Viernes, 5 de abril de 2024.
Para empezar, quisiera afirmar que en general el teatro español está tan presente en Polonia que mis compatriotas suelen usar las expresiones «el perro del hortelano» y «los árboles mueren de pie» como frases hechas (aunque posiblemente la mayoría ni siquiera sabe a quiénes se las debe).
Y, sin embargo…
En el año 1986 la catedrática Urszula Aszyk, destacada historiadora, crítica y profesora de teatro español de la Universidad de Varsovia, afirmaba que: «En los escenarios polacos, a excepción del drama lorquiano, se nota una triste ausencia del teatro español del siglo XX».
De la misma opinión, en 2007, o sea veintiún años más tarde, era la profesora Maria Falska, historiadora del teatro español y latinoamericano de la Universidad Maria Curie-Skłodowska de Lublin, quien en su artículo «El teatro español del siglo XX en Polonia: dos traducciones de Luces de bohemia» decía: «El teatro español del siglo XX (con la excepción de García Lorca) es un gran desconocido para el lector y el espectador polaco». Y terminaba: «El teatro español del siglo XX carece de una cuantitativa y cualitativa representación en Polonia y por lo tanto (…) queremos invitar a los traductores a emprender la nada fácil tarea de aproximar esta parte de literatura europea al lector polaco».
Pasados dieciséis años de esa segunda publicación, y desde mi perspectiva no de investigadora sino precisamente de traductora, quisiera demostrar que en la actualidad el teatro español del siglo XX (y del XXI) sí está presente en mi país y que su presencia se ha ido afianzando en función de las cambiantes condiciones históricas y políticas de nuestros países, durante décadas separados por el telón de acero.
La «ausencia» mencionada por ambas investigadoras no debe extrañar, ya que, a falta de relaciones diplomáticas y de contactos directos en el campo de la cultura y la educación, los directores de teatro polacos disponían de muy pocas traducciones de obras de dramaturgos españoles de la primera mitad del siglo XX y optaban por estrenar clásicos (Tirso de Molina, Calderón, Lope, Fernando de Rojas), que predominaban en las escenas. Fue entonces, en el año 1949, recién terminada la Segunda Guerra Mundial, cuando los espectadores polacos pudieron escuchar por primera vez la mencionada expresión «el perro del hortelano» pronunciada en el escenario del Teatro del Ejército Polaco establecido en la ciudad de Łódź. El traductor de la obra de Lope fue Tadeusz Peiper, eminente poeta polaco, muy interesado por la literatura española, quien hasta publicaba artículos en la revista madrileña El Sol, pero por lo general los traductores de aquella época carecían de formación filológica profesional y debían a factores extrauniversitarios el conocimiento del idioma castellano.
La situación en Polonia cambiaba paulatinamente: a partir de los años cincuenta, sobre todo tras la muerte de Stalin (1953) y los cambios políticos (1956), se pudo observar una leve «relajación» de la censura. Fue entonces, en 1956, cuando se fundó la revista de dramaturgia contemporánea DIALOG, que publicaba traducciones de nuevas obras de autores extranjeros, constituyendo la principal vía de acceso a los teatros polacos.
Fue en esa época cuando mis compatriotas escucharon por primera vez la frase Los árboles mueren de pie, título de la obra de Alejandro Casona. Logró en Polonia un gran éxito debido a que el papel principal lo interpretaba una gran artista de teatro y cine, Mieczysława Ćwiklińska (1879-1972), quien en 1900 debutó en escena y se mantuvo activa durante más de setenta años. A los cincuenta y cuatro años de edad, en 1933, empezó su carrera fílmica y participó en cuarenta producciones. En el papel de Abuela de la obra de Casona apareció por primera vez el 1 de noviembre de 1958 en el Teatro Rozmaitości de Varsovia. El espectáculo llegó a tener más de mil quinientas funciones y fue presentado tanto en Polonia como en ciudades habitadas por comunidades polacas en los EE.UU. y Canadá hasta abril de 1971. Cabe destacar que a lo largo de los trece años en que la obra se mantuvo en cartelera, la actriz padeció una progresiva ceguera que logró disimular ante el público gracias a la ayuda de los colegas actores. Falleció el 28 de julio de 1972 a los noventa y tres años, quince meses después de haber hecho el papel de Abuela por última vez y, en vista de su perseverancia, siendo el mejor ejemplo de que efectivamente «los árboles mueren de pie».
