Viernes, 22 de abril de 2022.
Publicamos aquí la segunda parte del artículo de Ana Mata Buil. La primera parte se puede leer aquí.
Se conservan pocas cartas de Edna a su esposo, pero hay algunas muy interesantes, como esta, escrita durante una de sus extenuantes giras de lecturas poéticas en febrero de 1924. Cada uno de sus párrafos implica una metamorfosis. Al principio se identifica con una novilla ofrecida en sacrificio: «my keepers come & drag me forth […] to the miniature sacrifice», a quien describe parafraseando el poema de John Keats, «Ode on a Grecian Urn»: «with all my silken flanks in garlands dressed», escribe Millay, pasando a primera persona lo que en el poema está en tercera.[1] Después se compara con «a man who has to travel a hundred miles between day & dusk», sea como sea, dando a entender que poco importa en qué condiciones dé los recitales, siempre que logre cumplir con ellos. Por último, y como si invirtiera los papeles masculino y femenino en su relación, se compara con el hombre sucio y agotado (toda una parodia: «with motor-oil under your finger-nails, & a three-day’s stubble on your chin, & last week’s B.V.D.’s») que desea estar relajado y limpio («after a day in a Turkish bath») antes de ver a la reina de Saba (aquí, su esposo).
Amor mío:
Me han llegado todas tus cartas, incluso aquellas en las que te olvidaste de poner «Iowa»: es una ciudad fabulosa y distinguida. Es curioso, pero desde hace unos días he sido incapaz de escribirte. No solo es por el cansancio. Estoy sumida en un letargo de aburrimiento tan profundo que no puedo realizar ningún tipo de acción. Una vez al día, mis captores vienen y me arrastran «con mis sedosos flancos cubiertos de guirnaldas», para llevarme al sacrificio en miniatura. Y eso es todo.
[…] Soy como un hombre que tiene que recorrer ciento cincuenta kilómetros entre el amanecer y el ocaso. A nadie le importa con qué medios lo consiga ni hay reglas en el juego; sencillamente tiene que llegar a la meta, sea como sea. […]
Ni siquiera te echo tanto de menos. Estos últimos días no he sentido ganas de tenerte conmigo. ¿Es que no lo entiendes? Si tuvieras una cita con la reina de Saba, o bien esta noche (con aceite de motor debajo de las uñas y barba de tres días y con los calzones de la semana pasada) o bien mañana por la noche, después de un día en los baños turcos, ¿qué harías?… Bueno, pues es algo así; no quiero que nadie, ni siquiera tú, o quizá mucho menos tú, vea lo hinchados que tengo los pies y lo sucia que voy. […]
Edna
El mismo mes que había anunciado a su madre que iba a casarse con Boissevain, Millay escribió a su amigo y compañero de profesión Edmund Wilson para hablarle de un manuscrito de Louise Bogan, otra poeta de su generación, que él le había proporcionado. Bogan se hizo famosa también posteriormente por su labor crítica y su antología comentada Poesía norteamericana, 1900-1950.
2 de mayo de 1923
Querido Bunny:
Sí que leí los poemas que me dejaste y me gustan mucho. ¿Quién es esa persona? No me suena de nada. Algunos de sus poemas me emocionaron. ¿No te parece magnífico cómo salen adelante las mujeres poetas? ¡«Voto femenino ya», eso digo yo!
Si quieres que te devuelva el manuscrito de inmediato, tendré que pedirle a alguien que entre por la fuerza en mi piso y robe el sobre para dártelo, porque me marché de la ciudad a toda prisa, muerta de cansancio y con un único pensamiento: largarme. Escríbeme si quieres tener los poemas ya y hablaré con Norma [su hermana] o con alguien para que vaya a buscártelos.
Sé que Crowny está muy molesto conmigo. Estoy segura de que cree que la razón por la que no he escrito nada para Vanity Fair últimamente es que estoy escribiendo para el Saturday Evening Post o algo así. Lo cierto es que no he cogido la pluma para nadie (ni siquiera para mí) desde hace meses. Por favor, dile a Crowny que estoy agotada y enferma y que no se enfade conmigo. También le escribiré.
