Viernes, 29 de noviembre de 2024.
Titubeos, indecisiones y cavilaciones en torno al uso del presente de indicativo al traducir del francés al español
Meses atrás descubrí que una célebre fotógrafa francesa, Françoise Huguier (1942), cuya obra he admirado desde siempre, había publicado su autobiografía. Se trata de un texto muy ameno de unas ciento sesenta páginas que firma con Valérie Dereux, publicado en 2014 con el título Au doigt et à l’œil por la editorial parisina Sabine Wespieser. Una vez me confirmaron que los derechos de traducción al español estaban libres, decidí traducir unos capítulos pensando en la posibilidad de interesar a alguna editorial española, apoyándome en varios factores: primero, la fama de una artista de muy colorida trayectoria que sigue en activo, con exposiciones abiertas en galerías francesas e internacionales, con publicaciones recientes y con longsellers. En segundo lugar, al no existir traducción al inglés ni a otros idiomas, los fotógrafos y aficionados a la fotografía que conforman el target natural del libro no pueden acceder al contenido, ya que el francés ha perdido la relevancia que tuvo entre la profesión como lengua de cultura y comunicación hasta aún la década de 1980.
En un primer abordaje, la traducción no presenta grandes problemas para quien conozca la terminología de la fotografía analógica. Tampoco suponen un obstáculo insuperable la toponimia de los más exóticos y recónditos lugares donde Françoise Huguier ha puesto el pie ni el léxico de los rituales que describe de sus viajes por África y por países asiáticos. Terminada la primera versión de esos primeros capítulos, hice la lectura cargada de sospecha habitual en esta fase del proceso. Me pareció entonces que en español la autobiografía narrada en presente de indicativo no terminaba de funcionar. Proseguí y, con más material que someter a juicio, continuó sin convencerme el resultado, de modo que pasé a una versión «convencional», es decir en pretérito.
El resultado me gustó bastante más, también porque en el camino reelaboré otros aspectos del texto para conseguir una coherencia fondo/forma que echaba en falta en el original francés. No es que manipulara el texto con el atrevimiento de esos traductores míticos de algunas metaficciones a los que nuestros colegas han dedicado páginas que pueden leerse como lecciones de traductología, sino que, sabiendo que Huguier es conocida por sus magníficas fotografías pero carece del don del verbo que distingue a tantos compatriotas suyos, resulta evidente que la autobiografía en primera persona ha sido armada por Dereux a partir de las notas que la fotógrafa toma durante sus viajes. Al replantear el tiempo verbal dominante, no suprimo el estilo literario de la fotógrafa, sino que ofrezco otra armadura del mismo relato.
Hasta hoy mismo, mi traducción es prácticamente clandestina, por lo que puedo intentar cualquier enfoque, convencida de que la mayor objeción que podrían hacerme sería la falta de ambición al elegir el texto. Quebraderos de cabeza por la autobiografía de una fotógrafa. ¡Vamos, si fuera Barthes, o Valéry, o Céline! Ya me entendéis. A lo que puedo responder que uno de los imperativos y alicientes fundamentales al traducir es descubrir cómo funciona el texto concreto y los mecanismos que facilitan o dificultan el traslado a otro idioma, no solo del sentido sino de aquello que en la forma del texto posee carácter y valor en sí. ¿El uso del presente de indicativo tiene en este texto ese valor?
De haberse tratado de una ficción, seguro que no albergaría tantas dudas, porque la propia narración suele generar argumentos en defensa de las diferentes decisiones estilísticas que haya tomado el autor, aunque luego veremos que no todos los traductores se atienen a lo que para mí es una regla. Para resolver mis dudas, el primer paso era, por fuerza, averiguar la frecuencia del uso en francés del presente de indicativo y cómo había sido traducido al español en textos relevantes. Esta averiguación tiene algo de detectivesco si consideramos que el texto que yo tenía en pantalla estaba muerto… o parecía sin pulso, apático, desmayado. El doctor Nueva Gramática Española me brindó una clasificación de los usos del presente de indicativo; en sus correspondientes acepciones, la gramática desglosa conceptos que en traducción solemos aplicar de manera intuitiva. Sintetizando, tenemos el uso del presente para hablar del momento actual, refiriendo acciones que no han terminado mientras hablamos; para referir acciones repetidas o hábitos («el sol sale por el este»; «Helena fuma como un carretero»; «su marido la engaña»; «España nos roba»), y también para expresar un futuro próximo al comunicar acciones programadas o compromisos («Recuerden. El grupo A sale desde el paseo marítimo…, el B sale desde el malecón…»). El llamado presente pro futuro requiere un complemento que permita al oyente o al lector interpretar que la acción tendrá lugar con posterioridad al momento de la enunciación. El presente de mandato, al que nuestros oídos se acostumbraron desde niños, es muy usado en español para dar órdenes («No te lo digo más. Te vistes y bajas a desayunar a la orden de ya»). El presente prospectivo es el utilizado con un condicional («Si no llega a venir el anfitrión, seguiríamos en la calle»). Todos buscan acentuar la expresividad. No había oído hablar del presente analítico: el que «aparece en secuencias en las que se atribuyen a ciertos individuos afirmaciones tenidas por ciertas que el hablante suscribe de modo implícito». Por supuesto, sí sabía del presente histórico y del uso tan frecuente del presente para referirse a sucesos recientes o de un pasado inmediato. En estos casos, al neutralizarse el presente y el pasado, solo el contexto permite descifrar la información. El francés cuenta además con el presente continuo (sujeto + être en train de conjugado + infinitivo, que en español se traduce con el verbo estar conjugado en el tiempo correspondiente + gerundio: Je suis en train de lire = (yo) estoy leyendo).
