ENTREVISTA A JOAQUÍN GARRIGÓS

Joaquín Garrigós observando la veintena de títulos que aparece en la sección de literatura rumana de la librería La Central de Callao, Madrid

Septiembre 2019.

Joaquín Garrigós es traductor e introductor de la literatura rumana en España. Ha traducido a una cincuentena de obras de autores entre los cuales se encuentran Camil Petrescu, Emil Cioran, Max Blecher, Mihail Sebastian, Mircea Eliade y Norman Manea. Es licenciado en Derecho y en Filología Hispánica por la Universidad de Murcia, intérprete jurado de lengua rumana,  doctor honoris causa por la Universidad del Oeste Vasile Goldis, de Arad, Rumania, y  exdirector del Instituto Cervantes de Bucarest.

Carmen Francí: Empecemos por la pregunta menos original de todas las posibles: ¿por qué el rumano? ¿Por qué elegiste dedicarte a la traducción de libros escritos en rumano?

 Joaquín Garrigós: Yo soy traductor de vocación tardía, empecé en 1994. Pero no me he dedicado en exclusiva a la traducción, no podría haber vivido solo de esto. Antes de jubilarme lo compatibilicé con mi trabajo de funcionario público. Y ahora, ya jubilado, seguiré traduciendo mientras pueda, disfruto mucho traduciendo. Por lo que veo de otros muchos traductores, se jubilan de su trabajo pero siguen traduciendo. Hay que tener vocación para traducir y eso no desaparece. Lo que siento es no vivir en Madrid, tendría más contacto con ACE TRADUCTORES y con los actos que aquí se organizan.

Aprendí rumano porque estudié Filología Hispánica. A mí me interesaba mucho la lingüística románica, sobre todo la lingüística diacrónica: la evolución desde el latín a las lenguas románicas. El rumano era la única que no conocía. De las otras, aunque no las hablaba bien todas, conocía la estructura. Y cuando estaba haciendo los cursillos de doctorado se dio la posibilidad de que en mi universidad se abriera un departamento de lingüística románica. Si aprendía rumano, podría entrar como especialista de lenguas románicas orientales. Empecé estudiando yo solo con una gramática en francés de rumano para extranjeros; entonces en la ciudad donde yo vivía no había dónde estudiar la lengua. Pero durante varios años tuve la posibilidad de asistir a los cursos de verano de la Universidad de Bucarest para extranjeros y así lo aprendí.

Aquel departamento, finalmente, no se abrió. Y el rumano que había aprendido no me sirvió para nada. Pero en los años noventa, cuando ya cayó el comunismo, descubrí a un autor que me gustó muchísimo: Mircea Eliade. Descubrí su literatura fantástica, que es fabulosa, y eso me hizo animarme a traducirla, ya que no había nadie que lo hiciera.

 Carmen Francí: Es que los traductores de lenguas menos conocidas tenéis, además, el papel de embajadores de una cultura.

 Joaquín Garrigós: Claro, claro: tienes que provocar la demanda, porque no existe previamente. Mircea Eliade sí era conocido pero no como escritor sino como historiador de las religiones, antropólogo, autor de obras de filosofía de la cultura. Había alguna obra suya traducida del francés, pero del rumano solo una.

 CF: ¿Tuviste que buscar editor?

 JG: Claro. Y no había Internet: estoy hablando del año 93. Coincidió con que Coppola hizo una película de una novela fantástica de Eliade, La señorita Cristina, y despertó cierto interés. Aunque, por lo que creo, la película era muy mala y en España no se llegó a estrenar. Así que conseguí el texto en francés del libro, lo fotocopié y se lo mandé a Esther Tusquets. Le gustó mucho y se publicó en Lumen: ese fue mi debut. Pero todos esos trabajos previos de localizar las obras en otros idiomas, comprar ejemplares o fotocopiarlos para el editor no se remuneran, no se tienen en cuenta.

 CF: ¿Qué porcentaje de tus traducciones han sido encargos de un editor?

 JG: No llegará al 20%. De todo lo que he traducido, solo 9 han sido encargos. Lo demás han sido propuestas mías. Pero las propuestas tienen su riesgo, en una ocasión me robaron una idea: hice una propuesta, no me contestaron y la encontré más tarde en el catálogo del editor,  pero traducida a través del francés.  El pretexto, entonces, era que no había traductores del rumano.

CF: ¿Cuándo se empezó a traducir directamente y se abandonó el francés como lengua puente?

 JG: El primero en traducir directamente del rumano fui yo. Es una realidad, no quiero caer en la falsa modestia. El primero que introdujo la literatura rumana traducida directamente fui yo. Posteriormente, hará diez años, empezó a salir más gente, más traductores.

CF: Cioran y Eliade sí se conocían hace años en España, los recuerdo de mi época de estudiante a principios de los ochenta.

 JG: Cioran escribió seis libros en rumano y el resto en francés. Después de la guerra, sí se publicó algo de literatura rumana traducida al castellano, tal vez el traductor fue algún exiliado. Pero después ya nada. Yo empecé en el 94, y en los ochenta solo se había traducido El viejo y el funcionario, una novela corta  de Mircea Eliade, que tradujo un profesor  de rumano jubilado llamado Rauta. Pero fui yo quien dio a conocer a Blecher, Eliade, Sebastian o Petrescu. Suena inmodesto pero es la realidad. No he traducido una gran cantidad de volúmenes, pero sí he sido introductor de esta cultura.  Ahora ya es distinto: hay relaciones culturales entre los dos países (ambos están en la UE), se estudia rumano en España…

CF: En Rumanía has recibido premios, sí se te ha reconocido esa labor de embajador de su cultura

 JG: Ten en cuenta que el rumano es una lengua minoritaria. A nosotros nos parece normal el interés por nuestra cultura y que haya miles de hispanistas en todas partes. Pero para otros países como Rumanía, Bulgaria o Finlandia la cosa es muy distinta. Cuando hay alguien en el extranjero que promociona su cultura o su literatura lo agradecen mucho, les resulta sorprendente.

