las preguntas: para quién escribo, cómo escribo… Y en cuanto a la figura del lector, piensas: “A ver, ¿los niños verdaderamente leen? ¿O compran el libro y lo cuelgan en la estantería? Y los niños que lo leen ¿verdaderamente lo entienden?”. En efecto, es un libro que tiene una complejidad muy considerable, y uno se esfuerza por encontrar el giro justo, por descubrir anagramas, por hacer juegos de palabras, por mantenerlos, darles la vuelta, buscar una solución. Y te dices: ¿Verdaderamente lo asimilan? ¿Esto les llega? Gracias a todas estas preguntas, tomé la decisión de escribir para la franja del lector juvenil e infantil más exigente o más dotado, escribir lo mejor que yo pudiera y para ese publico que verdaderamente lo va a captar todo directamente o lo va a captar por el contexto; se va a molestar en preguntar a sus padres lo que no entienda o va a acudir al diccionario…
En estos libros hay muchas referencias mitológicas, por ejemplo, muchas palabras cultas, muchos latinismos y latinajos, infinidad de juegos de palabras, así como una marcada intención de distinguir el lenguaje coloquial que utilizan los alumnos, los personajes principales entre ellos, del lenguaje que utilizan los profesores, que representan el mundo adulto. Esto brinda la oportunidad de que ambos lenguajes, el culto y el coloquial, coexistan en el libro, y de que la lengua ayude a diferenciar a los personajes por la manera en que se expresan.
Y aunque en general los niños aún leen poquísimo, no hay que desistir, tenemos que seguir luchando. Como traductores, aún tiene que ser mayor el empeño ¿no? A veces te preguntas por qué nos empeñamos tanto en que lean: tal vez porque seguimos firmes en la idea de que desarrollar la imaginación tiene que ser bueno, tiene que ser bueno para enfrentarse a la vida más adelante, tiene que ser bueno para tener más recursos, para resolver conflictos. Y después, en un plano más práctico, aprender a leer te enseña muchas cosas más, leyendo los niños aprenden a concentrarse y aprenden a pensar, como decía Ana María. Los maestros se quejan de que los niños no entienden los enunciados de los problemas de matemáticas: evidentemente, si no saben leer, difícilmente entenderán los problemas y los podrán resolver. Todo va muy unido en este mundo.
Yo creo que los traductores debemos insistir en que vale la pena que a los niños, a las generaciones que avanzan, nuestro trabajo les llegue con la máxima calidad, para que ellos vean que los autores y los traductores tenemos un respeto por su figura.
ANA MARÍA NAVARRETE: Pues damos la palabra a Marilar Aleixandre, narradora, poeta, traductora. Usa el gallego como lengua literaria. Profesora de la Universidad de Compostela. Cuenta en su haber con varios premios a su obra como escritora, el premio de la Crítica de Galicia del año 95, el premio Álvaro Junqueiro en 1998, el premio Lazarillo de en 1999, que es el premio más importante de literatura infantil, para los libros publicados en España y en los países hispanoamericanos. En mayo del 2001 obtuvo el Lecturas, premio que votan los jóvenes de las bibliotecas gallegas, por su novela juvenil La banda sin futuro, y ha traducido el primer volumen de Harry Potter al gallego, después de publicar una critica feroz a la primera traducción al castellano.
MARILAR ALEIXANDRE: Muchas gracias por la invitación a participar en esta mesa. Yo creo que los autores y traductores somos ladrones de ideas. Cogemos ideas de otros y luego les regalamos nuestras palabras, para envolverlas. Para mí traducir es una de las facetas del oficio de escribir. Lo primera que hice como traductora fue The Hunting of the Snark, de Lewis Carroll. Cuando uno se enfrenta a la escritura, como autora o traductora, no existe diferencia entre literatura infantil y literatura de adultos. En este aspecto, mi opinión sobre las editoriales no es muy buena, porque muchas veces no se les exige el mismo rigor a las traducciones de literatura infantil que a las traducciones de literatura para adultos. Esto fue lo que ocurrió con la traducción del primer libro de la serie sobre Harry Potter, Harry Potter y la piedra filosofal. Yo escribí un artículo en la revista Clij sobre este trabajo. Destacaré algunos aspectos para que os hagáis una idea de cómo está traducido ese libro, aspectos que revelan hasta qué punto en la editorial pasaban olímpicamente de si la traducción era, no digo ya literariamente fantástica, sino inaceptable.
