De tarifas, tarifadoras y artrópodos traductores, IV

Lunes, 26 de mayo de 2025.

Esta conversación que llamamos «Centón» se desarrolló durante el mes de abril de 2025 en la lista de distribución de ACE Traductores a raíz de la aparición de La Tarifadora, una herramienta desarrollada por ACE Traductores y UniCo pensada para ayudar a los traductores de libros a calcular su salario real y visibilizar sus condiciones laborales. Más información en este artículo de Fernando Valdés.

Viene de la tercera parte.

Ilustración de Roberta Vázquez para La Tarifadora

Gusano azul: Llevo más de treinta años traduciendo casi exclusivamente libros (por el camino han caído cosillas peregrinas como memorias de arquitectura y artículos de prensa, pero muy ocasionales). Como otras compañeras que lo han comentado por aquí, años atrás conseguía ganarme la vida más o menos con esto, metiendo todas las horas y mucho tesón y mucha pasión, sí, pero la cosa compensaba más o menos a fin de mes. Tenía dos niños que criar y mucho entusiasmo, porque este trabajo me ha fascinado siempre. Ahora, con tantos años de tarifas en caída libre, cada vez me cuesta más rascar un sueldo que ronde el salario mínimo, pero además acuso el cansancio y el entusiasmo y la ilusión caen en picado, y a veces me encuentro acabando las traducciones por pura obsesión. Y lo peor es que, por lo que voy viendo aquí, mis tarifas están en la parte alta de la horquilla y puedo darme el lujo de rechazar tarifas irrisorias e indignas.

El panorama de la jubilación, que no queda muy lejos en el horizonte, es desolador. Siempre dije en broma que me jubilaría el alféizar; empiezo a temerme que eso es humor negro, muy negro.

Muy de acuerdo con las colegas que así lo han expresado: urge una negociación colectiva y plantarnos de alguna manera.

Quiero matizar algo, sin embargo, y es que la amenaza de la IA a nuestras condiciones no es cosa de cinco años ni de tres ni de un par. Creo que ya está aquí y ya nos afecta. Unas semanas atrás, un editor para el que trabajé años ha (ya no lo hago porque sus tarifas son muy bajas) me ofreció traducir un ensayo «gordo» a partir de un borrador que él mismo me proporcionaría hecho con IA «de calidad, porque tengo el mejor programa» (sic). La tarifa sería exactamente la mitad de la que pagaba por las traducciones «corrientes», ya irrisoria. Invertí un buen rato (inútil) en explicarle que la parte difícil de mi trabajo, y la que merece que él me pague una tarifa digna, es la que viene después; que ese primer borrador burdo ya me lo hago yo solita, gracias, más despacio que la IA, supongo, pero seguramente ya mejor de entrada.

Un último comentario. Ya sé que las tarifas son lo primordial y urgente, por aquello del pájaro en mano, pero creo que no hay que olvidar luchar por subir los porcentajes de derechos. La LPI y nuestra condición de autores son la gran pica en Flandes de nuestro pasado reciente, en mi opinión. Quizá he tenido suerte, pero años ha conseguía redondear el sueldo un poquito con los derechos que me pagaba sobre todo una editorial por cuatro o cinco libros que se vendieron bien. Desde que un gran grupo absorbió esa editorial y bajó los derechos a la mitad (al 0,5 %), se acabó lo que se daba. Es imposible llegar a cubrir un anticipo con ese porcentaje tan patético. Creo que en la negociación colectiva no deberíamos olvidarnos de que nuestro porcentaje del pastel es importante también, y debería ser ilegal directamente que las editoriales, precisamente las más poderosas, aplicaran porcentajes por debajo de una cifra digna. Pensad que cuando nosotros llegamos a rascar algo en concepto de derechos, es que ellos se han ganado la vida como leones.

Mantis fantasma: Llevo traduciendo libros de manera continuada desde 2008, y en exclusiva, sin compaginar con otros oficios, desde 2015. Me considero afortunado por poder decir que los últimos tres o cuatro años están siendo buenos desde el punto de vista económico, pero por factores que no siempre dependen de mí y que seguramente no podrán mantenerse siempre (y que, por otra parte, vienen a compensar otros años donde lo que ganaba estaba desgraciadamente por debajo de lo que establece el sueldo mínimo).

