[Continuación de Las traductoras leen a sus autoras, I]
Lunes, 8 de marzo de 2021
Traductora: Melina Márquez
Autora: Alda Merini
Orig.: Delirio amoroso, Genova, Il Melangolo, 1989.
Fragmento tomado de Delirio amoroso, Madrid, Altamarea, 2020, pp 10-11.
En Delirio amoroso, Alda Merini narra su paso por el centro psiquiátrico de Taranto como escenario concreto de toda una sociedad que la estigmatizó. En este fragmento habla de todo lo negado por ser mujer como detonante originario de su creación poética.
Soy un ser frustrado por la demencia. La demencia surgió así, un día, cuando mi madre, al nacer mi hermano, me dijo: «Ya no puedes estudiar más: ha nacido el varón».
El varón en aquellos tiempos era sagrado. El varón tenía que absorber todos los recursos morales y físicos de la familia y del ambiente. Yo estudiaba: primer año de medicina. Quería una carrera. La carrera para mí hubiera significado un escritorio, un trabajo respetado, una sonrisa cautivadora para el cliente. Quería ser médico. Cuando él me dijo que de un dolor nace trágicamente un sonido, tenía razón. Nació en mí una obsesión. Y la obsesión se volvió poesía. Bella, endecasílaba, porque me prohibieron tocar música. Es increíble la atonía mental que produce esa carencia. Además del bisturí negado, de la medicina negada, también me negaron mi adorado piano.
De esta manera, me entregué a la suerte. Cuando iba a trabajar a la Via Verdi, pasaba delante de la sede de Garzanti. Yo, adolescente, pensaba suspirando: «¡Un libro mío, expuesto allí, quién sabe cuándo!» Tuve que esperar treinta y cinco años, y digo treinta y cinco. Entonces iba a refugiarme a Via del Torchio. Quizás me he convertido en poetisa porque la poesía no me importaba en absoluto; aunque he devorado libro tras libro, aunque el canto lo tenía dentro (pero era el canto de la vida, y esto no lo han entendido). Ser mujer de letras no significaba para mí no ser mujer, y habría querido ser también una buena madre.
Traductora: Raquel García Rojas
Autora: Margery Sharp
Orig.: Cluny Brown, Londres, Collins, 1944.
Fragmento tomado de Cluny Brown, Gijón, Hoja de Lata, 2020, p. 21.
Este 8M he querido traer a la lectura la historia de Cluny, la protagonista de esta comedia británica, que no entiende eso de que la sociedad le diga que «no sabe cuál es su lugar» y, simplemente, quiere ser ella misma.
Cluny, que ya había oído aquello otras veces, colgó y volvió al piso de arriba. Se metió en la cama y se tumbó de nuevo, y empezó a relajarse según las indicaciones: articulación por articulación desde los dedos de los pies hasta el cuello. «Ahora imagine que es un gato persa», decía el artículo del periódico; pero Cluny, cuya imaginación era más concreta que romántica, se sentía más bien como uno de esos cojines con forma de salchicha que algunos vendedores pregonaban por las calles para evitar que entrase aire por debajo de las puertas. Probablemente no importaba… Lo que sí importaba era que, apenas había conseguido llegar a ese envidiable estado, el teléfono volvió a sonar. «Déjalo», pensó Cluny, y continuó con el siguiente paso: vaciar por completo la mente. Solo que no podía por culpa del teléfono. Siguió sonando y sonando hasta que al final no le quedó más remedio que levantarse y contestar de nuevo.
—¿Señorita Brown? —dijo la voz—. Por favor, acepte mis disculpas.
—¿Y para eso me ha sacado de la cama? —vociferó Cluny indignada.
Una vez más, se hizo un silencio. De haber estado escuchando, el señor Porritt se habría compadecido de la persona que estaba al otro lado de la línea. Cuando llamas a un fontanero, no te esperas… Bueno, no te esperas a Cluny.
Traductores: Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pištelek / Lectora: Luisa Fernanda Garrido
Autora: Dubravka UgresićH
Orig.: Baba Jaga je snijela jaje, Zagreb, Vuković & Runjić, 2008.
Fragmento tomado de Baba Yagá puso un huevo, Madrid, Impedimenta, 2020, pp. 365-367.
No hay introducción posible que recoja lo que es este libro. Basta decir que es imprescindible, y que el lector disfrutará al leerlo, tanto como disfrutamos nosotros traduciendo, y abrirá los ojos con asombro al descubrir lo que se esconde detrás de Baba Yagá.
