Algunos apuntes sobre Joaquín Garrigós y la literatura rumana, Anca Nitulescu

Viernes, 8 de noviembre de 2024.

Publicamos aquí una nota biográfica redactada por el propio Joaquín Garrigós en julio de 2021 precedida de una introducción de Anca Nitulescu, con la que colaboró en numerosas ocasiones. Pensamos que la conjunción de ambos textos puede servir de homenaje al compañero que acabamos de perder y ayudará a comprender su importancia como traductor e introductor de la literatura rumana.

Podemos suponer que Joaquín Garrigós quedará, por ahora, como el más importante traductor de literatura rumana al español. Hubo otras traducciones anteriores de literatura rumana, como las publicadas por Darie Novăceanu, Poesia rumana contemporanea, antología bilingüe (1972) y Narrativa rumana contemporánea (1974). En 1973, se publicaba una antología de la poesía de Mihai Eminescu en la traducción de Rafael Alberti y María Teresa León.

Joaquín Garrigos destaca por su constancia a lo largo de unos treinta años, si consideramos que el inicio de esta aventura es su primera traducción, publicada en 1994. Su última traducción ha salido de la imprenta este mismo año 2024 y ni siquiera la enfermedad le impidió trabajar. Es más, como le apasionaba, se adentraba en el mundo fascinante del texto, venciendo así la muerte.

Él mismo afirmaba en el discurso al recibir el Premio Complutense de Traducción José Gómez Hermosilla:

Esto solo puede surgir de una vocación. Es imposible hacerlo movido exclusivamente por un afán mercantilista de ganar dinero (algo muy legítimo, sin duda). Es una vocación movida, en mi caso, por el amor a la cultura, a la literatura rumana desde que, poco a poco, fui descubriéndola y viendo con asombro la inmensa categoría de sus escritores. Yo me acerqué a la literatura con curiosidad de lector pues mi interés por el rumano fue, en un principio, meramente lingüístico, pero la literatura me acabó seduciendo.

Joaquín Garrigós era tenaz traduciendo. Las dificultades del texto eran un motivo para indagar, investigar, buscar las palabras más adecuadas de modo que el lector español reciba el mensaje sin tropiezo alguno y con la fluidez que la literatura requiere. Las dudas inherentes las aclaraba al detalle: preguntaba al autor, cuando era posible, o bien a los amigos rumanos que también se dedicaban a las letras. Joaquín no dejaba nada al azar ni a medio hacer. A veces, encontrar el sentido exacto y la mejor manera de expresarlo podía llevarle semanas.

Hemos revisado juntos, en primera lectura, la traducción de muchos de sus libros desde el año 2010 aproximadamente. Probablemente los debates más intensos fueron en relación con el dilema traduttore, traditore. Hay escritores muy claros y otros a los que les gusta envolver el mensaje en metáforas a veces intraducibles, o utilizan juegos de palabras que tienen sentido en el idioma de origen, mas no en español. ¿Qué hacer entonces? Fueron debates que se podían alargar días y días: Joaquín buscaba siempre mantener la virtuosidad del texto original y a la vez trasladar todo el mensaje al lector español, lo que se convertía en una danza casi obsesiva.

Desde luego, Joaquín Garrigós fue un traductor que abrió caminos. Su labor de agente literario tenemos que subrayarla sobremanera. El contrato de traducción era el colofón de este trabajo previo: contactar con las editoriales, una a una, enviando el dossier del libro propuesto para la publicación. Adjuntaba la traducción al español de unas diez páginas de la obra y la versión en un idioma de circulación internacional, cuando existía esta posibilidad. Asimismo, como fino conocedor de los entresijos jurídicos, averiguaba todo sobre los derechos de autor, suministrando a la editorial toda esta información para allanar el camino. Desde que el Estado rumano, a través del Instituto Cultural Rumano (creado en el año 2003), empezó a apoyar la publicación de literatura en el extranjero, Joaquín indicaba a la editorial todos los pasos a seguir para tener acceso a este tipo de financiación, una labor de enlace sin la cual más de una editorial habría desistido.

En esta nota autobiográfica él mismo describe cómo empezó a descubrir el idioma rumano, para luego enamorarse de su literatura, y cuál fue la estrategia de tanteo con las editoriales. Los premios llegaron después, como reconocimientos de su ardua labor. Mientras, otros traductores se han ido incorporando y seguramente muchos más seguirán trasladando al español la literatura rumana. Queda tanto por descubrir…

Anca Niculescu, otoño 2024.