Desde el punto de vista de la presencia del teatro español en Polonia, el año 1951 fue muy importante, ya que entonces llegó a mi país un adolescente de trece años de edad hijo de exiliados republicanos llamado Fabià Puigserver, que viviría allí los ocho años correspondientes a su formación como artista pintor, escenógrafo y diseñador de vestuario teatral. Su trayectoria seguramente la conozcan los lectores mejor que yo, solamente quiero destacar que la citada profesora Falska lo definió como «hombre de teatro global». Junto a él, aunque diez años menor, también en 1951 llegó a Polonia Carlos Marrodán Casas, quien, a diferencia de Puigserver, se quedó en su patria adoptiva, donde terminó estudios de Filología polaca y se convirtió en el gurú de las siguientes generaciones de traductores de narrativa y teatro españoles. Aparte de novelas de García Márquez, Vargas Llosa y todo el ciclo de Zafón (traducidos en colaboración con algunas colegas), a Marrodán le debemos las versiones polacas de obras de teatro como: Las bicicletas son para el verano, de Fernando Fernán-Gómez (1985); El concierto de San Ovidio, de Buero Vallejo (1987); Reloj, de Rodrigo García (1991); Entre tinieblas, de Pedro Almodóvar y Fermín Cabal (1998); Deseo (en catalán Desig), de Josep M. Benet i Jornet (1991); La noche del oso, de Ignacio del Moral (2008); Un marido de ida y vuelta, de Jardiel Poncela (2012); así como nuevas traducciones de Divinas palabras, de Valle-Inclán (1998) y Yerma, de García Lorca (2008).
Los disturbios sociales y las transformaciones políticas de 1968 y 1970 en Polonia volvieron a relajar levemente la censura y permitieron una gran agitación cultural y una apertura de la cultura polaca hacia el exterior. Fue en esa época cuando en Wrocław se inauguró el Festival Internacional Estudiantil de Teatro Abierto, donde, en sus diez ediciones hasta el 1993, se presentaron en total 177 grupos teatrales de todo el mundo. En 1972, vino el grupo La Cuadra de Sevilla, el más destacado teatro independiente español de gira por Europa, con el espectáculo Quejío, durante el cual los espectadores polacos pudieron admirar el baile de flamenco y escuchar el cante jondo. En aquel tiempo, el festival de Wrocław fue el único evento artístico de esta envergadura organizado en esta parte de Europa y uno de los más importantes a nivel mundial.
Además, en los años setenta desde Polonia se contemplaba con interés el gran movimiento literario, y hasta social, del boom de la literatura latinoamericana. Dado que muchos de sus representantes vivían en España, en Polonia creció el interés por la cultura de la Península. En las universidades de Varsovia y Cracovia, en 1972 y 1975 respectivamente, se crearon cátedras de «Iberística»; algunos de sus licenciados —como yo, ¡primera promoción!— se han dedicado posteriormente a la traducción de narrativa y teatro. Terminada la época franquista y entabladas las relaciones diplomáticas entre nuestros países (1977), los contactos culturales se volvieron más estrechos y directos. Así, en 1975, en el marco del Festival de las Naciones vino a Varsovia el Teatro María Guerrero con los espectáculos Misericordia, de Pérez Galdós, y La feria de Guernicabra, de Alfredo Mañas. En 1978 los espectadores polacos tuvieron la oportunidad de ver la representación por la compañía del Teatro de la Comedia de Madrid de Yerma, con la participación de la gran artista Nuria Espert, de gira por Europa. La escenografía y el vestuario del montaje estuvieron a cargo de Fabià Puigserver, que, a pesar de haber vuelto a Barcelona, en los años sesenta y setenta siguió colaborando con los teatros polacos.
