ENTREVISTA A HELENA CORTÉS GABAUDAN, PREMIO NACIONAL A LA MEJOR TRADUCCIÓN 2021

Viernes, 28 de enero de 2022.

El pasado 13 de octubre, Helena Cortés Gabaudan obtuvo el Premio Nacional a la mejor Traducción por El Diván de Oriente y Occidente, de Johann Wolfgang von Goethe. En esta conversación con Belén Santana, la traductora nos habla de la obra premiada y de los retos que implica la traducción de clásicos.

 

Ante todo, enhorabuena por este merecidísimo premio. ¿Cómo te sientes ahora que han pasado unos meses desde que te dieron la buena noticia y qué significa este premio para ti?

Por suerte ya se va calmando el revuelo de las primeras semanas con tantas entrevistas y llamadas de periódicos y emisoras; la parte mediática no es la que más me gusta, pero la contrapartida es un premio muy ilusionante que viene a gratificar un trabajo muy solitario e intenso de muchos años. Es algo que nunca te esperas, somos muchos traductores y obras, pero visto en retrospectiva, ahora se me ocurre pensar en algunos trabajos anteriores, por ejemplo mi versión de Fausto, junto con la del Archipiélago de Hölderlin, que tal vez sean las dos traducciones de las que me siento más orgullosa, y entonces me gusta entender el premio como un reconocimiento que no solo atañe a la obra concreta elegida, aunque también haya sido un trabajo muy complejo, sino como un espaldarazo a un recorrido vital, y eso me gratifica mucho, pues significa que no me he equivocado eligiendo ese camino, que de entrada no era el más obvio de los que pude escoger dentro del mundo de la investigación universitaria.

 

Hablemos de la obra premiada. El diván de Oriente y Occidente, publicado originalmente en 1819, es un poemario de Goethe que la Unesco ha nombrado «patrimonio mundial de la humanidad», lo cual demuestra que nos encontramos ante todo un monumento cultural y literario. ¿En qué consiste su singularidad y cuáles son, a grandes rasgos, los principales retos que plantea su traducción?

La obra es una muestra tangible y real de que es posible el diálogo intercultural y civilizatorio más allá de la palabrería política al respecto; en el caso de Goethe lo es porque él abre su mente a lo ajeno con sincera admiración e incluso fascinación, y sin prejuicio alguno, ni cultural ni religioso. A partir de ahí, quiere mostrar a los alemanes de su tiempo que la poesía de unos autores orientales de la Edad Media, por entonces casi desconocidos en Occidente, es indistinguible de su propia poesía, tan alabada y considerada una cumbre de la cultura europea, les demuestra que ambas están como mínimo al mismo nivel. Para ello, se inspira en poemas de Hafiz, un poeta persa, y otros cuantos autores orientales, como Saadi, Rumi, Jami y otros, y elabora unos poemas que son, unas veces casi calcos de los modelos orientales, otras veces versiones libres en las que mete temas occidentales y otras veces poemas completamente suyos, solo inspirados en el tono y los ritmos de la poesía oriental. Y construye esa singular fusión oriental-occidental sin revelar las autorías, ha tenido que venir después una paciente crítica literaria para desentrañar qué es de Goethe, qué de Hafiz o de los otros y qué una singular mezcla de ambos. Por cierto, que también hay poemas que son de Marianne von Willemer, la mujer amada por Goethe por aquel entonces y que supuso un enorme estímulo creativo para la obra, la cual en el fondo no es parcialmente sino un juego de secreto intercambio de mensajes amorosos entre los dos.

La obra es por lo tanto un singular experimento cultural, muy moderna en ese sentido, y que además funciona. Por otro lado, el estilo elegido, que imita los gazales, ghazales o gacelas orientales, produce un tipo de poesía de apariencia popular, breve y sencilla, casi ingenua, con mucha rima y ritmo para ser apta a la canción, y muy ligera. Eso la hace fresca, muy fácil de leer. A mayores, Goethe añade a los doce libros de poemas en que divide la obra un largo apéndice en prosa con anotaciones y tratados sobre aspectos muy diversos de la cultura oriental, desde los poetas persas, a los viajeros europeos por Oriente, o el lenguaje de las flores, que es una parte mucho más amena de lo que se podría pensar, pese a su carácter erudito, ya que es muy variada y toca muchos palos. En la época esta obra tan variada abría una ventana nueva al mundo oriental y le daba un reconocimiento del máximo nivel. Y aunque hoy existe mucho mayor conocimiento de ese mundo y esa literatura en el ámbito especializado, no se puede decir que hayamos mejorado mucho en ese aspecto a nivel general, así que el Diván de Goethe puede seguir abriendo puertas hoy día.

