Viernes, 8 de agosto de 2025.
Texto publicado en VASOS COMUNICANTES 3. Otoño 1994. Agradecemos a Ramón Irigoyen su colaboración en la elección del poema, así como en la búsqueda y selección de las versiones que ofrecemos
Juguemos nuevamente, ahora, a la lectura de diferentes lecturas de un mismo texto, como hacíamos la vez pasada con Sir William Shakespeare. Para quienes, aún hoy, se muestran refractarios a admitir la evidencia de que la actividad traductora es, en no pocas ocasiones, moldeadora de nuevas aventuras, punto de arranque para las mismas en el ejercicio de la propia lengua, recurramos en esta oportunidad al divino Constandinos P. Cavafis, que tanto influjo ejerció —él y sus traducciones— en la poesía española de un tiempo no demasiado lejano. Quienes por primera vez tengan en las manos un número de esta revista, no se extrañen ni nos acusen de desidia o irresponsabilidad: en la ausencia del nombre del traductor al pie de cada uno de los poemas que siguen radica precisamente el juego que les proponemos. Establecer las diferencias sin ayuda de la autoridad que se ampara en el nombre, dar tal vez con ese nombre que —por esta vez, nosotros, tantas veces y tan irritantemente innombrados— no damos. Y juzgar al traductor, a los traductores, que en cuestión de goces ocurre como con los gustos: cada cual es muy dueño de elegir el medio de darse satisfacción. Dejemos ya hablar al alejandrino:
Τα Άλογα του Αχιλλέως
Τον Πάτροκλο σαν είδαν σκοτωμένο,
που ήταν τόσο ανδρείος, και δυνατός, και νέος,
άρχισαν τ’ άλογα να κλαίνε του Αχιλλέως·
η φύσις των η αθάνατη αγανακτούσε
για του θανάτου αυτό το έργον που θωρούσε.
Τίναζαν τα κεφάλια των και τες μακρυές χαίτες κουνούσαν,
την γη χτυπούσαν με τα πόδια, και θρηνούσαν
τον Πάτροκλο που ενοιώθανε άψυχο κι’ αφανισμένο,
μια σάρκα τώρα ποταπή — το πνεύμα του χαμένο —
ανυπεράσπιστο — χωρίς πνοή —
εις το μεγάλο Τίποτε επιστραμένο απ’ την ζωή.
Τα δάκρυα είδε ο Ζευς των αθανάτων
αλόγων και λυπήθη. «Στου Πηλέως τον γάμο»
είπε «δεν έπρεπ’ έτσι άσκεπτα να κάμω·
καλλίτερα να μην σας δίναμε, άλογά μου
δυστυχισμένα! Τι γυρεύατ’ εκεί χάμου
στην άθλια ανθρωπότητα πούναι το παίγνιον της μοίρας.
Σεις που ουδέ ο θάνατος φυλάγει, ουδέ το γήρας
πρόσκαιρες συμφορές σας τυραννούν. Στα βάσανά των
σας έμπλεξαν οι άνθρωποι.» — Όμως τα δάκρυά των
για του θανάτου την παντοτινή
την συμφοράν εχύνανε τα δυο τα ζώα τα ευγενή
LOS CABALLOS DE AQUILES
Primera versión
Cuando a Patroclo vieron muerto,
que era tan audaz y fuerte y joven,
los caballos de Aquiles se echaron a llorar;
su naturaleza inmortal se sublevaba
contra la obra aquella de muerte que veían.
Sacudieron la testa y agitaron las largas crines,
golpearon el suelo con los cascos, y plañeron
a Patroclo, al que sabían sin vida, arruinado,
un cuerpo abyecto ahora, su espíritu abolido,
inerme, sin aliento,
llevado de la vida a la Nada inmensa.
Las lágrimas vio Zeus de los divinos
caballos, y se afligió. «Cuando la boda de Peleo»,
dijo, «no debí haber obrado con tan poca prudencia:
mejor no haberos regalado, ¡desdichadoscaballos míos! ¡Qué hacéis ahí, en la tierra,
entre la pobre humanidad que es el juguete del destino!
