Lunes, 18 de diciembre de 2023.
Desertar, Ariana Harwicz y Mikaël Gómez Guthart, Barcelona, Candaya, 96 páginas.
M.ª Carmen de Bernardo Martínez
Ariana Harwicz y Mikaël Gómez Guthart, según sus propias palabras, son conversos y desertores de su lengua. La primera, argentina, es escritora de expresión francesa. Cuando se mudó a Francia, su «lengua […] de goce se volvió un acto de disciplina» (p. 45) constante. El segundo, francés, es un traductor al español argentino que al trasladarse a Buenos Aires decidió no hablar más su lengua materna salvo por razones laborales. Ambos mantienen en este breve Desertar una conversación en diferido que recuerda a una correspondencia postal a la antigua usanza en la que narran sus encuentros y desencuentros con sus lenguas y países de origen y de llegada. Plantean en ella cuestiones candentes sobre la lengua y la traducción, referenciando a numerosas personalidades del mundo de las artes y la literatura. ¿El idioma que hablas marca tu identidad? ¿Qué relación hay o debe haber entre el escritor y el traductor? ¿Qué es ser fiel a tu lengua? ¿Qué es ser fiel en la traducción?
En esta ida y venida de palabras y pensamientos que se intercalan, se distinguen, sin que en absoluto aparezcan escindidos sino más bien unidos inexorablemente, los dedicados a la lengua y los dedicados a la traducción para hallar una confluencia —¿o un enfrentamiento?— en la relación entre el escritor y el traductor. ¿Debe existir una relación entre estos maestros de la lengua? Para Harwicz claramente sí, incluso comenta que ambas figuras sufren por las mismas razones, por cómo usar una coma, un adjetivo o un giro, e incluso afirma que «un traductor es la exageración de un escritor» (p. 85). Sin embargo, opina que los traductores «deberían permanecer en silencio» (p. 86).
Al ser hablantes de una lengua no materna y al usar esta última, se preguntan sobre la influencia que puede tener en la escritura escribir en esa lengua, las consecuencias al hablar, si uno se traduce a sí mismo, si se tiene una voz distinta o si se produce un cambio de personalidad y si uno se adapta al interlocutor. Para Harwicz, tener dos lenguas es tener varias vidas. Y, entre otras reflexiones, ambos se cuestionan el uso de la lengua de poder, lo que Harwicz rechaza rotundamente porque el escritor no debe utilizar ese tipo de lengua, pues es la lengua de la dominación y de la intolerancia.
Vasto es el debate que presentan sobre la traducción. ¿Qué es? ¿Qué efectos tiene cuando hay más de una traducción de una obra a la misma lengua? ¿Qué significa ser fiel? ¿Cómo se debe tratar al lector? ¿Caducan las traducciones? ¿Por qué se mantienen los errores arrastrados? ¿De cuánta libertad dispone el traductor? ¿Un traductor que al final es invisible? ¿Le corresponde mejorar el original en caso de error? ¿Se le debe considerar autor? Ambos concuerdan en que traducir es «una forma de leer» (p. 33) y, por ello, para Gómez Guthart, no existen «ni buenas ni malas traducciones» (p. 33). En cambio, considera que hay muchos libros —demasiados— muy mal escritos y que traducir un libro de estas características sí conlleva unos «resultados terribles» (p. 54), además de ser una «tortura para el traductor» p. 54).
Para este francoargentino, «el traductor es por naturaleza infiel» (p. 22), son los «grandes tránsfugas de la lengua» (p. 23). La traducción, desde luego, es otro texto, una deformación, es imposible que permanezca igual al original. Para Harwicz, los traductores son «truchos» (p. 24), es decir, fraudulentos. Sin embargo, a Gómez Guthart no le agrada el uso insistente del binomino traduttore traditore porque se infiere que el traductor es un mentiroso, y no está de acuerdo. Harwicz, a su vez, considera que la «traducción es la escritura de otro» (p. 49), afirma que, como escritora, quisiera implicarse todo lo posible en el proceso de traducción de sus obras para evitar malentendidos y, en el debate sobre el traductor como autor, añade que «el libro existiría sin el traductor, eso no niega que cada traducción es un original único» (p. 53). Y explica también que no sería traductora porque no se puede someter al otro y considera que toda traducción necesita una «mínima cuota de sumisión» (p. 13) por parte de quien la realiza. Asimismo, los dos autores del libro debaten sobre la dificultad de conseguir el estilo del original y los problemas de las referencias culturales. ¿No traducirlas tal cual supondría una traición?
¿Puede entonces el traductor mejorar el original? ¿Hasta dónde llega su libertad de creación? Harwicz y Gómez Guthart no parecen llegar a un consenso. Por un lado, para este último, el traductor toma decisiones de forma independiente, pero Harwicz disiente si eso supone no respetar las «transgresiones» del autor original, ante lo que explica Gómez Guthart que se debe confiar en los errores y las imperfecciones de la labor traductora, pues no es sino «la visión de la obra» (p. 61) por parte del traductor. Harwicz insiste en que «escribir tiene que ser una relación única con la lengua», pero Gómez Guthart responde que es importante que el lector de llegada entienda la obra. ¿Hay traducciones que de verdad mejoran el original? Ambos creen que sí.
Finalmente, también dialogan sobre el cambio que sufren las lenguas. Coinciden en que para un niño de hoy resultaría difícil entender una película de hace más de medio siglo porque ha habido un cambio en el vocabulario, el tono, el acento, la cultura; concuerdan en que «necesitarían subtítulos como si se tratara de un idioma extranjero» (p. 46). Y tampoco se olvidan del papel del mercado en las traducciones. Conversan sobre los criterios por los que se traduce una obra, sobre el uso político y demagógico de algunas traducciones, sobre los motivos por los que se privilegia unos textos y a unos autores determinados y el alcance de las traducciones.
M.ª Carmen de Bernardo Martínez cursó la Licenciatura en Historia en la Universidad Autónoma de Madrid, el Máster en Traducción especializada en las lenguas española y francesa en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo y el Posgrado en Traducción inglés-castellano de Literatura Contemporánea en la Universitat Pompeu Fabra. Es MITI (qualified member) y certified translator (EN/FR>ES) por el ITI (Institute of Translation and Interpreting) del Reino Unido y obtuvo dos Diploma in Translation (EN/FR>ES) en el CIoL (Chartered Institute of Linguists) del mismo país. En la actualidad trabaja como traductora autónoma y es profesora asociada en la Universidad Complutense de Madrid, donde imparte clases en el Grado de Traducción e Interpretación y donde está haciendo un doctorado sobre historia y traducción. Es miembro del Institute of Translation and Interpreting (ITI); de la Sección Autónoma de Traductores de Libros de la Asociación Colegial de Escritores de España (ACE Traductores) y de la Asociación Española de Traductores, Correctores e Intérpretes (ASETRAD).