Regina López Muñoz: El factor Rachel, de Caroline O’Donoghue

Viernes, 17 de octubre de 2025.

Regina López Muñoz ha traducido del inglés El factor Rachel, de Caroline O’Donoghue, Libros del Asteroide, 2024. 

Obra finalista del XX Premio de Traducción Esther Benítez.

Sinopsis

A la protagonista de esta historia, la Rachel del título, la crisis económica de 2008 la pilla en la recta final de sus estudios universitarios. Cursa la carrera en su Cork natal, ciudad poco estimulante para una joven con aspiraciones. El caso es que, para costearse la matrícula, no le queda más remedio que ponerse a trabajar y se coloca a media jornada en una librería; ni tan mal, porque Rachel es una lectora empedernida que adora a Edna O’Brien, Richard Yates, Laurie Colwin y Barbara Trapido. Se producirá entonces uno de los encuentros más decisivos de su vida: con uno de sus compañeros de trabajo, James Devlin, Rachel entabla una amistad fogosa e inmediata. De hecho, solo a James le confiesa un secretillo: está coladita por el doctor Byrne, su profesor de literatura victoriana, que es hombre casado y acaba de escribir un libro…

Todo esto, junto con los enredos que se esperan de una novela ágil y entretenida, nos lo cuenta la Rachel de quince años después, haciendo un ejercicio de flashback en el que las peripecias de los protagonistas se entreveran con la realidad social de la Irlanda de los dos mil.

A la autora de la novela, Caroline O’Donoghue, que también es de Cork y ahora vive en Londres, la conocíamos en España por la primera parte de su trilogía juvenil Nuestros poderes ocultos (2021). El factor Rachel es su novela más reciente. Además de libros, O’Donoghue ha escrito para el Times y el Guardian, y tiene un podcast divertidísimo que se llama Sentimental Garbage.

Comentario de la traductora sobre la traducción

En esta profesión nuestra, «mal retribuida por lo general y no siempre bien vista» —como dejó dicho Horacio Quiroga de la actividad del cuentista—, hay presuntos defectos que se vuelven virtud. Por ejemplo, dudar, no tenerlo claro, necesitar darle una vuelta. Nos pasa. Felizmente.

Hay, no obstante, un debate siempre candente en el que yo creía saber cuál era mi postura: ¿hace falta ser young, gifted and black para traducir a Amanda Gorman? En otras palabras: ¿es preciso que una haya vivido en sus carnes ciertas experiencias para poder trasladar a su lengua, rebañando el alma y la pluma, un original equis? Y mi respuesta (resumiendo mucho, que ya toca ir al grano) era: no, mujer, no.

Hasta que llegó Rachel. Porque, por edad, a mí también se me juntó la encrucijada vital de la juventud con la crisis económica y el eterno retorno del no future; y, para más inri, ¡es que me comí toda la pelotera en Irlanda! Más perdida que el barco del arroz y encima sin entender ni papa. Fíjate si estaba perdida que me dio por meterme a au pair, que era lo más alienante que le podía ocurrir a mi yo del pasado (a la del presente probablemente también). Por esa experiencia no pasa Rachel, pero en un momento dado sí que vive el infierno de tener que trabajar como teleoperadora. De nuevo: me pasó. Y casi me cuesta, como a ella, la salud mental.

Podría mencionar una larga ristra de concomitancias más, pero apuntaré solo un par de ellas: la pasión por cierta música, en algunos casos más bien obvia dada la afinidad generacional (Goldfrapp, Britney Spears), en otros casos algo menos evidente (Simon & Garfunkel, Kate Bush); la verdadera devoción por la película Hechizo de luna, cura para todos los males ayer, hoy y siempre; la trampa mortal de enamorarte absurdamente de tu listísimo pero desastroso profesor; la amistad redentora con un chico gay que está igual de desubicado que tú. Etcétera.

La cuestión es que, traduciendo esta novela, me acordaba del dichoso debate al que acabo de aludir y pensaba: vaya por dios, para una vez que estaba segura de algo. Y entendí que la vivencia compartida siempre ayuda. Porque traduciendo este libro me parecía que los dedos bailaban solos sobre el teclado y casi podía vaticinar lo que iba a ocurrir. Que nadie me malinterprete, fácil no fue: imprimir a los abundantes diálogos esa frescura de agua clara de manantial irlandés que transmite el original me dio mucha tareíta, horas y horas de lectura en voz alta y casi de método Stanislavski para dar verosimilitud a un profesor viejoven y algo apolillado, a su sufrida y correcta esposa (trabajadora del sector editorial, ejem), a un malote norilandés, y por supuesto a Rachel y a James. Fue complicado, pero ¿lo pasé bomba al mismo tiempo? Evidentemente.

Quiso el azar, por lo demás, que en mi calendario laboral esta traducción formase parte de un «ciclo» que bien podría titularse Mi año traduciendo humor y comedia: Rachel y compañía vinieron a sumarse a una serie de personajes literarios más o menos excéntricos, incomprendidos, carismáticos en todos los casos, protagonistas de unas obras de ficción o autobiográficas impregnadas de situaciones cómicas que me tocó traducir una detrás de otra: Iris Owens, Laurie Colwin, Abel Quentin, Julia Wertz, Robert Plunket. Daría para una larga reflexión que no cabe aquí.

En conclusión, El factor Rachel fue un encargo que más pareció un regalito hecho a medida. Y quiero pensar que el gusto no ha sido solo mío y que por eso he acabado tan inesperadamente entre las finalistas del Premio Esther Benítez de este año. Gracias a quienes leyeron y me propusieron.

Gracias también a Luis Solano, que en la Feria del Libro de Madrid me comentó que estaba contratando una novela que podría ser de mi cuerda y, para tantear un poco el terreno, me preguntó si había leído El hermano del famoso Jack y yo por supuesto le contesté que no y aun así él puso el libro en mis manos.

Y gracias a Inés Marcos, correctora sin par, y a todo el equipo editorial de Libros del Asteroide, en especial a Fátima Escribano, con quienes mantuve acaloradas y delirantes discusiones sobre la manera más adecuada de aludir al miembro viril en una conversación dada. Entre todas conseguimos afinar al máximo para que El factor Rachel final sea mucho mejor de lo que podría haber sido.

N. B. Termino este texto sin saber si Rachel ha fagocitado mi estilo, si yo siempre he escrito así o si nos habremos ido contaminando sin darnos cuenta, como dos buenas amigas.

 

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