 

Nota autobiográfica

Fotografía de Joaquín Garrigós en la librería La Central de Callao, Madrid. VASOS COMUNICANTES

Mi interés por la lengua rumana procede de mis estudios de filología románica, pues el rumano era la única lengua de esa familia lingüística que no conocía. Cuando en el año académico 1980-1981 yo seguía los cursos de doctorado en la Universidad de Valencia, se planteó la posibilidad de crear un departamento de lingüística románica y me atraía mucho formar parte de él. Sobre todo, se buscaba gente especializada en la Romania oriental. Teniendo en cuenta que yo dominaba bien el italiano, si conseguía aprender rumano tenía bastantes posibilidades de entrar. De modo que me propuse aprender el idioma y adentrarme en el campo de la lingüística rumana, sobre todo en la diacrónica.

Así las cosas, comencé mi aprendizaje, a finales de 1980, con una gramática de rumano para extranjeros en francés y un diccionario rumano-italiano. Estudiaba yo solo, pues donde vivía no tenía posibilidad alguna de aprender el rumano con profesor. Aquel año me matriculé en los cursos de rumano para extranjeros que organizaba la Universidad de Bucarest durante el verano. La experiencia fue muy positiva, pues, a la par que aprendía el idioma, adquirí gran cantidad de libros que me permitieron conocer todos los entresijos de la lengua desde la época más antigua y su transformación a lo largo del tiempo hasta el rumano actual. Aquello me interesó mucho, pues el rumano presenta un desarrollo muy sui generis y absolutamente distinto de las lenguas románicas occidentales. Por dicho motivo, los años siguientes seguí yendo a Bucarest a los cursos de verano para consolidar y ampliar mis conocimientos tanto de la lengua hablada como de la filología rumana.

Finalmente, aquel departamento no se creó, y constaté que tenía un sólido conocimiento de un idioma al que difícilmente le podría sacar rendimiento. En 1985, dejé de ir a los cursos de verano.

En 1984, con ocasión de la clausura del curso, la Dirección nos obsequió con el habitual regalo, un libro. Se titulaba În curte la Dionis y era una recopilación de narraciones fantásticas de Mircea Eliade. Era la primera vez que oía el nombre del gran erudito rumano. El volumen empezaba con Domnişoara Christina. Comencé a leerlo y, desde las primeras líneas, me atrapó y lo leí casi de un tirón. Poco después, me cambié de casa y el libro se extravió.

Libro con los poemas de Eminescu en la mítica edición de Perpessicius (1939), la primera integral

Mas he aquí que, en 1991, tras la caída del comunismo, viajé a Bucarest para ver a algunos amigos que había hecho en mis estancias anteriores y, en aquella ocasión, en vez de libros de lingüística, compré de literatura. La literatura rumana era desconocida para mí pues, a la sazón, era irrelevante en España y, por otro lado, los pocos libros de literatura que había comprado en Bucarest en los años anteriores no me gustaron, ya que no fueron precisamente los mejores.

Recuerdo cuando vi en el escaparate de una librería bucarestina de la calle Academiei la colección de literatura fantástica de Mircea Eliade publicada por la Fundación Cultural Rumana, al cuidado de Eugen Simion. Como es natural, la compré y reanudé la lectura que había empezado siete años atrás. La prosa eliadiana me conquistó, su mundo fantástico y mítico me reveló nuevos horizontes y, finalmente, me rendí ante esa pequeña obra maestra que es La ţigănci.

Como es lógico, la literatura fantástica de Eliade me abrió otros caminos y llegué a las novelas realistas, a la memorialística y a los ensayos. Naturalmente, el proceso duró años, habida cuenta de lo extenso y complejo de la obra eliadiana. Pero volviendo a la literatura fantástica, cuando acabé la lectura en la primavera de 1992, me decidí a traducir esos relatos al español. Quería a toda costa que mis compatriotas, no solo de la Península Ibérica, sino también de la otra orilla del Océano, conociesen ese tesoro encerrado en los estrechos límites de la lengua rumana.

