¿Funcionan las propuestas?, y II

Viernes, 7 de febrero de 2025.

Esta conversación que llamamos «Centón» se desarrolló durante el mes de marzo de 2023 en la lista de distribución de ACE Traductores como respuesta a un mensaje de Elena Fernández-Renau, en el que intentaba resolver sus dudas en torno a la posibilidad de enviar propuestas de traducción a las editoriales. En respuesta, una docena de compañeros contaron sus experiencias.

Viene de la primera parte.

 

Iris Lobo: Como parece que al final va a salir un centón, quisiera matizar mi respuesta, que la escribí rápido desde el móvil, llevada por la frustración, que es muy mala amiga.

Creo que a menos que se cuente con la confianza directa de una editorial, o un nombre ya muy establecido en el sector (como traductor o autor), las editoriales rara vez otorgan ese voto de confianza, que me atrevería a decir que es aún mayor para una propuesta de edición (de un libro que no pueden leer porque no existe en una lengua accesible, sobre todo) que para un contrato de traducción.

Desde luego, no se me ocurriría mandar una propuesta de un libro reciente, porque, como han apuntado otros compañeros, es casi cuestión de orgullo para las editoriales mantenerse al día leyendo prensa especializada y acudiendo a eventos como la feria de Frankfurt (o más pequeños). Lo mismo podría decirse de los libros publicados en los últimos 20-30 años; que sí, que posiblemente puedan encontrarse muchas omisiones flagrantes, pero quiero pensar que si esos libros no se han publicado no es por desconocimiento de los mismos, sino porque ya han sido evaluados y rechazados por los motivos que sea. Luego te encuentras verdaderas joyas traducidas en los 70 y 80, hoy descatalogadas, pero eso ya es otro asunto. Podría resultar con un libro relativamente reciente en una lengua minoritaria que sea muy poco conocido, pero me da la impresión de que si el libro no ha sido traducido ya al inglés o francés la mayoría de las editoriales lo rechazarán. Yo la propuesta de traducción de libro más reciente que mandé acababa de salir hacía un par de años, y fue una sugerencia de una amiga de un amigo (de la autora, con la que de hecho me pusieron en contacto directo), y en las editoriales que probé me dijeron que no lo veían factible porque no estaba traducido y querían leerlo con antelación (que luego sí fue traducido a varios idiomas europeos, aunque a inglés todavía no). Y era un tema relativamente candente, políticas de ultraderecha y feminismos (novela, no ensayo).  También probé con una novela gráfica de hace unos diez años que estoy convencida de que sería muy vendible, pero nada de nada.
En ambos casos, fueron dos intentos por ofrecer algo «comercial» pensando que tendría éxito, frente a lo que normalmente suelo ofrecer porque es lo que me gusta a mí como lectora, clásicos olvidados, autoras de rescate. Y es a esto a lo que me refería en mi primer email. En los últimos años de la carrera y todavía años después, pasé una temporada obsesionada con leer únicamente libros que nunca habían sido traducidos del inglés (y más tarde del noruego, sueco y danés) de mujeres sobre todo, publicados entre 1800 y 1950, la época que más me interesaba como predoctoranda y doctoranda. Fue muy enriquecedor para mí porque me permitió familiarizarme con la literatura europea de autoría femenina de una forma única, y ese es un bagaje que siempre quedará allí. Así encontré varias joyas que creo que deberían ser traducidas, pero lo que crea yo realmente da igual si las editoriales no están de acuerdo. Algunos de los libros salieron tiempo después, ya que como sabéis en la última década sí que ha habido cierto auge de publicar autoras raras, pero a las sugerencias directas mías no se les ha hecho caso, ni muchas veces acuse de recibo. Al menos tengo material para escribir unos cuantos artículos de investigación, cuando tenga tiempo para hacerlo.

