De la copla a la copia, Carmen G. Aragón

Viernes, 12 de julio de 2024.

 

Los debates sobre la lengua me recuerdan a esto de Angel Wagenstein en El Pentateuco de Isaac.

¿Conoces la anécdota del rabino a quien acudieron Mendel y Berkowitz para que interviniera en una disputa que tenían? El rabino escuchó primero a Mendel y le dijo: «¡Tienes razón!». Luego escuchó a Berkowitz y juzgó: «¡Tú también tienes razón!». Entonces desde la cocina de la casa se oyó la voz de la mujer del rabino diciendo que no era posible que los dos tuvieran razón. «Fíjate que eso también es cierto…», concluyó el rabino.[1]

Foto: Carmen G. Aragón

La lengua es cambio; nadie saca dos veces la misma. O, dicho a la heráclita manera: nadie habla dos veces con la misma lengua, pues esta cambia de continuo y nosotros también.

Lo puro es risible, entre otras cosas porque no existe, a menos que sea un habano. Una vez tropecé con un iluso que instaba a rechazar ciertas palabras catalanas porque tenían origen español. (¡Eran préstamos del siglo XVI!). Le daría un patatús si supiera que el catalán, como buena lengua románica, está plagado no solo de transferencias mutuas, sino de latinismos, grecismos, arabismos… Todo es mestizaje y la lengua está viva. Para dar con algo relativamente puro habría que remontarse no ya al latín, el griego, el hebreo o el sánscrito, ni siquiera al indoeuropeo o el protoindoeuropeo, sino al gruñido primigenio o a la rana de Jean-Pierre Brisset.[2] Y aun así es de suponer que cada cual gruñiría ―y croaría― a su modo y manera. Sí, pero…

(Ahora vienen los peros. Parafraseando a no se sabe quién: cuanto más conozco a la gente, más me gustan mis peros).

Pero una cosa es la mezcla y otra la pobreza y el aburrimiento, tanto léxicos como sintácticos. Tengo un hilo que es más bien una madeja donde recojo cambios lingüísticos empobrecedores por lo sobados y aglutinantes. Como aquí no cabe todo, dejo solo un botón. El omnipresente «demandar» por «exigir», «solicitar», «pedir», «reivindicar», «reclamar» o «requerir». Por no hablar del «realizar» en lugar del simple y discreto «hacer» o lo que corresponda. (Desconfiad de quien realice bizcochos, pues es probable que les eche glucosa en vez de azúcar). Ya nada «influye», todo «influencia». Apenas se «oye», todo se «escucha». Ni se «aplica» casi nada (a no ser que pretenda solicitarse), pues todo se «implementa». (Bien mirado, ante tanto cliché, es lógico que se implementen las pomadas de uso tópico). Se oyen cosas como «autoconocerte a ti mismo», redundancia rayana en el onanismo délfico. Hace dos años aprendí que ahora los montadores de muebles son taskers. «Soy tasker desde 2020», me dijo uno. Obviamente no puede ser tasker desde 1996 porque entonces solo había «manitas». En las series ya nadie trabaja, todo el mundo «curra», sea cual sea el contexto. Y que todo sea «brutal» no es subyugante, «literalmente».

Para colmo, hemos pasado de ser un poco marranos a asesinos inconfesos: los trapos sucios se han cambiado por cadáveres (o muertos) en el armario. La gente se mete en tus zapatos (¡qué flexible!). Y en vez de estirar la pata o irse al otro barrio, salen del edificio. El plato del gusto y el santo de la devoción son una taza de té, que, ya puestos, podría traducirse por algo más castizo, como: «No es mi caña» o «No es mi tinto de verano». Hablando de «lo nuestro» ―que, paradójicamente, no existe―,[3] es lógico que en esta época del mimimí se abuse de lo «propio» (cuando no hay ambigüedad, se entiende), como en «Se levantó y se lavó su propia cara» en lugar de «Se levantó y se lavó la cara». Y un largo etcétera, que es la excusa de los vagos.

Muchos de estos cambios son calcos del inglés, malas traducciones que se crean o se copian y se multiplican hasta el infinito. ¿Y si el español acaba siendo exactamente eso: una mala traducción del inglés? De la copla a la copia. (¿Y si, en un escenario más improbable, el inglés y el español se acaban suplantando mutuamente para quedarse exactamente igual, pero al revés, como esas parejas que se convierten el uno en el otro?).

