Lunes, 17 de abril de 2023.
Puente entre dos culturas, crisol o alquimista que transmuta los metales lingüísticos e invoca una nueva materia, humilde artesano, ebanista que trabaja las palabras como filigranas, o hilandera que anuda dos caras particulares del prisma de la percepción… El traductor es una metáfora; como lo es también la propia razón de su existencia, ¿pues no nace como redentor de un ancestral desvío? ¿No es el retoño de la Torre de Babel, aquella construcción saboteada sin piedad y con la que los humanos aspiraban a llegar a Dios y, tal vez, suplantarlo?
La confusión de lenguas se entendió, por lo tanto, como una condena, la venganza del Todopoderoso por la ambición desmedida de sus hijos. Babel representa un retroceso respecto a un origen humano lleno de sed de conocimiento y hermandad. Desde entonces, diseminados por la faz de la Tierra, presos de la tiránica geografía, solo traducimos, solo recogemos menesterosos fragmentos del saber, mendrugos de sabiduría, esquirlas de un espejo roto en las que cada pueblo se lee ensimismado, dándose lengua.
No obstante, el originario impulso subversivo perdura y, lo sepamos o no, cada día nos esforzamos por entrecruzar esas costuras desgarradas por el recelo de un Dios que sabe que nunca estará a salvo, que teme (porque desea) que sus criaturas superen al creador, y que dijo: «Si esto no es más que el comienzo de su actividad, nada de lo que decidan hacer les resultará imposible».
Retroceso, caída, disgregación… ¿No se trata de palabras esencialmente negativas? ¿Su uso no implica una concepción insatisfecha y frustrada de la realidad? ¿Cuál es entonces el empeño del traductor? ¿Por qué se esfuerza en juntar mundos que van a la deriva y que, como muestra la ley de la termodinámica, nunca recuperarán su unidad, ese instante en que el ser humano estuvo a punto de tocar el cielo?
Y es que tal vez planteemos el mito desde una perspectiva equivocada, es decir: ¿y si nosotros jamás subimos hasta Dios, sino que Dios construyó Babel al revés, hacia abajo, en una espiral creciente de diseminación? ¿No nos hallamos en un remolino que se ensancha irremediablemente, pero que se traza en una línea conectada al origen? Ese hilo carga con un mismo sentido a través de la historia, y la sensibilidad del traductor radica en estirar los brazos, asir las hilachas dispersas e intentar recomponerlas.
En ese sentido, el traductor también es un Sísifo: su labor no tiene fin. El traductor se deja atravesar por ese hilo que no conoce palabras, pero que las necesita, es un pálpito de sentido que navega la historia, disparado a la eternidad, perdido en ella, astillándose sin control; y en un acto de mundana colaboración, reúne lo experimentado e imaginado por un pueblo con lo ignorado por el otro; a este último le entrega una réplica minúscula y deformada del espejo del otro.
El traductor —figura que no necesariamente traduce libros— no es solo un sabueso de la unidad del pensamiento, sino también un conjurado, alguien que recuerda que hubo un principio y se empeña en remontarse hasta él. ¿Por qué? Porque intuye que este principio es traducible. ¿Pero es un parche? Por supuesto, y una hebra, y un zurcido. Y por muy lejos que, en su caída, se halle de la lengua primigenia, tocar el cielo solo es cuestión de ser fiel al origen.
Lucas Martí Domken es licenciado en economía en la Universidad Pompeu Fabra y traductor de alemán y de inglés. Ha traducido la novela Noche de fuego (Acantilado, 2019), de Colin Thubron, una selección de aforismos y cartas inéditas del pensador alemán G. C. Lichtenberg, Sobre el poder del amor (Pretextos, 2021), y la colección de ensayos en torno a la obra de la pensadora feminista Eve Sedgwick, Leer a Sedgwick (Traficantes de sueño, 2022). También ha colaborado en el libro coral Pedir la luna, una reflexión colectiva sobre la traducción (Enclave, 2019), y ha prologado el libro Erótica del C-19 (Huerga y Fierro, 2020). Ha colaborado en la revista digital Hänsel i Gretel, y actualmente, aparte de escribir poesía y ensayos breves, está enfrascado en la traducción de un libro de entrevistas al pensador afroamericano Cornel West. Entre 2011 y 2016 vivió en China (Hunan), donde dio clases de español.