El mayor reto de esta traducción, al margen de la obvia dificultad para hallar tantas rimas para tantos poemas sin perder la fidelidad al texto —y en esta obra es inexcusable trabajar a fondo el ritmo para dar a los poemas su estilo de canción popular— es encontrar el mismo tono del original, esa falsa apariencia de poesía fácil, sencilla, ingenua, que es luego tan difícil de reproducir. Naturalmente, hay que leer primero los modelos orientales en los que se inspira para encontrar ese estilo. A mayores, hay graves problemas con la transcripción al español de los nombres orientales, algo consabido para todo el que penetra en la traducción de obras orientales, pero que dista de estar resuelto. Y, para acabar, los doce libros de poemas se distribuyen a su vez en bloques temáticos con su propio estilo: además de los consabidos poemas ligeros sobre amor y vino, los más apegados al modelo oriental, hay también poesía sapiencial, poesía de tema religioso y hasta libros con pequeños poemas muy breves, casi aforismos, de tipo más satírico, o mini estrofas que casi parecen haikus, aunque con un verso más, en los que hay que ser capaz de reproducir la levedad y la gracia de la imagen condensada en cuatro versos sin perder las rimas, cosas como: «¿Es posible, amada, que te estreche/y escuche tu divina voz?/La rosa imposible parece,/inconcebible el ruiseñor». Esto significa que hay que andar cambiando de registro todo el tiempo, pues no todo el libro tiene la misma intención ni el mismo tono.

 

¿Nos puedes hablar brevemente de la (no) recepción de esta obra en lengua española? ¿Qué va a encontrar el lector familiarizado con El diván de Oriente y Occidente en esta traducción y por qué es interesante para quienes no lo conocen todavía?

La obra fue traducida en su día por el inevitable Cansinos Assens, al que, no se me entienda mal, admiro mucho, pues tenía muy buena pluma en castellano y una capacidad asombrosa, pero nadie ha sabido nunca de qué idiomas traducía en realidad sus obras y, por lo tanto, en el caso de idiomas que probablemente no manejaba bien, como el alemán, da lugar a traducciones que más bien hay que considerar versiones que no se ajustan a lo que hoy se espera de una traducción rigurosa. Ni siquiera lo digo porque haya más o menos errores y ausencias, sino porque se aleja tanto del estilo original que hace la obra irreconocible. En el caso del Diván se pierde toda la ligereza y frescura del original y el lenguaje resulta pedante y pesado, justo lo que no debe ser en esta obra, que está muy alejada de un producto intelectual, que busca la naturalidad y popularidad, sin ninguno de los artificios formales de las obras clasicistas de Goethe. Además, Cansinos tampoco contaba por aquel entonces con las actuales y excelentes ediciones críticas alemanas, que han completado la obra con nuevos poemas antes desconocidos y que desvelan muchas incógnitas que ayudan a entender mejor cada uno de los poemas para traducirlos y anotarlos bien.

Pese a la traducción de Cansinos —o si se me permite ser un poco malvada, puede que debido a ella— la obra no ha gozado de ninguna popularidad en España, pero, bromas aparte, la verdad es que tampoco ha sido el caso en Alemania. Aunque se la considera un monumento cultural de enorme trascendencia simbólica y ahora es costumbre que el presidente alemán y el presidente iraní vayan juntos a rendir homenaje al monumento al Diván que existe en Weimar —dos enormes sillones de piedra vacíos enfrentados, que se miran en mudo diálogo, con unos versos de Hafiz y Goethe en sus zócalos—, la verdad es que muy poca gente la lee, me temo que el diálogo entre civilizaciones no es tan fácil y que hay poca gente como Goethe dispuesta a sumergirse sin prejuicios en la poesía oriental medieval. Hoy hasta puede que cause cierto rechazo su alabanza del islam, su mirada desprejuiciada sobre Mahoma y los musulmanes, si bien hay que decir que el islam que rescata en su obra es uno mucho más abierto que el que hoy sale en los medios, no olvidemos que Hafiz le canta sin prejuicios al amor tanto a hombres como a mujeres, así como a los placeres del vino y la amistad, y que es todo un vitalista —como Goethe— alejado de cualquier sospecha de fanatismo. Justamente por todos estos motivos, porque el libro reúne lo mejor de las dos culturas y aboga por su mutuo entendimiento, algo que hoy vuelve a revelarse tan complicado, deberíamos leerlo más, y justamente por eso he querido devolver el interés por esta obra en una versión que espero suene mucho más fresca y amena que la de Cansinos y permita conocerla mejor.