Había trozos que estaban sin traducir, cruciales para comprender el libro. Si lo habéis leído, recordaréis que hay un espejo llamado en inglés “el espejo del Deseo”: en la traducción se dejaban en inglés tanto el nombre del espejo como el propio texto, escrito al revés, tal como hablan los espejos. Todos los que hemos leído a Carroll sabemos que los espejos hablan al revés ¿no? Pues estaba escrito al revés y con las palabras partidas aleatoriamente: quedó en inglés en la traducción al castellano.
El sapo de Trevor se convirtió en tortuga: supongo que a la traductora le habrá parecido una guarrada lo del sapo ¿no? Dark arts es magia negra y posee una resonancia literaria que no equivale en absoluto a “artes oscuras”, tal como lo tradujo esta señora haciendo un mero calco. Entiendo que si el libro hubiese estado dirigido a los adultos, estos gazapos no habrían pasado.
Se me ocurre que las editoriales no tratan de la misma manera un libro infantil que un libro para adultos porque deben de pensar que los niños son un poco tontos. Se advierte también en cómo cambian los títulos a los libros. Tuve ocasión de hablarlo con los editores de la trilogía de Philip Pullman: el primero de los volúmenes debería llamarse Aurora boreal; se llama, sin embargo, Luces del norte, un calco de Northern Lights. Según me dijo uno de los editores, un día en que yo se lo eché en cara, “Claro que a lo mejor a los niños eso de aurora boreal…”. El segundo, cuyo título, en traducción literal, es La daga sutil o El cuchillo sutil, un cuchillo que abre ventanas a otros mundos, acabó llamándose simplemente La daga, le quitaron el adjetivo “sutil” y se quedaron tan anchos.
Mi parte de bióloga me lleva a mirar los nombres de plantas con mucha atención y estoy a punto de que me salga un sarpullido cada vez que veo wild traducido como “salvaje”, cuando en castellano existe la palabra “silvestre”. Además de eso, tenemos en castellano y en gallego, que es la lengua a la que yo traduzco, nombres vernáculos, nombres patrimoniales para las plantas, que muchos traductores se saltan olímpicamente «porque son de letras» (es lo que quiero suponer). Por otro lado, la cultura científica en este país tiene mucha menos predicamento, quiero decir que si alguien no sabe quién es Cervantes es un troglodita, pero resulta normal que alguien no sepa distinguir un roble de un plátano. Por ejemplo en un libro precioso, muy bien traducido por un escritor, La novia del bandido de Eudora Welty (editorial Siruela), wild plum aparece traducido como “ciruelo silvestre”. Al menos utilizó el adjetivo “silvestre”, pero esa planta no es otra que el “endrino”, de gran resonancia literaria en España. Los personajes de la novela hacen el amor por primera vez bajo un endrino.
Indigo se traduce sistemáticamente por “índigo”, un calco del inglés, cuando en realidad el término castellano adecuado es “añil”. Asfodelus: la palabra “asfódelo” no existe; ahora la han importado y se llama “gamón”. Los menhires “Astérix» y «Obélix” en castellano se podrían llamar, por ejemplo, “piedra hita”. Me resisto a la colonización cultural, creo que debemos resistirnos.
Otra de las cuestiones que debemos resolver son las variantes de registro. Por ejemplo, en La Caza del Snark, de Lewis Carroll, historia de una tripulación improbable que se embarca a buscar un animal inexistente, hay un momento en que el capitán repite una frase de Nelson en Trafalgar: England expects that every man will do his duty, “Inglaterra espera que cada hombre cumpla con su deber”. Decidí en este caso acudir a la expresión “Más vale honra sin barcos…”, en gallego, de Méndez Núñez.
En el caso de Harry Potter —y seguramente Gemma Rovira se habrá enfrentado al mismo problema—, hay personajes que hablan un inglés bastante diferente y ello exige buscar fórmulas equivalentes (en mi caso en gallego) para conservar los juegos de palabras, las aliteraciones. Sabéis que en Harry Potter hay continuamente referencias al tiempo en que mandaba Voldemort, las Dark ages, los años oscuros, años de mucha represión. Entonces se me vino a la cabeza el título de la obra del poeta Celso Emilio Ferreiro, Longa noite de pedra, libro sobre el franquismo.
