Lunes, 12 de mayo de 2025.
Esta conversación que llamamos «Centón» se desarrolló durante el mes de abril de 2025 en la lista de distribución de ACE Traductores a raíz de la aparición de La Tarifadora, una herramienta desarrollada por ACE Traductores y UniCo pensada para ayudar a los traductores de libros a calcular su salario real y visibilizar sus condiciones laborales. Más información en este artículo de Fernando Valdés.
Viene de la primera parte.
Sananica (así llamamos a las mariquitas en León) noctámbula: Llevo en este mundo traductorero unos treinta y cinco años, en exclusiva salvo algún breve periodo en otras lides, y he traducido más de trescientos libros entre cuentos brevísimos para bebés, narrativa de todos los tamaños y tochitos de quinientas páginas.
El resultado de La Tarifadora es para morirse de pena: dice que tendría que estar cobrando ¡35 euros los 2100 caracteres con espacios! Ni en sueños, vamos.
Casi prefiero creer que he hecho mal el cálculo. Hasta estoy pensando en cambiarme el nombre, abandonar el género insectos, pasarme al de los univalvos y llamarme algo así como «caracola lentissima».
Suelo solicitar aumento de tarifa cada dos o tres libros con la misma editorial, pero ¿cómo explicarles que de cincuenta en cincuenta céntimos cada dos años o más nunca llegaré al salario mínimo interprofesional trabajando una media de siete u ocho horas al día en un oficio tan arriesgado y comprometido como el nuestro? Por otra parte, seguro que ya lo saben de sobra.
¡Necesitamos un sindicato con poder de negociación colectiva y un cuerpo de inspectores que vele por el cumplimiento de los acuerdos!
Mariquita sinforosa: Llevo cuatro años traduciendo libros de diversos géneros en varias combinaciones de idiomas y, según La Tarifadora, con mi mejor tarifa gano 477 euros netos al mes y debería cobrar 32 euros los 2100 caracteres para llegar al equivalente en salario de un técnico editorial.
Yo esto ya me lo venía oliendo y no me ha pillado por sorpresa, porque una apunta sus ingresos y gastos en un Excel y la pinta no es buena. Lo que más me fascina (por decirlo de alguna manera) de todo este asunto de tarifas es que no conozco ningún otro oficio en el que los más experimentados, los más galardonados y los más reconocidos ganen lo mismo que quienes llevan, como yo, unos pocos años trabajando. ¿Qué perspectiva de futuro ofrece esto? ¿A qué lógica de mercado responde? ¿Quién se está llevando los euros que no nos están pagando, ni a jóvenes ni a veteranos?
Si yo estoy pudiendo dedicarme en exclusiva a esto, es porque tengo una pareja que está dispuesta a sacrificar sus propias inquietudes profesionales para traer a casa un salario que permita cubrir gastos. Esto no debería ser así: yo tengo formación y trabajo como profesional, y mi salario también debería reflejarlo. ¿Por qué tiene mi pareja que hacer semejantes sacrificios? ¿Por qué, trabajando yo a jornada completa, tengo que depender de otro sueldo para subsistir, con todas las implicaciones que ello conlleva?
Vuelvo a la importancia de la perspectiva de futuro: estos sacrificios, si fuesen puntuales, podrían tener sentido. Pero cuando veo que las personas de este oficio, cuya trayectoria y conocimiento admiro, están manejando cifras similares a las mías, ¿por quién, para quién, durante cuánto tiempo y para qué estamos haciendo los dos este sacrificio?
