El contrato digital, Mario Sepúlveda y Marià Capella

Reproducimos aquí la transcripción de la  mesa redonda  titulada «El contrato digital» en la que participaron Mario Sepúlveda,  Marià Capella y Carlos Fortea, como moderador, que tuvo lugar en el marco del encuentro IV Ojo de Polisemo en Barcelona, mayo de 2012, publicada en VASOS COMUNICANTES 44.

 CARLOS FORTEA: Buenos días. Vamos a contar ahora con la participación de Marià Capella, licenciado en Derecho por la Universidad de Barcelona, abogado especialista en propiedad intelectual, representante de numerosas empresas de este sector que nos ocupa y profesor de esta casa. A mi izquierda, Mario Sepúlveda, también abogado especialista en propiedad intelectual y en derechos del traductor; es asesor de distintas asociaciones, incluyendo la organizadora de este encuentro, y profesor del máster en Traducción literaria.

Como el título reza, vamos a hablar del contrato digital pero, evidentemente, el tema es por definición más amplio. El nuevo mundo de la edición está ahora mismo sometiendo a tensiones distintas al mundo editorial del que formamos parte todos, en una u otra posición, y yo creo, además, que está siendo objeto de numerosas incertidumbres. Con lo cual le pediría a Marià Capella que empezara justamente por plantearnos los desafíos del mundo digital para el sector editorial y empezáramos a hablar de en qué nos afecta, en qué nos trastorna o en qué nos ofrece posibilidades de futuro.

MARIÀ CAPELLA: El título de la mesa redonda hace referencia a los contratos digitales y, como no se trata de hacer una sesión técnica farragosa sobre derechos, modalidades y todas esas cuestiones, creo que lo que puede ser interesante es que os relate un poco cuál es mi experiencia: soy abogado de muy diversas editoriales y llevamos ya dos o tres años batallando intensísimamente con todas estas cuestiones. Os explicaré con quién batallamos y por qué.

Hubo una primera fase, hace dos o tres años, ante la inminencia de que tenían que pasar cosas (cambios en el mercado y en los hábitos, libros desbancados por explotaciones digitales), algunos editores conscientes empezaron a razonar que, si querían posicionarse en el ámbito de las explotaciones digitales, lo primero que tendrían que hacer era pensar en contratos de derechos. Así se iniciaron unos procesos de obtención de derechos digitales a los que seguro que después Mario Sepúlveda hará extensa referencia.

Cuando hablamos de explotación digital podemos referirnos a muchas cosas, pero en esta mesa nos vamos a centrar en temas de descargas, de streamings y de accesos; no vamos a hablar de explotaciones en soportes digitales, de print on demand ni de otras muchas cosas que tienen que ver con la edición digital.

Decía que este primer proceso de obtención, por parte de los editores, de derechos de explotación digital de aquellas obras o de aquellas traducciones de las que ya tenían derechos  fue un episodio más de un diálogo —o de una pelea, según lo queráis ver— permanente en el que estaban los traductores, los editores y sus representantes, para pergeñar un modelo que contemplara lo necesario para que después los editores pudieran llevar a término la explotación digital.

Y ahí vino la segunda parte de esta —ahora sí, yo creo— batalla importante que intentaré resumiros y explicaros. Un buen día, los editores empezaron a encontrarse con las grandes (y las pequeñas) plataformas digitales; muy al principio, unas cuantas plataformas españolas con cierta incertidumbre  y, después, ya entraron directamente las grandes: Google, Amazon, Apple, Kobo, Sony… Grandes plataformas que, como no tenemos la barrera de la mercancía, del producto, no tienen ningún problema en centralizar su operativa en cualquier país del mundo, poner los servidores en cualquier otro y repartir los ebooks por todas partes.

Y aquí voy a intentar contaros mi punto de vista sobre cuál debería ser la posición del editor respecto a estas plataformas: qué es lo que debería admitir y qué no. Obviamente, eso también condiciona lo que posteriormente autores y traductores deban o puedan hacer. O, dicho de otra manera, me gustaría hablaros de lo que piden las plataformas digitales, de una manera bastante reiterativa, en los contratos.

Aunque luego detallaré más, os diré qué tipo de condiciones nunca deben ser aceptadas y cuáles sí. Yo diría que a muy grandes rasgos y desde la perspectiva del editor (vosotros sabéis que hablar de editores como si tuvieran una opinión común no es exacto, los editores son casi tan dispares y diferentes como los propios traductores), y desde la perspectiva de los que estamos fuera y tenemos que asesorar, hay dos grandes grupos de cuestiones en las que hay que poner el cascabel al gato.