Porque imaginémonos que las mujeres, apenas una insignificante mitad de la humanidad, ¿verdad?, las Babas Yagás, sacan la espada de debajo de su cabeza y se lanzan a ajustar cuentas. Por cada bofetón, por cada violación, cada ofensa, cada lesión, cada escupitajo que recibieron en la cara. Imaginemos solo que se levantan de las cenizas todas las novias y viudas incineradas en la India y empiezan a recorrer el mundo blandiendo la espada. Imaginemos todas esas mujeres invisibles que, a través de rejillas de hilo, atisban el entorno desde sus burkas búnker, esas que incluso se tapan la boca con unas cortinillas mientras hablan, comen, besan (porque la boca, ah, es tan impura, en la boca entran muchas cosas y muchas cosas salen de ella). Imaginemos un ejército de millones de «locas», mujeres sin techo, mendigas; mujeres con rostros quemados por ácido porque unos autoproclamados justicieros masculinos se sintieron ofendidos al ver una cara femenina descubierta; mujeres cuya vida está completamente controlada por sus maridos, padres y hermanos; mujeres lapidadas que han sobrevivido y las que han muerto a manos de una muchedumbre masculina envilecida. Imaginemos ahora que todas estas mujeres se arremangan las faldas y empuñan sus espadas… Que blanden sus espadas millones de prostitutas del mundo entero, las esclavas blancas, negras y amarillas que se venden en los mercados de la carne, esclavas violadas, maltratadas, privadas de sus derechos, a cuyos dueños nadie es capaz de pararles los pies… Que se ponen en marcha los cientos de miles de niñas infectadas de sida, víctimas de enfermos mentales, pedófilos, pero también de sus maridos legales y padres, que también ellas se lanzan… Que se ponen en marcha las mujeres africanas con los cuellos presos de anillos de metal; que se ponen en marcha las mujeres de clítoris mutilados y vaginas cosidas; que se ponen en marcha las mujeres con pechos y labios de silicona, con rostros-bótox y sonrisas clonadas; que se ponen en marcha también los millones de mujeres hambrientas que paren niños hambrientos… Que se ponen en marcha los millones de mujeres que rezan a los dioses varones y a sus representantes en la tierra, ancianos impúdicos tocados con sus gorritos púrpura, blancos, dorados y negros, con tiaras, birretas, cufias, camauros, feces y turbantes, estos sustitutos simbólicos del pene, estas «antenas» con ayuda de las cuales comunican con sus dioses sin ser estorbados. Imaginémonos que todos estos millones de mujeres, en vez de ir a las iglesias, mezquitas, templos y santuarios que, de todos modos, nunca han sido suyos, van en busca de su propio templo, el templo de la Mujer Dorada, si todavía necesitan algún tipo de santuario… Que dejan de inclinarse ante unos varones que tienen los ojos inyectados en sangre, que han causado la muerte de millones de personas, y siguen causándola. Ellos son los que a su paso dejan calaveras humanas, y luego la estúpida imaginación humana las cuelga en la valla de una anciana solitaria que vive en el linde de un bosque…
Yo, Aba Bagay, pertenezco a las «proletarias», a la Internacional de las Babas, ¡yo soy esa de ahí! ¿Qué ocurre?, ¿acaso está sorprendido? Podía haberlo supuesto, ya sabe que las mujeres son maestras del disimulo, tantos siglos de vida en la clandestinidad las enseñaron a serlo, han conseguido dominar todas las técnicas de supervivencia.
Traductora: Helena Aguilà Ruzola
Autora: Ada Negri
Orig.: Stella mattutina, Milán, Otto/Novecento, 2008 [1921].
Fragmento tomado del pasaje de Estrella de la mañana incluido en Rías de tinta. literatura de mujeres en francés, gallego e italiano. Antología bilingüe, ed. M. Segarra, H. González y F. Ardolino, Barcelona, Edicions de la Universitat de Barcelona, 1999, pp. 240-241.
He revisado para nuestra lectura del 8M una antigua traslación mía de un pasaje de Stella mattutina, única novela de la poeta italiana Ada Negri, candidata al premio Nobel en 1926 y 1927, cuya traducción y edición íntegra estoy preparando.
Tiene en el regazo una antología […]: ningún poeta escribió esos versos, nacieron prodigiosamente solos, en el alma y la boca de los hombres, una mañana de mayo. Son como el aire, son un elemento, puede sumergirse en ellos.
Y, de pronto, siente que se hunde de verdad en aguas profundas.