Y, por fin, el presente narrativo, el más relevante para mis cuitas e indagaciones, definido como el recurso estilístico «utilizado en las narraciones para describir hechos pasados que se desean mostrar como si fueran actuales. El presente narrativo concurre a menudo con otros tiempos del pasado, de forma que destaca entre ellos y otorga mayor viveza a la narración».
La diferencia respecto del presente histórico, con el que es fácil confundirlo, es que el presente narrativo «admite otros tiempos verbales satélites y obtiene sus efectos de la combinación con ellos». Para no extenderse, baste con indicar que diferentes marcas o construcciones lingüísticas como adverbios facilitan su uso. Llegados a este punto de la enumeración conviene señalar, especialmente para quienes no saben francés, que el indefinido se considera una forma culta, que a no pocos hablantes les cuesta conjugar correctamente y que el passé composé es un tiempo verbal más frecuente en francés que en español. Uno de los errores habituales de los traductores principiantes es traducirlo por un pretérito perfecto cuando el contexto no da lugar a dudas sobre la necesidad en español de usar el indefinido.
En cuanto a saber cómo suele resolverse el desnivel entre la frecuencia de uso y los efectos que tienen en cada lengua los respectivos tiempos verbales, contamos con la ventaja de la ingente producción teórica que se ha publicado en este siglo. Por ejemplo, queda bien en textos de Historia, como he podido comprobar mientras revisaba una vieja traducción mía: Breve historia de los colores, de Michel Pastoureau y Dominique Simonnet. Observemos que también habría sido correcto el tiempo indefinido y «satélites»:
En ese momento [histórico] no se produce ningún avance concreto en la fabricación de colorantes o pigmentos. Lo que sí ocurre es un cambio profundo en las ideas religiosas. El Dios de los cristianos se convierte precisamente en un dios de luz. Y la luz se vuelve… ¡azul! Por primera vez en Occidente, se pintan los cielos de azul. (p. 10)
La investigadora de la Universidad de Granada Lina Avendaño Anguita se ha ocupado del problema en Perspective et temps verbaux : problèmes de traduction, una valiosa reflexión sobre los usos más frecuentes de los tiempos verbales, donde estipula que el análisis del contexto en que se produce la situación enunciativa brindará la clave para la traducción más adecuada. Observa que los estudiantes de traducción a menudo cometen el error de adoptar como regla ineludible la «pista morfológica», que en relación a los tiempos verbales significa conservar el tiempo del texto fuente, opción que resulta prácticamente una inercia al trabajar entre idiomas emparentados, como las lenguas románicas. Y una segunda regla adoptada automáticamente que también genera confusión es considerar «que el tiempo representa el tiempo». No solo Avendaño alerta de estos automatismos, fruto de la falta de autoconfianza del traductor inexperto: en Espacio. Tiempo. Materia, Zubiri nos recuerda que «la connotación temporal se impone al verbo mediante un sistema de desinencias y otros recursos morfológicos. Pero es siempre algo derivado. La connotación temporal (fue, es, será) no pertenece, pues, formalmente a la acción ni tan siquiera aspectualmente considerada. Por tanto, no es un modo de realidad, sino de algo ulterior a ella. Es decir, el tiempo no está formalmente incluido en la acción. Sin embargo, de alguna manera se funda en ella».
No descubrimos nada nuevo, por lo tanto, al decir que no hay una equivalencia estricta de sentido entre los tiempos verbales en diferentes idiomas, como tampoco es nuevo observar que en los géneros narrativos en español hay unos tiempos verbales recurrentes que no siempre coinciden con los del francés, por lo que empeñarse en conservar a toda costa el tiempo verbal de origen puede resultar en una traducción que genere extrañeza en el lector, parasitando su lectura hasta provocar rechazo. Parte del sentido habrá sufrido una distorsión, si no se ha perdido del todo. Esto, sin tener en cuenta las diferencias en la frecuencia de uso de ciertos tiempos verbales entre determinadas áreas de habla hispana.
Para tomar una decisión apoyada en argumentos consistentes, conviene ver cómo han lidiado con el mismo problema otros traductores. Avendaño Anguita considera un error creer que hay que mantener a toda costa el tiempo verbal de la versión original y que «un tiempo verbal posee en sí la característica de transmitir un punto de vista, sea este cual fuere, independientemente de todo contexto». Porque, sin renunciar a una traducción fiel al original, conviene tener muy presente, dice, que ni el tiempo físico del mundo, ni el tiempo cronológico, como tampoco el enfoque lingüístico del tiempo, bastan para explicar qué tiempo verbal demanda una determinada perspectiva narrativa.