Muchos recuerdos para Elinor.
Edna
Esta carta resulta relevante por dos motivos: en primer lugar, explicita la importancia creciente de las poetas en un sector hasta entonces masculino y, en segundo lugar, menciona a la poeta modernista Elinor Wylie, con quien Millay mantuvo una estrecha amistad hasta la muerte de Wylie. Además, recoge una de las proclamas de las sufragistas de su época: «Votes for Women».
El aprecio incondicional de Edna St. Vincent Millay por Elinor Wylie la llevó, por ejemplo, a rechazar los honores de la Liga de Escritoras de Estados Unidos, que antes había despreciado a su amiga,[2] como se ve en esta carta, fechada en abril de 1927. En un juego de espejos, dentro del mismo sobre tenemos el tono cariñoso y cercano que emplea con Wylie («My darling», «Be a good girl, & do as I tell you») y el tono distante y recriminatorio que reserva para esas «Ladies» («Your recent gross and shocking insolence to one of the most distinguished writers of our time», «an organization which has insulted Elinor», «your pusillanimous attack»).
Querida mía:
Adjunto una carta que he escrito a la Liga de Escritoras de Estados Unidos. Si la dirección está mal o faltan datos, cámbiala, por favor (¡con la máquina de escribir!). Por favor, lee la carta y luego échala en el buzón al instante. Sé buena y haz lo que te pido. Mándala de inmediato.
Vincent
A la Liga de Escritoras de Estados Unidos
Señoras:
Últimamente he recibido diversas comunicaciones de su parte, en las que me proponían ser su Invitada de Honor en una función que tendrá lugar en Washington este mes. Les respondí que me era imposible asistir, pero que lamentaba no estar disponible; les dije que era consciente del honor que me rendían y que esperaba que volviesen a invitarme en otra ocasión.
Pues bien, su reciente, grosera y escandalosa insolencia hacia una de las escritoras más distinguidas de nuestra época me ha hecho cambiar de opinión.
Una organización que ha insultado a Elinor Wylie no tiene potestad para honrarme a mí.
Y, sin duda, me parecería impropio por mi parte ser la Invitada de Honor en un encuentro entre escritoras en el que el honor no se basa en la excelencia de los logros literarios de una sino en la discreción de su vida personal.
Créanme, si el objeto declarado de su pusilánime ataque no ha mostrado un comportamiento acorde con su tímida filosofía, tampoco lo he hecho yo. Así pues, también soy merecedora de su desprecio. Táchenme de su lista y permítanme, se lo ruego, compartir con Elinor Wylie un gozoso exilio de su rancia provincia.
Atentamente suya,
Edna St. Vincent Millay
Millay no solo se implicaba en las causas relativas a la situación política y social de las mujeres en general y de las poetas en particular, sino en todo lo que consideraba injusto. Por ejemplo, la polémica condena de los anarquistas Sacco y Vanzetti en 1927, contra la que se opuso con todos los medios que tenía a su alcance (escribiendo al gobernador, manifestándose con pancartas y escribiendo poemas).[3]
Saltemos ahora hasta 1935, año en el que Millay publicó junto con el poeta George Dillon su traducción Flowers of Evil. No cabe duda de que la traducción de los poemas de Baudelaire inspiró parte de la poesía de Millay. De esa experiencia recojo una carta que escribió a Dillon el día de Navidad de 1935, pues da voz a otra de las facetas de la poeta muy cercana a nosotros: la de traductora. Una vez más, el ingenio y la causticidad de Millay están presentes. Como es muy extensa, incluyo solo algunos fragmentos.