La primera de las grandes cuestiones es el conflicto que se produce sistemáticamente entre las restricciones a determinados usos y las propias funcionalidades del sistema. Me explico: somos editores, nos han cedido determinados derechos con determinadas restricciones, que pueden ser territoriales, de modalidades de explotación, etc. Por ejemplo, puede haber un autor al que no le dé la gana que, para promocionar su obra, la gente pueda leer un capítulo separado. Y como yo soy editor y traigo causa de la autorización que me ha otorgado alguien antes que yo, esa restricción la tengo que respetar e imponer al que efectivamente va a llevar a término la explotación. Pues bien, aquí el tema está muy claro: «Yo soy Amazon, yo soy Google, yo soy Apple, y mi programa hace esto. Si a usted no le interesa, no lo ponga». Aquí la cuestión es, fundamentalmente, no poner restricciones que choquen con las aplicaciones de los programas de las plataformas porque éstas no las van a admitir ni van a cambiar su programa porque el editor o sus autores tengan un criterio de explotación diferente. No olvidemos que los grandes operadores globales —no hablaremos ahora de los pobres nacionales que hacen lo que pueden— están en una triple guerra: una guerra tecnológica, una guerra económica y una guerra legal. Se denuncian todos los días porque uno se salta normas de competencia, el otro concierta el precio y el otro tiene prácticas que vulneran la confidencialidad… Están en una guerra permanente. ¿Por qué? Porque todos están intentando ocupar la plaza monopolística de los grandes retailers del mundo para toda suerte de productos. Además, estos operadores globales no se ganan la vida vendiendo libros; estos, sean ebooks o no, son una excusa para generar indirectamente otros ingresos. Por ejemplo, a Google le interesan los libros simplemente para generar tráfico porque es a partir del volumen de tráfico cómo se genera la publicidad y, a partir de la publicidad, genera sus ingresos. Pero no se gana la vida vendiendo libros; el libro es un instrumento. En Amazon, exactamente igual; Amazon es, hoy por hoy, el retailer más grande del mundo, el que más cachivaches vende en todo el mundo: venderá Kindle y venderá otras cosas. Apple ya no digamos, que evidentemente su magnífica y envidiable cuenta de resultados pasa por la venta de las tabletas… Pero ninguno de ellos tiene como negocio esencial vender libros, sean digitales o no. En esa guerra, cada uno intenta, hablando de ebooks, dos cosas clarísimas: aumentar las funcionalidades del sistema al máximo para que sus usuarios accedan al libro electrónico a través de su —como ellos lo llaman— canal (o sea, que cada uno de ellos es un «canal») y eso se gana por una pelea de precio y de funcionalidades. Si yo te digo que si compras en mi sistema La sombra del viento no sólo es más barato sino que, además, se lo puedes regalar a veinte personas sin pagar nada, y, además, lo puedes imprimir en diez días diferentes íntegramente y resulta que en otro canal no se puede hacer, está claro que desviaré una parte del mercado a mi canal. Así pues, para ellos lo interesante es no tener ninguna restricción a las funcionalidades y tener las mejores condiciones, empezando por las económicas, en el mercado.

Cuando tengo que negociar, cosa que, lamentablemente, tengo que hacer (y digo “lamentablemente” porque la diferencia de potencia entre empresas es de tal calibre que uno se siente como David frente a Goliat), la primera de las cuestiones se plantea porque no puedo ceder determinadas cosas, ya sea porque no las tengo o porque hay algunas cuestiones que incluso van contra norma española; y me contestan que no van a cambiar las funcionalidades de su sistema para adecuarse mis restricciones. Obviamente yo, editor, cuando estoy cediendo firmo cláusulas así de largas respondiendo de toda posible reclamación que pudiera derivarse de cualquier titular cuya obra estuviera siendo utilizada por ese canal si yo no tuviera los derechos suficientes.

La segunda de las cuestiones (que es muy grave para los editores, o creo que puede ser muy grave) es que —y ahora entenderéis cuál es el problema que se suscita— el mercado del libro digital está en la situación que está; a mí me llena de perplejidad pero resulta que el volumen de este mercado, hoy por hoy, es dificilísimo de averiguar, incluso en los EE. UU. Cuando te dicen que se ha incrementado en un 800%, no se sabe respecto a qué y no se tienen detalles, porque en el libro físico sí se puede contabilizar, pero en el digital todavía no. Parece que es muy pequeño, a juzgar por las exiguas liquidaciones que cobran los editores. Pero el tema es que, mientras tanto, es evidente que no se pueden deteriorar los márgenes económicos, al menos los del libro. Dicho de otra manera, si yo, por ejemplo, como algunos canales exigen, tengo obligación de poner a la venta el mismo día el libro físico (que vale 20 €) y el libro digital (que cuesta 2,99 €), probablemente pasará algo parecido a lo que pasó con la música: la gente dejó de comprar discos. La simple posibilidad de tenerlo gratis o casi gratis disminuye las ventas en los soportes tradicionales, con lo cual los editores tienen una más que razonable preocupación por el hecho de que, en un momento determinado, la explotación digital, que no les reporta ingresos ni beneficios relevantes a fecha de hoy, deteriore la cuenta de resultados en libros físicos. Esa cuenta de resultados es la del editor pero, obviamente, también la del traductor y la del autor.

