La figura del traductor como personaje en la novela: Corazón tan blanco y El viajero del siglo, Lorena Paz López

Artículo de Lorena Paz López publicado en VASOS COMUNICANTES 45, otoño de 2014.

  1. Introducción

En los últimos veinte años se han venido publicando en España y en Hispanoamérica numerosas novelas cuyo protagonista es un traductor. Algunos ejemplos destacables del caso español son El jinete polaco de Antonio Muñoz Molina (1991) o Enterrar a los muertos de Ignacio Martínez de Pisón (2005). En cuanto al caso hispanoamericano, prepondera la producción de obras de este tipo en Argentina,tales como La traducción de Pablo de Santis (1998), El traductor de Salvador Benesdra (1998) o Historia del pelo de Alan Pauls (2010). Son varios los motivos que podrían dar explicación al auge de las novelas que tienen como protagonistas a traductores o intérpretes: en un mundo globalizado y en constante movimiento, en el que los países están cada vez más interconectados, la comunicación juega un papel fundamental, por lo que el traductor se convierte en un elemento central de nuestra vida diaria. El desarrollo tecnológico, jurídico, político y económico, así como la aparición en el mundo editorial de los mass media contribuyen a una necesidad de interactuar con otras culturas en las que no siempre se habla la misma lengua que la nuestra.

En el ámbito de la traducción literaria el desarrollo de la Traductología o los Translation Studies son una clara muestra de la importancia que ha venido ganando el papel de la traducción en las investigaciones de los siglos XX y XXI. Por todo ello, la figura del traductor ha ido emergiendo desde la invisibilidad a la que se encontraba relegada en los siglos anteriores hasta la obtención de un reconocimiento cada vez mayor, equiparándose a veces al estatus de creador y obteniendo también derechos mercantiles por las obras traducidas. Teniendo en cuenta que la traducción se ha convertido en una materia de actualidad y que muchos escritores ejercen también como traductores, parece lógico que estos sean los protagonistas de una cantidad considerable de obras.

En el presente estudio intentaremos abordar la cuestión de cómo influye la presencia del traductor o intérprete como personaje, y a veces también como narrador, en la novela. Para ello nos serviremos de las novelas Corazón tan blanco, del español Javier Marías (1992) y El viajero del siglo, cuyo autor es el escritor hispano-argentino Andrés Neuman (2009). Ambas novelas están protagonizadas por traductores y en ellas la traducción juega un papel fundamental, entrecruzándose con las tramas amorosas que recorren sus respectivos argumentos[1]. Se tratará, pues, de una aproximación a las características particulares que confieren este tipo de personajes a las obras literarias.

 

  1. Caracterización del personaje traductor

Existen ciertos rasgos comunes en la representación ficticia de este tipo de personaje. En primer lugar, se tiende a representar al traductor y, sobre todo, al intérprete como una persona viajera. Podríamos decir que es un personaje trashumante, que transita continuamente de un país a otro, aunque sea solamente durante estancias muy breves, y está en constante contacto con culturas diferentes a la suya. Esta comunicación intercultural puede darse de varias maneras, bien porque el personaje se mueve de un lugar a otro, porque al traducir textos de otros idiomas se empapa de las características de la cultura que los ha producido, o bien porque la labor de traducción se puede realizar en cualquier parte y eso permite a quien la ejerce cierta flexibilidad temporal y espacial muy propicia a la hora de viajar. Este último caso es el de Hans, protagonista de El viajero del siglo, traductor errante que se mueve de una ciudad a otra mientras trabaja como traductor literario: «Trabajo traduciendo, eso puede hacerse en cualquier sitio. Trato de no hacer planes y que la suerte decida» (Neuman, 2010: 119). Una visión más realista y no tan positiva es la que aporta Juan Ranz en Corazón tan blanco, traductor e intérprete de organismos internacionales que a lo largo de toda la novela presenta estos desplazamientos como estresantes y con una gran carga de trabajo.