Delray Beach, Florida
25 de diciembre de 1935
Querido George:
[…] Es evidente que Harper & Bros intentan matarnos, para no tener que volver a lidiar con ninguno de los dos jamás. Seguro que te has percatado de que cuando a nosotros nos dan una semana de prórroga, a los impresores les dan quince días; es fácil darse cuenta de quién es el alumno predilecto aquí. Digo «prórroga», pero en realidad no lo ha sido; no nos han dado ni por asomo el tiempo que nos correspondería; estoy furiosísima con ellos. Además, solo me mandaron un juego de pruebas: ¿cuántas te mandaron a ti? Es casi imposible trabajar con un único juego… Y sin sobre prefranqueado para devolvérselas, que es como me lo mandaban siempre. ¿Cómo demonios voy a agenciarme un sobre grande aquí, entre las serpientes de cascabel y las chinches? […]
Y ahora pasemos al tema de la reunión… Ojalá pudiera haber una reunión de verdad; ojalá un mazazo pudiera traerte aquí y hacerte entrar en razón; es tan difícil hacer las cosas así, sobre todo con tan poco tiempo (¡menuda jauría!); y vas a echar espuma por la boca cuando leas lo que voy a decirte… Seguro que te revolcarás por el suelo y dejarás dentelladas en los muebles, incluso es posible que arquees el espinazo. Te cuento: creo que la disposición de los poemas es pésima, de verdad, pésima; el libro está totalmente descompensado. No sé qué le ha pasado, porque recuerdo que intentamos evitar justo eso; pero, bueno, el caso es que veinticuatro de tus poemas se presentan en la primera parte del libro, y solo quedan doce para la segunda mitad, y, en consecuencia, la segunda mitad del libro da la impresión de ser toda obra mía, y la primera parte tuya. […]
Al elaborar este Índice no he modificado en absoluto el orden de tus poemas; simplemente he cambiado el orden de los míos, desplazando algunos del final para colocarlos más hacia la mitad o hacia el principio del libro. Además, debía de estar loca cuando puse ese poema, «The Unforeseen», justo al principio del libro sin más, pues es el poema más irritante y menos satisfactorio de Baudelaire. Empieza de esa forma tan emocionante y acaba con el mismo golpe de efecto que una esponja mojada. En su lugar he puesto dos poemas cortos. Al crear esta nueva lista (y me he pasado una eternidad haciéndola, maldita sea) he tenido en cuenta el deseo de variar el metro entre un poema y otro siempre que fuera posible, el no poner dos poemas juntos que se repitan en los aspectos importantes y el evitar que sus títulos entren en conflicto (si «The Fountain» no hubiera sido tu cuarto poema, habría puesto «The Fountain of Blood» el segundo de los míos). También he intentado agrupar de vez en cuando varios poemas que, de un modo u otro, parecían relacionados, y que incluso se potenciaban […].
En tu carta decías que mis traducciones te han fascinado. Bueno…, no están mal. Son traducciones buenas, sinceras, directas e inteligentes. Pero no tienen sonoridad, ni sensualidad; algo que sí poseen muchos de tus poemas y que es tan importante. Pero sí, están bien; también me gustan. Creo que tus nuevas traducciones son fabulosas; «The Drunkard» es excelente, muy dramático (que es lo que debería ser), una auténtica tragedia, con los elementos propios de la tragedia, en unas cuantas estrofas. […]
En fin, voy a recopilar todo esto y te lo enviaré. ¿Te importaría mandarme un telegrama en cuanto lo leas? Me da igual lo que escribas, basta con que copies un par de versículos del libro de Job; lo único que quiero es un sobre amarillo que llegue con presteza en una bicicleta para que me sienta eficiente y alerta y absolutamente capaz de enviar ese galimatías amorfo a Harper a tiempo.
Con cariño,
Vincent
La queja sobre el poco tiempo que les habían dado para revisar las galeradas parece una constante en el sector (algo que sonará a algunos traductores). Otro de los elementos interesantes de esta carta es el comentario cruzado sobre los poemas que cada uno había traducido, reflejo del perfeccionismo de Millay y de la modestia que tantos traductores exhiben cuando comparan sus propias creaciones con las de otros colegas.
El intercambio epistolar con Dillon a propósito de su cotraducción no es la única remisión a nuestro oficio que encontramos en sus cartas. Un par de años más tarde (el 17 de mayo de 1937), Millay escribió al poeta, traductor y especialista en filología clásica Rolfe Humphries a propósito de su traducción al latín de algunos de los poemas de Fatal Interview, un libro de sonetos de Millay publicado en 1931. Tal como reconoce la poeta, dichas traducciones fueron su salvación en una época de agotamiento anímico y mental.