 

Entrando ya en el taller del traductor, quisiera comenzar preguntándote por la gestación del encargo y el abordaje de la traducción. El proyecto ¿parte de un encargo o es una propuesta propia? Y ¿cómo te enfrentas a una traducción de estas características, en especial a la hora de manejar una ingente literatura secundaria? Imagino que el hecho de haberte especializado como investigadora en el periodo clásico-romántico de la literatura alemana habrá sido de gran ayuda.

La obra es una idea propia, aunque para hacer honor a la verdad, debo decir que Cecilia Dreymüller me hizo volver a pensar seriamente en ello cuando en 2019 se celebró en Alemania la efemérides del doscientos aniversario de la publicación de la obra y me preguntó si no había pensado en traducirla para esa ocasión; al final mi traducción salió un año después de las celebraciones, aunque creo que en España eso da igual, de hecho, salvo una buena reseña de Jaime Siles en el ABC Cultural, nadie se hizo eco de la traducción hasta que fue premiada ahora y, pese a todas las entrevistas, sigue sin escribirse apenas nada sobre la obra en sí en los medios más conocidos.

Por supuesto, para atreverse a traducir este tipo de obra tan culta y alejada de lo actual, es imprescindible mucha investigación y conocimientos previos sobre autor, época, etc., pero como yo llevo toda la vida dedicada al estudio del periodo de la llamada Goethezeit, la época de Goethe, he podido abordar el trabajo sin necesidad de otra investigación añadida que la que atañe a la obra misma en concreto. Como ya he dicho, ahora contamos con el apoyo de esas ediciones críticas alemanas que son verdaderos monumentos, pues contienen información exhaustiva sobre casi todo, y no digamos en el caso de Goethe; lo que sí me ha hecho falta es mucho tiempo para leer todo eso. Así que, lo que he tenido que añadir yo por mi cuenta, ha sido fundamentalmente la lectura de los poetas orientales, naturalmente en traducciones al español o francés, que son mis dos lenguas de familia, y algunas al inglés, ya que yo no manejo las lenguas originales, pero que pese a todo me han servido de mucho para introducirme en ese mundo y en ese tono poético.

 

Al mismo tiempo, toda traducción es siempre una relectura. Me pregunto qué te ha aportado la traducción de una obra de esta magnitud. ¿Dirías que lees El diván de Oriente y Occidente de otra forma después de haberlo traducido? ¿Podrías poner algún ejemplo?

Confieso que antes de realizar esta traducción había leído la obra muy de pasada, aunque claro está que conocía algunos poemas muy emblemáticos en la cultura alemana como el del Gingko o los famosos pasajes sobre la traducción o sobre los géneros literarios de la parte en prosa. Yo siempre digo que nadie conoce mejor las obras que los que las traducen, en cierto modo hasta las conocen mejor que el autor, pues tienen que luchar con cada frase o verso, analizar palabra a palabra y luego reinventarla. Y también soy de la teoría de que los traductores padecemos un fuerte síndrome de Estocolmo que nos hace amar a nuestros torturadores, yo conozco a pocos traductores que no se hayan enamorado de las obras que traducen, al menos cuando no se trata de puras traducciones profesionales de encargo para ganar dinero para vivir. Incluso dejando a un lado la broma del síndrome, podríamos hacer una analogía con el más natural amor de madre o padre, porque el traductor crea realmente una obra nueva, se sumerge en un proceso enormemente creativo, y ¿a qué padre o madre le parecen sus hijos feos? De modo que yo ahora veo el Diván con otros ojos y lo disfruto y comprendo como no lo hacía antes; por ejemplo, ahora entiendo que debe ser leído como un conjunto, como esas perlas que se van ensartando para formar un collar —tal como se supone que funcionan los versos de los gazales persas— y no a base de poemas sueltos, pues es en la lectura unitaria del todo en la que se va generando un ambiente y un tono especiales, el aroma de un mundo poético integral que te acaba envolviendo con su belleza ligera y sutil, al margen de que haya unos versos más o menos bellos o más o menos sugerentes que otros.

