Lunes, 17 de febrero de 2025.
Hoy vengo a relataros todo un viaje personal y lo que me ha ocurrido durante los últimos cinco años de mi vida. De cómo me lancé al proceloso e incierto océano de las propuestas editoriales, de cómo llegué a buen puerto y de cuál ha sido el resultado: el haber podido traducir del inglés una novela muy especial para mí titulada El Hotel de los Corazones Solitarios y, gracias a ello, dar a conocer a Heather O’Neill, extraordinaria autora quebequesa angloparlante, inédita en español hasta ahora y que fue publicada en noviembre de 2024 por RBA Libros.
Y, como es de rigor, creo que empezaré por el principio. Esta historia comienza en junio de 2019, un año antes de que el mundo dejase para siempre de ser tal y como lo conocíamos, pandemia mediante. Pedaleando iba en mi bicicleta roja de camino a la Casa del Lector, en el Matadero, aquel que fue el último hogar físico conocido de nuestra asociación, ACE Traductores. Gracias a los ímprobos esfuerzos de Luisa Lucuix, que no solo es una traductora excelente sino también un espíritu generoso y una organizadora magnífica, nos visitaba un grupo de editores quebequeses invitados por la Oficina de Quebec en Barcelona. Confieso que era la primera vez que oía aquel crepitante francés y apenas sabía nada de Quebec y su literatura, pero lo que descubrí aquellos días, como veis, me marcó para siempre.
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Gótico estadounidense (1930), dominio público
En particular, curioseando entre los catálogos de las editoriales invitadas, descubrí la editorial Alto, que se publicita con el atractivo lema de «editores de lo sorprendente», y me topé con una cubierta bien curiosa: una ilustración inspirada en el Gótico estadounidense de Grant Wood, pero protagonizada por dos robots, y el sugerente título que llevaba aquella colección de cuentos era La vida soñada de las tostadoras, de una tal Heather O’Neill.
Le pregunté a Tania Massault, la editora de Alto, con la que ya había charlado largo rato sobre literatura, y ella fue quien me dijo: «¡Ah, Heather O’Neill te va a encantar!». A su regreso a Quebec, me envió la traducción al francés de aquella colección de cuentos, con la advertencia de que no eran suyos los derechos del original. El primero trataba sobre un niño que inventaba una historia de un artista ambulante y su oso, pero al niño lo llamaban a comer, y el artista y el oso se veían obligados a proseguir la historia de su vida sin la ayuda de su artífice. Si leéis El Hotel de los Corazones Solitarios, también encontraréis a un oso imaginario, digamos, algo libidinoso (lo que para mí es una referencia infantil de lo más querida, ¡loados sean Les Luthiers!). Al acabar aquel cuento traducido al francés, supe que tenía que leerlo todo de Heather O’Neill. Encargué todos los libros en inglés que pude encontrar de ella y me pasé el resto del verano de 2019 leyéndola y… como ya habréis podido imaginar, enamorándome perdidamente.
Cuando, en aquel caluroso agosto de 2019, llegué a The Lonely Hearts Hotel, la que entonces era la última de sus novelas publicadas y que fue galardonada con el premio Hugh MacLennan Prize for Fiction de 2017, la historia me robó el corazón. La novela relata la historia de dos bebés de madres adolescentes que ingresan en un orfanato de Montreal en invierno de 1914. Pierrot y Rose están dotados de cualidades artísticas excepcionales que los hacen soñar con una vida diferente de las penurias y abusos brutales sufridos en el orfanato. Cuando, en su adolescencia, ambos salen al mundo y pierden el rastro del otro, se ven abocados a sobrevivir en una ciudad sumida en la Gran Depresión y a enfrentarse a los bajos fondos dominados por la mafia, el hambre, la drogadicción, la prostitución y la pobreza. Tras su reencuentro, se afanan en montar un gran espectáculo teatral con una troupe de payasos por protagonistas que pondrá en jaque a la peligrosa mafia montrealesa y a los gánsteres neoyorquinos más despiadados.
