Lunes, 21 de julio de 2025.
Publicamos aquí la segunda entrega sobre la historia de la Casa del Traductor de Tarazona. Véase aquí la primera, a cargo de Francisco Uriz
Desde que me dedico a escribir novelas además de traducirlas, una de las cosas que destaco en la breve biografía que aparece en las solapas de mis libros es que, además de ser traductora de profesión, durante siete años tuve el privilegio de dirigir la Casa del Traductor de Tarazona. Me siento especialmente orgullosa de haber formado parte durante unos años de este proyecto tan necesario como ambicioso, creado con el objetivo de dar visibilidad a los traductores literarios y de reivindicar la labor que desempeñan como creadores y transmisores de cultura.
Cuando en 1998 asumí la dirección de la Casa del Traductor, lo hice con el propósito de continuar el trabajo iniciado por mi predecesor, el tristemente ya fallecido Paco Uriz, con quien todos los traductores españoles estamos en deuda por haber tenido la iniciativa de crear en Tarazona un centro dedicado exclusivamente a la promoción de la traducción literaria. Un objetivo que desde que la Casa del Traductor abrió sus puertas en 1988 se ha venido desarrollando a través de dos ejes fundamentales: por un lado, las becas que permiten a los traductores realizar una estancia en las instalaciones de la Casa para llevar a cabo un proyecto de traducción; y, por otro, la celebración de encuentros, jornadas y talleres de traducción que cuentan con la participación de una amplia y variada gama de profesionales relacionados con el mundo del libro: traductores —por supuesto—, pero también escritores, académicos, docentes, editores, periodistas, agentes literarios, representantes de asociaciones de traductores y de instituciones culturales. En este sentido, la colaboración con ACE Traductores, que respaldó el proyecto desde sus inicios, ha sido fundamental y ha permitido tejer unas complicidades que han hecho posible que la Casa del Traductor se haya convertido en una institución prestigiosa e influyente que los traductores españoles sienten como suya.
Durante mi etapa como directora (1998-2004), me tocó asumir el reto de consolidar las distintas actividades que organizaba la Casa y darles una mayor visibilidad. Para ello, ampliamos la política de adjudicación de becas de residencia a fin de hacer posible que cualquier traductor de cualquier lugar del mundo pudiera realizar una estancia en Tarazona, aumentando de este modo el número de lenguas presentes en el centro; apostamos decididamente por la Red Europea de Centros Internacionales de Traductores Literarios (RECIT), de la que la Casa del Traductor era miembro desde su creación; consolidamos la celebración de las Jornadas en torno a la Traducción Literaria, organizadas conjuntamente con ACE Traductores, que llegaron a convertirse en un evento multitudinario y en un referente de los encuentros de traducción, no solo en España sino también en otros países; fomentamos la celebración de jornadas de formato más reducido dedicadas a temas de carácter específico, como la traducción de poesía contemporánea, de la literatura denominada «de género» o la traducción de los clásicos grecolatinos, por citar solo algunos ejemplos; y, finalmente, impulsamos la celebración de encuentros, jornadas y talleres con todos los miembros de la red RECIT, con el fin de ahondar en el perfil internacional de la Casa y sin perder nunca de vista ese objetivo de dar una mayor visibilidad al traductor. En algunas ocasiones, la Casa del Traductor ejercía de anfitriona y la pequeña ciudad de Tarazona se convertía en una auténtica Babel de lenguas en el corazón de Aragón; en otras, éramos nosotros quienes nos desplazábamos junto a grupos de traductores y escritores a Norwich, Arles, Turín, Visby, Ámsterdam, Bruselas o Straelen —sede de los respectivos centros de traductores que en aquel entonces formaban parte de la red RECIT— y participábamos en los encuentros, seminarios y talleres que organizaban las otras Casas, a menudo en calidad de coorganizadores. En aquellos años, desarrollamos una colaboración especialmente estrecha con The British Centre for Literary Translation, que en aquella época dirigía Peter Bush, y lo hicimos por dos motivos fundamentales: en primer lugar, por la cantidad ingente de libros que en España se traducen del inglés y el gran número de traductores que hay de esta lengua; y, en segundo lugar, con la intención de estimular la traducción de obras españolas a una lengua dominante en la que la traducción de obras extranjeras sigue siendo residual en comparación con la actividad traductora llevada a cabo por otros países, entre ellos, España.