 

Para terminar con el proceso, casi toda traducción puede ir acompañada de una banda sonora y una serie de lecturas paralelas. En cuanto a lo primero, ¿qué música recomendarías a los lectores para complementar la lectura? En cuanto a lo segundo, ¿a qué tipo de obras o autores has recurrido para inspirarte, no solo en lo que respecta al lenguaje o al tono del siglo XIX, sino también al metro y a la rima que emplea Goethe?

De la música no diré mucho, pues es un mundo que conozco mal, aunque hay actualmente muchas grabaciones de música tradicional persa y árabe tocada con instrumentos folklóricos antiguos que no creo que difiera demasiado de la música que todavía sonaba en los tiempos de Hafiz de Shiraz. A mí más bien se me ha ido la cabeza a la moda europea de las ‘turquerías’, muy en boga a partir del contacto con el imperio otomano en los siglos XVI y XVII, así que más bien he recordado cosas como la «Marcha para la ceremonia de los turcos» de Jean-Baptiste Lully o el «Rapto del Serrallo» de Mozart, es decir, los pastiches europeos orientalizantes. En cuanto a las obras literarias, al margen de los poetas orientales que están en la base de la propia obra o de la Biblia y el Corán, a los que se cita tantas veces en la obra y que he tenido siempre al lado, he releído bastante literatura oriental clásica que ya conocía, pero que ahora he contemplado con otros ojos: por ejemplo El libro de los Reyes de Firdusi, los cuentos del Panchatantra hindú o las Rubayatas de Omar Jayam, un poeta que no menciona Goethe, pese a ser de la misma época que Hafiz y los otros, pero que estaba muy de moda en mi juventud y cuya irreverencia y cantos al amor y el vino son comparables a los del propio Hafiz, si bien desde una perspectiva nihilista y negativa muy diferente al vitalismo luminoso de Hafiz, en eso mucho más cercano al modo de ser de Goethe. Además, las menciones de Goethe a los viajeros europeos por Oriente me abrieron también el apetito de esas lecturas tan evocadoras y amenas, desde los preciosos viajes de Marco Polo, que ya conocía, al Voyage en Perse de Jean Chardin (s. XVII) y otros menos conocidos (el retrato que hace Goethe del viajero italiano Pietro della Valle, del XV-XVI, y de sus aventuras, es, por ejemplo, impagable y despierta el deseo de leerlo). La verdad es que desde nuestra arrogancia eurocentrista lo seguimos ignorando casi todo de la cultura oriental y es una pena, pues es de una riqueza inagotable en todas las facetas artísticas.

 

Si hablamos de aspectos concretos, en El diván de Oriente y Occidente se encuentran referencias a poemas del mundo oriental pasados por el filtro alemán de Goethe. En realidad, ya el original es todo un ejercicio de fusión cultural, o de traducción en sentido amplio, que hoy se antoja de lo más moderno. Imagino que durante la labor de documentación has tenido que recurrir a obras de la literatura oriental ya vertidas al español y conseguir que estas resuenen en la traducción. ¿Cómo ha sido ese trabajo?

En efecto, como ya he dicho, Goethe elabora de modo consciente un pastiche entre la base oriental que le inspira y los elementos occidentales que él aporta. Algunas personas me han dicho que era una pena que no hubiera podido leer las fuentes orientales de Goethe en el idioma original para imitar su resonancia, y es verdad, pero lo cierto es que Goethe tampoco las leyó nunca en el idioma original, sino en traducciones al alemán, en concreto las de Joseph von Hammer, un contemporáneo suyo, y por tanto he operado exactamente como él, y posiblemente con algo de ventaja, porque ahora tenemos una verdadera panoplia de traducciones bastante fiables de los clásicos orientales, sobre todo francesas e inglesas, que incluso se pueden encontrar en las ediciones de bolsillo más comunes. También he manejado algunas versiones españolas, aunque hay menos abundancia. Por cierto, que en alemán existió una traducción muy notable de los poemas de Hafiz, Saadi y otros, inspirada justamente por el Diván Goethe, del erudito y poeta Friedrich Rückert, otro de los padres de la orientalística alemana (aunque hoy famoso por sus conmovedores Kindertotenlieder musicalizados por Mahler) que aprendió persa con el mismo Joseph von Hammer, pero sus excelentes versiones en Östliche Rosen son ya de 1822, así que Goethe las conoció tarde.