¿Cuántos minutos permanece así, abandonada en la silla, sin conocimiento? No lo sabe. Al volver en sí, advierte con un espanto que la razón no sabe dominar la mutación que acaba de sufrir.
Su sangre.
Aún no la había sentido, ni la había visto. ¿Su cuerpo está lleno de eso? ¿Dentro solo tiene sangre?
Purpúrea, densa, caliente, con un olor que no se parece a ningún otro, un olor que casi la vuelve loca.
De los pies a la cabeza, la sangre se apodera de ella. Si sale hasta la última gota, morirá.
¿Y si está a punto de perderla toda? […]
Se da asco. […] ¿Por qué no se puede ser ni mujer ni hombre, sino un simple espíritu? Una imperiosa necesidad de evadirse de su cuerpo la impulsa a clavar las uñas en la manta. Someterse a las leyes de la carne le resulta un doloroso suplicio. Y muerde la almohada y se retuerce en la cama llorando, entre espasmos de rebelión histérica. Poco a poco, los sollozos se vuelven intermitentes, fatigados. La crispación de los nervios se extingue sola. En el límite de sus fuerzas, la criatura humillada se queda dormida.
Y solo en el sueño puede evadirse.
Traductora: Irene Oliva Luque
Autora: Jeanette Winterson
Orig.: «Orión», Londres, relato publicado en la revista Granta, 23 (1988).
Fragmento tomado de «Orión», en Granta en español, 4 (2016), [Agua], pp. 62-63.
Pese a titularse «Orión», este cuento, inspirado en la mitología griega, en realidad habla de Artemisa, y nos hace pensar en cuán de lejos viene esto de la lucha feminista.
Nuestro relato es el viejo conflicto entre historia y hogar. Dicho de otra forma, el espacio imposible e inconmensurable que parece separar el lar de la búsqueda.
Una noche de locura, movido más por el hastío que por el sentido común, el rey Zeus decidió permitir que su hija hiciera las cosas de otra manera: ella no quería casarse y luego pasarse toda una guerra esperando sentada a que su hombre, dios o no, experimentase la ritual metamorfosis de príncipe de palacio a curtido héroe; no quería hijos. Quería cazar. Cazar le sentaba bien.
Antes del amanecer había hecho el equipaje y partido rumbo a una nueva vida en el bosque. Pronto su fama se extendió y se le unieron otras mujeres, pero a Artemisa no le agradaba demasiado la compañía. Quería estar sola. En su soledad descubrió algo muy extraño. Siempre había envidiado la libertad de los hombres para vagar por el mundo a sus anchas y regresar llenos de gloria a esposas que meramente esperaban. Conocía aquello de las amas de casa y los amos de la historia, la gran división que hacía posible la vida. Sin llegar a rechazarla, tan sólo albergaba la esperanza de asumir las libertades que pertenecían al otro bando. ¿Y si recorriese el mundo y los siete mares como un héroe? ¿Descubriría algo distinto o las cosas de siempre pero con disfraces distintos? Descubrió que el mundo entero cabía en un solo lugar porque ese lugar era ella misma. Nada la había preparado para esto.
Traductora: Isabel Llasat Botija
Autora: Gemma Gorga
Org.: Indi Visible, Barcelona, Tushita Edicions, 2018.
Fragmento tomado de Invisible India, de Gemma Gorga, Barcelona, Tushita, 2020, pág. 71.
En Invisible India, la poeta catalana Gemma Gorga combina descripciones y sensaciones de su estancia en la India con poemas por ella traducidos de poetas indios de habla inglesa. Este fragmento es un precioso retrato de las mujeres de Delhi.
Estoy a punto de dormirme con el traqueteo del metro. Aún falta la tira de estaciones para llegar a Arjan Garh. Estoy a punto de dormirme cuando suben al vagón tres mujeres vestidas con tres saris espectaculares que me desvelan: sedas vaporosas que esparcen lentejuelas, pulseras tintineantes y pendientes de oro con forma de minúsculos cestos que cuelgan de la nariz. Una de ellas lleva de la mano a un niño pequeño, de unos cinco o seis años. Tienen el perfil pulcro y la dignidad lírica de una miniatura india. Hasta me imagino el título: Tres ciervas y su cría sobre fondo azul turquesa. El artista se ha esmerado.
De pronto el niño vomita. ¡Ay, los saris! Las demás mujeres del vagón nos quedamos petrificadas (en este vagón solo viajamos mujeres). Como la madre no tiene nada a mano para limpiar el desastre, me acerco y con un gesto reflejo le tiendo un paquete de clínex.