En 1989, terminado el régimen socialista, Polonia entró en el llamado período de transición que culminó en 2004 con su adhesión a la UE. Durante los veinticinco años que separan estas dos fechas se observó una reorganización y reestructuración de todas las instituciones, incluidas las culturales, que se abrieron a Occidente. Fue entonces cuando en las principales universidades polacas, las de Varsovia, Cracovia y Poznań, se iniciaron los Estudios Catalanes, que formaron una nueva generación de traductores literarios. En la misma época, primero en Varsovia (1994) y luego en Cracovia (2004), se inauguró el Instituto Cervantes. Con el patrocinio, el apoyo o la cooperación del Instituto, varias editoriales de libros o revistas dedican sus páginas a las obras de autores españoles. A título de ejemplo puedo mencionar la revista mensual DIALOG, de la que ya he hablado anteriormente, que dedicó los números monográficos 4/1999 y 1/2008 a la nueva dramaturgia española. El Instituto Cervantes colabora también con organizadores de eventos culturales (por ejemplo, festivales) en los cuales participan artistas de España o América Latina. Ese fue el caso del espectáculo El cartógrafo, de Juan Mayorga (con dirección suya y con la participación de Blanca Portillo y José Luis García-Pérez), que en 2018, gracias a mis gestiones como traductora de la obra, participó en el Festival Varsovia de Singer. El director del Instituto Cervantes de aquel entonces se «rindió» ante mi entusiasmo e hizo que los organizadores incluyeran el espectáculo en el Festival.
Hablando de festivales, quisiera mencionar uno sumamente importante para la presencia del teatro español en Polonia: el Festival Internacional MALTA de Poznań. En él se presentan teatros que ofrecen funciones en los espacios abiertos, teatros alternativos, off y experimentales. En el evento, inaugurado en 1991, participaron grupos teatrales de España como La Burbuja Teatro (1991), Els Comediants (1994), La Fura dels Baus con sus espectáculos M.T.M. (1995), Manes (1998) y Los Nadies (2011), y un teatro callejero de Barcelona, Discípulos de Morales (2003).
El curador de una de las secciones de la edición del Festival MALTA de 2014 fue Rodrigo García, que había recibido en Wrocław el Premio Europeo «Nuevas Realidades Teatrales» en 2009. En aquella ocasión, su equipo, La Carnicería Teatro, presentó dos espectáculos: Accidens: matar para vivir y Arrojad mis cenizas sobre Mickey. A Poznań vino con su obra Gólgota Picnic, que fue cancelada por el director del Festival, presionado por los círculos de derecha y la Iglesia, y no llegó a representarse. En respuesta, se formaron en toda Polonia espontáneamente «Pícnics Gólgota polacos»: lecturas dramatizadas y proyecciones de grabaciones del espectáculo. El «picnic» principal tuvo lugar en el centro mismo de Varsovia, frente al Palacio de Cultura y Ciencia, edificio emblemático de la época estalinista, y el diario Gazeta Wyborcza publicó el texto completo de la obra.
La presencia de obras escritas tanto en lengua castellana como catalana, traducidas al polaco y puestas en escena en nuestros teatros, a mi juicio es muy numerosa. Y es que, a lo largo de las décadas, la distancia entre nuestros países ha ido disminuyendo a la vez que surgían proyectos y programas de intercambio cultural y educativo comunes, como Fabulamundi Playwriting Europe (programa de cooperación entre teatros, festivales y organizaciones de diez países de la UE), Erasmus para estudiantes, residencias literarias para traductores y escritores, invitaciones para participar en reuniones de especialistas en diferentes ramas de arte, subvenciones de publicaciones, etcétera. A todo ello hay que añadir —last but not least— el rapidísimo progreso tecnológico (Internet) que nos facilita un contacto inmediato con todo el mundo y sin el cual ya ni nos imaginamos la vida.