A vosotros, a quien la muerte y la vejez no acechan,
las miserias temporales os trastornan. En sus cuitas
el hombre os ha enredado». En tanto, seguían sus lágrimas
por la perpetua miseria de la muerte
derramando los dos nobles animales.
Segunda versión
Cuando a Patroclo vieron muerto,
tan joven, fuerte y audaz,
los caballos de Aquiles se entregaron al llanto;
y su inmortal naturaleza alzóse
contra la obra oscura de la muerte.
Las hermosas cabezas sacudieron sus largas crines
y piafaron la tierra, y lloraron
por Patroclo ya exánime —sin vida—
cuerpo caído —huida el alma—
sin aliento —indefenso—
vuelto de la vida al gran seno de la Nada.
Vio Zeus las lágrimas de los inmortales
caballos y afligióse. «El día de la boda de Peleo»,
dijo, «fui irreflexivo;
¡mejor no haberos dado nunca
a lo aciago! Por qué entregaros
a míseros humanos sujetos al destino.
Vosotros, a quienes la muerte y la vejez no aguardan,
lo efímero os aflige. Y el hombre os ha
mezclado en su desgracia». Sin embargo ante la dura
imagen de la muerte perpetua
los nobles animales se entregaron al llanto.
Tercera versión
A Patroclo cuando vieron muerto,
antes tan valiente, fuerte y joven,
comenzaron a llorar los caballos de Aquiles;
su inmortal naturaleza se sublevaba
ante esta obra de la muerte que veían.
Agitaban sus cabezas y sus largas crines sacudían,
la tierra golpeaban sus pezuñas, se lamentaban
por Patroclo, al que exánime veían —destruido—
carne vil ahora —su espíritu, perdido—
indefenso —sin aliento—
de la vida a la gran Nada devuelto.
Las lágrimas vio Zeus de los inmortales
caballos y afligióse. «En las nupcias de Peleo»
dijo «no debí tan irreflexivo obrar;
¡mejor no haberos entregado, desgraciados
caballos míos! ¿Qué buscáis ahí en la tierra
con la mísera humanidad, juguete del destino?
A vosotros, que ni vejez ni muerte aguardan
temporales desgracias os afligen. En sus tormentos
los hombres os han mezclado». —Sin embargo
sus lágrimas por la perpetua desgracia
de la muerte derramaban los dos nobles animales.
Cuarta versión
Cuando vieron muerto a Patroclo,
tan valiente, tan fuerte y tan joven,
los caballos de Aquiles prorrumpieron en llanto;
su inmortal condición se indignó
ante la obra de la muerte que veían.
Alzaron la cabeza, sacudieron las largas crines,
golpearon el suelo con las patas, y lloraron
a Patroclo, a quien sentían inánime —destruido—
una carne abyecta ahora —el espíritu disipado—
indefenso —sin aliento—
hacia la inmensa Nada vuelto desde la vida.
Zeus vio las lágrimas de esos inmortales
caballos y sintió lástima. «En las bodas de Peleo»,
dijo, «no he debido actuar tan irreflexivamente.
Habría sido mejor no haberos regalado,
infelices caballos. ¿Qué ibais a hacer allí,
entre esos pobres seres, juguetes del destino?
A vosotros que estáis libres de la muerte y la vejez,
os atormentan calamidades pasajeras. En sus apuros
el hombre os ha atrapado». Pero sus lágrimas,
por la calamidad eterna de la muerte,
seguían derramando los dos nobles animales.
Quinta versión
Cuando vieron muerto a Patroclo,
que tan valeroso, fuerte y joven fuera,
a llorar rompieron los caballos de Aquiles;
de ira se llenó su inmortal naturaleza
a la vista de este trabajo de la muerte.
Sus testas sacudían y las largas crines agitaban,
la tierra herían con sus patas y por Patroclo
lloraban, que exánime sentían —aniquilado—
carne ahora envilecida —perdido ya su espíritu—
indefenso —sin aliento—
vuelto de la vida a la Nada inmensa.
