Poética de Mario Merlino: una babel feliz o camino hacia la utopía, II, Adrián Valenciano

Lunes, 18 de noviembre de 2024.

“…hay muy pocos que combaten a la vez la represión
ideológica y la represión libidinal (aquella que el
intelectual hace pesar sobre sí mismo: sobre su lenguaje)”.

R. Barthes, El placer del texto

(Segunda parte, véase aquí la primera)

La utopía de la obra de Merlino tiene un doble carácter: ético y didáctico. Es visible en sus monográficos, ensayos y poesía. El carácter ético de esta utopía se encamina hacia la superación de maniqueísmos y términos limitadores que dicta el dogma. Quien aspira al «don de la ubicuidad», a ser comprendido y comprensible en todas las lenguas, abogará necesariamente por la reconversión de los signos, los tópicos, conceptos y esquemas, no solo de la escritura, sino de la vida misma; un giro en el orden, una búsqueda del contrasignificado, siempre en pos de integrar contrarios.

Convengamos en que la comunicación es más que uso del lenguaje, que es, ante todo, hacerte entender y querer entender. Convengamos también en que no existe una jerarquía excluyente entre los hablantes (los parlamentarios). Convengamos en que eso no se limita al campo profesional ni a la vida cotidiana. Convengamos, por último, en que el estamos condenados a entendernos signifique por una vez y de verdad vamos a entendernos con todas las consecuencias. Tenemos trazado el ideario básico de convivencia en el Manual del perfecto parlamentario (1981, Altalena). Ahora faltan los matices definidores del proyecto. Estilo desenfadado, pero asertivo. Domina al autor un impulso de divertirse como un infante ―«infante» y «menor» merecen un profundo análisis en toda su obra―, porque el autor, aparte de sapiens sapiens, es un aplicadísimo homo ludens en el terreno vital y literario, tantas veces el mismo. Sabía, como Platón (536e-537a), que al enseñar jugando se revela la inclinación de cada uno;[1] y como Johan Huizinga (me consta su lectura) que el humano que juega ejerce una función tan esencial como el que razona (sapiens) y fabrica (faber).[2] A lo largo de su Manual Merlino deslinda bienhumoradamente ideales directrices de conducta, pues lo lúdico cumple la función de desacralizar asuntos y lleva aparejado el placer en la enseñanza-aprendizaje, rasgo definitorio de quien escribiera cuatro manuales sobre Cómo jugar y divertirse con…[3] diferentes asuntos siempre enfocados a un público infantil-juvenil. Con todo, esta lozanía característica no exime al libro de atribuir al ciudadano sus utópicas tareas en relación a la polis: «El problema de la política ha de pasar por la transformación de nuestra conducta, de las actitudes, de las relaciones humanas».[4] Tarea utópica por necesaria que Merlino basa en la necesidad de instruir al contribuyente para no dejarse llevar por «la moral rimbombante que señala el Bien y el Mal como principios puros y absolutos». ¿Que tire la primera piedra quien no se plantee asuntos políticos desde ese ángulo? Sigamos. Otro eje en torno al que gira el libro: el cambio de conducta propuesto en estas páginas invita a una actitud amorosa que guíe a la sociedad; y el ejercicio utópico hacia un paraíso conjuntamente trabajado es la propuesta de un partido político: Partido de la Libre Lucha Amorosa: el PALLA, «dicho con acento: el Pallá». Entre neologismos como legifilia o erotocracia, aspira a construir una «democracia erótica», y en su afán de acercamiento importa ver su deseo de no retratarse como un irremisible antiderechista, pues en un cruce por los pasillos del Congreso, «en una de esas la mano de un parlamentario de derechas no es tan áspera como te crees». En todo esto, insistamos, subyace un reproche a los conformistas del manierismo. Su «Manual de Artes Erótico-Marciales» no es sino un manual de tolerancia ―¿hay fines más utópicos?―, ya que en última instancia y ahondando en las consecuencias, las guerras se originan «porque los amantes de una idea no toleran a los amantes de la contraria». Es constante el empleo de derivados de la palabra «amor». Será esa la orgía de la tolerancia, interroga Merlino reiteradamente en las sucesivas páginas de su dietario de civismo. En suma, rechaza la idea de pureza ideológica y abraza la utopía, pero sin creer que la vida pueda mejorarse o cambiar velozmente. Y si está guiado por el deleite amoroso, se debe a su confianza de crear concordia ―vale decir que esta política la aplicó en su día a día―.  Por tanto, aquí, el afán utópico se basa en la superación de las restricciones (auto)impuestas. Su protesta, o ley del deseo, se origina en el conflicto entre las formas que se deben conservar y el deseo que arrastra y trastorna. Invirtamos utópicamente términos en homenaje al maestro: su ley del deseo se origina en el conflicto entre el deseo que se debe conservar y las formas que arrastran y trastornan.

