Viernes, 21 de noviembre de 2025.
Reproducimos aqui las palabras de Malika Embarek López, II Premio Ibn Rushd de la Concordia 2025, concedido por la Asociación de Amistad Andaluza-Marroquí – Foro Ibn Rushd, Facultad de Letras y de Ciencias Humanas, Universidad Mohamed V.
Ante todo, quisiera agradecer a los miembros del jurado sus bellas palabras sobre el oficio de traductor, a ellos y a la Asociación de Amistad Andaluza-Marroquí – Foro Ibn Rushd, representada por su presidente, el gran poeta José Sarriá. Esta distinción me honra por muchos motivos. El principal es que lleve el nombre de este sabio de Alándalus, Averroes, defensor de la racionalidad en tiempos oscuros, y que vaya acompañado de un hermoso sustantivo, concordia, del que está tan necesitado el mundo de hoy, sobre todo, nuestro mar Mediterráneo, sobre todo, Palestina, Palestina herida.
Quisiera también felicitar a la Sociedad Nacional de Radiodifusión y Televisión de Marruecos, por la misma distinción, que se le ha concedido por su compromiso con la difusión de la lengua española.
Mi gratitud va también a mis amigos, que con tanto cariño propusieron mi candidatura: el novelista Mohamed El Morabet, el escritor Gonzalo Fernández Parrilla y el artista Said Messari. Y a todos los firmantes, que se adhirieron también con afecto a esta generosa iniciativa. Agradecer asimismo la presencia del público que hoy nos acompaña en el anfiteatro de esta Facultad que me trae tantos recuerdos…
Corrían los años sesenta del pasado siglo y las puertas de este imponente edificio del saber, me recibieron —intimidada como estaba por el respeto que infunde a cualquier joven el ingreso en la Universidad— con el aroma familiar a hierbabuena que llegaba del delicioso té bien azucarado, que nos preparaba un amabilísimo señor, de cuyo nombre no logro acordarme, en la cafetería, la buvette, situada entrando a mano izquierda, en la planta baja.
En estas aulas aprendí mucho de mis profesores en la carrera de Filología Hispánica. Mencionaré solo a dos. De la Propédeutique, que era el primer año de asignaturas comunes impartidas para las distintas especialidades —donde compartí bancos con unos jovencísimos Tahar Ben Jelloun, que estudiaba Filosofía, o con Bouchaib El Idrissi, English Language and Literature—, recuerdo especialmente a monsieur Morsy, de silueta alargada, como las figuras del Greco, y, que, a través de Montaigne, nos enseñó a dudar («Le doute est un mol oreiller pour une tête bien faite»). Ya en mi especialidad, al añorado Federico Corriente, que me descubrió el legado de la lengua árabe andalusí en la española, esos arabismos, en particular, los arcaicos, cuya reivindicación forma parte de mi estrategia de traducción de la literatura marroquí de expresión francesa. En la sabiduría de ese maestro me inspiré para convertir, en las novelas de mis autores francófonos, los gritos de alegría, les you-you, en albórbolas; le cimetière, en almacabra; la fiancée, en alaroza; la petite table basse, en ataifor; o le tapis de prière, en almozala.
Aquí aprendí y aquí di clases, y también me enseñaron mucho mis alumnos. El más ávido de conocimientos y perseverante era Mohamed Serifi Villar. ¿Quién me hubiera dicho entonces que traduciría las conmovedoras memorias carcelarias de mi exalumno preferido, Le ciel carré (Bajo un cielo cuadrado); o muchas de las novelas de mi compañero de aula, el poeta y premiado novelista Tahar Ben Jelloun; o que impartiría talleres de traducción en la Escuela Superior de Traducción Rey Fahd de Tánger, que magistralmente dirigía otro excompañero, el excelente profesor Bouchaib El Idrissi? ¿Y quién me hubiera dicho que esta tarde estaría aquí, cincuenta años después, recibiendo este premio, que prometo honrar, inmensamente feliz, aunque añorando aquel aroma a atei be enaana?
Muchísimas gracias.


