Lunes, 19 de febrero de 2024.
¿Sueñan los traductores con ovejas eléctricas? La IA y la traducción literaria, José Francisco Ruiz Casanova, Madrid, Cátedra, 211 páginas.
Belén Santana
Se cumple poco más de un año del desembarco de ChatGPT en nuestras vidas y, desde entonces, esta aplicación de inteligencia artificial (IA) desarrollada por la empresa estadounidense OpenAI se ha vuelto uno de los temas de conversación más recurrentes (tal vez por lo que tiene de socorrido), ya sea en nuestro entorno laboral o social (cenas de Nochebuena incluidas, especialmente aptas para expresiones de cuñadismo). El mundo de la traducción editorial, tanto en su vertiente profesional como académica, no está siendo ninguna excepción. Llevamos meses asistiendo a encendidos debates sobre la irrupción de la IA y sus consecuencias, debates que, como ilustración de la que ha sido elegida como palabra del año, a menudo oscilan entre la acérrima defensa de una tecnología que, supuestamente, ha venido a resolvernos la vida, y el rechazo absoluto ante una suerte de apocalipsis de la literatura traducida por seres humanos. En medio encontramos posturas que van desde la estrategia del avestruz hasta la resignación cristiana. En este contexto, es muy de agradecer la llegada de voces que, además de argumentos, aportan algo de sosiego a un debate que no por urgente debe ser víctima de la incontinencia digital y la inevitable resistencia al cambio, olvidando la responsabilidad que tenemos los traductores de intervenir en él con el rigor que otorga el conocimiento de causa. Un ejemplo de aproximación serena a lo que constituye, queramos o no, una nueva realidad profesional es la obra reseñada, cuyo autor es filólogo y profesor de Literatura Española e Historia de la Traducción en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, además de ensayista y traductor de textos escogidos, en especial de poesía.
En este breve y enriquecedor ensayo de la colección Cátedra + media, de formato reducido y manejable, José Francisco Ruiz Casanova propone una reflexión sobre la relación entre la IA y la traducción editorial desde un punto de vista tanto conceptual (o teórico) como profesional (o práctico), dos perspectivas que no siempre van de la mano. Prueba de este doble enfoque son los autores citados en los once capítulos, más un prólogo y un epílogo: por un lado, encontramos tanto reflexiones de expertos en IA (Margaret A. Boden, Mark Coeckelberg o Philipp Koen, entre otros) como referencias a intelectuales tradicionalmente vinculados la traducción (Walter Benjamin, Jean Baudrillard o George Steiner) y a otros «todoterreno», como Yuval Noah Harari; por otro, se mencionan ensayos recientes a cargo de traductores profesionales (David Bellos, Javier Calvo, Amelia Pérez de Villar, Mark Polizzotti). Las reticencias del autor (comprensibles, si bien un tanto parciales) hacia la denominada «traductología» quizá expliquen que se eche en falta una referencia a contribuciones útiles provenientes de los Estudios de Traducción (p. ej. Youdale 2020, Hadley et al. 2023 o Rothwell et al. 2023), pero en ningún caso restan validez a las cuestiones planteadas, que pivotan en torno a una idea central convertida en leitmotiv: «[L]a IA no terminará con la traducción ni con los traductores humanos; pero sí que formalizará la primera y redefinirá el trabajo de los segundos» (p. 104) en el contexto de un nuevo modelo de producción editorial. Dicha redefinición implica, según Ruiz Casanova, acomodar las capacidades lingüísticas a una nueva forma de acometer la traducción en la que los nuevos profesionales o los profesionales que se preparen para ello (matiz no menor) deberán incluir la capacidad, «como correctores o revisores, de interactuar con los textos producidos por la IA de traducción» (p. 106).
Una vez enunciada la hipótesis sobre este nuevo perfil profesional, vienen los necesarios matices que contribuyen a abordar el fenómeno en toda su complejidad. Así, Ruiz Casanova recuerda, con acierto, que la traducción literaria no es un todo homogéneo, sino un variado sistema de producción textual, y defiende que los traductores humanos seguirán siendo necesarios como tales en el caso de lo que denomina «textos históricos», entendidos como aquellos «de los que nos separa una magnitud temporal suficiente como para que la lengua haya variado en su uso, en su morfología, sintaxis o léxico y, con ello, haya cambiado la fisonomía de la lengua de partida» (p. 141), pero no tanto en lo que atañe a la literatura actual, «sobre todo si se trata de obras sin mayor trascendencia que la actualidad y el consumo inmediato» (p. 142). Por lo tanto, el autor no pronostica un horizonte de suplantación uniforme del ser humano por parte de la máquina, sino de convivencia, para el cual debemos estar preparados.