En cuanto a la carga utópica de sus versos, funda su razón en el conflicto entre moral y deseo, poniendo el foco en las implicaciones que afectan a la noción de cuerpo. En este sentido, el pensamiento de Merlino es deudor de la visión de Lorca y Cernuda, quienes tematizan en su obra la relación intrínseca entre texto y cuerpo, dotando ―digamos― de corporeidad a la página y al acto de escritura. Hay un gran arraigo a esa perspectiva en los planteamientos de Merlino, donde encontrará siempre un resorte en la factura de su poética: «En ellos [los arriba citados más Dalí y Buñuel] ya no puede deslindarse dónde comienza el acto erótico y dónde el de escritura, desde que la imagen metafórica realiza la cópula entre dos universos y objetos en la vida cotidiana distantes».[5] En el espacio literario del autor argentino tienen especial relevancia estos objetos. Seguidamente, matiza: «El poema es el cuerpo, es el cuerpo mismo del poeta en la acción de crear y recrear otros mundos posibles […]». Utopía. Además, su pensamiento poético se refuerza con las aportaciones en este asunto de Lezama y Sarduy, y más tardíamente (y, por lo tanto, más visible al final de su etapa creativa), de Osvaldo Lamborghini, Hilda Hilst, Diamela Eltit (a quien conoció) y Monique Wittig (El cuerpo lesbiano), todos ellos referentes de la llamada «sexualidad transgresiva».[6] ¿Por qué esa especial atención al cuerpo en esta literatura? Porque el cuerpo, a lo largo de la historia, ha sido sometido a códigos de conducta, moralinas enfermizas, terreno vedado, asiento de las tentaciones y de impulsos demoniacos. Es esa idea de rechazo de una moral no elegida. La que propone Merlino es un amor «sin hábitos ni cerrojos, una reunión erótica, símbolo también de comprensión mutua: «La utopía (de nuevo) alienta a construir la cópula definitiva, el círculo mítico de dos cuerpos fundidos en el abrazo», reflexiona en el mismo ensayo acerca de un ideal posible.

Concretemos. La utopía erótica en los versos merlinos aflora en las conexiones que establece entre el deseo y la lectura, el deseo y la escritura. Insiste desde el empleo abundante de las palabras «roce», «placer», «caricia». El principio de libertad lo asocia con la transigencia y la tolerancia, tan confrontados con la moral conservadora. La ruptura de esta empieza en el acto de las caricias, y el estado de inocencia es reivindicado como el marco donde poder ser con mayor naturalidad: «y las ceremonias amorales que te atraparon la inocencia»,[7] leemos en una tempranísima «¿Autobiografía?» (1977). Retoma el asunto tiempo después en no de nombre (1993), al confirmar el acto liberador de la caricia ficcionado en un juego entre él, papá y mamá, «libre eres como Yo / y aún lo serás más si te acaricio / y nos crecíamos en tute de caricias» (Merlino 2012, 158). Recordemos: esto lleva implícito el intento de abrir vetas en la reciedumbre y fijeza de enseñanzas maniqueas: ¿correcto o incorrecto? En sus páginas el acto erótico nunca es anecdótico, sino acto liberador; con el descubrimiento del eros se integra un elemento educativo y el infante, «de tan curioso», es más libre para dar el salto en contraste con ese «para quien ser mayor será un fastidio». Su perspectiva permite y pide ahondar algo más en el potencial transgresor de las caricias en relación con la autorrestricción. Como criatura de lenguaje, el escritor está atrapado en la guerra de las ficciones, y el argentino es discípulo de Barthes por el compromiso combativo en el uso de la palabra literaria. Si escritor es aquel que juega con el cuerpo de sus padres (reales y literarios), la lengua, los libros y el lenguaje, celebremos estos versos:

y masculino el padre quizá lo acariciara
sin pensar si dormido podría responderle

masculina mamá y admonitoria
le impidiera tocarse la bragueta.