En ese momento el tiempo ha abierto un paréntesis: la mujer se ha quedado inmóvil, mirándose el paquete de pañuelos en la mano derecha como quien observa con fascinación un animalillo. Sin saber qué hacer con él. Sin saber para qué sirve.
Cuando el tiempo ha cerrado el paréntesis, la mujer se ha puesto a limpiar al niño con el borde de su sari, y mi paquete de clínex se ha quedado allí, encerrado en la mano derecha, como un regalo inútil.
Traductora: Gemma Rovira Ortega
Autora: Caitlin Moran
Orig.: How To Be Famous, Londres, Ebury Press, 2018
Fragmento tomado de Cómo ser famosa, Barcelona, Anagrama, 2020, pp. 241-242.
En la lectura del pasado 8 de marzo llamé a Caitlin Moran «mi femista de cabecera» No es ninguna gran teórica del feminismo, sino una excelente comunicadora que, con un tono irreverente y aparentemente jocoso, plantea temas nada superficiales que nos atañen (especialmente) a las mujeres.
Todos los días, cuando me desnudaba y me metía en la bañera de agua caliente, me miraba los blandos michelines (la barriga flotante, los muslos sin separación) y soñaba despierta que sufría un accidente de tráfico gravísimo y mi cuerpo quedaba completamente destrozado. Y que, cuando por fin despertaba del coma, los cirujanos de la Seguridad Social lo habían reparado todo y habían eliminado toda la grasa y la piel sobrantes y yo volvía a nacer convertida en una chica delgada. Pesaba cincuenta y siete kilos, tenía una serie de pulcras líneas de puntos de sutura y por fin podía empezar mi vida de chica adolescente normal. Me habían reconstruido. Las autoridades habían tomado las riendas y habían solucionado el problema por mí. Pero nunca le contaba ese sueño a nadie. Nunca le decía nada a nadie sobre mi cuerpo. Era demasiado orgullosa. Tenía demasiado miedo. Estaba atrapada en una negación rígida y absoluta.
Y la gente notaba algo raro y nunca mencionaba mi cuerpo. Es increíble lo fácil que resulta no hacer ningún comentario sobre los noventa kilos de una chica si la chica en cuestión te mira como advirtiéndote que, si se te ocurre hacer algún comentario, el universo explotará inmediatamente.
Total, que mi cuerpo era invisible y no se hablaba de él. Era como si no existiera.
Traductora: Martha Celis Mendoza
Autora: Cynthia Ozick
Orig.: The Shawl, Nueva York, Vintage International, 1990.
Fragmentos tomados de «El chal», en Punto de partida, 144 (julio-agosto 2007), pp.47-51.
«El chal», cuya continuación es la novela corta Rosa, nos presenta la historia de tres mujeres en un campo de concentración, Rosa y sus dos hijas, Stella, una adolescente que al principio del relato tiene catorce años, y Magda, una bebé.
Avanzaban juntas por el camino. Rosa con Magda acurrucada entre los pechos adoloridos, Magda envuelta en el chal. A veces Stella cargaba a Magda. estaba celosa de ella. quería estar envuelta en el chal, escondida, dormida, arrullada por la marcha, ser un bebé, un pequeño de brazos. Magda tomaba el pezón de Rosa y Rosa nunca dejaba de caminar, una cuna andante. No había leche suficiente; a veces Magda chupaba aire; entonces lloraba. Sin quejarse abandonó las tetillas de Rosa, ajadas, sin siquiera el olor a leche, de modo que Magda agarró la esquinita del chal y lo ordeñó en su lugar. Chupaba y chupaba, inundando los hilos de humedad. El rico sabor del chal, leche de lino.[…] Rosa sabía que Magda iba a morir muy pronto; ya debía haber muerto, pero había estado enterrada en las profundidades del chal mágico. Magda estaba muda. Nunca lloraba. Rosa la ocultaba en las barracas, debajo del chal, pero sabía que un día alguien la delataría; o algún día alguien, que ni siquiera sería Stella, se robaría a Magda para comérsela. Cuando Magda empezó a caminar, Rosa sabía que la niña iba a morir muy pronto. Tenía miedo de quedarse dormida; se dormía con el peso de su pierna sobre el cuerpo de Magda; tenía miedo de asfixiar a Magda bajo su muslo. El peso de Rosa se iba haciendo cada vez menos; Rosa y Stella lentamente se iban transformando en aire.