Cuando estudiaba Traducción, pensaba que los mayores retos laborales serían los neologismos, las oraciones-párrafo, los estilos, los registros, los dialectos… Cuestiones de la lengua, cuestiones del texto. Ahora que llevo varios años, parece que todo esto pasa a un segundo plano. Cuando acudo a congresos, sigo escuchando apasionada lo relacionado con traducciones complejas y soluciones brillantes, pero no puedo evitar pensar: ¿esto quién lo paga? ¿Quién se puede permitir traducir así? Mis dudas sobre traducción son siempre estas: ¿cuánto tiempo voy a tener que fingir que no me corre prisa que me paguen? ¿Qué mella está haciendo en mí trabajar en algo tan especializado y no ser capaz de pagar una sola factura en la casa? Ya no hablemos de vacaciones. ¿Podré algún día hacer regalos a mis seres queridos sin que parezca una decisión económica importante? ¿Desaparecerán algún día los sueños recurrentes sobre dinero? ¿Cuánto tiempo aguantaré? Hace poco hablaba de estas cosas con un amigo y cuando terminé de contarle la situación de la profesión me dijo: «Dime por lo menos algo bueno sobre esto, para que no me preocupe por ti». Yo me comí en silencio el cacho de tortilla que tenía delante.
Algunas de mis combinaciones de idiomas son muy específicas. En cualquier otro mercado, yo tendría un peso enorme en las negociaciones y los clientes me tomarían muy en serio, porque apenas hay gente con esta combinación. En cambio, me parece que estoy rogando cuando quien necesita cubrir un servicio es otro ¿Por qué tengo que ser yo la que pague las ambiciones editoriales ajenas? ¿Por qué la rentabilidad va a mi costa? ¿Por qué no cobro derechos desde la primera venta, y cada vez que me llega una liquidación parece que les debo el dinero del anticipo? ¡Ni que me hubiera brotado la traducción en las manos un día, para alegría de la editorial! Si hay un contrato de por medio, si hay un encargo con fechas, si se establecen plazos y condiciones de entrega.
Abejita laboriosa: Maravillosa intervención, Mariquita sinforosa. No se puede decir más claro ni mejor.
Si a lo que cuentas se suma que algunos editores (o fabricantes de libros) pretenden acentuar nuestra marginalidad (autoral y salarial) degradándonos a correctores de textos traducidos por IA, el panorama es más que inquietante.
En cuanto a lo que decimos en clase los profesores de Traducción, a mí me parece que deberíamos todos dedicar unos minutos a La Tarifadora en todos los cursos para que, antes de terminar la carrera, quienes deberían relevarnos en el oficio tengan claro cuál es el panorama que les espera. Y sin excepción: como dice Mariquita sinforosa, no hay veteranos, laureados o genios que cobren mucho más.
Dice el Informe sobre el valor económico de la traducción editorial publicado por ACE Traductores en 2017:
Riesgos potenciales: Expulsión de buenos traductores y pérdida de calidad / valor. La baja retribución y la informalidad de las relaciones laborales pueden generar distorsiones a la eficiencia del mercado (por información asimétrica e incentivos), expulsando buenos traductores y derivando en una pérdida de calidad de la traducción.
La existencia de actividades alternativas con mejor retribución media puede incentivar a buenos traductores con dificultad para señalizarse a salir del mercado de la traducción (la reputación ha segmentado la estructura actual en un modelo de insiders-outsiders, pero no resuelve por sí solo el problema en presencia de otras opacidades contractuales). Un posible resultado de esa dinámica es que la calidad de los traductores que permanezcan en el mercado disminuya la calidad de las traducciones, generando un coste al consumidor final.
Esfinge colibrí: Vivo exclusivamente de la traducción comercial desde hace un par de décadas. El año pasado traduje mi primer libro, un ensayo, y ahora tengo el segundo en el horno.