Harry Potter se tradujo al gallego en 2001. Por desgracia, en ese momento la Warner ya tenia el copyright de todos los nombres propios de los personajes así como de las referencias a festividades, así que, después de hacer la traducción, me llegó una larguísima carta de la editorial con un montón de folios, que seguro que Gemma también tiene, diciendo: “Esto es lo que estaba traducido al castellano en la primera edición y todo lo que no esté traducido no lo puede traducir”. Me encontré con que “Halloween”, que en gallego equivale a “samain”, no lo pude traducir. Lo mismo ocurrió con el perro de tres cabezas, Fluffy, cuyo nombre podría haber sido “dondiño”, blandito. Hubo algunas cosas que dejaron traducir, por ejemplo los nombres de los diferentes elfos y trasgos: intenté para cada uno de ellos buscar un nombre que se correspondiera con los múltiples seres de este tipo que habitan el subsuelo gallego. Entonces a los elfos domésticos tipo Dobby los llamé “trasgos”; los goblins, “sumicios”; y a los boggies —que son los más malos— los llamé “sacaúntos”, el “Sacamantecas” castellano. En conclusión, como decía antes, desde el acto de traducir hacer nuestra pequeña resistencia a la colonización cultural….
PÚBLICO (MARIO MERLINO): Nos has dicho una cosa muy interesante y creo que con ella has metido el dedo en la llaga: si un traductor dice que es de letras mejor que no se dedique a la traducción. Porque es fascinante descubrir nombres de plantas o de animalitos. Aunque uno no los conozca, aunque uno no sea biólogo, aunque uno no conozca ni el árbol, ni el animal ni el autor, descubrir solamente el nombre preciso es ya una aventura, la aventura del descubrimiento desde el punto de vista de la traducción, así como lo es encontrar una palabra nueva que te viene justa para el texto que estás escribiendo. Así que un traductor no debería decir: “Ah, yo soy de letras. Lo siento, lo siento”, puesto que en una novela cualquiera, sea infantil o de adultos, te vas a encontrar con que la literatura reúne varios lenguajes al mismo tiempo.
Esto se conecta con algo que dijo Gemma, que me pareció interesante: que los chicos muchas veces no entienden el enunciado de un problema. En cuanto a la relación entre arte, literatura y ciencia, leer no es sólo desarrollar la imaginación sino también entender lo que dice el enunciado. O, dicho de otro modo, la imaginación también está activa cuando leemos un enunciado científico.
MARILAR ALEIXANDRE: “Yo soy de letras” me lo dijo realmente un escritor, un individuo que hace poesía e incluye en sus textos muchos nombres de plantas. Un día yo iba con él por el campo y le decía: “Eso es el saúco” y él, que lo usa en un montón de poemas, en gallego “sabugueiro”, respondió: “¡Ah!, no me digas que eso es el saúco”. “Pero si lo tienes en varios poemas”, y dijo: “Sí, porque es una palabra muy bonita, pero nunca había sabido a qué planta correspondía porque yo soy de letras”.
MARIO MERLINO: Me parece importante lo del encantamientos a través de la palabra: no sabemos qué quiere decir pero nos encanta. Se corresponde con esa otra aventura que Ana Pelegrín llama La aventura de oír.
ANA MARÍA NAVARRETE: Si queréis, y de eso no hemos hablado, podemos reflexionar sobre la importancia de leer en voz alta, que hay muchos libros, sobre todo los de primeros lectores aunque no sea poesía, escritos para leer en voz alta. El niño a lo mejor no es lector todavía y hay que jugar con la sonoridad, con la musicalidad del lenguaje, que es importantísimo, de ahí que no valga cualquier manera de trabajar.
MARIO MERLINO: Solo una cosita de después ya no hablo más…
ANA MARÍA NAVARRETE: Sí que puedes hablar, además tú has traducido muchos libros para niños.
MARIO MERLINO: Con respecto a mi experiencia en la traducción de libros infantiles, muchos editores insisten en que hay que evitar las palabras difíciles, porque se supone que los niños son tontos. Hay que dejar abierto el campo de la sorpresa, no sólo siguiendo el consejo tradicional: “¡Búscalo en el diccionario, no seas holgazán!”, sino por la maravilla que implica enfrentarse a una palabra nueva.