 CF: ¿Y cómo encajó tu periodo como director de la sede del Instituto Cervantes en Bucarest con tu trabajo de traductor?

 JG: No dejé de traducir, nunca lo quise dejar. Y me sirvió para conocer autores, tener relación con los círculos literarios. Fue una experiencia muy interesante. El país ha cambiado mucho: en los ochenta, bajo el régimen comunista, era el terror. No he visto nunca nada parecido.

 CF: En los 25 años que llevas traduciendo, ¿qué cambios has visto en el panorama editorial español?

 JG: Ha cambiado muchísimo. Al principio traduje para editoriales importantes: Lumen, Tusquets, Pre-Textos… Por ejemplo, el Diario de Mihail Sebastian, con más de 700 páginas, tuvo una tirada de 5000 ejemplares en 2003. Y se agotó. Hoy en día eso no es así, ningún editor tira más de 1000 o 1500 de un nombre desconocido.  Y los grandes grupos ya no se interesan por literaturas de países pequeños, excepto autores especiales que han adquirido fama en toda Europa como Cartarescu.

He tenido la suerte de que últimamente, en Rumanía, hay subvenciones para la traducción de literatura rumana a otras lenguas. El instituto encargado da ayudas a los editores y este, a su vez, paga al traductor una tarifa algo mejor de la habitual. El editor tiene que justificar documentalmente que ha pagado, aunque en una ocasión un editor me falsificó la firma para decir que me había pagado, cuando solo lo hizo después de cobrar.

CF: Supongo que el pequeño editor independiente es más receptivo.

 JG: Sí, el pequeño editor que busca la calidad.

 CF: Para quién no sepa nada de la literatura rumana, ¿qué recomiendas?

JG: La mejor época es la clásica, el periodo de entreguerras. Como novelista, Camil Petrescu es el mejor, pero mi preferido es Max Blecher. Es un escritor de culto por la originalidad de su obra. Entre los actuales está El libro de los susurros, de Varujan Vosganian, una epopeya sobre el pueblo armenio y su genocidio. Cuenta, a través de los miembros de su familia, la diáspora y la persecución. Este tuvo éxito, tres ediciones: algo muy raro para un libro rumano en España.

Y para entender la historia reciente, recomiendo un libro que se llama Al principio fue el fin. Está escrito en forma de novela, pero es en realidad una obra autobiográfica escrita por Adriana Georgescu, la jefa de gabinete del primer gobierno democrático que hubo tras la caída del gobierno fascista de Antonescu en agosto de 1944. Pocos meses después se formó un gobierno democrático compuesto por varios partidos democráticos, también el partido comunista, y esta chica fue la jefa de gabinete del primer ministro, Radescu. Cuando los comunistas se hicieron con el poder, la metieron en la cárcel, la torturaron, la violaron, le hicieron miles de perrerías en una cárcel de mujeres pero gobernada por hombres. Incluso tenía que hacer sus necesidades delante de los guardianes. Es un testimonio humano terrible, el más terrible que he leído en mi vida. Si esta chica hubiera sido comunista sería icono del feminismo europeo. Al final se escapó… Es algo extraordinario.

 CF: ¿Y en el terreno del ensayo? ¿Qué recomiendas?

 JG: A Emil Cioran, pero es un autor raro, difícil. O Lucian Boia. O los ensayos de Norman Manea. Quizá hoy sea el más difundido internacionalmente, ya que vive en Estados Unidos y tiene un agente americano.

CF: ¿Crees que la literatura rumana ocupa el lugar que merece en el ámbito internacional?

JG: No, no, no. Y tampoco muchas otras lenguas minoritarias. Volviendo a Camil Petrescu, es un novelista extraordinario. Conseguí que se publicara su mejor novela, la mejor desde el punto de vista de estructura novelesca de la literatura rumana El lecho de Procusto. Se publicó en 2002. Algún crítico ha comentado que cómo era posible que hubiera permanecido oculta durante 70 años. A un autor hay que traducirlo de forma coetánea, no años después. Y Petrescu era comparable a los más grandes escritores europeos, pero se le ha conocido mucho más tarde. Más o menos lo mismo que sucedió con  Blecher, que fue conocido porque se editó en Alemania en los años noventa, cuando él había escrito en los años treinta.

Joaquín Garrigós (fotografía de C. Francí)

 CF: ¿Qué recomendarías a un joven traductor de una lengua poco común en España?

 JG: ¿Para iniciarse? No hay otro sistema que convencer a un editor: darle algo que aquí no haya. Presentarle algún tipo de escritor que haga algo insólito. Por ejemplo, el caso de Blecher. Porque buenas novelas las hay en todas las lenguas, hay que buscar lo que es distinto.

Cuando eres traductor de una lengua minoritaria tienes que hacer muchas más cosas que traducir, tienes que convertirte en agente,  porque no solo te enfrentas al desconocimiento de los editores sino también a la indiferencia de la prensa especializada, las librerías, los premios y los lectores en general.

 

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Otra entrevista a Joaquín Garrigós

Carmen Francí es codirectora de VASOS COMUNICANTES y autora de las fotografías de Joaquín Garrigós publicadas en esta entrevista.