Con una muestra tan limitada en el ámbito editorial, todavía no tengo claro si los 12 000 caracteres diarios que vengo traduciendo hasta ahora están en la media, pero a ese ritmo debería cobrar 32 euros por página para llegar al sueldo de referencia. Si pruebo a subir la productividad hasta los 15 000 caracteres, lo que ya se me antoja difícil, y hago los cálculos con una tarifa de, por ejemplo, 15 euros, La Tarifadora me dice que me quedaría apenas por encima del salario mínimo interprofesional, con un sueldo mensual bruto de 1607 euros y un neto de 896, a todas luces insuficiente para comer y pagar el alquiler. De esos 711 euros de diferencia que hay entre el bruto y el neto tienen que salir la cuota de autónomos (que para cotizar efectivamente por esa cantidad es de 500 euros) y dinero suficiente para hacer frente a obligaciones tributarias y gastos profesionales; para formación y facturas de luz e internet, para material de consulta y equipo informático, para afiliación a asociaciones, seguros de responsabilidad civil, suscripciones y software, para cubrir periodos sin trabajo, mantener la web o lidiar con un retraso en un pago, un imprevisto, una enfermedad… No es que no me salgan las cuentas, es que las cuentas no salen si no hay otra fuente de ingresos.
No se puede pedir un trabajo profesional sin remunerarlo como tal, abocando a quien ejerce el oficio al pluriempleo o a doblar la jornada para conseguir un sueldo digno.
Abejita laboriosa: Lo leído en este interesantísimo Centón que estamos escribiendo entre todos me ha recordado las palabras de María Luisa Balseiro en VASOS COMUNICANTES hace ya más de veinte años:
Ahora, con noventa libros y casi quinientos trabajos de menor extensión, resulta que mi producción es muy variada; y, desde luego, la literatura no es lo principal. […]
Es lógico que acabes dedicándote a otro tipo de traducciones, a no ser que te plantees como meta de tu vida profesional el tener una larga lista de autores, pero eso a mí no me ha preocupado nunca. Además, tampoco me habría gustado; en este momento no me sentiría capaz de traducir cuatro novelas al año. A menos que fueran cuatro novelas maravillosas, apasionantes y con un nivel de reto profesional alto. Y entonces no te da para vivir. Hace poco me ofrecieron un clásico que reunía esas condiciones y que me habría dado trabajo para dos años. No lo pude aceptar.
Mariposa bianor: Mi perfil es parecido al de Mariquita sinforosa: llevo tres años y medio trabajando como traductora editorial en la combinación de inglés y francés al español. Llevaré traducidos casi una veintena de libros entre los que se han publicado, se publicarán pronto o los estoy traduciendo ahora mismo. Y todos de muchísimos géneros distintos: novela juvenil, poesía, biografías, memorias, ensayos, novelas al uso… Si tengo un día bueno (en el que rindo bien, consigo un ritmo constante en una jornada de unas 8 horas) y una tarifa de 14 €, cobraría 550 € netos/mes. Y mi tarifa debería ser de 32,1 € por 2100 caracteres según La Tarifadora. No todos los libros que hago son de 14 €, claro, pero más o menos ahí está la media (una media generosísima, porque también trabajo con 13 y 13,5 €). No he conseguido negociar una más alta.
Además de traducir, soy doctoranda para poder compaginar la traducción con la docencia, pero apenas le puedo dedicar el tiempo que necesita y que quiero. También redacto artículos en prensa y revistas para intentar llegar al salario mínimo, a veces casi lo consigo, muchas otras veces no. La realidad es que voy atropelladísima muchos meses.
Lo que sí siento es que da igual el tiempo que dedique a trabajar, el salario mínimo es prácticamente un sueño y trabajo siempre para llegar a él, no para cobrar más (ojalá). Ya sabía los datos de lo que cobraba, pero La Tarifadora los deja muy claritos visualmente y el golpe emocional te lo da igualmente. También tengo formación en traducción médica, pero con las tarifas irrisorias de las agencias lo veo incluso más imposible ahora que con la traducción editorial (sin ir más lejos, este año solo he recibido propuestas de agencias que me ofrecían posedición, a 0,02 dólares por palabra). Pero tengo la esperanza de que el mercado de las agencias, que ya estaba muy precarizado, llegue a un punto insostenible y todo caiga por su propio peso. Ojalá sea porque nadie acepte esas condiciones, pero también porque se den cuenta de que la calidad de las «traducciones» es nefasta.