GEMMA ROVIRA.: Yo me encontré en la situación a la que se refiere Mario al principio y, después, con el volumen sexto. Tengo clarísimo que hay niños tontos, pero los niños, en general, no son tontos. No son tontos y, además, no les gusta que se los trate como a tontos. Con esta serie en concreto, después de los dos primeros volúmenes la cosa se va complicando, se vuelve de una complejidad argumental enorme, y tiene un nivel léxico bastante elevado que, al principio, me dejaba asombrada. Yo pensaba: «Sí, pero los niños van a ver las películas y esto no se lo leen», pero luego he visto que se saben los libros de memoria. Yo he ido a dar una charla a chavales en una biblioteca y, al final, la persona que lo organizaba tuvo que hacerlos callar, no paraban de preguntar detalles: me preguntaban cosas y a veces me pillaban en falso; les hacía yo preguntas para pillarlos a ellos y no había manera, algo increíble, lo sabían todo y ya íbamos por el quinto libro.
Y, verdaderamente, están capacitados para seguir un hilo argumental tan complicado, porque yo confieso que cuando empecé a leerlos tuve que releer algún volumen anterior porque tenía alguna laguna. Pues los niños o están capacitados para entender la complejidad léxica o no vale la pena confiar en ellos. Muchas veces, en el quinto volumen, los editores me decían: “Cuidado con el léxico, que es muy elevado”. Y yo contestaba: “No lo voy a bajar; si lo queréis bajar después, bajadlo, pero yo no lo haré”.
PÚBLICO (Celia Filipetto): Yo no sé quién tradujo los anteriores, antes de que te encargaran a ti el quinto. ¿Y tú sabes por qué cambiaron de traductores?
GEMMA ROVIRA: Pues mira, no lo sé. Tampoco he indagado mucho por respeto a mis colegas. Sé que hubo problemas, como es evidente y todo el mundo lo sabe, con el primer volumen. Quizá se tradujo en un momento en el que no se esperaba que este libro fuera el bombazo que luego fue y los pilló un poco desprevenidos. Yo os aseguro que la situación se ha corregido, porque yo no he trabajado con presión ni me he sentido incómoda. Y con el segundo, tercero y cuarto hubo también algún problema, quizá no se unificó suficientemente el criterio, quizá a mí me habría gustado un poco de trabajo en equipo al principio, de marcar muy claro las líneas. El problema que tú tuviste con los nombres propios, Marilar, imagínatelo en mi caso, multiplicado por cuatro: me he encontrado no sólo con nombres propios sino con toda la nomenclatura del mundo fantástico, los nombres de las criaturas mágicas, los nombres de las pociones, ingredientes de las pociones, de fenómenos y hechizos…
MARILAR ALEIXANDRE: Gemma, eso debería ser pócimas. También lo planteaba en el artículo de la revista Clij. Hablando de magia, “pócimas”, igual que magia negra, tiene más resonancia literaria. A mí «poción» me suena a una cosa de hacer gárgaras o para los dientes; me suena a ese tipo de cosas. Pero claro, tú ya lo tenías empezado…
GEMMA ROVIRA.: Sí, tenía que respetar unos glosarios; por suerte, también he podido introducir términos nuevos. He tenido ocasión porque los libros son muy largos, pero, en realidad, era mucha la cantidad de información que ya venía dada, que se tenía que respetar.
HERNÁN SABATÉ: Traduje, hace muchos años, unos relatos de Stephen King escritos cuando él era muy joven y firmaba con pseudónimo. Ahí me encontré con uno de los problemas más grandes de toda mi carrera: el argot adolescente. Él era casi adolescente y utilizaba el lenguaje de los adolescentes de su tiempo y supongo que propio de Maine, o de Nueva Inglaterra, un argot muy cerrado y muy estricto que solamente dominan esos hablantes y nadie más. Ésa ha sido una dificultad muy importante. Primero de comprensión, porque de entrada no hay claves y yo lo hice en tiempos en los que no había Internet, con lo cual era todavía más difícil, y si no perteneces a este grupo prácticamente no te enteras. Y luego estaba la dificultad de encontrar unos equivalentes en castellano o ver qué solución se podía adoptar: si simplemente neutralizar el texto y ofrecerlo en un castellano neutro o ir a buscar un argot correspondiente. Ésta es una cosa que también debe plantearse, discutir qué hay que hacer en estos casos. Qué tipo de argot adolescente se va a buscar porque, probablemente, no es el mismo el de un sitio geográfico que el de otro. Y, sobre todo, lo lejos que nos queda a los adultos… Tal vez hay que coger a unos niños, por ejemplo, y preguntarles: «¿Cómo dirías esto?»