De género siempre inclasificable, Heather O’Neill despliega en The Lonely Hearts Hotel todo su talento, caracterizado por las metáforas, las comparaciones y los símiles, y hace una múltiple pirueta con este onírico ejercicio literario cruce de cuento de hadas, teatro de la comedia del arte, historia de amor, película de cine negro y relato fantástico histórico. El Hotel de los Corazones Solitarios es un cuento de hadas, sólidamente apoyado en personajes reminiscentes de los de la comedia del arte italiana (por eso el protagonista se llama Pierrot), pero contado para adultos, con escenas que, en muchos momentos, rozan una sordidez y una violencia narradas de un modo tan cándido como en los cuentos antiguos, aunque salpimentadas con una aguda crítica feminista al papel de las mujeres en la sociedad y en la literatura. Como dice Kelly Link en la contracubierta del original, El Hotel de los Corazones Solitarios es un cuento de hadas con una cobertura de pólvora, romance y azúcar glas, todo ello coronado con una mecha a punto de explotar. Heather O’Neill recuerda a Angela Carter, a Edward Gorey y, en lo más profundo, a la huérfana Anne Shirley en su Tejas Verdes, soñando con ser escritora…
Para cuando llegó septiembre de 2019 y después de haber comprobado atónita que aún no se había publicado en español y que los derechos estaban libres (otro día os cuento la sucesión de correos que tuve que enviar para averiguarlo: ya os adelanto que fácil no fue, porque el mundo de los agentes literarios y los derechos de venta al extranjero, en el que yo no he metido más que medio dedo meñique, es de una complicación indescriptible y al que hay que echarle muchísima paciencia), inicié una travesía sin retorno que ha durado cinco intermitentes años.
No voy a relataros con todo lujo de detalles los vericuetos de lo que ha sido presentar esta propuesta editorial a sucesivos editores y llevarla a buen puerto (este artículo se convertiría en un tomo casi tan gordo como la propia novela… Y, francamente, prefiero que leáis la novela). Lo que sí os diré es que he aprendido muchísimo por el camino. El aspecto que tenía la propuesta inicial que escribí en aquel otoño de 2019 fue evolucionando y eso tengo que agradecérselo a las almas generosas[1] que, gracias a sus lecturas, correcciones y comentarios, me inspiraron para pulirla hasta que tuvo un aspecto mucho menos académico y mucho más, si queréis, «comercial», atractivo y mejor dirigido.
Ya veis que no me puedo quejar de la enorme generosidad y paciencia que habéis demostrado con esta mi mitomanía, compañeras y compañeros, amigas y amigos[2], siempre dispuestas y dispuestos a poner la oreja y dejarme hablaros de mi pasión por Heather O’Neill. Otras compañeras[3] habéis llegado tan lejos como para hablarle de mi propuesta a vuestros editores o proporcionarme generosa y desinteresadamente sus contactos.
Como imaginaréis, la vida se iba sucediendo y los intentos por encontrar una editorial adecuada, también. Siempre teniendo en mente que fueran editoriales a las que pudiera interesarles el tipo de literatura que Heather O’Neill escribe, me topé con otra dificultad añadida: un libro puede ser excepcional, pero, si es inclasificable, resulta muy difícil de vender en las mesas de novedades de las librerías. El resultado ha sido que El Hotel de los Corazones Solitarios se comercializa como novela romántica. Como ya os habréis dado cuenta, está bastante lejos de ser solo eso. En este caso, más que nunca, es imprescindible no juzgar la novela por su cubierta y su título para poder apreciar en toda su magnitud el genio literario de Heather O’Neill.