No era mi intención preparar este artículo en forma de una guía telefónica, pero parece conveniente enumerar a dieciocho dramaturgos españoles que hasta la fecha han presentado en Polonia más de una obra, sea en forma de espectáculo completo, lectura dramatizada, radioteatro, teatro en televisión o publicación. Los he dividido en función del número de obras traducidas y el resultado es el siguiente:
Con doce obras traducidas al polaco: Juan Mayorga —de las que, en parte, me siento «culpable» como autora de seis de ellas: Hamelín; La tortuga de Darwin; La paz perpetua; Cartas de amor a Stalin; Últimas palabras de Copito de Nieve y, mencionada anteriormente, El cartógrafo. La autora de otras tres traducciones —La lengua en pedazos, Animales nocturnos y Himmelweg— es mi colega Grażyna Wojaczek. Otra colega y amiga mía, la destacada teatróloga y periodista Kamila Łapicka, en su dossier tiene también traducciones de tres obras de este autor: La gran cacería, Colección y el ensayo Silencio, que todavía no llegaron a publicarse ni estrenarse.
Con ocho obras traducidas: Rodrigo García: Reloj; Me llegó una carta; Arrojad mis cenizas sobre Mickey; Gólgota Pícnic; Rey Lear; Versus; After Sun; Accidens: matar para vivir.
Con seis obras traducidas: Sergi Belbel: Después de la lluvia; Talem; Caricias; La sangre; Móvil; Si no te hubiera conocido. Traducidas por varios autores y todas estrenadas y presentadas en diferentes montajes. Ramón del Valle-Inclán: Divinas palabras; Los cuernos de don Friolera; Luces de Bohemia; La hija del capitán; Rosa de papel; Las galas del difunto. Publicadas o representadas en varios montajes y en diferentes traducciones.
Con cinco obras: Lola Blasco: Canícula; Confesión de don Quijote; En el amor y en la guerra; La armonía del silencio; Siglo mío, bestia mía. Angélica Liddell: Yo no soy bonita; Monólogo necesario para la extinción de Nubila Walheim; Todo el cielo sobre la tierra; El año de Ricardo; Maldito sea el hombre que confía en el hombre.
Con cuatro obras: Rafael Alberti: El trébol florido; El adefesio; La Gallarda; Noche de guerra en el Museo del Prado. José Ramón Fernández: Babilonia, El que fue mi hermano (Yakolev); Las Cervantas; Nina.
Con tres obras traducidas: Paco Bezerra: My Little Pony; Grooming; Muero porque no muero. Jordi Galcerán: El método Gröholm (¡dieciséis años en la cartelera de varios teatros!); El crédito; Fuga.José Luis Mira: A ras del cielo; Barriga; Eva y Beca dicen que se quieren.
José Sanchis Sinisterra: Marsal Marsal; El cerco de Leningrado; Vagas noticias de Klamm. Todas en mi traducción, las dos primeras estrenadas.
Con dos obras traducidas: Fernando Arrabal: Guernica y Oración. Jacinto Benavente: La malquerida y Los intereses creados. David Barbero: La vida imposible de Marylin y Un hombre muy enamorado. Antonio Buero Vallejo: El sueño de la razón y El concierto de don Ovidio.
Jordi Casanovas: I.D.I.O.T.A y Andorra. David Desola: Almacenados y La charca inútil.
