Jueves, 28 de marzo de 2024.
In memoriam José Luis Rocha
La película Ball of Fire, de 1941, es una de las tantas obras maestras que el gran Howard Hawks produjo en los años dorados de Hollywood. Y además es de lo más interesante para el gremio de la trujamanería.
Resumido como lo hace el portal www.imdb.com, su argumento es el siguiente: un grupo de ocho profesores de las más diversas especialidades (siete solteros, uno viudo y con el lema «Nada de mujeres a bordo») trabaja en una nueva enciclopedia, y uno de ellos, el profesor de gramática, Bertram Potts (Gary Cooper), descubre a una cantante de cabaret, Sugarpuss O’Shea (Barbara Stanwyck), que es una auténtica mina en lo que se refiere al lenguaje hablado… en slang, el argot de Nueva York.
Pero volvamos a la enciclopedia. Miss Totten, la heredera del mecenas del proyecto (el multimillonario Mr. Totten) explica así cómo surgió la idea:
Mi padre solo tenía una razón para iniciar esta desafortunada empresa: la vanidad. Se le reventó una vena porque descubrió que su nombre se omitía en la Enciclopedia Británica, donde se dedicaban treinta páginas a Thomas Alva Edison, diecisiete a Alexander Graham Bell, pero ni una sola línea a Daniel S. Totten, el inventor de la tostadora eléctrica.
Y apenas esta dama ha desaparecido dejando un ultimátum en vista de que se ha superado con creces el monto de la manda testamentaria destinada a la enciclopedia, pasa por la villa donde se alojan los profesores un miembro de los servicios municipales de limpieza, que impresiona al profe Potts por la riqueza léxica de su slang. Y apenas este hombre ha desaparecido, Potts se enfrenta al resto de sus colegas:
Acabo de terminar mi artículo sobre el slang. Veintitrés páginas recopiladas de una docena de libros de referencia. Ochocientos ejemplos. De todo, desde la combinación idiota absotively hasta el uso peyorativo de «zigzag». Rastreé la evolución de hunky dory, localicé skiddo a partir de skedaddle. Ochocientos ejemplos y puede que lo tire todo a la papelera. Tres semanas de trabajo.
Prof. Robinson: Potts, estás histérico.
Prof. Potts: pasado de moda. Basándome en libros de referencia de hace 20 años.
El profe decide echarse a la calle y hacer trabajo de campo en ella, cazando las mariposas del slang en la jungla urbana. Descubre así en un cabaret a Sugarpuss O’Shea, cantante del conjunto de Gene Krupa, quien hace una demostración genial de sus dotes como batería (solo por ella merece ya la pena ver la peli). Sugarpuss, además de cantante, es la «amiga» de uno de los capos de la Mafia, Joe Lilac (Dana Andrews), a quien la fiscalía del distrito desea imputarle el asesinato de uno de sus competidores. Asimismo busca la fiscalía a Sugarpuss como testigo de cargo. Ella debe esconderse y ¿dónde mejor que con los profesores, aceptando la proposición de Potts, quien la quiere integrar en su equipo de expertos en slang? Dicho y hecho.
Como ven, los mimbres están dados para armar una comedia de enredo del género que en EE.UU. llaman screwball y en el que los guionistas de Ball of Fire, Charles Brackett y Billy Wilder, eran carpinteros avezados.
De Billy Wilder debe ser con toda seguridad el chiste de que el profesor de fisiología se llame Magenbruch, que en alemán significa «hernia gástrica». Y por cierto que la traducción de Ball of Fire como «Bola de fuego» no es correcta, según apuntó uno de los expertos que José Luis Garci tuvo a su lado en el programa de TVE 2 «¡Qué grande es el cine!», cuando dedicaron la emisión a esta peli (pinchad aquí). Ball of Fire traducido como «bola de fuego» es algo así como si en castellano, al decir que «se armó la gorda» pensáramos en una señora obesa que se alzó en armas.
Los trujamanes versados en inglés harán bien en ver Ball of Fire en la versión original, por todo lo que ella les puede enseñar (o recordar) acerca del slang neoyorquino de los años cuarenta. Por ejemplo, ¿quién caería en la cuenta de que hubo un tiempo en que ni siquiera Sugarpuss sabía lo que era un ameche. Llamaban así al teléfono porque el actor Don Ameche había interpretado el rol de su inventor en el film The Story of Alexander Graham Bell, estrenada en España con el título El gran milagro (y es de notar que en el idioma neerlandés, precisamente en honor de ese invento de Bell, «telefonear» es bellen, un verbo que les crea problemas a los alemanes, porque en su lengua significa «ladrar»).