Elegí a Eliade, no solo por la enorme calidad de sus libros, en especial los fantásticos, sino también porque su nombre era internacionalmente conocido en el campo de la antropología cultural, era un escritor al que no había que presentar en ninguna editorial, y porque la mayor parte de su obra estaba traducida al francés, lo que permitía a los editores españoles leer su obra y calibrarla. Y empecé con Domnişoara Christina. De esta suerte, me convertí en una especie de viajante cuyo muestrario eran las obras de Eliade y empecé a llamar a las puertas de las editoriales ofreciéndoles mi mercancía. Pero eso no era nada fácil, pues un editor es un empresario y hay que someterse a las leyes del mercado. Había que abrirse camino en un mundo dominado, en gran medida, por la literatura anglosajona o, en cualquier caso, por la literatura que proviene de países con lenguas de gran circulación. Ofrecer literatura rumana sonaba a algo exótico en la España del momento. Eliade era conocido por sus trabajos en el campo de la antropología cultural. Los editores podrían considerar la literatura escrita por él como una especie de hobby propio de un intelectual y, por esa razón, no tomarla en consideración.

De modo que acometí la empresa e hice una reseña del libro. También me procuré una versión en francés para que el editor pudiese leerla, ya que ninguno publica a ciegas ni va a creer de buenas a primeras lo que le diga un traductor al que no conoce sobre el libro que le propone publicar. Y, finalmente, traduje unas páginas de la novela para que valorase la calidad de la traducción. Aparte de ello, tuve que averiguar todo lo relativo a los derechos de autor, cuestión nada banal. Al editor había que dárselo todo mascado.

Tras una ola de cartas (entonces no había correo-e), cuatro editores se interesaron por Domnişoara Christina, lo que significaba que tenía que enviar por correo cuatro dosieres con las fotocopias de la edición francesa, la reseña y la traducción de las diez primeras páginas. Uno de esos editores aceptó con gran entusiasmo publicar el libro (la editorial Lumen, de Barcelona). Y así apareció en mayo de 1994, en la Feria del Libro de Madrid, mi primera traducción.

Ello me llevó a nuevos proyectos. Me puse manos a la obra y al año siguiente salió Nuntă în cer, después Şantier e India. Tres años después, apareció Noaptea de Sânziene, un sueño que no esperaba cumplir dada la gran extensión de la novela.

Mejor aconsejado que en los años anteriores, poco a poco fui leyendo a las grandes figuras de la literatura rumana que me descubrieron un universo literario hasta entonces desconocido, hasta culminar en los cincuenta y cuatro volúmenes publicados hasta el día de hoy.

Mi trabajo como traductor ha estado exclusivamente al servicio de la difusión de la literatura rumana dentro del mundo de habla hispana. Desde la ya lejana traducción de Domnişoara Christina, otros autores como Eliade, Gib Mihăescu, Mihail Sebastian, Camil Petrescu, Hortensia Papadat-Bengescu, Denisa Comănescu, Alexandru Ecovoiu, Max Blecher y muchos más han visto la luz de la imprenta y se han expresado en español, amén de otros publicados en revistas literarias de distintos países hispánicos.

He hecho mi trabajo de forma silenciosa, sin esperar otra recompensa que ver el libro en la calle y leer las crónicas favorables publicadas en la prensa literaria española. Entonces, cuando acariciaba el volumen todavía caliente, respiraba aliviado con la satisfacción del deber cumplido. Atrás quedaba una larga cadena formada por distintos eslabones, unos más felices que otros, hasta germinar en el libro. Y es que cuando hablamos de lenguas de circulación reducida, como es el caso del rumano, el traductor hace algo más que reescribir un libro en otro idioma. Es el auténtico factótum de que esa literatura se difunda en su lengua; es el que suple la ineficacia de las autoridades culturales del país de origen pues él, el traductor, y no otro, es el encargado de divulgar esa obra desconocida, de hacer que los editores se interesen por ella y la publiquen.

Joaquín Garrigós, 5 de julio de 2021.

 

 

Anca Stefana Nitulescu (Rumanía, Slobozia, 1969) es traductora, especializada en traducción jurada del rumano al español (y al revés) de documentos de ámbito judicial y administrativo. Ingeniera industrial de formación, ha empezado a estudiar el castellano antes de terminar la carrera y se dedica en exclusiva a la traducción desde 2008, después de trasladarse a vivir a Madrid. Actualmente dirige el despacho de ANA TRADUCCIONES (www.traductorrumano.com) y estudia Ciencias Políticas en la UNED. Desde ese mismo año 2008, colaboró de cerca con Joaquín Garrigós para la primera revisión de los libros que él tradujo.