Y una última cuestión que me gustaría apuntar: os decía que todas estas plataformas tecnológicas están en guerra mundial por hacerse con el dominio del mercado, por ser los grandes distribuidores para todo el mercado y, en términos contractuales, además, piden un grupo de cláusulas que son las que nosotros llamamos técnicamente «de parte más favorecida». Y esas cláusulas «de parte más favorecida» son, básicamente:

  • usted se compromete a no autorizar ningún P.V.P. más bajo a ningún otro canal que no sea yo;
  • si usted lo autoriza, yo inmediatamente me pondré al precio más bajo que cualquier otro operador en el mercado;
  • el descuento comercial que me haga será el más bajo de todos;
  • las funcionalidades que usted me autoriza son, como mínimo, tantas como autorice a cualquier otro;
  • las fechas de lanzamiento de los libros tienen que ser las más prontas que autorice a cualquiera;
  • el número de títulos que usted me autoriza tiene que ser el de todos los que usted tenga o, al menos, todos los que usted haya autorizado a cualquier otro canal;
  • el modelo de negocio que usted autorice a otro me lo tiene que autorizar a mí (por ejemplo, si usted viene de Telefónica de España y entra en un modelo de suscripción y alguien le autoriza y resulta que el usuario tiene derecho a descargarse 50 obras por 10 € al mes en la factura del teléfono, me tiene que autorizar a mí el mismo modelo de negocio).

Con lo cual, desde la perspectiva del editor, se produce una situación muy curiosa: tiene que definir unas únicas condiciones para todos, porque en el momento que a uno solo —aunque tuviera mayor volumen, aunque le aportara mayores ingresos— le autorizara mejores condiciones, automáticamente se produciría una subasta a la baja, inmediatamente todas las condiciones para la explotación digital de cualquier obra se equipararían a la zona más baja.

A partir de aquí, lo que hemos intentado hacer es una especie de guía de cláusulas que se pueden aceptar ante las plataformas y otras que no. Y eso nos ha llevado, en términos muy generales, a una situación muy peculiar: hay algunas plataformas con las que no se puede firmar y otras con las que sí se puede firmar en función de la flexibilidad que tengan para aceptar esas condiciones.

CARLOS FORTEA: Muchas gracias. Es el turno de Mario Sepúlveda.

MARIO SEPÚLVEDA: Muchas gracias, gracias por la invitación y muchas gracias también por la intervención inicial de Marià Capella, porque la verdad es que llevamos muchos años discutiendo sobre contratos y por primera vez puedo decir que estoy absolutamente de acuerdo con él… Recuerdo que hace unos cuántos años,  en unas jornadas sobre traducción en Tarazona, mi planteamiento de fondo tenía mucho que ver con lo que ahora oíamos.

Es decir, las relaciones entre autores y editores parten de posiciones completamente diferentes; las posiciones de la negociación son de una enorme debilidad frente al editor. Eso provoca que, en la práctica, los contratos modelo de la última hornada (que vienen de muy atrás, no son un invento mío), e incluso los de edición digital, lo reflejen. Tuvimos la oportunidad de hacer un estudio por encargo de una de las asociaciones que represento (concretamente de la AELC) para analizar cuál era la situación contractual que había aquí, tanto contratos en castellano como contratos en catalán, buscando una muestra representativa de contratos y una muestra representativa también de editoriales. Y llegamos a algunas conclusiones que motivaron un informe que le pasamos al Gremio de editores de Cataluña y que fue el inicio de esas negociaciones, porque esas condiciones clamaban al cielo. ¿Y qué señalábamos? Llamaba la atención la uniformidad de los contratos; es cierto que hablamos de editoriales muy diversas y también es cierto lo que ha dicho Marià Capella de que, a lo mejor, los editores como personas son muy distintos: pero su comportamiento desde el punto de vista contractual es bastante parecido. Y lo más importante es que esos contratos estaban plagados de cláusulas que son —él lo ha dicho— abusivas, que eran prácticamente un contrato de adhesión…

MARIÀ CAPELLA: Yo no he dicho nada de eso… [carcajadas]

MARIO SEPÚLVEDA: Por eso digo, se puede contrastar… Él usa un lenguaje distinto, más sofisticado. Nosotros hablamos de posiciones negociadoras desiguales y él habla de unas dimensiones y una potencia distintas a la hora de negociar. Puede ser que la matización sea diferente.