Dicho esto, y volviendo a la traducción editorial, me hago la misma reflexión que ha expuesto Mariquita sinforosa. ¿Quién se puede permitir traducir así? Si no podemos las traductoras que tenemos 10, 20 libros a nuestras espaldas —y las que tienen 100, 200 tampoco pueden—, ¿quién se está llevando el dinero que no nos pagan? ¿De verdad les resulta tan imposible a las editoriales pagarnos el equivalente a un salario digno? Porque un libro necesita la dedicación de varios meses, y no soy la única que piensa que, si no tuviéramos que hacer malabares con el salario mínimo, podríamos pensar mejor los retos lingüísticos que supone cada libro y, al final, entregarlo lo mejor posible.
Ya no es solo permitirnos una vida medio decente con las tarifas actuales, es que ¿cómo pagamos los viajes a congresos, una factura que nos viene algo más elevada porque nos moríamos de frío/calor en casa, comprar un teclado ergonómico porque tenemos las muñecas desgastadas, algún que otro viaje para que no nos muramos de tristeza y, si acaso, descansar un poco aunque no podamos parar de revisar el correo ni siquiera de «vacaciones»?
Pienso que La Tarifadora puede servir, sobre todo, para que otras personas vean lo que cobramos y se quejen con nosotras. Cómo me gustaría tener delante a los editores con los que colaboro y enseñarles mis cifras, todas nuestras cifras. Aunque lo que me encantaría tener es agallas para hacerlo.
Sargantana bicolor: Solo quiero decir que la entrevista de M. L. Balseiro fue la que me hizo saber que no terminaría mi carrera traduciendo solo libros. Lo sabía especialmente porque tardé veinte años de profesión en dar el paso, viniendo como venía de la traducción todoterreno, que en aquella época se pagaba dos o tres veces más. Pero siempre he tenido presente a María Luisa Balseiro, siempre. Si una grande como ella hizo ese sacrificio, ¿qué podía esperar yo, que me consideraba aprendiz? Durante un tiempo me salvó la literatura infantil (ojo, la que se vende mucho) y no ser la única que ingresaba del hogar. Es decir, todo aquello de lo que renegaba en mi juventud, cuando defendía que la única solución para vivir de esto era pedir más tarifa. Ahora ando nadando entre dos mundos laborales y con ganas de dejar el sitio libre en lo que me ha definido toda la vida, la traducción. Que tampoco pasa nada, en la vida de ahí fuera la gente se jubila. Por cierto, cómo me está gustando conocer la vida de ahí fuera por primera vez en treinta y siete años de profesión. No os quedéis siempre dentro.
Hormiguita viajera: De vez en cuando vuelvo a leer esa entrevista porque me maravilla. Yo siempre me he sentido culpable de «no ser» traductora editorial. Aquí, entre vosotras, me parecía una chulería imperdonable decir que no acepto más libros porque no me salen las cuentas. Balseiro me reconcilió conmigo misma y le estaré eternamente agradecida. Era tan fácil como asumir que así son las cosas («Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio», decía el otro).
Sananica noctámbula: Yo tampoco habría podido sobrevivir ni tener dos hijas sin el sueldo fijo de mi marido, añado.
Abejita laboriosa: Lo que ha dicho Sananica noctámbula nos remite a otra cuestión estrechamente vinculada a la extrema precariedad de las condiciones de trabajo de los traductores de libros: la feminización del sector.
Sobre el asunto ya hemos publicado algún texto en VASOS COMUNICANTES. Y sigue siendo un tema pendiente de estudios más profundos y más técnicos.
Lombriz ojiplática: Llevo treinta años dedicándome casi íntegramente a la traducción literaria y cada vez tengo que ponerle más horas al asunto para rascar el SMI. No me sirve de nada pedir aumentos y que me los den, porque las subidas son ínfimas (de euro en euro) y parten de una base que ya es patética. Cuando empecé, a finales de los noventa, podía ganarme la vida dignamente; ahora le pongo cincuenta horas a la semana y apenas subsisto. Lo peor: por lo que he leído, mis tarifas son relativamente buenas, para lo que se cuece en el panorama editorial.