Este amplio conjunto de actividades que organizaba o en las que participaba la institución era posible gracias a las subvenciones que nos proporcionaba la Comisión Europea en relación con las becas de residencia, gestionadas a través de la red RECIT, y al apoyo financiero que recibíamos del Ministerio de Cultura, el Ministerio de Asuntos Exteriores, el Instituto Cervantes, el Ayuntamiento de Tarazona, la Diputación Provincial de Zaragoza y el Gobierno de Aragón. Sin ese apoyo decidido por parte de las instituciones aragonesas y españolas, y sin la implicación de ACE Traductores en el proyecto, nada de esto hubiera sido posible, como tampoco el relevante papel institucional que la Casa del Traductor adquirió en aquellos años. Dialogar con los representantes políticos, solicitar subvenciones, gestionarlas y rendir cuentas formaba parte de ese trabajo invisible que permitía que la Casa funcionase y pudiese mantener su actividad a lo largo de todo el año de manera ininterrumpida.
Sin embargo, a pesar de la importancia que otorgábamos a todas estas actividades dinamizadoras con las que pretendíamos estimular el debate sobre la traducción y poner en un primer plano al traductor, nunca olvidamos que la principal actividad de la Casa era la de proporcionar becas de estancia a los traductores. Al fin y al cabo, la Casa del Traductor es precisamente eso, una casa donde los traductores pueden convivir durante un tiempo y compartir sus experiencias mientras trabajan en sus respectivos proyectos de traducción. Así, una de las funciones de la Casa del Traductor durante mi etapa fue la de animar a los traductores a que aprovechasen su estancia en Tarazona para disfrutar también de los paisajes del Moncayo, de su oferta cultural y su gastronomía. En este sentido, recuerdo que no era infrecuente que las cenas que periódicamente compartíamos en el comedor del centro o en alguno de los restaurantes de la ciudad terminasen en apasionados debates que se prolongaban hasta altas horas de la madrugada. Lejos de la rutina del día a día en nuestros estudios, de la soledad de esta profesión que requiere concentración y grandes dosis de disciplina, los traductores podían comparar experiencias y compartir éxitos y frustraciones. En la Casa, como no podía ser de otra manera, constantemente se debatía sobre problemas y soluciones de traducción, pero también se hablaba de literatura, de filosofía, de política, de arte, de religión… Y todo ello en un ambiente de respeto, tolerancia, camaradería y buen humor que convertía la Casa del Traductor en un verdadero oasis ilustrado.
Durante los años en los que tuve el privilegio de dirigir la institución, por Tarazona pasaron varios de los escritores españoles más destacados, algunos de ellos ya desaparecidos: Ana María Matute, Juan Goytisolo, Rosa Regàs, Enrique Vila-Matas, Bernardo Atxaga, Nuria Amat, Julio Llamazares, Manuel Rivas, Pedro Zarraluqui, Clara Janés, Francesc Parcerisas, Lorenzo Silva, Elvira Lindo, Ignacio Martínez de Pisón… A todos ellos les proponíamos que reflexionasen sobre la traducción literaria durante la conferencia inaugural, que tenía lugar en el Monasterio de Veruela, durante la celebración de las Jornadas en torno a la Traducción Literaria, o bien con motivo de alguno de los encuentros y talleres que la Casa organizaba durante el resto del año. Buscar la complicidad de los escritores era uno de nuestros objetivos, en una época en que el traductor todavía era visto en muchas ocasiones como un mal necesario y no era habitual que su nombre apareciese en la portada del libro, junto con el del autor.
Durante mi etapa, quisimos reflejar la pluralidad lingüística del Estado español dotando al nombre de la Casa del Traductor de un epíteto —Centro hispánico de traducción literaria— e incluyendo decididamente el catalán, el euskera y el gallego en las distintas actividades que organizábamos. Animamos a los traductores catalanes, vascos y gallegos a solicitar becas de estancia en la Casa, e incluimos la presencia de traducciones a (o desde) estas lenguas en las mesas redondas y talleres. También quisimos que la Casa siguiera siendo un refugio para aquellas lenguas europeas de carácter más minoritario o que cuentan con menos traducciones y traductores: el sueco, el noruego, el finlandés, el danés, las lenguas serbocroatas… Y en ese empeño por tejer complicidades que contribuyesen a poner de relieve la importancia de la traducción literaria dotamos a la Casa del Traductor de un Consejo Asesor formado por escritores de renombre, por miembros de la Real Academia Española y por académicos y traductores de reconocido prestigio que nos prestaron su apoyo y contribuyeron a promocionar y prestigiar la institución.