A todos ellos hay que añadir a veintiséis dramaturgos del siglo XX que hasta la fecha llegaron a publicar o estrenar en Polonia solamente una obra, partiendo de José Ruibal, cuya obra El asno se publicó en la revista DIALOG de 1970, hasta Paco Gámez, cuya obra Praga 1941. Jóvenes rubios no paran de gritar frente a mi casa acaba de publicarse en el número 3 de la misma revista de marzo de 2023. Otros veinticuatro integrantes de este grupo (en orden alfabético) son: Antonio Álamo, Pasos; Carles Alberola, Mandíbula afilada; Josep María Benet i Jornet, La habitación del nene; Pedro Almodóvar, Entre tinieblas; Inma Chacón y José Ramón Fernández, Las Cervantas; Claudia Cedó, Una gossa en el descampat; Alberto Conejero, La piedra oscura; Carlos Contreras Elvira, La comedia que nunca escribió Mihura; Marc Crehuet, El rey tuerto; Fernando Fernán Gómez, Las bicicletas son para el verano; Rafael Mendizábal, ¿Le gusta Schubert?; Miguel Mihura, Tres sombreros de copa; Josep María Miró, El principio de Arquímedes; José Manuel Mora, Nadadores nocturnos; Ignacio del Moral, La noche del oso; Jaime Salom, La trama; Jordi Sánchez y Pep Antón Gómez, Mitad y mitad; Alfonso Sastre, El cuervo; Miguel Sierva, Palomas intrépidas; Rodolfo Sirera, El veneno del teatro; Esteve Soler, ¡Revolución! Contra la igualdad; Helena Tornero, Fascinación; Alfonso Vallejo, El cero transparente y Jordi Vallejo Duarri, El test.
Además, hay que mencionar a siete autores cuyas obras traducidas al polaco hasta el momento no llegaron a publicarse ni estrenarse, sino que «esperan su turno» en los archivos de agencias teatrales o en los cajones de sus traductores. De mi autoría son traducciones de las obras de dos autores: Marta Buchaca, Las niñas no deberían jugar al fútbol y Alberto de Casso, La tarde muerta. Tal es también el caso de Marta Barceló con su obra Madre®; Carlos Be (Juan Carlos Blanco García) con Origami; Juan Carlos Rubio con Tres y 10; Alfredo Sanzol con La valentía y Emilio Williams con Camas y mesas, todas traducidas por Rubi Birden, eminente traductora de teatro y dramaturga (n. 1974), o sea perteneciente a la generación de «hijas e hijos» de Carlos Marrodán.
Su «nieta» en la profesión sería Paulina Eryka Masa (n. 1997), autora de las traducciones de obras de otros cuatro autores «en la lista de espera», tales como: Juana Escabias con La puta de las mil noches; Darío Facal con Anticuerpo, Bullying y Breve cronología de amor; Pablo Remón con Los farsantes y Víctor Sánchez Rodríguez con Cuzco y Una vez, una casa.
Sumados todos estos nombres se puede ver que el teatro español del siglo XX —y también XXI — está representado en Polonia por cincuenta y cinco dramaturgos, cifra que me parece más que satisfactoria. Como miembro del gremio de traductores del teatro español en Polonia creo que hemos hecho bien los deberes y respondimos a la invitación de la profesora Falska a «emprender la nada fácil tarea de aproximar esta parte de literatura europea al lector polaco». Podemos decir: ¡Misión cumplida, estimada profesora!
Marta Jordan es traductora de literatura española y latinoamericana en Polonia. Su actividad data de los años setenta del siglo XX cuando ganó el Primer Premio en el Concurso Nacional de Traducción Literaria. Traduce tanto narrativa (Isabel Allende, Julio Cortázar, Mariana Enriquez y Antonio Skármeta, entre otros) como teatro latinoamericano y español (Marta Buchaca, Juan Mayorga, Claudia Piñeiro y José Sanchis Sinisterra, entre otros). Frecuentemente participa en ferias de libros y conferencias internacionales y es beneficiaria de residencias literarias. En 2019 la Asociación Polaca de Autores ZAiKS le otorgó el Premio Literario por sus méritos en la traducción.
Magnífico repaso, querida Marta, y sólo me queda recomendarte las obras de un autor que no has mencionado en tu creo que exhaustivo inventario. Se trata de Santiago Martín Bermúdez, excelente musicólogo (fundador y director de la revista Scherzo), narrador, traductor y, sobre todo, dramaturgo y actor. Fue premio nacional de Literatura Dramática en el 2006. Dale prioridad en tu lista, desde luego después de leerlo, para lo cual hazte con un ejemplar de «Carmencita revisited», que te abrirá el apetito de leer más obras suyas..