Las abejas y lo invisible, de Clemens J. Setz

Viernes, 14 de marzo de 2025.

Las abejas y lo invisible, de Clemens J. Setz, traducción de José Aníbal Campos, H&O Editores, 2023, 451 páginas. [Die Bienen und das Unsichtbare, Suhrkamp Verlag Berlin, 2020].

Miguel Cisneros Perales

Este libro no es estrictamente un libro sobre traducción; no obstante, al tener como tema las lenguas, en plural, la traducción lo atraviesa por entero. De hecho, sin traducción no habría libro, y no me refiero al editado por H&O y traducido por José Aníbal Campos, cuyo título original es Die Bienen und das Unsichtbare, sino al original de Clemens J. Setz. Podríamos decir que es un libro sobre lenguas inventadas (¿acaso no todas las lenguas son inventadas?, nos anima su autor a preguntarnos en todo momento), pero en realidad es un libro sobre la comunicación, sobre la necesidad de comunicación. Y sin necesidad de comunicación no habría lenguas, y sin lenguas ni necesidad de comunicación no habría traducción.

El libro también está lleno de comentarios, comparaciones de traducciones y reflexiones sobre la traducción, algunas muy sutiles, otras de brocha gorda y la mayoría geniales, como esta sobre la traducción de sonetos: «Traducir sonetos es siempre como un sudoku: todo va de maravilla, avanza como por sí solo, como una cremallera sonora-espacial de palabras rimadas, pero de pronto: plaff» (p. 326).

El título del libro, de hecho, surge de una situación interlingüística mediada por la traducción. No se explica hasta el final. Clemens J. Setz lo toma de una frase que Rilke escribió en 1925 a su traductor al polaco, Witold Hulewicz: «Somos las abejas de lo invisible» (p. 372). No nos da más contexto. Para Setz es una estupenda metáfora para definir a «quienes escriben en lenguas inventadas» (p. 372). (También vale para los traductores, creo). Después de la cita de Rilke, Setz se pone a hablar de uno de sus bisabuelos e indica que lo que va a contar «no tiene nada que ver con este tema». La reflexión sobre las lenguas, la reflexión sobre la traducción, produce digresiones, ramificaciones de todo tipo y campo; disfruto de la inconsistencia de Setz porque me recuerda a la entropía informativa que a veces desatamos los traductores en algunos procesos de documentación especialmente ignotos o inesperados.

En fin, aclarado el motivo por el que este libro se reseña en VASOS COMUNICANTES (además de porque es muy entretenido), lo que sigue es un intento de poner orden al caudal de ideas, inmenso, desordenado, impresionista, entre la ficción y lo documental, entre lo íntimo y lo universal, que nos propone Clemens J. Setz.

Aviso: como ya se habrá comprobado, Las abejas y lo invisible es un libro que contamina, como un virus, y es difícil hablar de él con otras formas o en otros términos distintos a los que propone. Es como si generara su propio universo referencial, como un agujero negro que nos llevara a otra dimensión donde los parámetros comunicativos son otros. En cierto modo, es como un nuevo género: al principio no hay nada comparable, pero va contagiando otras maneras de expresión hasta convertirse en sí mismo en convención. De hecho, ahora que lo pienso, es como una lengua. Como si Setz nos contagiara su idiolecto para convertirlo en lecto, a secas. ¡Plaff!

Las abejas y lo invisible, decía, no presenta una tesis clara, sino una sucesión de anécdotas, escenarios y ejemplos interrumpida por descripciones muy detalladas y reflexiones sobre las lenguas, concretamente las que convencionalmente (je, je) se llaman artificiales o inventadas. Al igual que el origen de muchas de las lenguas que trata, Las abejas y lo invisible es el fruto de la obsesión de su autor.

El libro se estructura (es un decir) en torno a tres historias principales sobre lenguas inventadas (el sistema bliss o blissimbolismo, el volapuk y el esperanto, pero no son ni mucho menos las únicas lenguas que se abordan, presentan, describen o nombran). No obstante, los protagonistas no son las lenguas (o no solo), sino distintas personas reales de vidas igual o más peculiares que las lenguas que hablaron o inventaron. Porque, si retomamos el silogismo del principio, no habría necesidad de comunicación sin personas, ni lenguas sin personas, ni traducción sin personas. «Este libro pretende reunir», dice Setz en las primeras páginas, «a poetas talentosos, reyes perseverantes en sus reinos solitarios, gente perdida por un tiempo, invisible y perseguida, robots y criminales, héroes y salvadores del mundo» (p. 15). Todos ellos podrían ser (y lo son, a su modo) traductores.