Me resulta difícil calcular el número de caracteres que traduzco diariamente porque siempre compagino varios proyectos y dentro de mi jornada hay ratos que dedico a traducir un primer borrador, otros a corregir y revisar, y luego además he traducido mucho cómic y algunos álbumes ilustrados, que van por otros cauces. En cualquier caso, he hecho la estimación de que traduzco entre unos 20 000 y 25 000 caracteres diarios, ya que es la única manera de que a final de mes me resulte mínimamente rentable con los 12 euros que de media me pagan por cada 2100 caracteres. Hay una editorial que me paga 14 €, pero nunca jamás en toda mi carrera he logrado subir de ahí. Según La Tarifadora, y suponiendo que siempre pueda mantener ese ritmo de producción diaria, mi tarifa debería estar en torno a los 16 euros por cada 2100 caracteres para alcanzar el sueldo de un técnico editorial.

¿Y cuáles son esos factores que comentaba antes? El primero, ese nivel tan alto de producción. Traduzco rápido, o eso creo, y luego hago una o dos correcciones según la complicación del texto de origen. Esto me lo permite, entre otras cosas, un segundo factor: que traduzco mayoritariamente literatura infantil y juvenil, y, aunque ya han dicho otras compañeras que no existe el texto fácil, sí es verdad que muchos de estos libros resultan menos exigentes que otros. Eso sí, quiero romper una lanza en favor de la literatura infantil y juvenil: no es literatura barata, ni de usar y tirar, pero sí menos exigente en cuanto a florituras del lenguaje, por lo general. Otro factor es que, después de más de década y media especializado en este ámbito, me conozco ya muchos caminos comunes que me ayudan a traducir más rápido.

Por último, un factor que escapa a mi control: una serie de libros por los que cobré muy poco en su momento, pero que ahora venden mucho, por lo que tengo la suerte de haber cubierto el anticipo y recibir un dinero por ellos que me ayuda a que las cuentas cuadren al final del año. Como bien indicó Gusano azul, en una hipotética negociación colectiva no podemos olvidarnos de exigir un porcentaje mínimo para los traductores, ya que, al menos en mi caso, casi todos son del 0,5 % y a veces han sido incluso inferiores. Entre eso y negar nuestro derecho como autores a una porción de las ganancias generadas por nuestras obras hay un trecho muy corto. Y aunque muchos libros venden tan poco que no ganaríamos nada en cualquier caso, unas simples décimas en ese porcentaje pueden significar que dejemos de ganar cientos o incluso unos pocos miles de euros que nos corresponden. Por ley, ningún porcentaje de derechos debería ser inferior como mínimo al 1 %.

Dicho todo esto, soy consciente de la imposibilidad de mantener este ritmo de trabajo eternamente. Hay épocas mejores y otras peores, pero el cansancio acumulado de estas jornadas maratonianas me dificulta mucho estar siempre a la altura de mi planificación. Además , este ritmo de producción requiere contar con varias editoriales fijas y tener un flujo continuado y abundante de encargos, algo que no siempre es posible. Por eso necesito, como necesitamos todos, que suban las tarifas, que sean justas con la calidad de nuestro trabajo y de nuestra cualificación. Cada euro que conseguimos arañar con cada cliente supone una lucha agotadora, y mientras tengamos que hacerlo solos, sin posibilidad de unir nuestras fuerzas para negociar, seguiremos llevándonos la peor parte. Y otro día, ya si eso, hablamos del sacrificio que supone poder cogernos unas vacaciones dignas, como cualquier otro humilde asalariado.

Mosca cojinegra: Traduzco a tiempo completo desde 2019. Hago traducción editorial principalmente de ensayo, sobre todo de francés e inglés a castellano. Aunque de lo que realmente vivo es de la traducción y corrección comercial: mucho marketing, siempre que puedo con clientes directos, y a partir de ahí «todo lo que entre» a lo que sea capaz de sacarle ingresos de verdad.

En cuanto a la traducción editorial, he introducido en La Tarifadora los siguientes datos:

  • Caracteres diarios: 12 000
  • Tarifa por 2100 caracteres: 12 €
  • Me sale que debería cobrar 32,1 € por cada 2100 caracteres

No he introducido estos datos según mi ritmo de trabajo ni por lo que cobro realmente, sino por el ritmo máximo que creo debería llevar y por la tarifa que me ofrecen las editoriales, aunque yo luego haya conseguido con mucho esfuerzo negociar para subir esa cantidad en dos, cuatro e incluso nueve euros.