Esta libertad temporal y espacial hace que el traductor sea un personaje cómodo para el narrador. Además, el protagonismo de un personaje que por su propio oficio es itinerante se presta a transmitir lo que Vittorio Coletti ha llamado «caratteristica transnazionale» de la novela contemporánea, la cual tiende a colocarse en una especie de «luogo intermedio, traduttivo» y refleja una aparente deslocalización de la literatura en el actual contexto globalizado[2]. Según este autor, las novelas de Javier Marías serían algunas de las más representativas de esta característica.

Otro rasgo que debemos destacar en la descripción del traductor es su caracterización como personaje dotado de una vasta cultura, principalmente literaria; no obstante en otras ocasiones encontramos referencias a otras artes y disciplinas. Lo más interesante de la representación del traductor como una persona culta es la gran cantidad de referencias y alusiones literarias con las que nutre sus experiencias vitales, llegando incluso a producirse una especie de paralelismo entre la situación que vive o describe el personaje y la obra a la que alude. Ello se lleva a cabo en ocasiones mediante la intertextualidad y en otros momentos a través de la mención de un determinado escritor o de un personaje novelesco. No nos detendremos en este asunto aquí, ya que este será tema central del apartado siguiente.

Continuando con la caracterización del traductor, Dirk Delabastita, en un artículo titulado Fictional representations en el que trata el tema de la ficcionalización de la tarea del traductor, destaca que este a menudo es representado como una persona de confianza, ya que los interlocutores y los lectores no conocen la lengua del otro y se fían de lo que este les comunica. Asimismo, debe ser un individuo leal y no traicionar en su traducción (en la medida de lo posible) el significado del original. Delabastita señala que el traductor en la ficción es retratado a veces como un ser que padece el trauma de vivir bajo la presión de traducir experiencias no siempre agradables y también de tener excesiva responsabilidad, como puede ser el caso de los intérpretes o traductores de representantes políticos[3]. Juan Ranz ilustra muy bien las exigencias que implica su oficio a lo largo de toda la novela, ya que trabaja en varios momentos como intérprete de altos cargos políticos y reflexiona en no pocas ocasiones acerca de la labor de traductor. El protagonista de Corazón tan blanco no siempre se comporta como una figura leal, ya que en una ocasión tergiversa la conversación entre una adalid británica y un dirigente español. A pesar de traicionar momentáneamente la deontología de su oficio, Ranz es muy consciente de las responsabilidades y dificultades que conlleva el trabajo de traductor, y destaca:

Hay que tener muy templados los nervios en este trabajo, más que por la dificultad en sí de cazar y transmitir al vuelo lo que se dice (dificultad bastante), por la presión a la que nos someten los gobernantes y los expertos, que se ponen nerviosos e incluso furiosos si ven que algo de lo que dicen puede dejar de ser traducido. (Marías, 2009: 154)

Persona viajera, poseedora de una gran cultura, figura de confianza que debe realizar un ejercicio de lealtad y responsabilidad; son características con las que habitualmente se retrata a los traductores en la ficción. A ellas debemos añadir un último rasgo que ha sido señalado por Miguel Sáenz; se trata de la soledad del traductor:

(…) si la profesión de escritor es solitaria, la del traductor, por lo menos el literario, lo es mil veces más. El escritor tiene que vivir para escribir. El traductor solo vive por persona interpuesta y la mayoría de las veces su vida no es más que un diálogo con los textos que ni siquiera son suyos. (Sáenz, 2013: 188)

Miguel Sáenz habla de la soledad del traductor en la vida real, pero esta soledad reflejada en la novela ofrece muchas posibilidades dentro de ella, ya que permite la introducción de numerosos pasajes introspectivos en los que los personajes reflexionan y dialogan consigo mismos mientras se encuentran solos durante sus viajes o ante el texto que deben traducir. La vuelta del sujeto y del mundo individual así como la autorreflexión son características de la novela de los últimos veinte o treinta años, que ha sido denominada «novela ensimismada» por Gonzalo Sobejano o «novela privada» por Mainer[4]. La soledad es un tema universal y atemporal, tratado desde muy antiguo, que la globalización y el auge de las nuevas tecnologías ha traído de nuevo a colación, ya que estas están directamente relacionadas con la sensación (paradójica) de la incomunicación, el aislamiento y la crisis interior que padece el individuo posmoderno; parece lógico, pues, que la literatura plasme estas cuestiones. Qué mejor personaje que el traductor, individuo cuya actividad laboral exige siempre soledad, para representar este sentimiento.