Traductora: Radina Dimitrova
Autora: Lin Bai
Orig.: Yizhi niao de mingjiao 一只鸟的鸣叫, en Tianya 天涯 Frontiers (Revista de la Asociación de Escritores de la Provincia de Hainan), 4 (2020). p. 161.
Fragmento tomado de Primavera partida. En 2020, durante el confinamiento, Lin Bai escribió un centenar de poemas. Algunos han sido traducidos al español en https://bitacoraencierro.org/ (México, UAM Cuajimalpa-Instituto 17) y en el Séptimo Dossier IMÁN de la Asociación Aragonesa de Escritores (https://revistaiman.es/), titulado Poesía China. Siglo XXI, donde la mitad de la treintena de poetas chinos representados son mujeres.
El llamado de un ave
Un ave. Su canto se quebró
como el sonido de un bambú consumido
que de súbito se parte en dos.
Sesenta noches consecutivas
entre las once y la una, ese chirrido
endeble
nítido
emitía una luz tenue
Un ave solitaria
cantó hasta que sus chirridos
se volvieron un bosque de bambú
que derramaba incontenibles lágrimas
en el susurro del viento…
De las ramillas del bambú se alzó una marea
En ese instante, la luz era silente,
ondas solemnes recorrían el aire
cenizas se disolvían en medio de cenizas.
Oleajes de calma manaron del cielo,
el azul del cielo infundía tristeza
y el sol quemaba sin piedad.
(Escrito al amanecer del 27 de marzo de 2020,
en un Beijing de cielo impoluto y sol abrasador. Dedicado a Fang Fang)
Traductora: Ana Alcaina
Autora: Ana Kordzaia-Samadashvili
Orig.: “წვიმს” კრებულში “15 საუკეთესო მოთხრობა”, ბაკურ სულაკაურის გამომცემლობა, თბილისი, 2005.
Fragmento inédito en castellano del relato Llueve, de la autora georgiana Ana Kordzaia-Samadashvili. Existe versión en inglés en la recopilación Contemporary Georgian Fiction (Dalkey Archive Press, 2012). Es la primera vez que se traduce directamente del georgiano al castellano.
Vivo aquí. A partir de ahora, siempre viviré aquí. Aquí siempre llueve. […] Al principio, eso me preocupaba, pero ahora sé que es muy sano. Ahora tengo el cutis muy limpio, ya lo tengo como todas las mujeres de aquí. Aunque no es sólo por la lluvia: ahora ya no fumo; como siempre llueve, todo se moja y los cigarrillos saben fatal. Tampoco bebo, porque es caro y, además, si se enterara mi jefe, me echaría del trabajo. Por eso tengo la cara tan limpia y tan blanca como las paredes de mi piso. […]
En general, llevo una vida muy sana y austera. Es verdad que al principio me costó. Ahora sé que me costaba porque creía que no iba a vivir aquí mucho tiempo. Ahora sé que a partir de ahora, siempre viviré aquí, y por eso estoy más tranquila. Al principio, también tenía problemas con mi vecina porque me odia. Me odia porque tengo el pelo negro y porque no hablo bien su idioma. […]
Rainer es un hombre muy organizado. Se queda a dormir los viernes porque los sábados por la mañana toca sexo. El sexo es tan necesario como comer y beber, eso dice Rainer. Yo creo que el sexo con Rainer no es necesario porque a mí me da igual, pero él dice que la gente que no tiene vida sexual se vuelve mala persona. […]
A la madre de Rainer no le caigo bien. Me odia. Me odia porque tengo el pelo negro y no hablo bien su idioma. […]
Cuando Rainer se volvió, le golpeé con la piedra en la cabeza. […] Luego, el médico dijo que no soy una asesina, sino que estoy loca, y me han mandado al manicomio. […]
La única diferencia es que ahora no tengo vida sexual, y sólo estoy esperando a volverme una mala persona. […]
Fuera, llueve.
Traductoras: Carmen Caro Dugo y Margarita Santos Cuesta / Lectora: Margarita Santos
Autora: Dalia Grinkevičiūtė
Orig.: Lietuvių prie Laptevų Jūros, Vilnius, Lietuvos Rašytojų Sąjungos leidykla, 1997.
Fragmento tomado de Lituanos junto al mar de Láptev (recuerdos de Dalia Grinkeviciute), Madrid, Epalsa, 2020, pp. 78-79.
A los catorce años, Dalia fue deportada al norte de Siberia por las tropas soviéticas de ocupación. Siete años más tarde huye y regresa a Lituania. Allí escribe sus recuerdos en hojas sueltas, que oculta bajo tierra. Se recuperan a finales de los noventa, muerta la autora.