También se ha mantenido el título del original traducido, aunque no en todas las traducciones haya sido el caso (Les enfants du cœur en Francia, Hôtel Lonely Hearts en Quebec, el evocador Träume aus Papierschnee en Alemania…). Hay ciertas dificultades culturales inherentes al título original, pues es el nombre propio de un establecimiento (no es figurado: el hotel en cuestión, importantísimo escenario en el desenlace de la trama, se llama tal cual, Hotel Corazones Solitarios, o por decisión editorial, con preposiciones: Hotel de los Corazones Solitarios) que, en realidad, no es un hotel de los nuestros, sino un hôtel con un alcance semántico más a la francesa: un edificio de apartamentos de alquiler de larga duración. Yo hubiera querido titularlo Balada para la luna en do menor (¡pero tendréis que leerlo para saber por qué!).
Entre medias, me puse de parto una madrugada de septiembre de 2020 mientras Iballa López (en Montreal) y yo (en Madrid) escuchábamos una entrevista a Heather O’Neill y su traductora al francés, la escritora Dominique Fortier (a la que Iballa traduce al español para la editorial Minúscula, ¡el círculo se ha cerrado por fin, Iballa!). No quise marcharme al hospital a parir a mi niño Máximo por pura negación y porque quería escuchar la charla completa (esto os da la medida de mi nivel de fanatismo, por si aún no os habíais hecho a la idea).
A lo largo de 2021 y 2022, hice intermitentes intentos por mover otras de sus novelas (¡son todas magníficas y me apasionan!), con idénticos resultados, aunque, por el camino, fueron inestimables los comentarios de los editores que se tomaron en serio mi propuesta y, aunque no vieron que Heather O’Neill encajara en sus catálogos, fueron dándome pistas de hacia dónde debía dirigirme. Les agradezco profundamente su tiempo, su ayuda y su buena disposición. Y ahora, que me siento optimista, os diría que incluso los que hicieron mutis por el foro también me ayudaron a reorientar el timón…
La casualidad y la suerte llegaron de la mano de Isabel Llasat[4] que le habló de mí a Toni Quero[5], editor en ese momento de RBA (curiosamente, fue esta editorial la que, en 2014, se interesó por los derechos de otra novela de Heather O’Neill que nunca llegó a publicarse, así que mi búsqueda parecía una especie de periplo de ida y vuelta). Como ya había recibido tantas respuestas que eran un sí pero no, pensé que la de RBA sería otra más de esa larga lista, así que mi sorpresa fue mayúscula cuando, un año después de haberme puesto en contacto con él, a finales de 2023, (un día que me encontraba en mitad de la calle Libreros en la bella Alcalá de Henares), Toni Quero me escribió para retomar la propuesta.
A partir de ese momento, todo fue lo que ya sabéis que son las contrataciones editoriales: azarosas, llenas de imprevistos, retrasos y acelerones e incertidumbre. Yo no quería creérmelo del todo y así fue como me pasé los varios meses en los que se resolvieron los detalles de la compra de los derechos… que se retrasaron más de la cuenta y, por agenda editorial, me vi ante otro verano, este el de 2024, dedicado a un The Lonely Hearts Hotel que ya era irremediablemente un pedacito de mí.
Con los calores estivales, tuve que atornillarme a la silla para darlo todo y llegar a tiempo para cumplir los plazos (¡fueron varios! Sí, tuve que enviar la traducción por entregas, aunque luego el trabajo de unificación de las dos partes fue exhaustivo). Aquí tengo que agradecérselo a quienes[6] tuvieron la paciencia de que los proyectos que teníamos entre manos en ese momento salieran de otra manera para poder encajar este. ¡Y debo agradecérselo muy especialmente a María Serna, por respaldarme siempre y traducir a cuatro manos conmigo en un cómic que nos llevó al espacio estelar! Si en 2020 toda la humanidad se pasó confinada el verano entero, cuatro años después, en 2024, fui yo la que me encerré, dándole a la tecla a toda máquina (todo ello gracias a la imprescindible ayuda de mi familia[7], que comprendió lo que significaba este proyecto para mí y me apoyó sin descanso).