Hay algo que no he mencionado y que expresamente he dejado para el final, y es la hospitalidad que siempre nos brindaron los turiasonenses y que hizo posible que la Casa del Traductor no se convirtiese en una torre de marfil aislada de su entorno. Por nuestra parte, instauramos la tradición de realizar una vez al año una Jornada de puertas abiertas para que los vecinos de Tarazona pudieran visitar el centro y conocer de primera mano las actividades que realizábamos. Y, por parte de los turiasonenses, esa buena relación con la Casa del Traductor, que también sentían como suya y de la que se sentían orgullosos, a menudo se traducía en invitaciones a comidas y cenas a casas particulares que resultaban recíprocamente estimulantes. De manera especial para los traductores procedentes de otros países, la excelente relación que la Casa mantenía con los vecinos de Tarazona les proporcionaba la oportunidad de interactuar con hablantes nativos, muchos de los cuales eran poetas aficionados, artistas, profesores de secundaria, profesores del Conservatorio de Música, concejales del Ayuntamiento… Creo que esa complicidad que logramos establecer con los vecinos de Tarazona fue fundamental, y que la participación activa de la Casa del Traductor en los distintos acontecimientos culturales que a lo largo del año tenían lugar en la villa —presentaciones de libros, conciertos, conferencias, lecturas poéticas, exposiciones de artistas…—contribuyó a consolidar la institución y a convertirla en un referente para la ciudad.
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La traducción literaria es un arte que requiere conocimientos, técnica, talento y sensibilidad. Internet y la proliferación de herramientas informáticas que facilitan nuestro trabajo sin duda han transformado la manera como ejercemos nuestra profesión (¡atrás han quedado los diccionarios en papel y los viajes a la biblioteca con la libreta llena de dudas!), pero no han cambiado el sentido de nuestra profesión: la de ser un puente entre culturas, como decía al principio. Los traductores no nos cansamos de repetir que, para traducir libros, se precisa algo más que «saber lenguas», que es necesaria esa experiencia acumulada que proporcionan las horas de lectura y de estudio, y que es lo que nos permite elegir las palabras y las expresiones en función del contexto, de la musicalidad, de la arquitectura del texto, siempre con el objetivo de preservar la calidad literaria del original. El lenguaje cambia y también las estrategias de traducción con las que nos enfrentamos a las obras que traducimos, ya sean textos contemporáneos que se traducen por primera vez u obras clásicas que cada nueva generación se apropia a través de una nueva lectura, y eso hace de la traducción un debate permanentemente vivo.
Proporcionar un espacio donde compartir experiencias con otros colegas, en el que reflexionar sobre el papel de la traducción y hacer visible el trabajo de los traductores literarios, prestigiándolo y reivindicando su profesionalidad, es lo que da sentido a la Casa del Traductor y lo que la distingue de otras instituciones. La Casa se concibió desde sus inicios como un punto de encuentro, y esto es, en mi opinión, lo que justifica su existencia y lo que debe seguir siendo: un espacio de acogida abierto a todos los traductores literarios y desde el cual podamos seguir reflexionando, dialogando y afrontando los nuevos retos a los que se enfrenta la profesión en el siglo XXI.
Teresa Solana (Barcelona, 1962) es una de les escritoras catalanas más traducidas a otras lenguas. Es licenciada en Filosofía por la Universidad de Barcelona, donde también estudió Filología Clásica. Traductora de profesión, durante siete años (1998-2004) dirigió la Casa del Traductor de Tarazona.
Traduce del francés y del inglés al catalán y al castellano. Sus traducciones incluyen autores como Donna Leon, Kenizé Mourad, Claude Lévy-Strauss, Marcel Détienne y M.ª Àngels Anglada, y, más recientemente, Carolyn Wells (L’home que va caure a través de la terra) Grant Allen (Un milionari africà), Shane Stevens (Dead City), Ethel Lina White (A tota máquina) y David Goodis (La lluna sobre l’asfalt). Desde 2014 reside en el Reino Unido.