Este problema del argot y de las jergas es un punto difícil en los textos para jóvenes.
PÚBLICO: Efectivamente: estos libros desaparecen porque ya nadie entiende el argot del libro…
HERNÁN SABATÉ: Además el argot juvenil cambia permanentemente y el de hace cinco años ya no sirve ¿no?
PÚBLICO: Yo quería preguntar una cosa: los niños no leen y sin embargo las cifras de libros de carácter infantil editados en España es muy alta: ¿cómo se entiende?
GEMMA ROVIRA: Sí, sí, este misterio no lo he resuelto, no lo he resuelto. Yo sé por los padres, porque tengo hijos en edad preadolescente, y sé por los maestros que los niños no leen, no hay manera…
MARILAR ALEIXANDRE: Yo no estoy de acuerdo con esto, yo creo que es un tópico estadístico. Lo que pasa es que hay una serie de tópicos, que a fuerza de repetirse, la gente se los acaba creyendo. Lo dice Lewis Carroll en una frase de este libro: “Lo que digo tres veces es cierto”.
GEMMA ROVIRA: Ojalá, ojalá.
ANA MARÍA NAVARRETE: Vamos a ver una cosa: hay un período en el que sí leen bastante, que es en la infancia. El problema viene a partir de los 14 años, entre los 16 y los 18, entre otras cosas porque se vincula la lectura a la tarea escolar. En España hemos hecho algo muy mal con muy buena intención: introducir la literatura infantil en las aulas; de ahí que muchas ediciones de libros infantiles tienen su guía de lectura, hay ediciones escolares de determinadas obras., etc. No creo es que se haya preparado al profesorado suficientemente para introducirlo en el aula; es decir, lo han cogido con toda la mejor intención del mundo, lo ha introducido en el aula y lo ha empezado a evaluar de manera tradicional.
A un niño de ocho años la evaluación a lo mejor le da igual, si se lo ha pasado bien leyendo el libro; a esas edades son muy permeables, les gustan mucho las aventuras. Según van creciendo, desafían al profesor: “Que el profesor me dice que lea, pues no quiero leer”. “Me va a poner una nota, pues no me da la gana”. Ahí en la adolescencia donde se establece realmente la franja en la que hay un problema de lectura, pero porque no se ha dado con la manera de hacerlo bien.
Habría que separar la lectura por placer del trabajo sobre un texto literario en clase de lengua. En este caso, habría que coger un texto de diez líneas y decir: vamos a ahondar aquí en este problema sintáctico, en estas construcciones, etc. Otra cosa es leer de forma lúdica, cosa que debería desembocar en unas actividades mucho más creativas, por supuesto.
Y habría que sacar ahora mismo del aula la literatura infantil y empezar a trabajar desde las bibliotecas: claro que el sistema bibliotecario en nuestro país anda un poco cojo. Si la lectura viniera de ahí y se viera apoyada desde la familia sería sin duda mejor aceptada.
Yo veo que lo fundamental para la lectura en la adolescencia es desvincularla del área de Lengua, que tampoco leer es sinónimo de área de Lengua, porque también podrían leer en Historia o en Matemáticas.
MARILAR ALEIXANDRE: Creo es que hay un montón de tópicos sobre esto, porque la estadística, además, muestra que la franja de edad que más lee es justamente en torno a los 16 años, me parece.
Lo que pasa es que hay que tener en cuenta varias cosas:
Punto numero uno: el papel de la familia, que, como decía Ana María, es fundamental, pues hay muchas casas donde el único libro que tienen es la guía de teléfonos y punto. Hay muchos señores que vienen con el Marca bajo del brazo y me dicen: “Es que mi hijo llega a casa y no lee”…. A mí me ha pasado, porque he estado en un instituto antes que en la Universidad. Seguro que el Marca es lo único que leen en todo el año. Y te dan ganas de decirle: “¿Tú lees algo?”