La noción de «tiempo lingüístico» es ya una pista importante: el punto temporal desde el cual se narra instituye un presente, el del habla, aunque según se trate de una ficción o de otro género ese eje temporal puede ser móvil. Estos saltos temporales no suelen generar confusión en el oyente en su lengua nativa, y como lectores de ficciones también hemos adquirido gran agilidad para adaptarnos a las diferentes referencias temporales, por lo que seguimos sin mayor tropiezo el relato que desde un presente contemporáneo se traslada hacia tiempos del pasado o se proyecta hacia el futuro. De la literatura podríamos decir que es el agujero de gusano que, según la física cuántica, permite conectar dos regiones distintas del universo –el universo de la ficción literaria– y viajar en el tiempo. Siendo válida la metáfora, no resuelve la cuestión de decidir el tiempo verbal que mejor transmite el sentido del discurso en el caso que me ocupa.
Quién es Françoise Huguier
Mejor será ir acotando el problema. Para empezar, el del género: Huguier es conocida por sus reportajes en profundidad, entre los cuales sobresalen Sur les traces de l’Afrique fantôme (1990), un periplo inspirado por la famosa exploración de Michel Leiris recogida en El África fantasmal. De Dakar a Yjibuti (1930-1933), una obra mayor de la literatura francesa. La imagen de portada, con el famoso Pescador bozo sobre el Níger, contiene los rasgos propios del estilo de Huguier, que en parte refleja el estilo de la autobiografía: sus imágenes resultan poéticas sin decaer en el ensimismamiento melancólico, son estéticas pero vivaces, se introducen en la intimidad de las personas que retratan sin ser invasivas la fotógrafa tiende a centrar el motivo de su imagen sin saturarla con detalles irrelevantes ni deslizarse hacia el minimalismo. Ella se define como «muy curiosa, interesada siempre en descubrir cosas nuevas». La influencia del cine recorre toda su obra, no como copia de obra ajena sino como creación de películas propias. «Me gusta –dice– que mis fotos estén en movimiento, nunca fijas, que se alejen de la pintura para acercarse al cine. Necesito esta libertad».
La dilatada trayectoria de Huguier, miembro de la agencia VU, fundadora de los Encuentros de Fotografía de Bamako, además de comisaria y cineasta, y que creó escuela con sus reportajes de desfiles de moda en los años ochenta –la década de los grandes modistos modernos: Lacroix, Yamamoto, Mugler–, ha sido abundantemente reconocida con premios como el Medicis hors les murs, la retrospectiva del Festival del Fotoperiodismo Visa pour l’Image de 2022 y, como guinda, su entrada en el selecto olimpo de la Académie des Arts en 2023.
Pese a todos estos avales, ninguno de sus libros ha sido traducido al español. Encuentro varias explicaciones, además de que el aficionado al género suele preferir la edición original, por tratarse la mayoría de veces de ediciones cuidadas con tiradas reducidas, donde lo fundamental es la calidad de reproducción de la imagen. Son libros cuyo valor comercial puede aumentar en el mercado coleccionista en función de la escasez de ejemplares o de la relevancia que el autor vaya adquiriendo. Además, salvo notables excepciones, el texto suele ser accesorio.
¿En qué medida el perfil de la protagonista puede determinar la opción de conservar o no el tiempo presente de la autobiografía? Y a la pregunta de por qué cambiar el tiempo verbal, la respuesta evidente es que en castellano detecto un desequilibrio entre la eficacia narrativa, ingrediente básico para mantener el interés del lector, y la extrañeza que produce el relato en presente de indicativo de setenta años de vida y cuarenta de andadura profesional. Si soy radicalmente fiel a la versión original francesa, acepto que en español el texto suene a extenso reportaje de revista para el gran público, en lugar de procurar un texto de la calidad que merece una artista tan relevante. Un texto de «sí pero no» podría perjudicar al éxito comercial entre su target: profesionales de la fotografía y aficionados, viajeros, amantes de las culturas africanas y asiáticas e interesados en las biografías de mujeres. Hay mucha gente a la que decepcionar.
(Aquí termina la primera entrega de este artículo).
María José Furió es traductora de francés, italiano, catalán e inglés al español. Colabora además con editoriales y empresas españolas y extranjeras como lectora de textos ya publicados o de manuscritos para su posible traducción al castellano y en la revisión y editing de textos. Especializada en no ficción, entre los libros traducidos se cuentan: Smash!, la explosión del punk californiano en los ’90, de Ian Winwod (Ediciones Cúpula), Los cuentos de una mañana y El último sueño de Edmond About, de Jean Giraudoux (Lom Ediciones), La travesía del libro, de J.J. Pauvert (Trama) y Las ambiciones de la historia, de F. Braudel (Crítica). Publica regularmente crítica literaria y reportajes sobre fotografía y cine en diferentes revistas españolas y extranjeras.