Callo. Repite la pregunta. En la sala reina un silencio absoluto. Desde el final de la barraca me llega el rumor de un sollozo; alguien siente lástima de mí. Es la voz de Lialė Maknytė, una niña de once años, que llora desconsolada. Por un momento, la sala se desvanece, el juez, la gente, y una imagen se ilumina en mi memoria. Tengo catorce años, es el 28 de mayo de 1941. Voy camino del teatro. Corro por el parque de Vytautas; ya estoy a punto de bajar las escaleras cuando de pronto veo algo maravilloso y me detengo como paralizada. El sol es de color dorado, la ciudad dorada se extiende a mis pies, el aroma de las flores flota en el aire… Por primera vez mi corazón se estremece al percibir la primavera. Siento en todo mi cuerpo la primavera de mi vida, aspiro el aire, cierro los ojos y experimento una felicidad inmensa. Mis labios susurran: «Vida, ¡qué hermosa eres! Juventud, aquí estás ¡maravillosa! ¡Qué bello es vivir!». En mis ojos abiertos de par en par brillan lágrimas de alegría juvenil. Continúo bajando las escaleras con todas mis fuerzas, siguiendo la llamada del teatro, de la música, de la alegría de ser joven, de la vida.
Traductora: Maite Fernández
Autora: Kate Chopin
Orig.: Complete Novels and Stories, Nueva York, The Library of America, 2002.
Fragmento tomado de Cuentos completos, Madrid, Páginas de Espuma, 2020, pp. 226-227.
La colección incluye 99 cuentos (no incluye las novelas) de Kate Chopin, traducidos por Emma Cotro, Maite Fernández Estañán, Eva Gallud y Juan Carlos García. Extracto del relato titulado «Athénaïse», 1896.
–Vamos, Athénaïse, me tienes que contar todo, para que podamos armar bien tu caso y conseguir una separación. ¿Te ha maltratado, o se ha propasado contigo, el sacré cochon?
Estaban solos en su habitación, en la que se había cobijado para escapar de los iracundos elementos domésticos.
–Te ruego que te ahorres esas desagradables expresiones, Montéclin. No, no se ha propasado en modo alguno.
–¿Bebe? Vamos, Athénaïse, piénsalo. ¿Se emborracha alguna vez?
–¿Emborracharse? ¡No, por Dios, no! Cazeau nunca se emborracha.
–Ya veo. Es solo que sientes lo mismo que yo. No le aguantas.
–No, no es que no le aguante –respondió reflexiva, añadiendo con un repentino impulso–: Es solo eso de estar casada lo que detesto y desprecio. No aguanto ser la señora Cazeau, y me gustaría volver a ser Athénaïse Miché otra vez. No soporto vivir con un hombre, tenerlo siempre ahí, con sus abrigos y sus pantalones colgando en mi habitación, esos pies tan feos, que se lava en mi bañera, delante de mis propios ojos. ¡Aj! –Se encogió al recordarlo, y continuó, con un suspiro que fue casi un gemido–: Mon Dieu, mon Dieu! La hermana Marie Angélique sabía lo que se decía; me conocía mejor que yo misma cuando me dijo que Dios me había dado una vocación y yo estaba haciendo oídos sordos. Cuando pienso en una vida tranquila en un convento, en paz… ¡Ay! ¿En qué estaba pensando? –Y las lágrimas brotaron.
Montéclin se sintió desconcertado y muy decepcionado al no haber obtenido nada que pudiera tener peso en un juzgado.
Traductor: Pablo Martín Sánchez
Autora: Delphine de Vigan
Orig.: Les Gratitudes, París, J.-C. Lattès, 2019.
Fragmento tomado de Las gratitudes, Barcelona, Anagrama, 2021, pp. 95-96.
En el siguiente fragmento, Marie, una mujer joven, habla de Michka, una mujer mayor que está sufriendo un deterioro cognitivo y vive en una residencia geriátrica.
Cuando voy a ver a Michka observo a las residentes. A las muy muy viejas, a las moderadamente viejas y a las no tan viejas, y a veces tengo ganas de preguntarles: ¿todavía os acaricia alguien? ¿Todavía os abraza alguien? ¿Cuánto hace que otra piel no entra en contacto con la vuestra?
Cuando me imagino vieja, realmente vieja, cuando intento proyectarme dentro de cuarenta o cincuenta años, lo que me resulta más doloroso, más insoportable, es la idea de que ya nadie me toque. La desaparición progresiva o repentina del contacto físico.