Si tuviera que depender de mi pareja (o de quien fuese) para subsistir, creo que habría dejado este trabajo hace tiempo. Y pese a poder vivir actualmente de traducir, desde hace uno o dos años no hago más que pensar (y siempre in crescendo) en vías de salida de la profesión, en especial de la traducción editorial. Por muy gratificante que me resulte la traducción de libros, cada vez se me hace más insoportable ver las sempiternas noticias de que el sector del libro va como un tiro, cuando sé de primera mano que eso se debe a que hay muchísima gente que está sacrificando sus vidas profesionales y personales para que así sea, y a que no hay ningún tipo de regulación al respecto.

Sé que los resultados que escupe la calculadora son para morirse de pena, pero intento constantemente sacudirme ese pensamiento y tornarlo en que son realmente las editoriales las que deberían morirse, pero de vergüenza.

Hormiguita viajera: No nos olvidemos, además, de que el técnico editorial de marras no cotiza los 270 miserables euros que estamos calculando, cotiza 500 eurazos (y la mayor parte la paga la editorial) para poder acceder a una pensión de 1680 euros x 14 pagas, así como una baja en consecuencia. Las más afortunadas de nosotras llegaremos apenas a la mitad. ¿Por qué las editoriales no aceptan que el coste de nuestra seguridad social forma parte también del coste de nuestro trabajo?

Polilla temeraria: Hace casi 25 años que traduzco y corrijo libros, aunque solo en 2008 di el paso de establecerme como autónoma con la intención de dedicarme exclusivamente a ello. Aun así, por épocas he tenido que combinar esta actividad con empleos por cuenta ajena (docencia o tareas administrativas para empresas y asociaciones) o he elegido hacerlo, con afán de oxigenarme, dedicándome parcialmente a desarrollar otros proyectos personales alejados de la palabra y la pantalla.

Hasta 2022 la práctica totalidad de mis encargos provenían del ámbito académico, en el que se cobra por palabra. En las pocas ocasiones en que me llegaron ofertas de traducción editorial (por iniciativa o mediación de amigos editores), casi siempre el importe cobrado fue el resultado de un compromiso entre lo que yo consideraba el mínimo aceptable (hacía el cálculo por palabra y luego lo rebajaba hasta alcanzar una cifra que me pareciera realista) y el máximo que la editorial decía poder pagarme.

El hecho de trabajar con amigos a menudo desvirtuó el proceso: las editoriales eran muy pequeñas, yo sabía el esfuerzo que hacían para sacar adelante los proyectos, había pocas perspectivas de que los libros llegaran a compensar la inversión. También lo desvirtuaron mi desconocimiento del sector y la falta de apoyo como resultado de mi no vinculación a ninguna asociación.

Solo en un caso calculé el presupuesto por matrices de 2100 caracteres y la tarifa aplicada fue de 12 €. La fórmula y la tarifa las impuso la editorial (pequeña también, pero sin vínculos personales de por medio), con la que no he vuelto a colaborar, pues se opuso con razones absurdas a negociar un contrato que me parecía injusto y que finalmente me negué a firmar.

Desde el salto exponencial en la «calidad» de las herramientas de IA generativa a finales de 2022, mi trabajo como traductora académica se ha reducido prácticamente a cero («nos basta con lo que la IA nos da», me dijo un antiguo cliente fiel). Y yo he tenido la ocurrencia de tomarme en serio la posibilidad de encontrar una salida en el mundo editorial… de ahí lo de «temeraria», claro. Porque además he elegido la poesía como vía de acceso y ya sabemos todos lo que eso significa.

En definitiva, que si sigo viva es gracias a la financiación temporal de mi familia y al hecho de no poder introducir datos concretos en La Tarifadora (¿cuál es la equivalencia entre una matriz de 2100 caracteres y una página de un libro de poemas?), porque hacerlo podría ser motivo de suicidio.

Chicharra achicharrada: Esta chicharra no se parece a la de la fábula, pero sabe que no es la única de su especie: traductora intensiva, de las de seis o siete libros al año e infinitas horas al día (aunque no todas las que querría porque tuvo la feliz idea de procrear, momento en que se dio de bruces cuenta de que el salario neto que como autónoma le correspondía, 975,88 €, no le llegaba casi ni para pañales), pero no de dedicación exclusiva, porque, al cabo de unos años haciendo solo libros, del inglés, el italiano y el francés, le saltaron todas las alarmas y decidió compaginarlo con la traducción institucional, las colaboraciones con museos y la docencia en distintos formatos. En definitiva, una chicharra que más bien parece una hormiga y no para de trabajar (el año pasado solo tuvo una semana al sol de vacaciones), por lo que creía que entre página y página no le iba a dar tiempo a participar en este centón, aunque al final le ha podido la necesidad de estridular y desahogarse.