Y por cerrar esto, volviendo a mi amiga la frustración, y casi como un grito de ayuda después de varios años investigando en archivos: ¿alguien me podría ayudar a colocar unos libros de la guerra civil antes del 90 aniversario? Ya he intentado con las típicas editoriales que publican de ese tema, así que si conocéis alguna editorial un poco más pequeña que esté abierta al tema, estaría infinitamente agradecida.

Concha Cardeñoso: Soy de las veteranas y solo he hecho dos propuestas en mi vida profesional, pero ahí va un poco de historia:

Allá por el año del Señor de 1993 o así, una compañera de la facultad y colega traductora (Mireia Porta Arnau) y una servidora flipamos con uno de los libros de lectura obligatoria del curso de literatura contemporánea: The Stone Angel, de Margaret Laurence. Nos entusiasmó tanto que se nos ocurrió traducirlo al catalán (Mireia) y al castellano (muamem). Fuimos a proponérselo a una editora (puede que fuera Julieta Lionetti). Incluso le dimos los datos para que pudiera solicitar una ayuda del gobierno canadiense. No sometió a una prueba de traducción con otro texto. Cuando me devolvió el mío revisado… en fin, las revisiones daban pena. La cuestión es que nos dio calabazas. Sin embargo, pocos meses después, El Aleph publicó El ángel de piedra. Me llevé un disgusto, claro. Pero, bueno, ahí estaban la obra maestra de la gran Margaret Atwood, Alice Munro y más, para el público castellanohablante.

Un par de años más tarde también fui a ver a Anik Lapointe con otro libro que me había gustado mucho. No me sometió a ninguna prueba porque me conocía, ya había trabajado con ella, pero me dijo que nones. En vista del éxito, nunca más propuse nada.

A todo esto, yo trabajaba siempre por encargo. La idea de proponer una traducción había surgido únicamente movida por el entusiasmo, que conste. Que conste, sí, porque, para mi gran sorpresa y admiración, unos años más tarde, en 2016, creo, en Gijón, me encontré con todo un elenco de traductores y traductoras jóvenes, los traductores verdes fritos, que trabajaban sobre todo presentando propuestas. No lo podía creer. Y ¡qué rigor en las propuestas, qué profesionalidad y qué seriedad! Ahí me di cuenta de que había llegado una nueva generación entusiasta y preparadísima que sabía hacer las cosas de otra manera.

Teresa Lanero: Desde hace varios años imparto un taller de dos horas sobre propuestas en el Máster de Traducción para el Mundo Editorial de la UMA. A los alumnos siempre les digo que me parece una buena forma de meter cabeza en la traducción de libros, ya que, cuando se está empezando y según mi experiencia, de poco sirve enviar el currículum a las editoriales, por muy bueno que sea, sin libros traducidos, y una propuesta puede ser una forma de que el editor se fije en un traductor novel. En este sentido, es como una carta de presentación. En mi caso, las primeras propuestas que envié, hace más de diez años, no me sirvieron para traducir los libros propuestos, pero sí para que el editor me mandara otros encargos. Mis primeros encargos, por tanto, fueron gracias a las propuestas, aunque de forma indirecta.

Ahora bien, hay que ser consciente de que todo esto es a costa de un trabajo no remunerado que no sabemos si va a caer en saco roto y que, a todas luces, correspondería hacer al editor. La elaboración de un dosier de traducción lleva horas de trabajo que nadie va a pagarnos, aunque, con suerte, consigamos «colocar» y acabar traduciendo el libro. Por eso me desconcierta un poco que se hable de una reducción de tarifa para libros propuestos por el traductor ¡que además de traducir el libro ha invertido horas en documentarse, en leer y en proponer el libro! También se corre el riesgo de que el editor le encargue la obra a otra persona y nos deje con tres palmos de narices. Aunque a mí nunca me ha pasado, sé que a otros compañeros sí y es una posibilidad que también hay que valorar.

