La «diglosia» de mi infancia, Gabriel Hormaechea

Viernes, 10 de marzo de 2023.

Mano de Irulegi

Cuando, a los 20 años, salí del País Vasco, fui un día a observar pájaros con un grupo de ornitólogos. Aquel día descubrí que yo, que no sé una palabra de vasco, usaba vocabulario vasco. Dije: mirad, una «chirta» (v. txirta), y todos se volvieron a una y preguntaron: «¿Una qué?». Pues bien, para mi asombro, allí descubrí que aquel pájaro en castellano se llama «bisbita». Luego apareció una para mí «eperdiquera» (ipurdikara), pero ellos la llamaban «lavandera» y, pensando, caí en la cuenta de que «eperdiquera», en vasco, quiere decir algo así como «culindrina», denominación muy cercana al wagtail con que la llaman los ingleses. Y lo mismo ocurrió con «chonta» (txonta) cuyo nombre castellano aprendí allí: «pinzón». Como aprendí que el pajarito que yo siempre había llamado «chimbo» (txinbo) se llama «mosquitero». Y me di cuenta de que el nombre que daba a la escopeta de aire comprimido, «chimbera», también era vasco. Allí tomé conciencia de que empleaba palabras vascas sin ser consciente de que lo eran. A partir de aquel día fui descubriendo que, en mi infancia y adolescencia en Bilbao, empleaba, como todos allí, palabras vascas creyendo que eran puro castellano: a los cangrejos de mar los llamaba «carramarros», a los ratones «saguchus» (sagutxu), a las terneritas «chalas» (txala), a los bígaros «magurios» y a los renacuajos «zapaburus». Al coleóptero llamado «mariquita» lo llamábamos «solitaña» (según Arriaga, del vasco zoritagin) y los niños cantábamos una canción que decía «Soli, solitaña: / Vete a la montaña. / Dile al pastor / que salga el sol / para hoy y pa mañana / pa toda la semana». Miguel de Unamuno titula así uno de sus cuentos, «Solitaña», en el que el protagonista, Don Roque, es apodado «por mal nombre» Solitaña. Al final del cuento Don Roque muere y Unamuno escribe: «…el alma de Solitaña voló a la montaña eterna, a pedir al Pastor, él, que siempre había vivido a la sombra, que nos traiga buen sol para hoy, para mañana y para siempre».

Pero el vocabulario vascuence que todos empleábamos en Bilbao no se reduce a nombres de animales, es mucho más extenso. Un buen ejemplo de esa mezcla de lenguas es la bilbainada: «Ené qué risas hisimos / al pasar por el Sendeja, / chalos y todo nos hiso / desde el balcón una vieja. / Mocordo le contestemos / y nos fuimos para el pueblo». La canción empieza por la exclamación «ené», palabra que reconocíamos como eusquérica y que oíamos, pero que sólo empleaba gente venida de los pueblos. Porque había muchas palabras que corrían incrustadas en el castellano de Bilbao que reconocíamos como vascas, por ejemplo: «neska» para decir «chica», «txakurra» para decir «perro» o «eperdi», deformación del ipurdi vasco para decir «culo».

Había, sin embargo, muchas otras palabras vascas que empleábamos con normalidad creyendo que eran castellanas. Un buen ejemplo de ello es el «chalos» de la canción: txalo en vasco significa «aplauso», «palmada», lo mismo que ocurre con el «mocordo» (mokordo) para decir zurullo de excremento. Así, para decir que uno estaba agotado o sin sentido podíamos decir que estaba «neque» (neke), o llamábamos «colco» (kolko) al espacio entre la camisa y el pecho en frases como «llevar algo en el colco». En el campo de los adjetivos aplicados a personas, de alguien gracioso decíamos que era «chirene» (txirene), a una buena persona algo incauta podíamos llamarla «chocholo» (txotxolo), un solterón era un «birrocho» (birrotxo), y una persona pequeña y de poca monta era un «cacanarro» (kakanarro), pero si era grandota y fortachona, era un «morrosco» (morrosko). Cuando no te encontrabas bien podías decir que estabas «quilicolo» (kili-kolo), y para decir que alguien era bizco decíamos que tenía un ojo «biriquí».

Lo mismo ocurría en muchos otros campos semánticos. Por ejemplo, entre niños, cuando nos tirábamos al agua en la piscina o en la playa, nos dábamos un «chombo» (txonbo), que no chapuzón. Y cuando jugábamos con las chapas de las botellas, jugábamos a «iturris». Iturri en vasco quiere decir fuente, pero no éramos conscientes de eso, ni de que «Iturri» era una marca de gaseosas que llevaba su nombre en la chapa de la botella. Y jugábamos a bajar cuestas con una especie de patinetes de madera, con rodamientos recuperados, de fabricación casera, a los que llamábamos «goitiberas» (goitibehera, arriba-abajo en vasco). Nunca he sabido qué nombre tiene ese juguete en castellano.

En fin, empleábamos muchas otras palabras vascas: a la viruta de madera la llamábamos «chirlora» (txirlora) que es algo así como la flor de la madera que sale haciendo chir, chir. A un copete de pelo en el peinado de una niña «chori» (txori), cuando un niño era muy mono y agradable decíamos que era «pocholo» (potxolo), y a la diarrea la llamábamos «pirrilera» (pirrila)

Estas dos últimas palabras son buenos ejemplos de palabras vascas castellanizadas, porque para para decir que algo era muy bonito podíamos decir que era una «pocholada» añadiendo la terminación castellana «-ada», como se añadía la terminación «-era» a la pirrila. De formación parecida son palabras como «pistojo» que viene del vasco pista (legaña) para decir «legañoso», o «motrollón» formada por la raíz vasca motrollo (basto, informe) y el aumentativo castellano «-on», que usábamos para significar «a montones», «sin orden ni concierto», lo que hoy muchos expresan diciendo «a mogollón».

Entre las que hemos citado, algunas están aceptadas por la Real Academia, tales como chimbo, pocholo o carramarro, aunque esta última, según el DRAE, viene de «cámbaro» mientras que según Arriaga viene del vasco karramarro. También acepta «moscorra» (moskorra) como coloquial del País Vasco significando «borrachera».

Lo curioso es que, en el Bilbao de la época, prácticamente nadie hablaba vasco. Aquellas palabras funcionaban en el castellano de Bilbao con toda naturalidad, sin que hubiese una situación diglósica.

 

 

Gabriel Hormaechea ha traducido, entre otros autores, a Elisabeth Van Gogh, Fernande Olivier, Vincent Van Gogh, Paul Gauguin, François Olivier Rousseau, Mireille Calmel, Jean Paul-Sartre, Anatole France, Colette, Flora Tristán, Anne Gédéon Lafitte, Édiht Piaf, François Rabelais, Patrick Modiano. Ha sido durante años vicepresidente de la Asociación Colegial de Escritores de Cataluña ACEC.

 

2 Comentarios

  1. Concha

    Interesante, curioso y estudiado a fondo, como de costumbre. Aplauso, Gabriel.

  2. María Alonso Seisdedos

    «Y jugábamos a bajar cuestas con una especie de patinetes de madera, con rodamientos recuperados, de fabricación casera, a los que llamábamos “goitiberas” (goitibehera, arriba-abajo en vasco). Nunca he sabido qué nombre tiene ese juguete en castellano.»
    En el oeste peninsular los llamamos «carrilanas» o «carros de bolas». Parece que «carrilanas» se dice también en gran parte del Estado, aunque no viene con esa acepción en el _DRAE_.