Foto: Carmen G. Aragón

Sí, pero… me encuentro dividida. ¿Hasta qué punto el calco es censurable, o solo una consecuencia lógica y natural de la vecindad entre lenguas? A fin de cuentas ―o «al final del día»―, toda lengua es una amalgama de contagios, una especie de enfermo crónico hecho de males propios y ajenos, aunque, si nos remontamos lo suficiente, acaban todos por ser ajenos: llevan al croar, al gruñido primigenio. Me recuerda a lo que escribió Eliot Weinberger sobre el color: «Si te remontas lo suficiente, solo hay azul».[4]

Llevado al extremo, si la entropía es inevitable, ¿por qué no empezar hoy mismo a hablar a base de gruñidos? Yo lo hago todas las mañanas (y algunas noches). ¡Ah, pero qué fascinantes son los colores![5]

Un aspecto fundamental de este asunto es, obviamente, que hay que distinguir entre contextos, tamaños, formas y modalidades, del mismo modo que discernimos entre ámbito privado y público o entre el vecino, el familiar, el amigo y su amante: lengua coloquial frente a culta o formal; licencias poéticas frente a palmaria ignorancia; prensa, filósofos y científicos, medios de comunicación y profesionales de la lengua (sí, soy consciente de la jocosa ambigüedad de la expresión) frente a entornos informales, etc.

El tema abarca más de lo que cabe aquí, por lo que se procurará continuarlo en próximas entregas. De momento, solo cabe decir que a Francisco Javier Muñoz Martín y a María Valdivieso Blanco tampoco les falta razón en El español: cultura reflejada, lengua traducida. Apuntes a contracorriente: «[…] a peor calidad de la traducción, más hundimiento, más distanciamiento de la lengua, progresivamente atrofiada y suplantada, respecto de su capacidad para responder a la modernidad. Porque traducir no es copiar y porque copiar es empobrecer».

(Continuará, entreverado con alguna que otra copla).

[1] El pentateuco de Isaac, Angel Wagenstein, traducción de Liliana Tabákova, ed. Libros del Asteroide, Barcelona, 2009.

[2] En The Unfolding of Language, Guy Deutscher recuerda la original teoría del francés Jean-Pierre Brisset, quien en 1900 demostró que el lenguaje humano (es decir, el francés) era fruto directo del croar de las ranas. Deutscher explica que, un buen día, Brisset se hallaba observando a unas ranas en un estanque, cuando una de ellas lo miró a los ojos y soltó un coac. Tras pensarlo un rato, Brisset se dio cuenta de que lo que la rana estaba diciendo era una versión abreviada de la pregunta Quoi que tu dis ? Después procedió a derivar la lengua entera a partir de permutaciones y combinaciones de coac coac.

[3] En un alarde de simplificación, pienso en aquello que dice Alan Alda en Delitos y faltas, de Woody Allen: «Comedia es igual a tragedia más tiempo». Bueno, pues: «“Lo nuestro” es igual a promiscuidad cultural más tiempo».

[4] «Blue, black, blond, blaze en inglés, el francés blanc e incluso yellow en inglés se derivan todas de una sola palabra protoindoeuropea: *bhel ―lo que brilla, arde, destella o lo que ya se ha calcinado―. […] A la pregunta de un antropólogo, un chamán huichol identificó el Pantone 301C como el tono del azul sagrado». Las cataratas, traducción de Aurelio Major, Duomo ediciones, Barcelona, 2012.

[5] Igual de fascinante es otro «fenómeno calcador»: el que lleva de GOAT [Greatest Of All Times] a decir que «[Taylor Swift es una] cabra». Aunque esto ya es harina de otro costal y se abordará a su debido tiempo.


 

Carmen G. Aragón (alias Jean Murdock) es licenciada en Filología Inglesa y posgraduada en Técnicas Editoriales por la Universidad de Barcelona. Se centrifuga como traductora, redactora, correctora y adaptadora en el sector editorial y el mundo del entretenimiento en línea. Traduce desde clásicos literarios a divulgación (historia, ciencia, literatura, etc.; libros de Star Wars, National Geographic, Marvel y DC; ilustrados; guías de viaje). Es autora de Los poetas que no fueron, When pigs fly… (las ranas criarán pelo) y Phrasal verbs to take away. Escribe en Vasos Comunicantes, El Trujamán y en las revistas culturales La Línea Amarilla y Lletraferit (Valencia Plaza).

 

2 Comentarios

  1. Gracias, Carmen. Has tratado un tema que me fascina, aunque no me haya dedicado a estudiarlo a fondo ni en superficie. Quizá el problema de los calcos (de palabras, expresiones y, los más sutiles quizá, sintáticos), que siempre los ha habido, es que ahora entran a mansalva sobre todo a través de los audiovisuales, el producto de mayor consumo. Las lenguas se transforman en copias en papel carbón* del inglés.

    * Y solo sabrán qué es esto los viejos del lugar.

  2. Concha

    Pues sí, Carmen, este tema da para mucho. Sobre todo si nos dispuesiéramos a recoger todos los abusos, o al menos los más generales. ¡Ay, madrecita mía!