 Son de su primer poemario, no de nombre (1993-1994), y reincide en los hechos en missa pedestris (2000), cuando debido a la presencia de “gendarmes”

a esas horas cadáveres
difícil era verse en los tejados
jugar a caricias con papá
decirle a mamá
que empuñase su teta frente al cielo
y esperar que temblara mi hermanita

Lo importante es crear un espacio literario, cruce de ficción, recuerdo y deseo, en el que perdure la convocatoria de utopía, en la que estalle todo lo que está ceñido; de ahí lo difícil de toda trama en la que esté implícito ―metido hasta la médula― el deseo. En su poética, Merlino atribuye al infante (el menor) la cualidad de sujeto deseante sin trabas, lo cual le permite enfatizar su capacidad de deseo. Me parece que el mejor ejemplo que traslada esa complejidad de la convivencia entre el deseo y vida cotidiana queda reflejado en su poema recitado «Suponed».[8] Por mor de la brevedad, resumo la trama y cito unos versos decisivos. Un niño se lava en la bañera, y en esta, a petición del menor, entran un pastor y un soldado ―la selección de las figuras no es inocente―, y a partir de entonces:

suponed que este baño transcurre tibiamente / suponed que comulgan los tres y se complacen / suponed / suponed / suponed.

En los espacios citados hay sujetos líricos que se benefician del intercambio de caricias. Es necesario un esfuerzo utópico ante tales pasajes, pues rara vez una sociedad convencional reflexiona útilmente sobre la sexualidad en la dimensión privada y menos aún en la social. El mensaje utópico de Mario ―esforcémonos― avanza en ese sentido. La firmeza, la que hemos aprendido al madurar, la encuentra como sinónimo de contención, resultado del dogma educativo que deriva en resistencia y frontera. Enfermar, etimológicamente, es la pérdida de firmeza, tal y como nos recuerda en su última entrega poética, arte cisoria (2006).[9] De paso nos entrega, el muy polémico, otro aspecto problemático de los significados: ¿enfermar entonces para sentirse bien?

 

NOTAS

1 Platón, La República, Alianza, trad. de José Manuel Pabón y Manuel Fernández-Galiano, Madrid, 1988, pp. 407-408.

2 Johan Huizinga, Homo ludens, Alianza, trad. de Eugenio Imaz, Madrid, 2007, p. 7.

3 Cómo jugar y divertirse con fósforos (1980), Cómo jugar y divertirse con periódicos (1980), Cómo jugar y divertirse con niños en casa (1980), Cómo jugar y divertirse con palabras (1981), a los que cabe añadir Para niños cocineros (1980), todos editados por Altalena.

4 Mario Merlino, Manual del perfecto parlamentario, Madrid, Altalena, 1981.

5 «Lenguaje y erotismo en Cernuda y Lorca», Leviatán: revista de hechos e ideas, nº14, 1983, 125-129.

6 Krzysztof Kulawik, Travestismo lingüístico. El enmascaramiento de la identidad sexual en la narrativa latinoamericana neobarroca, Madrid, Iberoamericana/Vervuert, 2009, p. 17.

7 Los versos citados de Mario Merlino según: Mario Merlino, Voces comunes y otros poemas, obra reunida (1977-2006), ed. de Benito del Pliego, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 2012.

8 Libaciones y otras voces. Antología (1975-2000), libreto de grabación en CD, Madrid, Ediciones Ache, 2000.

9 Para una consideración más a fondo sobre el asunto, léase: Adrián Valenciano, «Nuevas aproximaciones: Mario Merlino y su arte cisoria o El juglar beat» en: Tradición y ruptura en las escrituras hispánicas. Iberoamericana-Vervuet, ed. Moya, Micaela y Pagán Marín, Helena; publicación próxima.

 

 

Adrián Valenciano es Doctor en Lengua Española y sus Literaturas por la Universidad Complutense de Madrid, con una tesis doctoral sobre las versiones realizadas por José Ángel Valente. Licenciado en Traducción e Interpretación: alemán-español por la Universidad de Alicante. Profesor de Alemán en la Universidad de Alcalá de Henares y en la Universidad Pontificia de Comillas. Miembro del Grupo de Investigación Reception, Universidad de Alcalá de Henares. Publicaciones sobre traducción poética en diversas revistas universitarias. Estancia de investigación en las universidades de Tübingen, Berlin y Bielefeld. Profesor invitado en la Universidad de Würzburg. Profesor de ELE en el Instituto Cervantes de Estambul (2007-2012). Autor de poesía hasta ahora inédita (Ójala el pájaro, entre otros).