El asunto es que esas cláusulas abusivas nos llevaban a un contrato de adhesión, y un contrato de adhesión es exactamente lo que esas grandes empresas les están proponiendo a los editores. Y es una barbaridad. El contrato de adhesión es el que se firma con Telefónica, con las compañías de gas, con las compañías de la luz… que se reduce a una sola frase: o lo tomas o lo dejas; si no te gusta, no tendrás luz y serás libre. Hay «libertad de contratación» en el sentido en que hay libertad para celebrar contratos, pero no hay libertad contractual en el sentido en que las dos partes tengan libertad para negociar las cláusulas que contiene un contrato. Y ese es el tema de fondo: el tema de fondo que hoy día tienen los editores con Google, con Amazon y con todos los que vayan apareciendo…

He dicho al comienzo que es la primera vez que suscribo todo lo que ha dicho Marià Capella, pero miento, hay un pequeño detalle: lo que no suscribo es el tono, la música. Yo soy bastante más optimista por una razón: porque represento a un colectivo que está acostumbrado a esto. No es nuevo para él [risas y rumores] ese anuncio no lo va a destruir, es más de lo mismo, de lo que están acostumbrados a percibir. De verdad que esto es muy importante, no es un problema de que nos desarbolemos, que nos planteemos qué hacer a partir de ahora. Pues más o menos lo mismo que hemos venido haciendo, con todo lo que hemos podido aprender y que ha permitido, incluso, desarrollar distintos modelos de contrato. Y aquí me atrevería a señalar que hay una vuelta de tuerca en la aparición o en la emergencia de este tipo de plataformas digitales y que tiene que ver mucho con el contenido de lo que aquí discutimos.

Me van a permitir una pequeña digresión que me parece indispensable: la verdad es que cuando hablamos de ebook, o libro digital, se confunden muchas veces varias cosas. Para empezar, el llamado «libro digital» es un producto que no es un libro y que no se define por ser «digital». De lo que nosotros hablamos es de un producto, en este caso de una creación, que se transmite a través de redes, telemáticamente… es decir, no se distribuye porque no hay ejemplares, no hay soporte tangible; no hay distribución porque no existen los ejemplares tangibles, lo que provoca algo importantísimo desde el punto de vista de la explotación de la obra. Es muy importante tenerlo presente: los mecanismos habituales no sirven. Y nuestro gran punto de refugio y amparo, que es la Ley en un capítulo que se llama «El contrato de edición», no opera aquí. No hay edición, aunque se hable de «edición digital». No hay edición digital porque la edición consiste en reproducir y distribuir, y aquí no hay distribución, falta una nota esencial. Aquí lo que se hace es comunicar, es un acto de comunicación el que se produce en el caso del libro digital. Y esto tiene enormes repercusiones, incluso desde un punto de vista económico. Pero ¿por qué no hay distribución? No es por un derecho natural que uno infiera de alguna ley… Es por una decisión política que toma la Unión Europea en la Directiva sobre la sociedad de la información, y por una razón elemental, que es que la distribución en Europa está sujeta a un principio que se llama el agotamiento de la distribución. Es decir, yo sólo tengo derecho a cobrar derechos de autor de la primera venta de un ejemplar de un libro. A partir de ahí, que ese libro se revenda, se regale, se alquile… no genera derechos de autor, yo no puedo cobrar derechos de ese libro. Sólo la primera venta genera derechos de autor.

Con la comunicación no sucede eso. Esto significa que cada acto de comunicación es un acto de explotación. Al no haber agotamiento desde un punto de vista económico, esta es una situación tremendamente nueva de una inmensa importancia y es lo que provoca lo que ha señalado anteriormente Marià Capella: la posibilidad de que la propiedad del libro implique todos los usos que queramos hacer de él. Hoy día, en un acto de comunicación, tú puedes desmembrar el libro en todos los usos que te puedas imaginar y cada uno de esos usos puede ser objeto de una explotación comercial. Por eso se habla de licencias, como, por ejemplo, las de los programas de ordenador: tú compras un programa que te permite tener una licencia de uso, no de propiedad sino de uso de ese programa en dos máquinas, en una… Con el libro digital va a ocurrir lo mismo. Se trata de descomponerlo en tantos usos como permita la explotación de cada uno de ellos. Desde el punto de vista económico, la potencialidad es enorme. Por eso estamos hablando de otro negocio.