Pero quiero concentrarme en la escena final de Ball of Fire. Consulté a treinta y cinco de mis amistades, de quienes me consta que dominan el inglés:
Con seguridad, ustedes saben lo que dice Barbara Stanwyck al final de la peli Ball Of Fire (pinchad aquí). Adelanten con el cursor hasta 1h 49′ 52″ y escuchen lo que ella dice y yo traduzco: «Acuérdate, Pottsy: “Nada de mujeres a bordo”, y ahora, cuando puedes elegir una mujer, vas y eliges a una (…) como yo». Creo que dice algo así como «dirty (…)», pero no estoy seguro ni siquiera de ese adjetivo.
La primera en contestarme fue mi tan querida Carmen Boullosa, la gran escritora mexicana, citándome de un artículo del New York Times:
El uso moderno en argot de dizzy para significar «tonta a vuelapluma (dizzy dame)» recupera el significado estándar original de la palabra: una versión sajona occidental del siglo IX de Mateo XXV, 1-3. dice de las diez vírgenes que salieron al encuentro del novio, que «cinco de ellas estaban mareadas… y tomaron lámparas, pero no llevaron aceite consigo.
Le respondo:
No tengo el oído especialmente ejercitado en la audición del idioma inglés, pero lo que me dices suena plausible. El problema que se presenta ahora es cómo traducir dizzy dame. En la versión protestante de la Biblia, a las vírgenes descuidadas se las llama «insensatas». En la católica, «necias». En la versión subtitulada de la peli «tía tonta», y en la doblada, «granuja». (O al revés, ahora no lo recuerdo bien).
Carmen me sugirió traducir, en primer lugar «cabeza de chorlito», aunque prefería un título de Lope: «dama boba». Mi amiga Costanza (sic) Eggers, en cambio, desde Boston, confirmaba lo de dizzy dame, pero lo que me sugirió es algo así como «chica despistada» o «alocada». Y yo, luego de pensármelo mucho, prefiero «tarambana». «Cabeza de chorlito» son siete sílabas, casi el doble del original. Una «dama boba» está lastrada de literatura —y de la mejor—, aparte de que en realidad Finea no es boba, sino que se hace la panoli (¿se seguirá usando «panoli» en el habla de hoy en España?) Si me inclino por «tarambana» no es por sus cuatro sílabas y nueve letras, como dizzy dame, sino por incluir una nota de vida sesgada, imprudente y de poco juicio: esa Sugarpuss de Barbara Stanwyck, en una de sus más redondas prestaciones ante las cámaras, era la «amiga» de un capo de la mafia en Nueva York.
Ricardo Bada (Huelva, España, 1939), escritor residente en Alemania desde 1963. Coeditor allí de dos antologías de literatura española contemporánea, y en solitario, de la obra periodística de García Márquez y los libros de viaje de Camilo José Cela. Editor en España de la poeta costarricense Ana Istarú, y en Bolivia de la única antología integral en castellano de Heinrich Böll (Don Enrique).
Me escribe mi buen amigo Guillermo Angulo, desde su Orquidiócesis de Antioquia/Colombia: «Se me salió el medio italiano que tengo dentro al ver que tú, siempre tan preciso, tratas de inventor del teléfono a Alexander Graham Bell: el verdadero inventor fue el italiano Antonio Meucci, además es el único inventor certificado oficialmente por la Cámara de Representantes de los Estados Unidos. Y su invención la afirma con orgullo Tony Soprano, el simpático personaje protagónico de la serie Los Sopranos (sin duda, la obra maestra del género) en uno de sus capítulos». Me desasnó por completo, no tenía la más remota idea de esa historia. Quede constancia de que rectifico. Vale.
Segunda rectificación al párrafo que menciono en el, anterior comentario : El grandísimo poeta que es Jaime Siles me escribe que «en lo que dices sobre «bellen» en neerlandés, más que al nombre del inventor del teléfono, parece aludir al nombre de la campana, parecido al del inglés: sería, pues, el sonido de la campana lo que se identificó con el ring-ring del teléfono». Le contesté: «En cuanto al «bellen», yo me creí lo que me contó un neerlandés el año de Maricastaña [anno dazumal, en alemán], pero en vista de tu observación consulté con mi cuñado Willy, que fue profesor de neerlandés en la secundaria, hasta que decidió dedicarse a tiempo completo a la traducción, la crítica literaria y hasta fundar una editorial propia, para la que ganó a gente como Coetzee, sin ir más lejos. Y me dijo que el verbo «bellen» viene del neerlandés medieval, en el que denotaba el ruido que hacen los cencerros de las vacas, pero que al neerlandés de fines del siglo antepasado le vino como yelito al whisky para denotar el ruido del presunto invento del señor Bell.. Resumiendo: tu intuición no te engañó».