A partir de aquí, Ruiz Casanova ilustra sus reflexiones con distintos ejemplos: tanto frases cotidianas extraídas del ámbito oral como pasajes de textos clásicos provenientes de la cultura escrita, entre los que se cuentan un poema de W. B. Yeats y el comienzo de El Quijote. La comparación de traducciones humanas (ya sean propias o ajenas) con las que ofrecen DeepL y la versión gratuita de ChatGPT a lo largo de un año permite extraer conclusiones sobre la importancia de la situación comunicativa y las diferencias entre el contexto oral y escrito. Más interesantes que el análisis textual, que sin duda requeriría más espacio y otro formato, resultan aspectos sociolingüísticos, como el llamado «espejismo monolingüe» (cap. 5); culturales, como «el no-lugar de la traducción» (cap. 10); jurídicos, como la revisión del concepto de autoría (cap. 3); socioeconómicos, como la convivencia de tres sistemas de traducción literaria y su relevancia para los distintos pares de lenguas (cap. 9) y ecológicos, como el consumo de papel (cap. 8). Si bien cada una de estas cuestiones requeriría por sí sola un libro (quedan pendientes aspectos importantes como el concepto de calidad y su evaluación o los efectos de la IA en el rendimiento del traductor en términos de merma de la creatividad o de la llamada «fatiga cognitiva»), la radiografía de conjunto da idea de la magnitud de lo que el autor denomina la «tercera revolución de la actividad editorial» (p. 158) tras la imprenta y la informatización, en la que la traducción literaria no representa sino una porción muy escasa del pastel de la producción de libros.
Ahora bien, lo que pudiera parecer una visión cruda y realista del futuro más inmediato no es sinónimo de resignación. Esto se refleja claramente en el capítulo 4, que versa sobre la formación de los futuros profesionales. En él, Ruiz Casanova hace una encendida defensa de los nuevos traductores «como lectores y como escritores» (p. 95) y apela a la necesidad de reivindicar, tanto social como institucionalmente, el estudio de las Humanidades y, con ello, el conocimiento experto de los textos a través de la lectura y la escritura como fundamentos para construir la cultura humana más allá de la IA. A mi parecer, es en este punto donde, además de incidir en la responsabilidad de todos los que trabajamos en el ámbito de la formación, también se debería abrir un espacio de colaboración entre la profesión y la academia. La IA ofrece la oportunidad de abandonar recelos primigenios y remar en una misma dirección para afrontar los nuevos retos laborales.
Es sabido que cualquier obra sobre los límites y las posibilidades de la IA está condenada a ser un caso de «obsolescencia programada»; sin embargo, Ruiz Casanova no se limita a constatar una realidad que afecta ya a la traducción editorial, sino que además reflexiona sobre las implicaciones presentes y futuras del desarrollo tecnológico en «nuestra relación con las lenguas y los productos escritos, en concreto con la literatura» (p. 115). Esta mirada de largo alcance hace de este ensayo una lectura muy estimulante y necesaria para traductores profesionales, estudiantes y profesores de Traducción y disciplinas afines, así como lectores interesados en el papel de las Humanidades en el nuevo mundo tecnológico.
Belén Santana estudió Traducción e Interpretación en Madrid y se doctoró en la Universidad Humboldt de Berlín con una tesis sobre la traducción del humor. Es traductora profesional de alemán y Profesora Titular en el Departamento de Traducción e Interpretación de la Universidad de Salamanca, donde trabaja desde 2003. Sus líneas de investigación comprenden la traducción del humor, la traducción literaria y su didáctica, así como los vínculos entre la traducción y la documentación. En su faceta profesional ha traducido a diversos autores en lengua alemana, tanto de ficción como de ensayo. Fue miembro de la junta de ACE Traductores y del Consejo de redacción de Vasos Comunicantes. Cree firmemente en los puentes entre teoría y práctica, entre academia y profesión. En 2019 recibió el Premio Nacional a la Mejor Traducción por Memorias de una osa polar, de Yoko Tawada.