Acabo haciendo énfasis en esto por dos razones: en primer lugar, porque por inercia, sin querer, tendemos a replicar las condiciones del libro de papel en el caso del libro digital.

Y, en segundo lugar, si hablamos de retos de la revolución digital, el gran reto es que se trata de un mundo nuevo, que va a coexistir con el libro de papel. No estoy hablando de la tonta polémica de cuál va a ganar al otro, sino que estoy hablando de que, en la coexistencia de ambos, va a llegar un momento en que vamos a tener una perspectiva autónoma. Es como la transformación de la obra en otro género: la adaptación teatral, la adaptación cinematográfica o la propia traducción, que permite tener otras formas de explotación. Eso se va a dar en el libro digital y, hasta cierto punto, se va a generar, al menos como explotación, un modo distinto, autónomo, diferente al libro de papel, lo que implica un gran desafío para uno de los eslabones fundamentales de esa cadena de valor que es, precisamente, el editor. Eso ya nos sitúa un poco en el tema de cómo se están colocando las piezas: la gran lucha que hay en este momento y cómo se traduce eso en la negociación de los contratos.

MARIÀ CAPELLA: Creo que, efectivamente, como dice Mario Sepúlveda, el mundo es nuevo, pero los propósitos y las estratagemas son muy viejos. En definitiva, la voluntad de hacerse rico en el mundo global. Antes era casi imposible, porque siempre había territorios demasiado lejanos donde no podías ganar dinero. Pero ahora es posible.

Pero creo que lo que está pasando no es equiparable al conflicto de intereses entre autor y editor. No puede ser trasladable en términos ni cuantitativos ni estéticos: imaginad por un momento que con quien estáis discutiendo es con Logista o con S.G.E.L. Con distribuidores que llevan cajas de un sitio a otro y que, además, no tienen nombre, palabras ni discurso, sólo dicen: «Mi negocio es este, punto y final». Aquí, lo que estamos viendo es que, como ha pasado en tantos otros sectores, el proveedor fabricante, de repente, se ve disminuido y queda por debajo del distribuidor. Como les está sucediendo a muchas marcas comerciales que se distribuyen en supermercados y pagan para venderse ahí: manda el distribuidor. Estamos en un proceso en el que mandan los distribuidores. Y siguiendo con Logista, su negocio de verdad es distribuir por el mundo tabaco, y llevar libros es una prestación accesoria, ni siquiera muy importante para ellos, así que no admiten que se les dé la lata. Es una correlación de fuerzas en la que los distribuidores tienden a determinar las normas de explotación.

Y ahí yo no sería tan optimista en cuanto a la capacidad de resistencia, voy a desmoralizaros un poco. Creo que vamos a asistir a dos procesos no demasiado pacíficos: en primer lugar, por supuesto, es verdad que buena parte del discurso de que la parte débil de la relación al final tiene que aceptar las condiciones, le guste o no. Pero es que, en este caso, lo que no vemos muy claro es cuáles y cuántos van a ser nuestros ingresos. Porque estamos en todas esas circunstancias, estamos en una posición del libro en el mercado económico: conocéis la famosa guerra entre Apple y Amazon por el modelo de agencia y de reventa, que la única consideración real detrás de eso es que en el modelo de Apple el ebook se está vendiendo a 14 € y en el de Amazon a 2 € (aproximadamente, es más complicado, hay unas fórmulas de cálculo); pero la realidad es que según a qué precio se venda, los ingresos que al final uno obtiene no son demasiado relevantes.

Por otra parte,  creo que vamos a ver otra batalla muy curiosa. Si bien es verdad que aunque económicamente se hayan podido imponer determinadas condiciones en base a una posición contractual mejor o peor, lo cierto es que había sido un logro el reconocimiento legal de esa posibilidad de cesión fragmentada de autorización, porque aumentaban los flujos económicos y se acababa cobrando por varias razones: los formatos, los canales, el tiempo, los países, las lenguas, etc. El propósito de esto es que esta situación no exista: «La explotación es una, usted me lo cede para que yo haga lo que mi programa me permita y punto. No hay más pagos, no hay más necesidades de autorización…»

En ese sentido yo sí creo que además del cambio de paradigma, que es cierto, aquí podemos estar en una posición preocupante, tanto en términos de conquista legal del colectivo autoral como de posición económica; y, evidentemente, si lo es para los autores, lo es para los editores porque traen causa del estatus legal que se reconoce a los autores, que no a los editores.

CARLOS FORTEA: Gracias a los dos. Pasamos la palabra al público.