Pero claro, como os digo, es curioso esto de traducir una novela que una lleva dentro. Lo primero que toca es superar la dichosa sensación de que no vas a obtener un resultado tan maravilloso, sublime y palpitante como el del original. Y es que no cabe duda de que parte del estilo de Heather O’Neill descansa en ese ritmo tan especial, tan propio de los cuentos de hadas: la forma es esa, el fondo es mucho más oscuro, realista y desgarrador. No arranca el asunto con un «érase una vez», sino con un soldado quebequés dejando embarazada a su prima de doce años y largándose al frente en Europa. Eso sí, la prosodia, los superlativos, las enumeraciones y repeticiones de adjetivos o los plurales distributivos me han hecho estrujarme las neuronas para reproducir un tono y un ritmo que generaran una sensación similar en español.
Otra cosa que he tenido que gestionar ha sido el que Montreal fuera un personaje más en la novela, con sus hoteles de nombres traducidos y reminiscentes de la trama. ¿Cómo llevar a los lectores españoles a la gélida ciudad quebequesa donde todos son bilingües y sus idiomas se entremezclan con naturalidad? Por suerte, el bilingüismo no nos es del todo extraño, pero generar la sensación de que unos personajes que hablan en inglés traducido al español se arranquen a hablar en francés sin darle mayor importancia ha requerido tomar distintas decisiones según el caso.
Una dificultad clarísima es la diferencia de neutralidad en el género entre los elementos plurales del inglés y el español. Un children o un siblings (¡o un they!) no tienen por qué marcar uno u otro género, pero el español casi siempre nos aboca al masculino genérico. En una novela como esta, en la que tan importante resulta para la trama y la psicología de los personajes la inversión de comportamientos tradicionales de uno y otro género (no en vano Heather O’Neill define a su protagonista Rose como un cruce entre una gánster de armas tomar y Simone de Beauvoir), este es un problema al que he tenido que enfrentarme, a veces sin una solución evidente.
Una baza a mi favor ha sido que, al estar imbuida en una cierta atemporalidad mágica, el lenguaje utilizado no es muy estricto en cuanto a su fidelidad histórica. Eso ha hecho, por ejemplo, que un capo de la mafia neoyorquina pudiera hablar casi con la naturalidad de cualquier quinqui en español (preservando, eso sí, todo el sentido del original). Por otro lado, la ambientación sí tenía que guardar rigor histórico, lo que me hizo pasarme largo rato buscando fotografías para comprobar si en los años veinte en Montreal había tranvías o trolebuses o si los chanclos se utilizaban en aquella época para proteger el calzado de la inclemente climatología montrealesa.
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Dibujo de cubierta de Claudio Domínguez Gómez
Traducir a Heather O’Neill, además, es traducir a una persona con una amplísima cultura literaria, a una auténtica devoradora de libros. Las referencias culturales también he tenido que gestionarlas con mucha atención y, en cada caso, ha habido que hacerlas más o menos explícitas en la traducción para preservar el mismo efecto que en el original. Especialmente llamativo es el caso de las referencias teatrales, que son profusas a lo largo de toda la narración, tanto en terminología como en estructura sintáctica, pues los personajes a veces se comportan como si se hubieran subido a un escenario y sus acciones se suceden como guiadas por un apuntador.
Por lo demás, la traducción de un texto tan bien estructurado, tan hermoso y tan bien hilado da siempre menos problemas que cosas peor escritas y menos brillantes. Lo más difícil, sin duda, ha sido reconstruir la sencillez que caracteriza al estilo de Heather O’Neill: es una sencillez muy meditada y muy bien construida y así tiene que ser también la traducción, aunque el proceso para llegar a ella no tenga nada de sencillo.