Traducir los poemas alemanes de Goethe inspirados en los poemas orientales leídos por él en lengua alemana, ayudándome de las resonancias de la poesía oriental leída por mí en traducciones a varios idiomas europeos en el trasfondo, puede parecer un método algo retorcido y singular de conseguir un resultado fiable, pero en una obra que funciona desde el inicio como un pastiche cultural, este método de traducción también a base de un pastiche de lenguas e influencias varias puede no ser tan descaminado. Lo que yo traduzco, al fin y al cabo, no es la poesía oriental, eso hay que tenerlo muy claro, sino la alemana de Goethe, que es ya una versión muy libre y personal del elemento oriental y no una traducción más o menos fiel de la misma, como la que intenta Rückert.

 

 

En lo que respecta a los pasajes en prosa, desde un punto de vista más técnico, a la hora de traducir términos escritos en alfabetos no latinos, como pueden ser el persa o el árabe, a veces ocurre que no todas las lenguas transcriben de la misma manera, no lo hacen de forma consistente o bien los criterios varían con el tiempo. ¿Cómo has lidiado con esta dificultad?

Eso ha sido un problema casi insoluble, un verdadero dolor de cabeza, ya que en la obra se manejan cientos de nombres, persas, árabes, turcos y de otras lenguas con las transcripciones al alemán más variopintas. Y es que no solo cada idioma moderno tiene sus usos propios de transcripción, sino que han ido variando con el tiempo y las modas. Ahora en España se tiende a una transcripción supuestamente más fiel a la fonética de los idiomas originales, y se dice Hafez o Hafes, en lugar de Hafiz, o Ferdousí en lugar de Firdusi, como estaba ya acuñado en la tradición, por ejemplo. Pero no hay coherencia ninguna y se lee de todo e influye mucho el modo de transcribir antes de los franceses y ahora de los ingleses. En medio de esa jungla, en la que a veces para un mismo nombre se encuentran hasta cinco o seis transcripciones distintas, es difícil acertar y ser coherente, aún menos no siendo especialista en lenguas orientales y careciendo por tanto de criterios personales bien fundados al respecto. En el caso de la obra de Goethe, a veces me ha costado mucho tiempo adivinar de quién estaba él hablando, por culpa de las enormes divergencias en las transcripciones, que él también tomó muchas veces de otros idiomas, como el inglés o francés, pero en las formas antiguas de transcribir. Mi consuelo es que él mismo alude a ese problema al final de su obra. En general, he tratado de usar las transcripciones que actualmente se consideran más fiables, pero me he permitido seguir usando las formas de transcripción tradicionales en nombres ya muy acuñados en la tradición bibliográfica española, como el propio Hafiz o Firdusi. El problema es que en la Wikipedia y otras fuentes populares de consulta, ya no se usan estas transcripciones antiguas, pero en los libros y estudios sobre esos autores, sí; así que, cuando he podido, he indicado en las notas las distintas transcripciones más comunes que existen de los nombres más citados en la obra.

 

Una de las cuestiones recurrentes en la traducción de obras clásicas es la conveniencia o no de actualizar el lenguaje pensando en un público de hoy, de buscar un equilibro entre la fidelidad y la naturalidad. ¿Cuál es tu postura a este respecto?