PÚBLICO: Mi comentario es más bien retórico, pero sirve para ilustrar lo que decía Mario Sepúlveda de este nuevo paradigma: la inexistencia del ejemplar, de la distribución… El otro día en una conferencia, José Antonio Millán recordaba un caso de Amazon, que vendió una edición de 1984 y, cuando se dio cuenta de que no tenía los derechos, ese libro desapareció de los lectores de los clientes que lo habían comprado. Es decir, ni siquiera existe propiedad, el cliente sólo tiene el uso. Y no deja de ser curioso que el capitalismo en sus últimas fases vuelva al feudalismo en sus primeras y a la distinción entre propiedad y uso. Con lo cual, a lo mejor habría que volver a mirar los libros sobre el cambio del feudalismo al capitalismo para ver qué se puede hacer de nuevo.

MARIÀ CAPELLA: Aquí me gustaría decir una cosa que ya comentamos hace dos o tres años en el despacho de Mario Sepúlveda, y es que hay una cuestión que al menos nos deberíamos plantear. Vosotros veis las plataformas digitales donde se puede comprar y está todo organizado como si fuera una biblioteca de libros: Mis libros, Mis favoritos… como si fuera la biblioteca de tu casa. Y es curioso porque yo no estoy seguro de que el ser humano desarrolle sentido de la propiedad sobre intangibles, sobre bits… Con lo cual es muy posible que acabemos simplemente en modelos de acceso. Antes todo el mundo quería tener en su ordenador descargadas miles de canciones; la gente joven no tiene ningún interés en ocupar no solo un bit, sino que no quiere ni tener disco duro. Y esos modelos de acceso comportan otros problemas en relación a los modelos económicos.

MARIO SEPÚLVEDA: Quería insistir en lo dicho: el legislador cuando habla de distribución, la restringe y mete una palabra mágica: «soporte tangible». Es decir, hay distribución cuando hay soporte tangible; no hay distribución cuando no hay soporte tangible. En consecuencia, debemos hablar de comunicación pública. De esta  manera se crea un modelo de explotación mucho más amplio, que le da mucho más rendimiento, de lo que daría la simple distribución.

Y quería enfatizar una cosa que ha mencionado Marià Capella: evidentemente, nosotros no podemos estar contentos con esta situación. Como he dicho, se ha dado una nueva vuelta de tuerca y, al final, los más perjudicados en estas situaciones acaban siendo los mismos de siempre. Y esta lucha encarnizada es, en el fondo, por cómo se recompone la cadena de valor. Es decir, toda la línea que va en la explotación de un libro, desde el productor, que es el autor, hasta el lector. Hoy día empiezan a ponerse en cuestión eslabones fundamentales de esa cadena: todos conocen la crisis de las librerías cuyo papel, en general, en esta revolución digital, es bastante cuestionable. Es también necesaria una redefinición del papel del editor; es fundamental, por un problema casi de supervivencia. Entre otras cosas, porque gran parte que los problemas que hoy día se dan, y en esto soy muy crítico, es porque de alguna manera el editor fue externalizando gran parte de lo que era su actividad; es decir, un editor se define por el contrato de edición: el que imprime y el que distribuye. Y hoy día, muy pocos editores que cumplen esas dos funciones: no conozco ningún editor que imprima ni ninguno que distribuya, todo eso está externalizado.

El segundo problema es el alejamiento del autor. Muchas veces me oirán decir una frase que no es mía pero que es tremenda para definir la situación que vivimos hoy día. Cada día hay más derechos de autor; pero los derechos de autor que hay —y con la nueva vuelta de tuerca, esto se incrementa— son derechos de autor sin autor. Esa escisión que se produce ya viene incluso en los contratos de edición anteriores. Las cesiones a terceros, la desaparición del autor dentro de la actividad… en el momento en que un autor cede una obra a un tercero, el autor ya no tiene absolutamente ni idea de lo que va a pasar con su creación. Y ese es un tema que aquí empieza a crear problemas. ¿Por qué lo señalo? Porque dentro de la recomposición de esa famosa cadena de valor, el editor tiene que tomar una decisión; no digo que no discuta con las plataformas digitales, evidentemente que tienen que hacerlo; pero lo que yo creo que tienen que empezar a recuperar es el papel del autor. Autor y lector son los únicos que no se van a mover, van a estar presentes siempre en esa cadena. El editor tiene que entender que una alianza estratégica con los autores es el mejor blindaje que puede tener a la hora de estas negociaciones de las que habla Marià Capella.