Quizá la necesidad ya no sea la misma, quizá el cuerpo se retraiga, se acurruque, se entumezca, como durante un largo ayuno. O quizá, por el contrario, se queje de hambre, una queja muda, insoportable, que ya nadie quiere escuchar.
Cuando Michk’ viene hacia mí con paso inseguro, a punto de perder el equilibrio, me entran ganas de abrazarla, de insuflarle un poco de mi fuerza, de mi energía.
Pero me detengo antes de estrecharla entre mis brazos. Por pudor, supongo. Y por miedo a hacerle daño.
Se ha vuelto tan frágil.
Traductors: Francesc Codina i Dídac Pujol / Lector: Dídac Pujol
Autora: Jorie Graham
Orig: «Reading Plato», Erosion, New Jersey, Princeton University Press, 1983
Fragment extret de “Llegint Plató”, Reduccions. Revista de poesia, 69-70 (novembre de 1988), pp. 80-85.
Poema inspirat en el mite de la caverna, escrit per la poetessa nord-americana Jorie Graham, guanyadora del premi Pulitzer de Poesia el 1996 i Boylston Professor of Rhetoric and Oratory a la Universitat de Harvard des de 1999.
Llegint Plató
Aquesta és la història
d’una bella
mentida, allò que s’esmuny
entre els meus dits,
els teus dits. És hivern,
és lluny
en l’expectativa
de vida.
Cap nu, amb una
camisa bruta,
callat, el meu amic
fabrica
esquers, una afició. Amb mosques
tan petites
que fa servir pinces
i lupa.
Han de ser
tan creïbles
que són de debò –antenes,
tentacles,
vius i frisosos
com una cosa
que s’ofega. El cor
li batega salvatge
a les mans. És
encegador
i qui el perdonarà
en el seu minúscul
jardí? Per fabricar-les
fa servir pèl,
pèl de cérvol, que és buit
i sura.
Més enllà de la mort i la vista,
aquesta és
una bona pensada, allò que aplega
els dies sense solta
i els mena. Millor que el record. Millor
que l’amor.
Ja està, un ham
sota cada parell
d’ales, i és Primavera,
i els homes
patollen pel llit del riu
a l’alba. A dalt,
els estels encara connecten
llurs bèsties afamades.
Aviat s’hauran atipat
i marxaran. Mentrestant
riu amunt, riu avall, imaginem, viu
en l’aire,
en carn, en un blau
eixam de
mosques, el coneixement
del gràcil
cérvol com saltironeja
per la superfície.
Desmembrat, remembrat,
finalment
amb vida. Imaginem
el cos
del qual tots ells
havien format part,
aquests homes en la gerda
verdor de les ribes
que proven d’esmunyir-s’hi
i confondre’s
amb el món natural.
Traductora: Núria Artigas Bellsolel
Autora: Avni Doshi
Orig.: Burnt sugar, Regne Unit, Hamish Hamilton, 2020.
Fragment extret de Sucre cremat, Barcelona, Edicions de 1984, 2021, p. 11.
En aquesta obra, Avni Doshi, una escriptora nord-americana de pares indis, explora la relació entre una mare i una filla, marcada pels capritxos de la mare, una dona rebel que, transgredint les convencions socials de l’Índia de l’època, va abandonar el marit i les comoditats de la classe mitjana per dur una vida poc convencional. Comença el relat a partir del moment en què diagnostiquen a la mare una demència.
Som-hi!
Mentiria si digués que no he gaudit mai amb les desgràcies de la mare.
Vaig patir a les seves mans quan era petita i qualsevol dolor que la mare sofrís després sempre me’l vaig prendre com una espècie de redempció: com un reequilibri de l’univers, on s’alineaven l’ordre racional de causa i efecte.
Però ara soc incapaç d’igualar el marcador entre nosaltres.
La raó és ben senzilla: la mare comença a perdre la memòria i no s’hi pot fer res. No hi ha manera humana de fer-li recordar les coses que ha fet en el passat, no hi ha manera que es rebolqui en la seva culpa. Jo solia recordar-li mostres de la seva crueltat com aquell qui no vol la cosa, mentre ens preníem el te, i fruïa veient com feia una ganyota i arrufava les celles. Ara, gairebé no recorda de què li parlo; té la mirada distant i llueix un somriure etern. Qualsevol persona que sigui testimoni de l’escena, m’agafarà la mà i em xiuxiuejarà: «Ja n’hi ha prou. Pobrissona, que ja no recorda res».
