Carlos Mayor: Obra hermética, de Moebius.

Viernes, 28 de marzo de 2025.

Carlos Mayor ha traducido del francés el tebeo Obra hermética de Moebius, publicado por Reservoir Books en noviembre del 2024.

Finalista del Premio Sophie Castille a la Mejor Traducción.

 

Sinopsis de la obra

Moebius, algunos días también Gir y otros Jean Giraud (1938-2012), es uno de los autores más destacados de la historia de la historieta, tanto por su obra en solitario como por sus colaboraciones con Jean-Michel Charlier en Blueberry o con Alejandro Jodorowsky en El Incal. El volumen Obra hermética recopila su producción más personal de los años setenta y ochenta, vinculada a la revista Métal Hurlant, «siempre con la ruptura del canon como guía», según recordaba Álvaro Pons en Babelia, y recurriendo a menudo a la escritura automática. Porque todo era posible.

A lo largo de casi quinientas enigmáticas páginas, el lector descubre, en más de cincuenta historietas como «El Garaje Hermético de Jerry Cornelius», «Absoluten encerrarrecorriden», «El mayor Fatal» o «Arzak», «Harzak»», «Harzach» y «Harzack», el ingenio, el humor y la subversión con los que Moebius revolucionó el lenguaje de la narrativa gráfica y el de la fantasía y la ciencia ficción de finales del siglo xx.

«Revolucionario. Fastuoso. Inagotable», decía Jordi Canyissà, de La Vanguardia, de este libro, que se cierra con un extenso y exhaustivo epílogo de Claude Ecken en el que se contextualizan toda la producción del autor y su proceso creativo.

 

Comentario del traductor sobre la traducción

El traductor se equivoca. No puedo ir más desencaminado. Después de habérselas visto con las obras firmadas por Moebius con Jodorowsky, cree que parte con cierto kilometraje al ponerse ante Obra hermética, pero se lleva un buen chasco al encontrarse entre flolul y bilenio, blávulas y pavachones, las veintitrés divinidades genatrices y los sagrados pilares del mito tar’hai, espiájaros y cableros, grabotines y bulainas, basorella y metrita, buzerares y trantorinas de clase 8, crafdpembrizenos y beñanjes, carbuñas y blúceres, bolgos y rigalianos, el sicolimatón y el parapel por costurlar, tres ablavosos y veintisiete crucs (todos morlavados en un morral), un euchirus y un maquinete, blinas de láser y doretas antigrav del hemisferio sur, binjuanes y manadas de ballanoides, lippones y píldoras X modinas, bazuchas y vagamellas, solos de neudal y carguetas, danjas y pteroguerreros, poderosos charadinos y cachichaves biválvula, contrabandistas gamerianos y pequeñas fábricas de esponjas belgas. Un no parar.

Todo el mundo debería traducir escritura automática al menos una vez en la vida si quiere acabar más perdido que el barco del arroz, si quiere sentirse en una emboscada de las ratitas de la caridad, si quiere darse de bruces con un texto sin contexto alguno, como cuando un personaje de «Deima» recuerda que una vez un bagrund de Morvolia quiso comprarle un larpín, pero la mónada se quejó porque el dichoso larpín desterizaba las plantaciones de apeitunas, ¡claro que era porque le había encasquetado a su borg al final de la lunación!

Y, así, hay mañanas en las que el traductor se siente como el mayor Fatal y se dice que la cosa no le compensa ni aunque le paguen diez mil liros o setecientos maflones por página de tebeo, pero entonces se le desatasca el cerebro y la châtreuse de Parme se convierte en la granuja de Parma, o el libro de Larcher pasa a estar firmado por Elark Hero, o acaba pasándoselo pipa con las referencias a Los invasores, a Lovecraft y al barco pirata de Astérix, o al traducir las aventuras del cachondo chiflado, perseguido por la Policía Antipolvos en mitad de las Bormoches. Y el ktulu vuelve a sonreír.

Uno tras otro pasan los días, con el cerebro yendo a más de quinientos milús por hora, hasta que una mañana el tebeo está entregado, corregido y maquetado, y el traductor se pone a recortar o alargar texto en las primeras galeradas, y después a comprobar cambios con lupa en las segundas, de la mano más que firme de la editora técnica, Lucía Puebla, y con la ayuda del ojo certerísimo del revisor, Alberto García Marcos. Y poniendo a prueba una vez más la paciencia tal vez infinita de su galo para todo, Antoine Leonetti.

Si, por su parte, el lector se pierde un poco, el traductor le aconsejaría tomárselo con calma y disfrutar del viaje. Es recomendable, por ejemplo, acompañar la lectura con un alcohol swaft o un café azul servidos en bandeja de madera de nonote, o quizá una infusión de blena o un buen cuenco de poktroll sin chlugneta (prepárese con un tercio de yul, otro de caltrexina, un dedito de zuzotú, unas gotas de crotella, un poco de juante, su esencia de indergrún y su miajita de concentrado de bigablow), aunque es importante comprobar siempre la fecha de frescor para no caidar, muertear ni eternidar y, ojito, no comportarse como uno de esos pardillos terrícolas que llegan al estado pnuchiano por ponerse a bargear tras beber koks sin estrikar (¡a quién se le ocurre!).

Si eso no funciona, si uno corre peligro de que se le revienten los circuitos cronóticos y siente deseos de exclamar: «¡Ondrew oz baal! ¡Portoban vorst ook powoo!» o, ya puestos, «¡Och joliot bolldow! ¡¡¡Jton chplin chlie!!!», no es mala idea respirar hondo y limitarse a coincidir con el personaje de «El Garaje Hermético» que, a lo lejos, observa: «¡Qué confuso es todo!». Y qué maravilloso.

Aquí se pueden ver algunas páginas de la obra y aquí, un vídeo de presentación.

La sección de NOVEDADES TRADUCIDAS ofrece a los traductores un espacio donde analizar las dificultades a las que han tenido que enfrentarse al traducir una obra concreta. Animamos a todos los traductores a colaborar: véase la plantilla en este enlace.

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