Más allá de utilizar las propuestas para empezar en la traducción literaria, de vez en cuando sigo proponiendo títulos a editores, a veces con éxito, pero ya no elaboro un dosier exhaustivo como hacía antes ni envío una muestra de traducción ni le dedico tanto tiempo. Lo hice cuando me interesaba, pero ahora mis propuestas son mucho más rudimentarias. Y, por supuesto, si acabo traduciendo el libro, la tarifa es la misma que cobraría si no lo hubiera propuesto yo.

Pepa Linares: Yo he propuesto poco, pero suelo hablar con algunos editores de las obras que ellos han pensado y de vez en cuando ha salido alguna propuesta mía. Por ejemplo, El cuaderno prohibido (Contraseña, 2017), cuya autora, Alba de Céspedes, redescubrí en la biblioteca de una señora de 95 años. Digo redescubrí porque, antes de caer en el olvido, se había traducido bastante en los años cincuenta.

En el caso de La Herencia de los Ferramontime llamó Luis Magriynà porque otro editor le había dicho que yo la quería traducir. Y era cierto, pero nadie me había hecho caso.

La conciencia de Zeno y Seis personajes en busca de autor fueron elecciones tomadas a medias con Javier Setó, de Alianza Editorial.

Creo que cuando yo empecé pocos nos atrevíamos a esas cosas. Y, desde luego, no teníamos ni idea de cómo se hacía una propuesta por escrito. Entonces todo era de palabra en los despachos y por teléfono. De ahí mi fobia a relacionarme solo electrónicamente.

Aunque parezca un problema distinto que no viene a cuento, la relación cara a cara con los editores favorece este tipo de cosas, entre otras muchas. Y me temo que se está perdiendo.

Jorge Ollero Castela: Es un placer participar en mi primer centón y encima en uno tan interesante. ¡Gracias!

En mi caso, en 2021 empecé a elaborar dos propuestas, pero al poco descubrí que habían vendido los derechos y que ya se iban a publicar en español. Os cuento la experiencia de una tercera que sí llegué a completar, aunque tampoco tuvo éxito.

Yo soy de los principiantes, principiantes, tanto que hace solo dos años estaba recibiendo el taller de propuestas que imparte Teresa Lanero en el Máster de Traducción para el Mundo Editorial de la Universidad de Málaga. De hecho, en ese máster, la parte central del trabajo final de una de las asignaturas principales es elaborar una propuesta. El caso es que me entusiasmé tanto por el libro que había descubierto para el proyecto (Beowulf, de Bryher) que decidí contactar con la agente literaria que gestionaba los derechos para saber si estaban libres. No llegué a enviar la propuesta como tal, porque la agente fue tan amable de buscarme directamente editoriales a las que les pudiera interesar y me puso en contacto con el director mexicano de una de las más grandes del mercado hispanohablante, que acabó comprando los derechos. La cosa podría haber salido muy bien, ya que si pasaba la prueba también estaban dispuestos a asignarme otros dos títulos que ellos habían elegido. Sin embargo, no llegaron ni a enviarme el texto de la prueba porque las tarifas que manejaban estaban a años luz de las de España y de las más dignas de México. El libro lo acabó traduciendo otra persona (a la sazón, de México), la editorial y la agente hicieron su negocio y yo me quedé con una propuesta para mi trabajo final pero que no podía mandar a nuevas editoriales.

En definitiva: tuve la suerte inicial de que la iniciativa propia de llamar la atención sobre ese título me brindara la posibilidad de traducir ese y otros sin necesidad de una propuesta formal, aunque después se me quedara el gozo en un pozo por otras razones, a diferencia de lo que les ha pasado a otras compañeras. Otra cosa que aprendí es que es una inversión de tiempo y esfuerzo muy grande que, según la suerte que le depare al libro y sus derechos, quizá luego no te merezca tanto la pena.