Ahora que tenemos las herramientas y el amparo del Estatuto del Artista, ¿no es el momento de iniciar una negociación colectiva? La situación es insostenible. ¿No debería ser ese nuestro objetivo prioritario?
Ciervo volador (18 años de curro, traducción editorial en exclusiva, casi 200 libros): Al igual que Lombriz ojiplática, yo ya no le veo más sentido a una asociación que ayudar a garantizar la supervivencia del oficio en estos momentos. Cuando oigo hablar de contratos, IA, porcentajes de derechos de autor hasta me río, porque todo eso es el menor de mis problemas. El mayor de mis problemas es que he vivido la devaluación de los servicios lingüísticos justo en los años en que me fui introduciendo en la profesión y consolidando: en estos dos últimos años de reflexión, he pensado muchas veces, ¿es que he sido gilipollas creyendo que podía vivir de esto? ¿Es que acaso no vivía antes? Y entonces me pongo a ver qué coño ha pasado a mi alrededor, y veo que, por ejemplo, en 2012 yo estaba traduciendo novelas negras o novelas juveniles, a cascoporro, y aunque la tarifa no era para echar cohetes, las hacía como churros y ganaba entre 2000 y 2500 euros al mes (menos cotizaciones y gastos, eso sí), y en esas fechas podías hacer mucho más de lo que puedes hacer con ese dinero hoy. Yo he pedido una hipoteca con una renta decente y me han concedido un préstamo. Es decir, no estaba solo en mi cabeza, ni mentía cuando iba a clases de másteres y grados a decir que vivía de esto.
Luego se me ocurrió la brillante idea de tener hijos. Y eso coincidió con que, de repente, me llamaban para hacer libros muy interesantes. Sí, todo un reto, sí, maravilloso, pero por dos euros más que los otros que hacía como churros (ya hemos hablado de esto en anteriores ocasiones, Prestigio a quemarropa). Craso error de estrategia, o que a una le gusta la literatura, otra gran cagada. Y creo que muchas traductoras que tenemos hijos vivimos la profesión en esos años como un arma de doble filo: es la hostia poder conciliar y poner lentejas y lavadoras mientras traduces varias páginas, pero después eres la primera que no trabaja el día que están malos, mientras el (bendito) asalariado de tu pareja tiene que dar el callo, porque él tiene gente al otro lado de la pantalla que le tiene que ver todos los días. Y entonces tú empiezas a perder páginas al día, y empiezas a depender más del sueldo de tu pareja, o al menos a decir, bueno, no me aprieto tanto con la fecha para entregar este mes, ya llegará luego el dinero. Y ahí te puedes encontrar en una trampa porque acabas dependiendo económicamente. Me digo, seguramente para consolarme, que al final todos dependemos económicamente de otros, los asalariados también dependen del jefe capullo de turno que los puede echar mañana (pero al menos tienen paro) y que, para eso, prefiero depender de alguien que me quiera (ole).
Pero, en fin, que después de estudiar tropecientos idiomas y sacar adelante casi doscientos libros, no tendría que estar una haciendo estos cálculos penosos (que por cierto, mis cálculos del libro que estoy haciendo, vía Tarifadora, me dan un bruto de 1768, con una tarifa de 16,5 euros los 2100).
Y yo entonces me pregunto si tan difícil sería juntar a todos los que trabajamos de colaboradores externos de los dos grandes grupos editoriales, plantarnos y exigir una negociación. Porque pasar por el Gremio de Editores es tontería, cuando los que nos dan de comer son los grupos. Y también me pregunto yo si que la Directora general del libro sea tan colega nuestra sirve de algo, si luego no hay cambios y el estatuto está parado.
Algo estará pasando cuando a mí muchos editores me preguntan por gente para traducir y me dicen que les está costando encontrar gente buena… ¿Has pensado en pagarles dignamente?
Continúa en la tercera parte el lunes 19 de mayo .