El trabajo con David Morán y Cèlia Casas durante el verano de 2024 ha sido intenso y la comunicación con ellos afortunadamente ha fluido bien, lo que nos ha permitido cumplir una estricta agenda editorial que parecía imposible cuando empecé a traducir. Por mi parte, he revisado con muchísimo detenimiento porque no he querido dejar ni un solo fleco suelto, apoyada, como siempre, en mi red de seguridad[8]. He leído y releído las correcciones y recorrecciones y las galeradas una y otra vez hasta que todo estaba en su sitio. No sé si le habré hecho justicia, pero sigo estando convencida, como desde el primer día, de que Heather O’Neill merece ser descubierta, leída y disfrutada en español y yo he hecho todo lo que estaba en mi mano para que así sea. Espero sinceramente que le deis una oportunidad.
Y no querría cerrar esta larga confesión biográfica, con su capítulo de agradecimientos en nota al pie, sin darles todas las gracias del mundo ¡una y mil veces! a María Serna, Lidia Pelayo e Iballa López que han estado ahí siempre para mí, para apoyarme durante el largo y difícil proceso psicológico de convivir con un proyecto tan intenso como este durante tanto tiempo sin sucumbir ante los reveses en el intento, por prestarme su apoyo y, en el caso de Iballa, también por acercarme un poquitín a su vida cotidiana en Montreal.
Aquí podéis leer varias páginas del libro.
Y aquí escuchar a la propia autora comentar muchas curiosidades sobre la novela cuando se publicó originalmente en 2017 (en inglés).
¡Mil gracias, Heather, por tu bellísima literatura, por tu apoyo y por ser tú!
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Día de tormenta en St. Catherine Street, Montreal, QC, 1901 Wm. Notman & Son. Imagen libre de derechos.
[1] Muy especialmente a Maia, a Lidia, a Iballa, a Luisa, a Tania, a María, a Keri, a Regina, a Carlos, a Ana, a Carlitos, a Lawrence y a Espido, que en un momento u otro leyeron la propuesta o me dieron consejos y me hicieron sugerencias sobre ella.
[2] Mil gracias, entre muchos otros y otras, a Alberto, Noemí, Núria, Gemma, Joaquín, Magdalena, Virginia, Ana, Chiara, Silvia, Carmen, Victoria, Aurora, Elena, Paula, Herminia, Palmira, Chechu, Marina, Mireia, Elisa, Diego, Carmen, Ana, Ainhoa, David, Antonio, Ester, Belén, María Elena, Pili, Karla, Toni, Fer, Pilar, Lorenzo, Pilar, Manuel, Julia Gara, Ángela, Clo, Aida, Natalia, Jacinto y André, por dejarme hablarles de mi pasión sin descanso ¡y por ofrecerme un hombro sobre el que llorar cuando lo necesité!
[3] ¡Gracias en especial a mis tocayas Julia y Julia y a Scheherezade!
[4] ¡Un millón de gracias, Isabel, por tu generosidad y tu entusiasmo, y por proporcionarme material de lectura que siempre es del gusto de mis niños!
[5] ¡Muchísimas gracias, Toni, por acordarte y por tu confianza!
[6] Muy especialmente a Kiko, Gerardo, Antonio y Marta.
[7] Pablo, mi exigente lector cero y el que ha hecho posible mi confinamiento, apoyándome siempre y haciendo de chófer a los múltiples campamentos a los que han asistido nuestros dos muchachos, Claudio y Maxi, y mi madre y mi padre, que también han estado ahí cuando los necesitaba.
[8] ¡Gracias a Ana, André, Lidia e Iballa por su ayuda durante este proceso!
Julia C. Gómez Sáez traduce del inglés, el francés y el alemán al castellano. Estudió la licenciatura de Traducción e Interpretación en la Universidad Pontificia de Comillas y un máster en Ciencia del Lenguaje y Lingüística Hispánica en la Universidad Nacional de Educación a Distancia. Además, es profesora asociada en el Grado de Traducción e Interpretación en la Universidad Complutense de Madrid e investiga sobre la traducción de cómics. Ha traducido a autores como Heather O’Neill, Lucy Cousins, Lisa Fittko, Belinda Alexandra, Maurane Mazars, Julia Rothman o Walter Isaacson. Es socia de ACE Traductores.