Del amigo el consejo: Ana Camallonga

Lunes, 6 de octubre de 2025.

Foto Ana Camallonga

Fotografía de Ana Camallonga

Ana Camallonga (Barcelona, 1979) estudió Filología Hispánica y Periodismo y se dedica a la traducción editorial desde 2020, tras cursar el posgrado en Traducción Literaria de la UPF-BSM. Entre la veintena de títulos que ha traducido —del inglés y del catalán al castellano— figuran principalmente obras de no ficción como Los noventa, de Chuck Klosterman; Cuatro mil semanas, de Oliver Burkeman; Tokyo Vice, de Jake Adelstein, o Monstruos, de Claire Dederer.

Un libro sobre traducción

Nada de lo que he leído sobre traducción me ha dejado una huella imborrable (lo que solo significa que debería leer más sobre el asunto, desde luego), así que prefiero mencionar dos ficciones recientes sobre traductores. La primera, Babel, de R. F. Kuang (traducción de Patricia Henríquez), en la que los traductores dominan el mundo (carcajada malévola); la segunda, La extinción de Irena Rey, de Jennifer Croft (traducción de Regina López Muñoz), de la que me chifla el juego de notas al pie entre la supuesta narradora (una traductora) y la traductora real de la versión en español. Por lo demás son dos libros bastante locos y no del todo logrados, ya aviso, pero desde luego ponen el trabajo del traductor en primer plano.

Una traducción favorita

La historia interminable, de Michael Ende, en la traducción de Miguel Sáenz. Fue el libro con el que me hice lectora adulta (o adolescente, al menos) y seguramente el primero en el que la traducción no me molestó, que creo que es el mejor elogio que puede hacérsele a una traducción. No estoy diciendo que fuera una niña repelente que leyera los libros de Los Hollister y de Torres de Malory sacándoles faltas, pero sí que había cosas que me llamaban la atención porque no me resultaban naturales, mientras que en La historia interminable todo fluía estupendamente. También que estaba metidísima en la lectura, claro.

Un diccionario

Soy una traductora bastante novata y utilizo casi exclusivamente diccionarios en línea, aunque el día del apagón saqué un viejo Vox Harrap’s de la estantería que, la verdad, me hizo un apaño. Me río mucho con los foros de WordReference (a menudo todo un ejemplo de cómo no traducir) y ante las dudas acudo al Merriam-Webster. En catalán, tengo debilidad por el diccionario catalán-valenciano-balear Alcover-Moll, con multitud de ejemplos la mar de curiosos, y a la hora de traducir frases hechas me ha resultado siempre muy útil el refranero multilingüe del Centro Virtual Cervantes.

La búsqueda más rara que has hecho en tu vida

La verificación de datos is my passion, y siempre pienso que si alguien se dedicara a revisar mi historial de búsquedas se haría ideas muy raras sobre mí. Llevo un par de meses traduciendo un libro sobre las nuevas formas de sexismo que ha propiciado la tecnología, y el capítulo sobre las muñecas sexuales robóticas me ha hecho visitar la página web de un prostíbulo especializado berlinés una cantidad de veces obscena (ja). En otra ocasión, hace ya unos años, traduciendo un libro con multitud de términos sobre siderurgia y viendo que no tenía diccionarios especializados a mi alcance (los de segunda mano superaban los 200 euros), escribí a una gran empresa siderúrgica española en busca de ayuda y su departamento de comunicación tuvo la amabilidad de enviarme (en préstamo) uno de los diccionarios que estaba buscando. Me lo paso pipa con esas cosas, la verdad; saca de mí la concursante de El tiempo es oro que nunca pude ser.

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