Como siempre, no conviene ser extremista; en mi opinión, no tendría mucho sentido poner barreras y arcaizar adrede el lenguaje cuando traduces para el público de tu época, que debe leer la obra con la misma naturalidad con la que la leyeron los contemporáneos del autor, no como si fuera arqueología literaria, pero lo que tampoco se debe hacer es introducir actualizaciones chocantes en las que destaque la parte más anacrónica, por excesivamente moderna y actual, de dicho lenguaje de hoy, así que hay que buscar un registro neutro, ya sea culto o popular, según sea el texto base, pero sin hacer chirriar el texto. Nuestro idioma es suficientemente rico en vocabulario y registros como para no tener que usar justamente, en traducciones clásicas, términos que solo son posibles en el siglo XXI y por tanto anacrónicos para textos antiguos. Eso dejémoslo para hacer parodias, pero no para tratar de reproducir fielmente un texto.

 

Tu carrera profesional y académica está centrada en la traducción de autores clásicos, a menudo acompañada de un minucioso trabajo de edición y aparato crítico. La Oficina de Arte y Ediciones no es una editorial académica en sentido estricto, pero sí admite elementos propios de una edición digamos más filológica, como son los estudios introductorios y las notas. ¿Qué criterios sigues a la hora de decidir cuánto anotar o cuánto explicar? ¿Tienes en mente algún tipo de lector concreto?

Supongo que pienso en mí misma; yo adoro las notas a pie de página y con frecuencia lo que más me gusta de un texto es una buena introducción. Siempre pienso que el que no tenga ese mismo gusto e interés, bien puede saltarse todo eso y leer solo el texto, pero que ahí queda todo ese aparato informativo para el que guste de hacer una lectura más informada. Tampoco hablo en mi caso de verdaderas ediciones críticas ni de las ediciones pedagógicas al uso para estudiantes, sino de un término medio. Yo pienso en un lector que no es un especialista, puesto que lee la obra en traducción, pero que es culto y quiere conocer también el trasfondo de lo que está leyendo. La verdad es que me parece que leer según qué obras, muy alejadas de nosotros por la distancia temporal o por la procedencia de otro mundo cultural, sin tener un poco de apoyo, es difícil o al menos no permite profundizar en la obra.

 

No deja de ser sorprendente que una obra de la importancia de El diván de Oriente y Occidente haya sido casi ignorada en España hasta la fecha. ¿Cuál es, a tu juicio, el estado de salud de la literatura clásica en lengua alemana en lo que respecta a su traducción al español? ¿Queda mucho por hacer?

Queda todo por hacer; no tanto por lo que aún no está traducido —aunque aún quedan bastantes cosas— sino por todo lo que habría que volver a traducir de nuevo con criterios mucho más rigurosos y un lenguaje más actual —aunque como ya se ha dicho, sin actualizaciones anacrónicas— para que no se le caiga el libro de las manos a los lectores. Yo creo que cada generación necesita una nueva traducción de los clásicos, aunque por supuesto también hay algunas cumbres de la traducción que mantienen su vigencia muchísimo tiempo porque se convierten a su vez en clásicos.

 

Si hablamos de acercar a los clásicos a los lectores más jóvenes, ¿qué opinas de la actual tendencia de publicar cómics, novelas gráficas o libros ilustrados inspirados en obras clásicas? ¿Crees que Goethe resistiría esta prueba o acabaría sentado en el diván?

A mí me parece que todas las formas artísticas, mientras tengan calidad, son válidas para acercarse a un clásico, así que bienvenidas sean las películas, las novelas gráficas, incluso las parodias y lo que sea, todo puede servir como vía de entrada, pero lo que no pueden hacer estas formas alternativas es sustituir la lectura del propio clásico, deben ser un complemento y un incentivo para acercarse a la obra original, que siempre va a aportar otras cosas. Y ese segundo paso es el que me temo que a veces no se da, aunque supongo que hasta ese conocimiento indirecto de la obra es mejor que ningún conocimiento. En algunos casos esas reinterpretaciones del clásico son magistrales y pueden enriquecer mucho la lectura de la obra original, pienso en la Muerte en Venecia de Visconti, por ejemplo, que estéticamente no tiene nada que envidiarle a la novela, siendo otra obra bien distinta. Y a veces es una simple cuestión de edad. A mí me sirvió de niña la lectura de clásicos adaptados, tipo La Odisea o La Iliada, o también las Biblias juveniles, y supongo que si hubiera habido novelas gráficas de esas obras también las habría leído con gusto, y fue un buen paso para leer luego las obras completas como si fueran viejas conocidas; creo que esas adaptaciones a veces pueden servir de estímulo inicial en edades en las que aún no es fácil abordar lecturas complejas.