Esta chicharra común hizo el camino inverso al que muchas os planteáis por aquí (bueno, vosotras o vuestras madres), es decir, dejó una plaza de funcionaria de carrera impartiendo clases de inglés en un instituto, dio el salto al vacío y se tiró a la piscina de la traducción editorial, en su caso con el colchón inflable de lo ahorrado en su época de asalariada y una pareja que en su momento no ganaba mucho más que ella, pero que ahora, en muchos sentidos, y de nuevo como a muchas de vosotras, la mantiene… algo que por momentos la acojona y con lo que, ni en sus peores pesadillas, su yo del pasado habría podido soñar.

Llegó en el peor momento de todos, en el 2013, en plena crisis del sector editorial, con bajada unilateral de tarifas de cierto grupo incluida, pero aun así consiguió meter la cabeza (en homenaje a una serie de trujamanes de Charate huertano que ahora ella hace leer a sus alumnas) e ir encadenando un libro con otro con otro y con otro y hasta ahora: en doce años (con miniparón maternal de por medio) lleva unos setenta libros traducidos, nunca le ha faltado el trabajo y, aunque le cueste, de vez en cuando consigue subir la tarifa e ir seleccionando las editoriales que le ofrecen mejores condiciones. ¿Cuál es la contrapartida de esto? Que ahora es prácticamente una chicharra traductora monógama, con el riesgo, del que todas somos conscientes, que eso conlleva.

Ahora mismo, colaborando mucho con esa editorial de la que usted le habla, insiste, la que le ofrece la tarifa más alta que ha cobrado en toda su carrera, casi 17 euros, y traduciendo una media de unos 13.000 caracteres con espacios al día, le dice la Tarifadora que tiene la «suerte» de cobrar por encima del SMI, pero, oh, vaya, un 43,31 % menos de lo que gana un editor técnico; para igualarlo su tarifa debería ser de 29,64 €, cifra que casualmente se acerca más (aunque tampoco llega) a la que cobra cuando traduce, por ejemplo, para museos. En cualquier caso es consciente de que no, lo que gana no es justo, y sobre todo no es justo que, en una profesión que requiere una alta cualificación, para sobrevivir esté obligada a hacer malabares, a ser chicharra orquesta y a compaginarlo con varias actividades más.

Libélula exiliada al habla: Llevo dos-tres años dedicándome en exclusivo a la traducción. En principio también he estado dispuesta probar a la traducción comercial por ver si se podían conseguir mejores tarifas por ahí, pero no he tenido ningún éxito porque me he encontrado con que, con poca experiencia o sin nicho muy definido y para el que hubiera mercado, la tarifas no mejoraban lo suficiente.

¿Cómo he resistido económicamente viviendo en un país en el que se cobra el triple? Al principio de mis andaduras, con ahorros y estilo de vida espartano; luego, con el subsidio de desempleo que me tocaba y que estiré al máximo, redefiniéndolo como «ayuda para el establecimiento de nuevos pequeños empresarios», y ahora con ese susodicho mecenazgo de mi pareja. Por cierto, Abejita laboriosa: te agradezco que hayas mencionado lo de la feminización, porque yo lo llevo viendo muy claro y estaba a punto de intervenir para subrayarlo.

He dudado en participar porque mi situación se me antoja poco representativa, pero aquí voy: suponiendo esos 12000 caracteres por día (he llegado a hacer barbaridades como veinticincomil y pico, pero que luego hay que editar mucho, claro está), y 17,5 € por 2100, que es lo último que me han ofrecido (eso de «mi tarifa»… no es mía, porque no la decido yo) me salen 805 € netos al mes y 1500 brutos; 119 € más que el SMI pero un 45,49 % menos que un técnico editorial según convenio. Para llegar a eso tendría que cobrar 32 € / 2100. Lo que considero que agrava el nivel de la tarifa es que las ayudas/becas que reciben las editoriales para apoyar las traducciones desde mi lengua de trabajo, que es una lengua de muy pocos hablantes, son muy generosas, y están ahí precisamente para contribuir a que nos paguen cantidades dignas. Pero al no contar con mucha experiencia previa, no me he atrevido a negociar por miedo a perder los encargos, y porque me veo regateando subidas ínfimas; el desgaste emocional entonces sí que se me saldría a mí de presupuesto.

 

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