  1. Intertextualidad y transducción

La novela española de las últimas décadas se caracteriza por el uso abundante de la intertextualidad, entendida esta como «una relación de copresencia entre dos o más textos, es decir, eidéticamente y frecuentemente, como la presencia efectiva de un texto en otro» (Genette, 1989: 10). El estudioso Sanz Villanueva, pesimista e irónicamente, resalta el uso abundante de este recurso en la narrativa actual, a la que acusa de una cierta falta de compromiso social y una abundancia de motivos banales:

 (…) a ojos vistas se halla la preponderancia de un número tan limitado de esquemas narrativos que se cuentan con los dedos de la mano (…) relatos metaliterarios repletos de escritores que discursean acerca de la propia creación, que refieren las angustias de un escritor, que citan otros textos de manera velada o declarada y celebran la orgía de la inter o intratextualidad, pasto para profesores, en cuyo honor parecen escribirse muchas de las obras de ahora y no para el señor de la calle. (Sanz Villanueva, 2000: 260)

Si cambiamos la palabra escritor por la de traductor todas las novelas que estudiamos aquí encajarían dentro de esta estética metaliteraria (¿o metatraductora?). No podemos afirmar que la novela que «abusa» de la intertextualidad nace del protagonismo de los traductores, pero sí podemos considerar que este tipo de personajes se presta fácilmente a la inclusión de otros textos dentro de la obra. El personaje del traductor, conocedor de literatura, tiende a ilustrar sus reflexiones y sus experiencias vitales mediante la citación o alusión más o menos directa a los pasajes de algunas obras literarias, a personajes de la ficción narrativa, o a fragmentos de poemas. Estas alusiones y citaciones no suelen ser arbitrarias, guardan relación con la trama de la novela en la que se incrustan y, si los lectores logramos identificarlas, podemos llegar a percibir un significado más profundo de la obra que leemos.

La intertextualidad, pues, funciona como elemento enriquecedor del significado de la obra si el lector es capaz de captarla. En las novelas de las que nos ocupamos la relación con otros textos suele manifestarse explícitamente, casi siempre a través de citas, debido a que el personaje del traductor pone en evidencia, en la mayoría de los casos, el origen de la referencia. Por ejemplo, Juan Ranz en Corazón tan blanco cita un fragmento de A Grief Observer, diario del escritor C.S. Lewis, para describir la actitud que su padre tiene el día de su boda:

Hay un escritor llamado Clerk o Lewis que escribió sobre sí mismo tras la muerte de su mujer, y empezó diciendo ‘Nadie me dijo nunca que la pena fuera una sensación tan parecida al miedo’. Quizás era pena lo que se traslucía en la sonrisa de Ranz, mi padre. Es sabido que las madres lloran y sienten algo semejante a pena cuando se casan sus vástagos, quizá mi padre sentía su propio contento y también la pena que habría sentido mi madre, muerta. (Marías, 2009: 192)

Nuestro traductor utiliza una referencia literaria para explicar el sentimiento que cree que tiene su padre en esas circunstancias. Se establece de este modo un paralelismo entre el escritor Lewis y Ranz, ambos víctimas de la muerte de sus recientes esposas, y con el propio Juan Ranz, hombre recién casado a quien el matrimonio suscita reflexiones, dudas y miedos. Se refuerza así la tríada matrimonio-miedo-muerte, que será una constante a lo largo de la novela.