En Las abejas y lo invisible encontraremos historias tan fascinantes que parecen más inventadas que las lenguas de las que hablan. Por ejemplo, tenemos la historia de los dos únicos hablantes de mati ke: Patrick Nudjulu y Agatha Perdjert, que, pese a todo, no se hablan, puesto que su cultura prohíbe que los hermanos carnales se comuniquen entre sí tras alcanzar la pubertad. O la historia del poeta somalí Mustafá Ahmed Jama, exiliado en Suecia desde niño, «enfermo congénito de una grave parálisis cerebral» (p. 84) y uno de los pocos hablantes (¿hablantes?) nativos de bliss del mundo, idioma en el que compone poemas muy emotivos (y, al mismo tiempo, divertidos) sobre su discapacidad. O el ideal de Suzette Haden Elgin, creadora del Láadan, «un idioma surgido de un proyecto de ciencia ficción cuya razón de existir consiste en estructurar y expresar mejor lo que sienten las mujeres» (p. 163). O el auge y caída de Robert Ben Madison, un niño huérfano de catorce años que declaró su dormitorio una micronación independiente a la que llamó Talossa (en finlandés significa «en el interior de la casa») y que hoy en día tiene parlamento, debates, embajadas, leyes, monarcas y hasta una lengua propia llamada talossano.

Todo esto aderezado de poemas en varios idiomas y descripciones metalingüísticas muy complejas de las lenguas que se comentan, mediadas siempre, necesariamente, por la traducción (al menos dos veces y en ocasiones hasta tres o cuatro veces). Me explico con un ejemplo.

Durante varias páginas, Setz intenta descifrar algunos poemas escritos en algo parecido a una «lengua picta» del poeta H. C. Artmann. El proceso de desciframiento pasa por la traducción, que aborda con diversas herramientas. Primero intenta entenderlos acudiendo a su conocimiento de las lenguas germánicas, irlandesas y gaélicas; luego busca pistas en la obra de Artmann y hasta en sus archivos; después busca traducciones de algunas de sus otras obras escritas en la misma lengua inventada; esto le lleva a consultar manuales y gramáticas de lenguas arcaicas; desesperado, acude a Google Translate, varias veces, en momentos distintos, con resultados desesperada y absurdamente distintos; esto lleva al traductor frustrado a recordar varios episodios de su infancia o a dar un paseo por una juguetería; al final, encuentra varios comentarios de especialistas en la cultura celta, entre ellos Ulrike Roider, que «se lanzó a una traducción, aunque ella misma define su método como “mitad enmendado” y “mitad adivinado”» (p. 130). (¿No podrían ser todas las traducciones mitad enmendadas y mitad adivinadas?).

El principio de uno de los poemas que Setz intenta descifrar dice así (si no he equivocado alguna letra):

yr mwyzaf gwr bmynyz
yn rhozoz
oed brangl y mae hi
yn sychred
ond cwyrlwch o gwrion:
ynysoez attedion…           

Ajam.

La traducción de Google que copia Setz es la siguiente:

El mwyzaf hombre bmynyz
en rhozoz
ella en la edad de brangl
en sychred
pero cwyrlwch de gwrion:
ynysoez attedion…

¿Ajam?

Y la traducción enmendada y adivinada (¡adivinada!) de Roider es esta:

Me humedezco, señor, yo fui una isla
allí depositada,
blanca como un cuervo al marchar en seco;
pero un mar de cero, oh, señor y amor,
la isla era un sostén firme…

¡Y lo mejor es que las tres, en realidad, son la traducción de varias traducciones de un texto que vive entre lenguas y en ninguna! Porque lo que leemos en esta edición de H&O es la traducción al español de José Aníbal Campos del picto de Artmann, pasando por el seudo alemán de Google (que traduce de un supuesto gaélico), el alemán de Roider y el alemán de Setz.

En otra ocasión, el autor replica con el alemán un experimento hecho por varios volapukistas para comprobar si el volapuk funcionaba realmente para la comunicación internacional, y, con la ayuda de un motor de traducción automática, traduce varios poemas «en alemán primero al ruso y luego de vuelta al alemán. A veces también al portugués, del portugués al serbio y a otro par de idiomas más, y luego he hecho lo mismo al revés» y presenta el resultado de nuevo en alemán, que nosotros leemos en español, acompañado de la siguiente nota del traductor: «Hemos creído oportuno hacer el mismo experimento que ha hecho el autor, recurriendo al traductor de Google para traducir el poema original en alemán primero al checo, del checo al inglés y del inglés al español. Este es el resultado» (p. 149). El lector podrá hacerse una idea del nivel de inteligibilidad final.

Más adelante, intentando traducir un poema de otro idioma aparentemente imposible, Setz exclama: «¿Cómo consiguen los traductores de poesía no volverse locos?» (p. 208). Él ya es traductor, aunque aún no se haya dado cuenta: lleva un par de centenares de páginas siéndolo. (Y quizás, como escritor interesado por otras lenguas, ya lo era de antes).

Clemens J. Setz, por cierto, y con esto acabo, adora los resultados de Google y de la traducción automática de este tipo de obras escritas en idiomas imposibles, puesto que considera las producciones de la máquina una especie de rizo rizado de nonsense (sinsentido, en inglés en el original y en la traducción), pero lo que revela la traducción al español de su libro es, sin duda, la necesidad imperiosa (¡imperiosa!) de lo humano en la comunicación, las lenguas y, en definitiva, la traducción; y la constatación de que hasta lo imposible (o lo invisible) puede traducirse.

 

 

Miguel Cisneros Perales es actualmente profesor de la Universidad Complutense de Madrid, donde da clases de traducción. Dedicó su tesis a la recepción de George Bernard Shaw en España. Ha publicado un par de novelas y traducido a algunos autores anglosajones.

 

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