 

Tu labor como traductora también ha sido reconocida fuera de España. En 2018 fuiste nombrada miembro numerario de la Academia alemana de la Lengua y la Literatura, lo cual es un motivo de orgullo para todos los que traducimos del alemán. ¿Cómo interpretas el hecho de que la academia alemana incluya a traductores extranjeros en sus filas y que, junto con Miguel Sáenz y Adan Kovacsics, seáis ya tres los traductores al español que formáis parte de la institución?

A mí me parece algo muy loable por parte de la Academia alemana, porque es un reconocimiento inmenso a la labor de difusión de la literatura alemana que hacemos los traductores y ellos saben que, sin buenos traductores, su literatura no traspasaría las fronteras o lo haría con muy mala calidad. El presidente de la Academia me ha comentado que, además, los traductores somos por lo general unos miembros especialmente fieles e interesados, los que nunca nos saltamos ni un día de las largas asambleas generales de otoño y verano que duran casi una semana, porque precisamente, por vivir fuera, esas reuniones nos suponen una forma privilegiada de estar en contacto directo con el país y con la lengua y de conocer de cerca a sus más eximios representantes, escritores, lingüistas y otros especialistas. A ellos les parece esencial tenernos allí y valoran mucho nuestra mirada desde fuera a su literatura.

 

En la misma línea, además de compaginar tu faceta académica con tu labor traductora, has sido directora de los Institutos Cervantes de Bremen y Hamburgo. ¿Qué crees que aporta la mirada de un traductor a un puesto de estas características?

No creo que el hecho de ser traductor sea en sí mismo esencial para dicho puesto, pero lo que sí es muy relevante es el hecho de conocer bien la lengua y la cultura del país en el que se desempeña ese puesto, cosa que sí tenemos los traductores, y no siempre se da el caso, porque hay muchas lenguas y países distintos y no siempre se tiene a mano a alguien que reúna esos requisitos. Yo pude darme cuenta del prestigio que me daba el hecho de conocer a fondo la cultura alemana, de poder hablar con soltura de los clásicos y otros temas con los representantes de la cultura alemana con los que trataba. Y, sí, que hubiera traducido el Fausto era una distinción. Son esos intangibles que te abren puertas y hacen que te reciban de otro modo y cuando tienes un puesto de ‘embajador’ cultural eso es importante.

 

Ya para finalizar, uno de tus últimos trabajos ha sido la traducción en edición bilingüe para la editorial Tresmolins de Hoja al viento, una selección de la obra de Mascha Kaléko (1907-1975), poeta judía de origen polaco imprescindible para entender el Berlín de principios de los años treinta del siglo pasado. ¿Cómo te ha sentado el cambio de siglo, traductorilmente hablando? ¿Tienes previsto seguir en él en tus próximos proyectos o te apetece volver a los clásicos?

Seguro que vuelvo a los clásicos, porque es mi mundo. Pero ha sido todo un descanso y un chorro de aire fresco salir de 1800 y meterme en poesía del siglo XX. Y, la verdad sea dicha, después de traducir poesía de Goethe y no digamos de Hölderlin, de complejidad extrema, buscar rimas ligeras y graciosas para las poesías sencillas y breves —aunque nada superficiales— de Mascha Kaléko, a mí me ha supuesto un entretenimiento. En traducción literaria no hay nada fácil, y esto tampoco lo ha sido, pero sí hay cosas más o menos divertidas: yo con esto me he divertido.

 

 

Helena Cortés Gabaudan (Salamanca, 1962), es profesora titular de Lengua y Literatura alemanas en la Universidad de Vigo. Durante diez años dirigió los Institutos Cervantes de Bremen y Hamburgo. Su labor de investigación se centra en el periodo clásico-romántico de la literatura alemana, especialmente Hölderlin. Sus traducciones y ediciones comentadas de obras alemanas le han valido ser nombrada en 2018 como miembro numerario de la Academia alemana de la Lengua y la Literatura (Deutsche Akademie für Sprache und Dichtung). Asimismo, en 2020 le ha sido concedida la Medalla de Oro de Goethe que otorga la Internationale Goethe-Gesellschaft, por su traducción del Fausto de Goethe (que le será entregada en Weimar en 2023).