La intertextualidad como elemento que establece una relación paralelística entre el texto citado y la novela en la que se incluye es un fenómeno bastante frecuente[5]. Se utiliza como componente que carga de tensión la trama y suele darse en los pasajes en los que se describe la actividad translaticia, aunque no siempre es así. Un buen ejemplo lo hallamos en el capítulo cuarto de El viajero del siglo, cuando Sophie confiesa a su amante Hans que su prometido sospecha de la relación que ambos mantienen, por lo que deciden prudentemente reducir sus citas. En ese momento, sobre la mesa de trabajo de Hans se halla un poema de Heine que el narrador reproduce por completo. La composición rememora los momentos de felicidad amorosa de una pareja, como los que habían tenido Hans y Sophie, y describe también una ruptura sentimental (Neuman 2010: 444). Esta traducción sirve como vaticinio del triste final que tendrá la aventura de los dos traductores.

En ocasiones este paralelismo que se establece entre lo que se traduce y la vida del personaje traductor, expresado mediante la intertextualidad, ocupa un papel central en la novela, llegando a representarse incluso en lo que Genette denomina «paratexto», es decir, en todo lo que rodea al texto central (Genette, 1989: 11). Es el caso de Corazón tan blanco, cuyo título proviene de las palabras que Lady Macbeth pronuncia en la obra shakesperiana de homónimo nombre; concretamente se trata del momento que sigue al asesinato cometido por Macbeth tras la instigación de su mujer: «My hands are of your color;/ but I shame to wear a heart so white». Javier Marías incluye al inicio del libro esta cita y también su traducción al español. Durante una interpretación que Juan Ranz realiza para dos representantes políticos, una inglesa y otro español, tiene que traducir una cita de Shakespeare, cuya procedencia no recuerda: «The sleeping, and the dead, are but as pictures», o bien «Los dormidos, y los muertos, no son sino como pinturas» (Marías, 2009: 169). Un tiempo más tarde se acuerda de que esas palabras proceden de la tragedia Macbeth.

A raíz de esta rememoración el protagonista repite a lo largo de toda la novela numerosos fragmentos de esta obra, bien mediante citas explícitas o bien mediante alusiones, algo más difíciles de identificar.

La intertextualidad que se establece en la obra de Marías, primero a raíz de la traducción y luego a través de la rememoración de la obra de Shakespeare por parte del traductor, desempeña un papel esencial en la novela. Muchos críticos han señalado el evidente paralelismo entre la situación Lady Macbeth-Macbeth, Teresa-Ranz, Miriam-Guillermo. En las tres parejas la mujer, consciente o inconscientemente, incita al hombre a cometer un asesinato. También a través de la inclusión de los versos de Macbeth se produce un desdoblamiento y confusión entre varios personajes. La repetición de una misma acción llevada a cabo por varios de ellos, tanto de la novela de Marías como de la tragedia inglesa, da lugar a una confusión y provoca desconcierto e incertidumbre, que son temas centrales de la obra[6].

Relacionada con la intertextualidad está la aparición de lo que el teórico Doležel ha llamado «transducción» del texto literario. Esto es el proceso de transmisión y transformación de sentido en el que se prologan en el tiempo los textos, que se lleva a cabo en ocasiones a través de la intertextualidad. Según este autor la literatura sobrevive en el tiempo gracias a la transducción; este modo de transmisión puede producirse a través de la recepción crítica o a través de la adaptación literaria, entendida como el modo de procesamiento activo en el que un texto literario se transforma en otro texto literario (Martínez Fernández, 2001: 91-92). Esta última es la forma que nos interesa a nosotros, ya que dentro de la adaptación se incluye la actividad de la traducción. El traductor, a través de la mención de textos literarios dentro de la novela y mediante la interpretación que de ellos hace cuando se relata en la obra la actividad translaticia, está reviviendo esos textos y otorgándoles un nuevo significado, es decir, habla con la tradición y la actualiza. Aquí aportamos un ejemplo tomado de El viajero del siglo, en el momento en que Hans y Sophie revisan sus traducciones literarias:

¿Te das cuenta?, se encendía Sophie, ¡la oscuridad avivando la llama! En este poema de Shelley lo que brilla es el misterio, pero lo hace para alumbrar el pensamiento. Y el pensamiento humano, ese «human thought» al que no se lo oponen la emoción ni el amor, es a su vez alimentado por la belleza, ¿no es una maravilla? (Neuman, 2010: 305)

Este nuevo significado elaborado por el personaje del traductor será el que reciba el lector de la novela. Es decir, el traductor a través de su comentario marca una huella que afectará a la recepción de ese mismo texto por parte del lector.

La inclusión de un texto dentro de otro texto a través de las traducciones sirve, como hemos visto, para ilustrar las vivencias de los protagonistas a través del apoyo en la tradición literaria. Esta intertextualidad es, también, la forma en la que se produce el proceso de transducción, es decir, la pervivencia del sentido de una obra insertada en una tradición anterior y al mismo tiempo la renovación de ese sentido. Asimismo, la alusión a otros textos puede funcionar como elemento creador de paralelismos y multiplicador de significados en la novela. Es interesante resaltar que el elevado número de referencias a otras obras literarias está muy relacionado con que el protagonista de la novela sea un traductor ya que, como habíamos apuntado en el inicio, este es un personaje que por su trabajo y por su habitual carácter de persona culta se presta mucho a la aparición de la intertextualidad.

  1. Reflexiones derivadas del personaje y/o narrador traductor

En los libros protagonizados por traductores encontramos que a menudo la traducción ocupa un lugar central en las reflexiones de los personajes; son numerosos los momentos en los que el traductor hace referencia a su trabajo y reflexiona sobre él. En ocasiones este se convierte en una especie de obsesión que no deja en paz a los personajes, como ocurre en Corazón tan blanco:

(…) cuando comprendo no puedo evitar traducir automática y mentalmente a mi propia lengua, e incluso muchas veces (por suerte no siempre, acaso sin darme cuenta), si lo que me alcanza es en español también lo traduzco con el pensamiento a cualquiera de los otros tres idiomas que hablo y entiendo. (Marías, 2009: 132-133)

Tanto Juan Ranz como Hans coinciden al retratar el oficio translaticio como un proceso complejo, que va más allá de la concepción arcaica de la traducción como mero producto, como resultado de un traspaso mecánico de información desde una lengua A hasta una lengua B. El traductor debe hacer el esfuerzo de comprender profundamente el significado del texto que está traduciendo, para luego intentar verterlo a otra lengua procurando que este significado se asemeje lo máximo posible al del texto inicial. En el caso de la traducción literaria el proceso se complejiza mucho más, pues, como todos sabemos, en la literatura hay numerosos recursos fónicos, acentos, rimas que dificultan la adaptación, por no hablar de la belleza de la escritura, que deberá conservarse siempre. En El viajero del siglo la traducción literaria ocupa una posición privilegiada, ya que es uno de los temas más tratados en la obra, llegando incluso apoderarse en parte de las tertulias que tienen lugar en la casa del señor Gottlieb. En una ocasión, durante una de estas reuniones de intelectuales, el profesor Mietter, uno de los contertulianos allí presentes, afirma que no existe traducción literaria posible, pues esta siempre será infiel al sentido del original. La postura que defiende el profesor y la utilización no casual del término «infiel» nos remite a las «bellas e infieles» traducciones de la Francia del reinado de Luis XIV. Durante los siglos XVII y XVIII se consideraba que la vida social francesa y sus costumbres habían alcanzado una perfección tal que los elementos procedentes de otras culturas debían suavizarse y modernizarse. Entre estos elementos están las traducciones, las cuales debían manipular el original purificándolo de todo elemento extravagante o vulgar. Mietter representa una concepción anticuada de la traducción que se contrapone a la visión muy actual para la época (recordemos que la novela se ambienta en el siglo XIX) del traductor Hans. El protagonista responde al profesor con una intensa defensa de la traducción, afirmando que un poema traducido puede llegar a mejorar la calidad del original. Hans aboga por la moderna consideración de la traducción literaria como una obra en sí, que han defendido no pocos autores[7], y asevera que «ni siquiera el original tiene un sentido único, leerlo es también traducirlo» (Neuman, 2010: 317).