Las lágrimas vio Zeus de los caballos
inmortales y llenóse de tristeza. «En la boda de Peleo
—dijo— no debí obrar tan a la ligera;
¡mejor no os hubiera regalado, corceles míos,
desdichados! ¿Qué buscabais allí abajo
entre esa mísera humanidad, juguete del destino?
Vosotros, a los que ni acecha la muerte ni la vejez,
las efímeras desgracias os atormentan. En sus sufrimientos
os envolvieron los humanos.» —Sin embargo,
las dos nobles bestias, por la perpetua contingencia
de la muerte, su llanto derramaban.
Sexta versión
Como vieron a Patroclo muerto,
tan valeroso fue, tan fuerte, tan joven,
comenzaron a llorar los caballos de Aquiles;
su naturaleza inmortal presa de la indignación
por esta obra de la muerte que contemplaba.
Agitaban sus cabezas y sus largas crines sacudían,
la tierra golpeaban con las patas, y plañían
por Patroclo al que sentían exánime —desaparecido—
una carne ahora vil —su espíritu perdido—
indefenso —sin aliento—
hacia la gran Nada devuelto por la vida.
Las lágrimas vio Zeus de los caballos
inmortales y entristecióse. «En las bodas de Peleo»
dijo «no debí obrar con tal irreflexión;
mejor que no os hubiera entregado. ¡Desdichados
caballos míos! Qué se os había perdido
en la mísera humanidad que es juguete del destino.
A vosotros que ni la muerte tiene a su recaudo,
ni en la vejez temporeros infortunios avasallan.
En sus tormentos os implicaron los hombres».
—No obstante, por el sempiterno infortunio de la muerte
sus lágrimas derramaban los dos nobles animales.
Séptima versión
En cuanto vieron a Patroclo muerto
—era joven, y fuerte, y muy valiente—
los caballos de Aquiles se echaron a llorar;
se indignó su inmortal naturaleza,
al ver la obra aquella de la muerte.
Y sacudían sus cabezas y hacían ondear sus largas crines.
Golpeaban la tierra con sus patas, en llanto
por Patroclo, al que sentían ya sin vida —aniquilado—
una carne abyecta a la sazón —su espíritu ya perdido—
sin posible defensa —sin aliento—
a la gran Nada devuelto por la vida.
Zeus vio las lágrimas de las bestias
inmortales y se afligió. «En la boda de Peleo»,
dijo, «no debí obrar con tanta irreflexión;
mejor fuera no haberos regalado, mis desdichados
caballos ¿Qué buscabais ahí en esa tierra
entre la miserable humanidad, juguete del destino?
A vosotros, a quienes ni vejez ni muerte acechan,
os torturan desgracias pasajeras. En sus tormentos
los hombres os enredan». Pero de puro nobles,
las dos bestias lloraban
la desgracia perenne de la muerte.

Henri Alexandre Georges Régnault: Automedonte con los caballos de Aquiles, 1868. Imagen libre de derechos
La solución a los Juegos de palabras
He aquí los nombres de los traductores y las ediciones a las que pertenecen las versiones de Los caballos de Aquiles, de Constandinos Cavafis.
Primera: Juan Ferraté. Veinticinco poemas de Cavafis. Lumen. Barcelona, 1975.
Segunda: José María Alvárez. Konstantino Kavafis. Poesías completas. Hiperión; I. Peralta Ediciones; Editorial Ayuso. Pamplona, 1976.
Tercera: Luis de Cañigral. Cavafis. Ediciones Júcar. Gijón, 1980.
Cuarta: Francisco Rivera. C. R Cavafy. Cien poemas. Monteávila Editores. Caracas, Venezuela, 1980.
Quinta: Pedro Bádenas de la Peña. C. P. Cavafis. Poesía completa. Alianza Editorial. Madrid, 1982.
Sexta: Alfonso Silván Rodríguez. C.P. Cavafis. Obra poética completa. Ediciones La Palma. Madrid, 1991.
Séptima: Ramón Irigoyen. Cavafis. Poemas. Seix Barral. Barcelona, 1994.