La simpatia que desperta en els altres em fa créixer l’acritud.
Traductora: Mercedes Guhl
Autora: Julia Álvarez
Orig: Afterlife, Nueva York, Algonquin Books, 2020.
Trad: Más allá, Nueva York, Vintage Español, 2020, pp. 19-20.
Esta autora dominicano-americana, plantea una reflexión sobre las pérdidas, los capítulos que se cierran y lo que dejamos atrás a través de la repentina viudez de Antonia, la narradora, acaballada entre el inglés y el español en los Estados Unidos.
Roger, su vecino, golpea a la puerta. Que si puedo ayudarle en algo, ofrece. Es un poco tarde para eso, piensa ella. La muerte de Sam fue en junio pasado. A lo mejor la noticia le llegó ahora… como la luz de las estrellas.
I’m good, le dice a Roger. Todo bien. Es una expresión tomada de sus estudiantes. Siempre se ha sentido un poco farsante al repetir lo que les oye cual si fuera una cotorra, al igual que en sus primeros años de hablar inglés, que insertaba una expresión aquí y allá, fingiendo que se sentía como pez en el agua en ellas. Dream on, como decía en sus épocas de estudiante. Sigue soñando.
He estado haciendo acarreos a Ferrisburgh. Hay que aprovechar lo que sale al paso. Igual paga las cuentas. Roger parece inclinarse por hablarle en frases que parecen inconexas, a medias; Antonia tiene que poner lo que falta. Cada encuentro es como una tarea, un examen de esos en los que hay que llenar los espacios en blanco.
La gente les decía a las cuatro hermanas que hablaban broken English, que destrozaban el idioma. Ella había pegado los trozos rotos de ese inglés para terminar enseñándoles a los estadounidenses su propia lengua, durante cuatro décadas en total, tres de ellas en la universidad cercana.
¿Y ahora qué, ahora que está retirada?
Amanecerá y veremos, solía decir su madre. Que será, será.
Traductora: Amelia Serraller Calvo
Autora: Anna Augustyniak
Orig.: Kochałam, kiedy odeszła, Varsovia, Nisza, 2013.
Hrabia, literat, dandys: Rzecz o A. Sobańskim, Varsovia, Jeden Świat, 2009.
Fragmentos tomados de Amor y luto, Madrid, Amargord, 2017, p. 9, ed. bilingüe, y de En busca del conde Sobański, Madrid, Fórcola Ediciones, 2021, p. 27.
Así arranca Amor y luto, un diario de autoficción sobre la despedida de una madre. En este libro, el cáncer avanza despacio, lo que permite a las hijas madurar y enamorarse mientras acompañan a su progenitora en su trance. En polaco, la autora apenas puntúa.
Le amo. Miro escrutadoramente a mi madre. ¿Se entera? No vuelve la cabeza, ni siquiera parpadea. Está sufriendo, como en un trance. Le amo; lo intento una segunda vez. Él también me quiere, ¿sabes? Pero no hay reacción. La muerte le tiene absorta. Cuando la muerte absorbe a alguien, no tiene tiempo para nada más. Ahora ya lo sé. Pero entonces parecía que había tiempo para todo.
Se trata del enigmático prefacio de la autora, perfecto para un ensayo tipo quest. Cobra sentido cuando se lee entero, como semblanza del personaje único que fue el conde Antoni Sobański, pero las limitaciones de espacio me obligan a dejar este aperitivo.
Recuerdo la primera vez que me topé con la figura de Antoni Sobański. Ocurrió mientras leía los Recuerdos de juventud de Witold Gombrowicz. […] Gombrowicz señaló un rasgo suyo, con el que se puede identificar cualquiera: el miedo a las aglomeraciones callejeras, a pasar entre los transeúntes. Al preguntar a Antoni qué le causaba tal inquietud, este contestó a su buen amigo: «—Las caras.
Aquel instante que inmortalizó Gombrowicz se convirtió en una fuente de inspiración […] que culminó con este libro.
Todo empezó con una maleta, que abrí hace muchos años. Su historia viene de muy lejos; se remonta casi medio siglo atrás. Cierta mañana de julio un desconocido llamó a la puerta de Róża Orłowska (de soltera Sobańska). El hombre portaba una maleta marrón, que entregó a una atónita Róża. Cuando mencionó el nombre de Tonio Sobański, su padrino de bautismo, difunto desde hacía años, ella se echó a llorar. El desconocido desapareció, dejando en las manos de Róża la pequeña maleta. Nunca se supo quién había rescatado los recuerdos de su tío.