Por el mismo motivo por el que renuncié a traducir ese libro renunciaría a traducir otros. Opino que no por ser una propuesta de la traductora debería ser más baja la tarifa; más bien al revés: debería ser más alta de lo habitual, por hacerle el trabajo a la editorial y haberle encontrado un título que sin nuestra iniciativa quizá no se habrían planteado publicar.

Alexandra Rybalko Tokarenko: Aquí una «traductora verde frita» de esas que trabaja principalmente gracias a propuestas (que he leído que alguien lo comentaba, pero ahora no encuentro quién, lo siento). Trabajo traduciendo, que no vivo de ello (también me parece importante matizarlo). Desde que empecé a traducir he hecho cuatro propuestas, de las cuales tres han salido adelante. Ahora justo estoy batallando una que se me está resistiendo un poco, pero con la que todavía no está todo perdido. Las propuestas no solo han sido mi puerta de entrada en la traducción literaria, sino que me han traído otros encargos de esas mismas editoriales. Debo decir que traduzco poco, e intento hacerlo despacio, porque mi salud mental está más a salvo si tengo un trabajo medianamente estable y dejo horas en mi jornada que dedico a traducir cuando me sale un proyecto. Que luego no siempre sea sano compaginarlo, ya es otra historia.

Volviendo a las propuestas, ahora leyendo las experiencias de los compañeros, me resulta muy curioso porque yo nunca me planteé no hacer propuestas, mucho menos para empezar. Vengo del sector editorial y recuerdo la suerte que corrían los currículums que nos llegaban a la bandeja de entrada, por muy bien redactados que estuvieran y fueran del tipo de colaborador externo que fueran. Tampoco me parece una falta de respeto hablarle a un editor de un libro o autor que pueda encajar en su catálogo y que, por motivos varios, se le puede haber pasado. Nadie, salvo contadas excepciones, puede estar nunca en todo. Más falta de respeto me parece que los editores no acusen recibo cuando algo no les interesa o que se tomen meses para respondernos a menos que lleguemos apadrinados, aunque ese es otro tema.

Me vuelvo a ir por las ramas, disculpad. Todo esto viene a que desde el primer día asumí (de forma muy natural, diría) el trabajo no remunerado de ser una especie de scout, pero porque era la única forma que veía no solo de empezar a traducir, sino de trabajar con textos que me gustasen. Aquí hay que añadir que traduzco del ruso y que lo que me interesa son las nuevas voces (a poder ser, de los márgenes) y los clásicos olvidados, de los que muchas veces no hay traducciones a otros idiomas. Siempre trabajo de la misma manera: cuando encuentro algo que me gusta y que creo que podría funcionar mínimamente en España, averiguo si están libres los derechos y una vez que he recibido una respuesta afirmativa, me pongo en contacto con la editorial (que siempre escojo con mucho mimo y por razones concretas vinculadas al libro en cuestión; no suelo enviar el mismo libro a dos editoriales, al menos hasta estar convencida de que a la primera no le interesa). Si la editorial muestra interés, ahí es donde preparo un informe de lectura lo más exhaustivo posible y una pequeña muestra de traducción. Es un currazo, sí, y a menudo pienso que no compensa, pero, hasta el momento, por una cosa o por otra me ha ido funcionando, por eso sigo haciéndolo. Supongo que depende mucho del editor con el que te topes y lo valiente, arriesgado o inconsciente (en el buen sentido) que sea. Es cierto que cuando empecé a hacerlo en 2019, gracias a una serie de ayudas que concedían desde Rusia, creo que la cosa era bastante más fácil. Este es el primer año que me he encontrado con más reparos, dudas y algún que otro editor que ni siquiera responde (esto último, hasta ahora nunca me había pasado).

En cuando a tarifas, que yo sepa, nunca me han bajado una tarifa por haber propuesto un libro. Que la hayan bajado por otros motivos, eso ya es otro tema, uno del que lamentablemente no podemos hablar y que a los traductores noveles (sólo puedo hablar de lo que conozco) nos deja en una posición muy expuesta.