En segundo lugar, las bibliotecas. Por lo menos en Galicia, con la dispersión de población que hay, las bibliotecas son casi inexistentes. Sin ir más lejos, en Santiago de Compostela, en la capital de Galicia –os resultará raro creer esto– no hay una sola biblioteca publica, municipal o estatal. Hay muchas bibliotecas de la Universidad, lo cual quiere decir que libros académicos hay muchos; hay excelentes bibliotecas de la Universidad con unos fondos de códices increíbles. Pero ahora está en construcción, por primera vez, una biblioteca pública. Pero en los pueblos, porque voy mucho a colegios que están leyendo libros míos, cuando preguntaba si leían, me decía el profesor: “Es que aquí, en todo el todo el Ayuntamiento, no hay una biblioteca pública, y la única que hay que es la de un colegio. A los niños de aquí, como la población está dispersa, tendrían que llevarlos sus padres en coche a un sitio que esta a 20 km.”.
A veces les estamos pidiendo a los niños que lean cuando las condiciones no son, por ejemplo, las de Francia, donde llevan mucho tiempo trabajando en eso. Esto no se improvisa de la noche a la mañana ¿no? No se les puede echar la culpa a los niños de que no lean.
ANA MARÍA NAVARRETE: Es que cabe preguntarse si los adultos leen. Porque el problema es mucho más profundo y, de hecho, los libros se venden, se venden 37 millones: esos 9.000 libros que se publican al año se convierten en 37 millones de libros vendidos, así que habrá que agradecerle a la autora de Harry Potter por haber hecho niños lectores como hizo Enid Blyton en su día o Emilio Salgari. En España es un fenómeno que nos pilló desprevenidos, no sabemos por qué, porque ya había triunfado en Inglaterra y en Estados Unidos. Según cierta crítica, no se puede leer Harry Potter porque no es suficientemente literario, aunque su autora tiene toda la mitología, toda la tradición de la literatura fantástica inglesa a sus espaldas y mucho más. Hay que agradecerle que niños, desde los 7 años a los 17 o 19, que no leían nada, se lo estén leyendo. Después podrán leer otras cosas; no van a empezar, no se van a hacer lectores leyendo un clásico puro y duro como La Celestina, que les ponemos en primero de bachillerato, de entrada, según llegan de vacaciones.
Por otra parte, aquí tampoco hacemos lo que hacen en otros países, que es sintetizar las grandes obras, cosa que hacen mucho en Francia para que desde pequeños vayan conociendo lo que son sus mitos literarios, su propia cultura literaria. Con el tiempo se van adentrando en ese mundo literario que ya no les resulta tan desconocido.
Nosotros entramos de sopetón, con 16 años: «¡La Celestina, primera evaluación!» Desde luego, es lo mejor que podemos hacer para que dejen de leer.
Yo tenía unas batallas sonadas en el seminario de mi colegio y he tenido batallas cuando en los años ochenta estaban leyendo las traducciones de Hernán de Elige tu propia aventura. Claro que no es alta literatura, en absoluto, pero querían leer lo que estaba de moda. Vamos a leerlo, pues, vamos a analizarlo, vamos a comentarlo y mira, luego hay otros libros de aventuras que son así y entonces ya das el paso siguiente. Así ven que tú no rechazas su mundo.
MARIO MERLINO: Quería reivindicar algunas experiencias aisladas… Por no ponernos demasiado apocalípticos, creo que hay experiencias estimulantes. Hablabais de las bibliotecas: evidentemente en la capital… en el Madrid de los años ochenta, por decir algo, se hacen experiencias de animación a la lectura, con Marina Navarro como una de las responsables visibles. Son 25 años de trabajo duro, arduo, pero deben tenerse en cuenta estas experiencias y tal vez imitarlas en otros sitios. En Sanlucar de Barrameda, tuve la oportunidad de estar en un recital de poetas iberoamericanos organizado por un profesor de instituto. Los chicos asistían a los recitales e incluso aplaudían después de la lectura de ciertos poemas.
Que son prácticas que hay que tener en cuenta, mucha gente confunde la solemnidad con el rigor, una cosa es ser riguroso y otra es ser solemne. La literatura no puede ser solemne, se convierte en una lata absoluta. A mí siempre me ha gustado la literatura, pero recuerdo profesores que lo único que hacían era estropear la belleza y el placer del texto. Cuando uno se pone solemne directamente anula la riqueza que pueda tener un texto literario.
PÚBLICO: ¿Y qué hay de la influencia de los criterios comerciales de los editores en las lecturas que se imponen en los colegios?