ROBERT FALCÓ: En relación con el comentario de Marià Capella sobre el papel de Amazon, Google y Apple como distribuidores en la cadena de venta del libro, me gustaría añadir que Amazon y Kobo (sobre todo, Amazon) no son ya tan solo distribuidores, sino que son editores. Tienen en los EE. UU., al menos, cuatro colecciones distintas de novela: policiaca, romántica, traducida (¡en los EE. UU.!) y otra más que no recuerdo ahora mismo. Los agentes en los EE. UU. están empezando a publicar ellos mismos las obras de catálogo de los autores que representan porque las editoriales tienen los libros descatalogados y no los comercializan, no los ponen a la venta al alcance de los lectores. Y los autores también; es verdad que la mayoría son autores desconocidos, autores que se autopublican, lo que llaman la vanity press, autores que no encuentran editor ni agente. Pero ya empieza a haber autores importantes, la más importante ha sido Rowling hace un mes o mes y medio, que ha abierto su propia tienda y que ha conseguido no sólo vender ella misma sus libros sino decirle a Amazon que puede vender sus libros, pero enviando a los lectores a su página web para que le compren el libro a ella, y luego enviárselos de nuevo a Amazon. Es obvio que ella tiene muchísimo poder y dinero, y puede hacerlo, pero lo ha logrado. Y una cosa más que ha hecho para hacerle la puñeta a Amazon y a todas las demás tiendas y grandes distribuidores es vender los libros electrónicos sin protección. ¿Qué consigue con ello? Saltarse la exclusividad: por ejemplo, si tienes un Kindle, sólo puedes leer los libros electrónicos que vende Amazon. Sin embargo, si se venden los libros sin proteger, cualquier persona los puede convertir y leerlos en su Kindle.

Así que vemos que los autores, los agentes y los distribuidores están cambiando. Pero a los editores parece que les está costando adaptarse o innovar en este sentido. Si los editores vendieran también los libros sin proteger, lograrían saltarse este poder que tiene Amazon.

MARIÀ CAPELLA: En relación con esto y con lo que ha dicho Mario Sepúlveda, diré que, efectivamente, Mario ha tocado un tema que también ha sido tu conclusión: la redefinición del papel del editor tradicional de papel en este entorno digital. Aquí, por equidad, creo que sí deberíamos decir que, efectivamente, el editor hoy ya no es el impresor-librero, pero sí que ha cumplido respecto a la obra literaria dos funciones fantásticas e importantísimas, consustanciales al propio concepto de edición y publicación: la capacidad de selección de obras y la capacidad de recomendación de lectura, que es una evidencia. Como os decía, las plataformas tienen una estrategia de eliminación de intermediarios, y el más prescindible, de entrada, es el editor, por supuesto. ¿Por qué no han prescindido de él a fecha de hoy? Por una cuestión de falta de desarrollo tecnológico. Os lo explico muy rápido: si Amazon, Google, Apple o cualquier plataforma llega a España y monta unos equipos de personas cuyo único cometido es conseguir catálogo al peso (os lo digo porque los he tratado a todos) y no admiten que no se llegue a un acuerdo, que buscan por todas las líneas de la empresa hasta conseguir el acuerdo… ¿Y por qué no se han ido directamente a hablar con las agencias en España o con los autores o traductores? Es muy fácil: en primer lugar, las agencias de las obras que más se venden en España son como sucursales y no hay ni necesidad de hablar con las oficinas locales; para pedir los derechos digitales de una obra de traducción inglesa no hace falta hablar con la agencia española, basta con ir a hablar con la agencia que lo gestione en donde corresponda. En segundo lugar,  hablar con autores y traductores es inviable porque el coste de la gestión, al ser tan atomizada, es brutal. Además, les falta información del mercado de ventas en lengua castellana.

El tema fundamental es que están generando unos sistemas que cada vez funciona mejor y con el que se están saltando, efectivamente, toda la cadena de intermediarios. En esto el editor en papel queda totalmente descolocado porque básicamente lo que se está viendo venir es que las plataformas y el sector autoral van a tener una relación directa. Les faltan unos años (no mucho, porque el mundo va muy rápido) para saber quién vende y cuánto vende. Porque si después resulta que —lo digo a ojo— llegan a la conclusión de que el 20% autores vende el 80% y además yo soy quien tiene la capacidad de hacer la promoción, ya hablaré con ese 20% de autores, esa sí que es una gestión posible, y todo lo demás no importa.

