Don de lenguas, de J. M. Coetzee y Mariana Dimópulos

Lunes, 1 de diciembre de 2025.

Don de lenguas, de J. M. Coetzee y Mariana Dimópulos, trad. Esther Cross, El hilo de Ariadna, 2025, 144 páginas

Gudrun Palomino

Don de lenguas es una conversación extensa y escrita entre el escritor premio Nobel J. M. Coetzee y su traductora, Mariana Dimópulos. El libro se divide en una introducción, a modo de declaración de intenciones y resumen de los contenidos del libro; cuatro capítulos («La lengua materna», «Género», «Traducir El polaco» y «Palabras»); unas notas, que funcionan como la bibliografía citada en la conversación, y los agradecimientos. A pesar de que es un diálogo que «comenzó con un proyecto de traducción» (p. 11), en la introducción nos advierten que «no es un trabajo pensado por especialistas ni para ellos. Está planteado sin aspiraciones científicas» (p. 11).

En «La lengua materna», la reflexión principal versa sobre las personas que habitan una doble vida lingüística: con la «lengua materna», que es la que utilizan con familiares y personas cercanas, y la «lengua paterna» que, según denominan los autores, es la que utilizan en la vida profesional y está más aceptada. A partir de esta diferenciación, divagan en reflexiones más románticas sobre el lenguaje («Como adultos, podemos aprender a amar las nuevas palabras, pero enamorarse de ellas implica esfuerzos nuevos y riesgos nuevos», p. 27) y en otras más políticas, en las que reflexionan sobre el poder del Estado para suprimir lenguas maternas y dialectos regionales, como fue el caso de Argentina, así como la supremacía del inglés en Sudáfrica, como reflexiona Coetzee: «En mi caso, tanto en el lado materno como el paterno de la familia, el inglés —la lengua dominante— parecía ser el camino del futuro, y la educación en idioma inglés, la mejor manera de asegurarse que un niño pudiera prosperar» (p. 45). Esta reflexión, indudablemente por la situación actual, me recordó al movimiento PalesTranslation[1]: los palestinos abandonan una lengua materna por una paterna, del árabe al inglés; se autotraducen para expandir sus mensajes y conectar con un público internacional, que observa el genocidio desde sus pantallas.

Dedican el siguiente capítulo al «Género». Las primeras páginas están dedicadas a la falta de género gramatical en inglés, «pero el género no es única y simplemente un término gramatical: también es un término dentro del pensamiento social» (p. 66), explica Coetzee. Así, abren la puerta a la reflexión tanto de la traducción del género del inglés al español, que sí posee marcas de género, como de la representación de mujeres y personas no binarias bajo lenguajes con dichas marcas («¿Será que los genes humanos que se someten a estas reglas en uso (no solo gramaticales sino también para desempeñarse en sociedad) terminan por aceptar que el femenino no es la norma?», p. 73). El capítulo se puede sintetizar con la última intervención de Dimópulos en él: «De lo que se trata aquí es de resaltar que la lengua no es una herramienta neutral, sobre todo en cuestiones sociales. Y de que podemos modificarla hasta cierto punto» (p. 80).

A partir del tercer capítulo, «Traducir El polaco», la conversación empieza a girar en torno a la traducción. Expresa Coetzee que, preocupado por el hecho de que el inglés sea una «fuerza política global (…), quería enfatizar mi ruptura personar con él» (p. 89). El plan de publicación de El polaco era el siguiente: la obra en español, con la traducción de Dimópulos, funcionaría como texto origen para el resto de los traductores. Sin embargo, los editores de varios países se negaron, puesto que preferían traducir del original y no de la lengua puente. Sin embargo, sí que lo habrían aceptado, según Coetzee, si el libro estuviera escrito originariamente en una lengua minoritaria: «Si se hubiera tratado de un libro redactado en albanés y traducido al español, los editores habrían estado dispuestos a dejar de lago el principio de la lengua original y habrían encargado traducciones del español, no tengo dudas» (p. 90). Al final, fue la traducción de Dimópulos la que estuvo disponible en el mercado editorial durante casi un año, antes de que se publicara el texto origen. Dimópulos, frente a la dominación del inglés, presenta que «las lenguas pueden convertirse rápidamente en vehículos de opresión y conquista» (p. 94) y que, en cuanto al poder del inglés frente a la redacción y la traducción en otros idiomas, «se debe a que el inglés ha impregnado la producción de bienes, tanto de materiales como intelectuales» (p. 95). Las últimas páginas de este capítulo están dedicadas a la intraducibilidad y a la ética del traductor, donde ponen de ejemplo la primera traductora del Diario de Anne Frank (cuyo nombre no se menciona), cambió un fragmento (no dicen cual) por lo horrible que era la relación que presentaba Frank entre judíos y alemanes. Mientras que Coetzee no ve mal ese cambio debido a que el lector meta era el de la Alemania de la década de 1950, Dimópulos cree que es poco ético profesionalmente.

