Lunes, 6 de noviembre de 2023.
Surfeando en las aguas jurisdiccionales de Googlelandia, descubrí un artículo titulado Los dialectos de los pájaros que me llamó poderosamente la atención. Comenzaba así:
El gorrión de corona blanca es un pájaro norteamericano, cuya característica más conspicua es, precisamente, la que le da nombre: tiene un dibujo blanco en la cabeza que se asemeja a una corona. Su nombre científico es Zonotrichia leucophrys y se halla en peligro de extinción. Como muchos otros pájaros, canta, y como muchos otros pájaros que cantan, sus trinos no son los mismos en todos los individuos o poblaciones de la especie. Hay dialectos.
Gracias a mi buen amigo y gran periodista español Ignacio Ruiz Quintano, aprendí un día lo siguiente:
La rana groa, la grulla gruye, la cigüeña crotora, el pato parpa, el cuervo gazna, el ganso vozna, el grajo croaja, la perdiz cuchichía, la paloma zulea, la gallina cloquea, la golondrina trisa, el grillo chirría, el pollo pía, el loro garre, la pantera himpla, el jabalí rebudia, el caballo relincha, el asno rozna, el cerdo gruñe, el ciervo brama, el gamo gamita, la oveja balita, el toro remudia, el gato maúlla, el lobo otila, el mistolobo ulula, el perro ladra, el león ruge, el elefante barrita, la serpiente silba, la chicharra chirría, el cuclillo cucúa, el pavo tita y el comunista… el comunista gulaguea, es decir, que, en menos de lo que canta un gallo, te monta un gulag.
Ahora, además, y esta vez gracias a los trabajos científicos especializados en el tema, es decir, especializados en ornitología, «la parte de la zoología que trata de las aves», según EL diccionario, venimos a enterarnos de que cada especie cantora se expresa en un idioma propio que, a su vez, genera dialectos.
En el mismo artículo que menciono al principio y que data del 2011, leo que «en un trabajo publicado recientemente, se estudió la variación de tres dialectos adyacentes a lo largo de un periodo de tiempo de 30 años. En el estudio se comparó el número de pájaros que cantaba cada dialecto, en grabaciones realizadas en una extensa área urbana, en tres momentos entre 1969 y 1999. También se midió la frecuencia mínima de los trinos de cada dialecto en cada uno de esos tres periodos».
Confieso que este tema me fascina y me plantea una cantidad de problemas que no sé si los especialistas en ornitología tomarán en cuenta. Espero que sí. Me pregunto, por ejemplo, hasta qué punto se entienden un estornino y un mirlo, para citar dos especies que conozco bien por los años vividos en una zona campestre y al borde de uno de los bosques más extensos de Colonia, donde resido. Y cuando digo hasta qué punto se entienden un estornino y un mirlo, en realidad lo que me estoy preguntando es si existen «intérpretes» que canten en ambos idiomas, o al menos sepan «traducir» lo que cantan los de la otra especie.
Parece ser que sí, porque, en otro artículo publicado el año 2017, aprendo:
El caso más impresionante de imitación es el del ave lira soberbia (Menura novaehollandiae), una especie que vive en los bosques de Australia y que en su repertorio puede incluir el canto de más de 20 especies de aves de su entorno, pero no solo eso, ya que es capaz de reproducir exactamente otros sonidos, como el disparador de una cámara de fotos, una sirena o el arranque de un motor.
A ello se añade:
Un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Salamanca, ha confirmado que las poblaciones urbanas de uno de los más pequeños paseriformes, el chochín (Troglodytes troglodytes), han modificado su canto debido al aumento del ruido en las ciudades. Y no solo aumenta el volumen sino que es capaz de modificar las notas para que el canto sea más audible. Por ejemplo, los cantos de las aves urbanas son más complejos que los de las rurales, incorporando más sílabas y alargando la duración de aquellas más graves.
Pero, subraya la misma fuente:
Ser demasiado original e innovador es contraproducente, ya que si el canto es muy novedoso las hembras no lo reconocerán como el de un macho de su especie, por lo que no se aparearán con él y no le servirá para nada. Resumiendo, los cambios deben ser originales para llamar la atención pero sutiles para ser reconocibles.
He pasado un par de horas leyendo todo lo que encontré al respecto en Google y creo que el resumen que hago en mi texto es lo esencial que podemos entender como legos en la materia. Y otra de mis preguntas es si aquel gran músico que fue Olivier Messiaen tenía idea de todo esto cuando compuso entre octubre 1956 y septiembre 1958 las trece piezas que integran su obra pianística Catálogo de pájaros. Pienso que si no lo sabía, al menos lo barruntaba, según se desprende de lo que escribió sobre esta obra:
Cada pieza está escrita en honor de una provincia francesa. Su título es el nombre del pájaro típico de la región elegida. No está solo: sus vecinos lo rodean y también cantan (…), su paisaje, las horas del día y de la noche que cambian este paisaje, también están presentes, con sus colores, sus temperaturas, la magia de sus perfumes.
Lo dicho: un tema fascinante. Tan fascinante como intentar traducir a nuestro idioma los nombres de los trece pájaros elegidos por Messiaen para cada una de sus piezas. Lo he intentado dos veces, una en el pasado, para ayudar a un amigo, y fracasé; la otra hoy, con el mismo resultado. La dizque mejor máquina de traducir del mundo (creada, por cierto, en esta ciudad de Colonia), la deepl.com/translator, me traduce el nombre de uno de ellos, «la buse variable», como «el busardo ratonero», un pájaro que no existe con ese nombre en castellano, y me ofrece como variante «zopilote», un ave que solo existe en América y la llaman así en México y Centroamérica, mientras que en otros países la llaman «gallinazo». En fin, son dislates de la Inteligencia Artificial, de la que no me fío ni un pelo.
Ricardo Bada (Huelva, España, 1939), escritor residente en Alemania desde 1963. Coeditor allí de dos antologías de literatura española contemporánea, y en solitario, de la obra periodística de García Márquez y los libros de viaje de Camilo José Cela. Editor en España de la poeta costarricense Ana Istarú, y en Bolivia de la única antología integral en castellano de Heinrich Böll (Don Enrique).