Y una última cuestión que me gustaría destacar: muchas veces, en todo este panorama, nos preguntamos por qué los editores están aceptando determinadas condiciones. Yo tengo que confesar que hay una cosa que no entiendo y que surge muy habitualmente con algunos editores en cuestiones legales: el contrato es infumable, adquieren incluso hipotéticas responsabilidades… y, sin embargo, hay una especie de deslumbramiento brutal ante las consecuencias de la presencia o la ausencia de las obras en estas plataformas. Hablando en plata: hay quien no puede admitir no estar en Amazon, en Google… porque es como no existir, no estar en la modernidad, en la novedad. Y eso es curiosamente un elemento de negociación poderosísimo que para mí ahora mismo no tiene explicación pero que sí se está produciendo.

CARLOS FORTEA: Marià, perdóname si estoy espeso, pero no me ha quedado claro si recoges el guante de Mario de la alianza estratégica.

MARIÀ CAPELLA: Yo no puedo recoger el guante en el sentido en que no mando en las editoriales, así os lo digo y así lo he transmitido siempre. De hecho, no hace más de un mes, estuve negociando con un operador de éstos que cito continuamente; los representantes habían venido de fuera porque era un fondo muy importante; estábamos hablando de las restricciones a la utilización y en un momento dado yo dije: «No lo vamos a admitir porque no tenemos esos derechos». Cerraron todas las carpetas y pidieron la lista de quienes los tenían. También es representativo de lo que estamos diciendo: si el bloque fuera compacto, les podríamos dar los nombres y decirles que fueran a ver a esas personas para que les dijeran exactamente lo mismo que nosotros.

Pero, sinceramente, no estoy muy seguro de que esto se produzca, porque estamos hablando de editores en papel, que yo creo que están intentando encontrar su lugar en estas explotaciones digitales, y lo que está pasando es una política de hechos consumados. Yo creo que hace un par de años sí hubiéramos podido tener, conjuntamente, una posición de fuerza, porque las plataformas quieren ser globales, y para ser globales tienen que disponer del castellano, esto es impepinable. Pero han fragmentado muy bien la negociación, han ido consiguiendo cosas y ahora la cuestión es que algunos editores están con ellas, otros no, los que no están no saben por qué, los que están a la expectativa.

Con lo cual, no estoy muy seguro de que estemos ni a tiempo ni con la lucidez necesaria para hacer grandes frentes comunes, que estoy bastante convencido de que, efectivamente, serían casi el único camino para poder, con gente tan desigual, negociar en una buena posición.

MARIO SEPÚLVEDA: En esta misma dirección, yo creo que para no dejar una imagen tan pesimista de lo que se nos aproxima, la verdad es que se avanza bastante en este campo, y el propio Marià no es ajeno a esos avances; es decir, cuando yo hablo de la necesidad de multiplicar esfuerzos, de buscar consenso en torno a estos contratos digitales, quiero recordar que lo he hecho con él directamente, hemos tenido oportunidad de negociar embriones de estos contratos digitales y, aunque él no ha participado directamente en los que se han suscrito, quiero dejar constancia de que esas ideas, incluso a través de mí, han quedado plasmadas ahí.

Y, para mí, el elemento más importante de todos es que se ha creado ya una comisión paritaria entre traductores y editores (que ha sido el sueño desde las primeras reuniones entre traductores y editores) que ha sido el embrión que ha permitido la discusión y la firma del contrato digital. Y para mí eso es lo más importante: se rompe esa dinámica en la que estábamos de firmar contratos tipo cada diez años cuando el mundo actual exige que esos contratos se vayan actualizando permanentemente. Porque las cosas que van ocurriendo entre tanto son enormes. La clave en estas cosas es que seamos capaces de mantener la actividad de las asociaciones, que en estos momentos juegan un papel determinante, y la creación de elementos y de espacios de negociación permanente, porque es lo que va reclamando el vertiginoso ritmo que sigue este tipo de contratos.

CARLOS FORTEA: Por fortuna, ahora tenemos esas comisiones paritarias y por tanto los foros están abiertos. Lo que se ha planteado aquí es capital porque si realmente estamos en una pelea entre David y Goliat, va a ser el momento de buscar puntos de encuentro para hacerle frente.

No tenemos tiempo para más palabras. Quiero dar las gracias a los dos ponentes por sus explicaciones clarísimas e iluminadoras.

 

Para más información sobre el contrato digital, véase el  Libro blanco de los derechos de autor de las traducciones de libros en el ámbito digital, que recoge los resultados del estudio realizado, su interpretación sociológica y su análisis jurídico. Este estudio amplía y actualiza la información del anterior Libro Blanco, enmarca nuestra profesión en el ámbito digital, y en muchas ocasiones ratifica las sombras de nuestras condiciones de trabajo. La investigación se basa en una encuesta coordinada por ACE Traductores, realizada por el Instituto DYM, y una serie de artículos y apéndices ilustran el marco legal y aportan más detalles sobre la profesión.