«Palabras» sí se adentra y profundiza en la traducción literaria, tanto como proceso como profesión. Se inicia con la experiencia de Coetzee como editor, en este caso de una novela de Olive Schreiner, en la que aparece cierto lenguaje antisemita y ofensivo hacia los africanos. Según explica, «me enfrento con la cuestión de si debo dejar que ese lenguaje siga en pie (…) o si debo reemplazar los términos ofensivos por sinónimos neutrales» (p. 105), a lo que añade que también la condensaría, puesto que «la novela es muy larga, demasiado para los gustos modernos» (p. 105). Dimópulos, tras dejar claro que el proceso de publicación de una obra cuenta con varias profesiones y que la decisión no recae en el traductor o la traductora, reproduciría todo, «aunque discrepara por completo. La cuestión ética marca, una vez más, la diferencia fundamental entre una escritora y una traductora» (p. 108). En el caso de que «alguien empieza a tomar sus intervenciones “creativas” como la norma, termina escribiendo un texto nuevo. (…) Se está haciendo algo más que traducir». (p. 115). Los temas y fragmentos más interesantes del libro son, precisamente, los finales: Coetzee nombra la traducción hermenéutica de Lawrence Venuti[2] para atacar el «establishment literario y la industria editorial que lo respalda» (p. 116), puesto que en las traducciones al inglés se encuentra «una sorprendente uniformidad de estilo. Venuti atribuye esa uniformidad a un consenso que rige en la industria editorial» (p. 116), donde se domestica al texto origen. Dimópulos expresa que «esta tendencia a alcanzar la soltura y la fluidez es bastante común» (p. 117). Asimismo, la traductora comenta que «nadie pondría en duda la prevalencia de la industria editorial de habla inglesa en nuestro tiempo (…). Se dice que en los Estados Unidos las traducciones solo ocupan el 3 % de las novedades anuales» (pp. 118-119). Tras el debate final sobre la traducción de las palabras «exactas», Coetzee vuelve a una reflexión más bien romántica sobre el lenguaje: «Primero hay que tener la idea, solo después se pueden empezar a buscar las palabras para nombrarla» (p. 131).

A pesar de que esta obra no es un libro especializado para traductores, tras terminar de leerlo puede que se asiente la sensación de que solo algunos fragmentos lo sabrán apreciar aquellas personas que se dedican a la traducción literaria o que conocen algo de traductología. Asimismo, ciertas reflexiones de Coetzee sí que son más universales, si bien es probable que un lector no especializado las descubra (o no) en este libro; por ejemplo, cuando se indica que hay idiomas que representan los colores de forma distinta (p. 122). Intuyo que el lector o la lectora especializada, en esta conversación, apreciará más las respuestas de Dimópulos. En conclusión, este libro, sin duda, resulta un punto de partida tanto notable como peculiar para lectores que no son traductores literarios y que quieran empezar a conocer la disciplina; para traductores profesionales, no está de más acompañar a Coetzee y a Dimópulos en este diálogo para reconocer procesos y experiencias, algunas más personales y otras mucho más comunes.

[1] Üstün Külünk, S. (2025). Gaza speaks through translation: The politics of language on Palestinian social media. Continuum39(4), 552–570.

[2] Lawrence Venuti. (2021). Genealogies of Translation Theory. En The Translation Studies Reader (pp. 485-498). Routledge.

Gudrun Palomino (1998) es graduada en Traducción e Interpretación (UGR), cuenta con un Máster en Traducción Médico-Sanitaria (UJI) y es doctoranda en traducción, literatura y humanidades médicas en la misma universidad. Se dedica a la traducción literaria, la investigación académica y la redacción periodística especializada en cultura en medios como CTXT y Ethic. Cuando puede escribe poesía y estudia cerámica, pintura al óleo y arte floral.

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