Esta concepción de la traducción (sobre todo la literaria) como proceso complejo y no como producto está muy influida por las teorías que han venido desarrollando desde las últimas décadas del siglo XX los Translation Studies. Estos estudios ponen de relieve la dificultad de este proceso traductológico, así como el carácter de producto original de la obra traducida y la importancia de la función cultural que esta desempeña. No hay que olvidar tampoco que los escritores de los libros de los que nos ocupamos son o fueron también traductores, por lo que en varios momentos estos personajes ficticios se nutren de la experiencia real de quien los ha creado[8].

Los personajes traductores tienden a desmitificar el carácter científico, exacto y fiable de la traducción, presentándola siempre como una actividad llena de dudas y de vacilaciones. Insisten en que no existe la traducción definitiva y subrayan el carácter engañoso de la lengua. El intérprete de Corazón tan blanco tergiversa la conversación entre dos jefes de Estado con lo cual no dispone de la lealtad que se espera en su oficio y transmite cierta desconfianza a los lectores. En el caso de la novela de Andrés Neuman, su protagonista, Hans, se ve obligado a modificar sus traducciones de los poetas libertinos franceses con el fin de que la editorial para la que trabaja no tenga problemas con la censura. Se expresa así la paradoja del traductor, quien es a la vez un elemento central en la comunicación, capaz de modificar y tergiversar discursos a su manera, y también un personaje con poca consideración social. Podríamos interpretar esta «caída del mito de la traducción representada en la novela a través de las reflexiones de los personajes como un reflejo de la incertidumbre posmoderna, del sentimiento de duda y del relativismo que caracteriza la existencia del ser humano actual.

Los traductores, como artesanos de la lengua que son, muestran siempre una gran sensibilidad hacia ella que se deja ver en numerosos comentarios a lo largo de la novela. El acento y la entonación de determinadas hablas o idiomas extranjeros, por ejemplo, son particularidades de la lengua a las que en traductor presta importante atención, así como los diferentes registros que se utilizan. En ocasiones el traductor no solo percibe ciertas peculiaridades lingüísticas, sino que realiza además comentarios y apreciaciones acerca de determinadas palabras y expresiones que le suscitan cavilaciones:

(…) solo nos sentimos respaldados de veras cuando hay alguien detrás, lo indica la propia palabra, a nuestras espaldas, como en inglés también, to back, alguien a quien acaso no vemos y que nos cubre la espalda con su pecho que está a punto de rozarnos y acaba siempre rozándonos, y a veces, incluso, ese alguien nos pone una mano en el hombro con la que nos apacigua y también nos sujeta. (Marías, 2009: 171)

Rita de Maeseneer señala, en su artículo dedicado a estudiar la traducción en Corazón tan blanco, que este tipo de sensibilidad ante la lengua es propio «de personas cuyo instrumento de trabajo es el idioma», tales como profesores de lengua, periodistas o traductores. De Maeseneer parece estar acertada, pues, aunque no siempre con la misma intensidad, en las dos novelas aquí estudiadas se hace hincapié en este tipo de cuestiones. En El viajero del siglo la atención que el traductor presta a la lengua es representada como algo puramente anecdótico, que prácticamente solo significa que quien trabaja con la lengua es conocedor de esta. Sin embargo, en Corazón tan blanco estas reflexiones son de índole más significativa y trascendental. Juan Ranz discurre constantemente acerca del idioma, de las palabras, de sus significados, de sus usos y, sobre todo, de su poder. Toda la novela se basa en el poder de acción de la palabra, es decir, en su performatividad[9]:

«Traducibles palabras sin dueño que se repiten de voz en voz y de lengua en lengua y de siglo en siglo», pensé, «las mismas siempre, instigando a los mismos actos desde que en el mundo no había nadie ni había lenguas ni tampoco oídos para escucharlas. Pero quien las dice no se soporta, las ve cumplidas». (Marías, 2009: 369)

Son las palabras las verdaderas protagonistas de esta historia, pues es a través de ellas que se instiga a las personas a cometer actos que no siempre llevarían a cabo de no haberlas escuchado. Y son esos actos ocultados durante años lo que Juan Ranz descubrirá, queriendo unas a veces y otras veces no, a lo largo del desarrollo de la trama. La relevancia de la palabra que transmite la obra no sería posible, o por lo menos no sería tan verosímil, si su protagonista no fuese alguien que dominase perfectamente el lenguaje como es un traductor.

 

NOTAS:

[1] Entenderemos la labor de la traducción en un sentido amplio, que engloba también lo que llamamos interpretación o traducción simultánea. Esta última es la profesión desempeñada por el protagonista de Corazón tan blanco.

[2] VITTORIO COLETTI, Romanzo mondo: la letteratura nel villaggio globale, Bolonia, Il Mulino, 2011, p. 65.

[3] DIRK DELABASTITA, «Fictional representations», en Mona Baker y Gabriela Saldanha (eds.), Routledge Encyclopedia of Translation Studies, Londres y Nueva York, Routledge, 2009, 2ª ed., pp. 109-112.

[4] Mª DEL PILAR LOZANO MIJARES, La novela española posmoderna, Madrid, Arco/ Libros, 2007, pp. 200-208.

[5] En la mesa redonda que tuvo lugar en Líber en el 2007, titulada «Novelas con traductor: el traductor como personaje literario», algunos traductores como Gemma Rovira y Daniel Najmías destacaron el interés que suscita la relación que se establece entre la novela misma y la novela que se está traduciendo. Concretamente estos estudiosos se referían a los libros Oxígeno, de Andrew Miller, y Willenbrock, de Christoph Hein. El texto se encuentra publicado en el número 40, año 2008, de esta misma revista.

[6]Este aspecto ha sido señalado y analizado por Rita de Maeseneer en el artículo «Sobre la traducción en Corazón tan blanco de Javier Marías», en Espéculo, nº 14, 2000. [En línea] Acceso 07/06/2013. http://www.ucm.es/info/especulo/numero14/jmarias.html

[7]Algunos estudiosos que han teorizado acerca de la cuestión de si la figura del traductor puede equipararse a la del autor y la obra original a la traducida son, como señalamos en otro apartado, Octavio Paz, George Steiner y Walter Benjamin.

[8]Javier Marías recibió el Premio Nacional de Traducción en 1971 por Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, del inglés Laurence Sterne. Por su parte, Neuman ha realizado la traducción al español de Viaje de invierno, cuyo autor es el alemán Wilhelm Müller; también ha vertido a nuestra lengua desde el inglés la novela El hombre sombra de Owen Sheers.

[9]Entendemos el término «performatividad» como el enunciado que constituye en sí un verdadero acto y que tiene como finalidad modificar la situación de los interlocutores.

 

Lorena Paz López (1991) es graduada en Lengua y Literatura Españolas por la Universidade de Santiago de Compostela con un máster en Estudios de la literatura y la cultura, especialidad en Teoría de la literatura y Literatura comparada (USC). Es redactora jefa de Cuadrante. Revista semestral de estudios valleinclanianos e históricos, asistente de edición de 1616: Anuario de Literatura comparada y miembro del grupo de investigación “MIGRA: Database of Migrant Writers in Iberian Languages”. Actualmente realiza su tesis doctoral sobre la novela global dentro del programa de Estudios de la literatura y la cultura de la Universidade de Santiago de Compostela. Artículo publicado en LL Journal.