ANA MARÍA NAVARRETE: Sí, sí, existe todo lo que acaba s de decir y has dicho una cosa muy importante, que los comerciales muchas veces marcan la pauta de ventas en los colegios. Hay problemas, a veces, con las editoriales, incluso casos de manipulación del texto, pero, más que nada cuando se mandan a hacer textos por encargo. Años atrás estaban de moda las asignaturas transversales: libros para temas muy específicos como la igualdad, la paz… Yo no sé si en estos casos el escritor ha podido explayarse lo suficiente, ser suficientemente creativo.
Se han hecho cosas que no eran nada divertidas, excesivamente didácticas. El niño ese didactismo lo rechaza porque ya lo tiene en el libro de texto. Volviendo a Harry Potter, es un fenómeno importante porque rompe absolutamente todos los esquemas de lo que es la literatura infantil. El primer esquema que rompe es el de la extensión: nadie pensaba que un niño pudiera leer, con nueve o diez años, unos libros tan sumamente extensos. Rompe además con muchos otros criterios acerca de lo que tiene que ser lo que hay que escribir. Cuando un libro es creativo, ingenioso, les encanta: a los niños, en el fondo, les pasa lo mismo que a los adultos. Nos creemos que son especiales y no es así: una cosa es que tengan su literatura específica y otra cosa es que les pasa lo que a nosotros, que hay lecturas en las que entran y en otras de ninguna manera, porque no les dicen nada más que lo evidente.
MARILAR ALEIXANDRE: Yo estoy totalmente de acuerdo en que el papel de la escuela es positivo. Me opongo al discurso que culpa de todo a la escuela, porque sin la escuela los niños no podrían leer. Es que esto parece una obviedad, pero nadie lo dice. La generación anterior no leía, simplemente porque era analfabeta, no han tenido esa posibilidad. Pues se sabe, pero a veces parece que la escuela es centro de todos los males…
Por supuesto que en las bibliotecas y en las escuelas hay experiencias maravillosas; en Galicia hay pocas bibliotecas, pero las que hay hacen sin duda cosas preciosas.
MARIO MERLINO: Es un mensaje para que no nos hundamos en la desesperación. Que sean otros los que sigan regodeándose en las “calamidades” educativas.
MARILAR ALEIXANDRE: Y otra cosa: como yo he estudiado en los años cincuenta, puedo decir que es mentira que antes la enseñanza de la Literatura fuera mejor: era un bodrio. Yo estudiaba en un colegio teóricamente estupendo, pero el libro de literatura sólo tenía resúmenes de las grandes obras y no leímos ningún libro entero. Y en clase de costura nos leían Fabiola, otro bodrio. Entonces no era mejor sino todo lo contrario. Yo leí La Ilíada a los 14 años porque me dio la gana, estaba en mi casa y en mi casa se leía mucho, pero nadie me mandó leerla. Y, encima, a la profesora le puse mil millones en vez de mil billones en el examen y me bajó medio punto…
Con respecto a las editoriales, tuve una discusión con un editor acerca de un libro mío, como autora, no como traductora. Se trataba de un personaje malo en un libro para niños de once años; para mostrar lo malo que era el malo, yo contaba que tenía en su castillo un conejito chorreando sangre. El editor decía que era demasiado y, después de mucho conversar y de referirme a que los niños encienden la tele y ven gente destripada todo el día, le respondí: “Pues mira, es que éste es un malo malísimo y yo tengo que mostrarlo narrativamente”. Su línea de defensa se acababa en: “Pero que, por lo menos, sea un conejo, no un conejito…”
HERNÁN SABATÉ: Antes de terminar, querría señalar dos aspectos ligados a la técnica de la traducción. Para los niños, con más razón cuanto más pequeños sean, es absolutamente fundamental la coherencia interna de la narración: si los calzones de un personaje son verdes en la página 24, no pueden ser pardos en la 2.300 porque se fijan justo en ese detalle.
El otro aspecto es la puntuación. He visto en lo que escriben que los jóvenes puntúan fatal. Sería recomendable dar, en las traducciones, un orden sintáctico más claro, no complicar más allá de lo imprescindible. Incluso muchas veces es preferible partir las frases, partir una frase larga y convertirla en dos frases. Así entenderán mejor el sentido y lo asimilarán mejor.