Querido señor Humphries:
[…] Le escribo a propósito de sus versiones al latín de los tres sonetos de Fatal Interview. Según me dijo, me los enviaba para que me entretuviera. Quizá le interese saber que han sido mi salvación.
Salvo por algún percance, jamás voy a ninguna parte, ni siquiera un mísero fin de semana, sin llevarme algún libro de poesía latina. Cuando me harto tanto de mi propia obra que ya no puedo ni ver ni pensar, o cuando me angustia tanto la ansiedad, ya sea por cuestiones personales o por el terrible desastre que asola el mundo, que parece que si alguna vez consigo liberarme, será por lo menos con una doble curvatura de la mente, lo único que puede enderezarme es leer poesía latina.
No es que la lea con facilidad. En absoluto. La leo despacio y a menudo con extrema dificultad. Sin embargo, siempre la leo con emoción y sin sensación de esfuerzo, de modo que cuando cierro el libro, aunque esté cansada, al mismo tiempo me siento serena y eufórica. Todo esto sonaría falso a oídos de la mayoría de la gente, lo sé. A la mayoría de la gente no se lo digo.
El diciembre pasado viajé a Nueva York con intención de pasar solo unos días. Pensaba traerme mi Virgilio, porque quería memorizar el «Ducite ab urbe domum»; por una sencilla razón, contiene muchas palabras que me gustaría añadir a mi delgado sin ser elegante vocabulario de latín. Me lo olvidé. Y en diciembre tuve la gripe. Y en enero pasó no sé qué y el caso es que sigo aquí. Llevo todo el invierno y toda la primavera trabajando en mi nuevo libro: no como un perro, no como un esclavo; los perros y los esclavos deben tener relevo y descansar de vez en cuando, de lo contrario, se desploman; digamos que como una poeta. Y sin una sílaba de latín, salvo por unos cuantos versos que retengo en la memoria, para crujirme las vértebras y ponérmelas en su sitio. […]
Entonces, un día abrí una carta suya y de ella salieron esos preciosos poemas latinos. Los agarré entre los dientes y me escabullí debajo del sofá con ellos, y nadie consiguió sacarme de ahí durante horas.
A alguien como yo, incapaz de hacerlo, ya le resulta bastante admirable lograr escribir poesía en latín. Pero ser capaz de escribir poesía latina es harina de otro costal. Imagino que es usted una de las pocas personas que escriben en la actualidad y de verdad saben hacerlo. Son demasiados los requisitos: hay que saber bien latín; hay que saber y amar la poesía latina, ser sensible a su música, que no es nuestra música, adentrarse tanto en ella que se escriba desde dentro hacia fuera, dando forma a los versos y planificando los efectos con naturalidad y de forma directa en términos latinos, no en términos de inglés latinizado; y, además, hay que ser un auténtico poeta […] Por favor, perdóneme por extenderme tanto. Nunca escribo cartas. Solo quería agradecerle los poemas. Y ha quedado así.
Nótese la distinción que hace Millay en la carta anterior entre «to write poetry in Latin» y «to write Latin poetry». Recuerda a la que buscamos cuando distinguimos entre «traducción de poesía» y «poesía traducida», una opción que busca incidir en la voluntad estética y creativa de la versión traducida.
En dicha carta, Millay mencionaba que a veces se cansaba de su propia obra. En la carta a su marido de 1924 también reconocía que las maratones de lecturas poéticas la dejaban exhausta. Sin embargo, el desencanto de la poeta con la dinámica del mundo literario llegó a su punto álgido a finales de la década de 1930, cuando su estrella se había apagado (al menos, por el momento) y ella había adoptado un papel periférico respecto de otros poetas de su generación. Por supuesto, eso no le impidió seguir componiendo y publicando, tanto en poemarios como en revistas de referencia. Como muestra, incluyo una carta a George Dillon escrita el 21 de septiembre de 1938, esta vez en calidad de editor. Dillon había sucedido a Harriet Monroe al mando de la revista Poetry dos años antes. En el paquete adjuntaba las pruebas corregidas de unos poemas que iban a salir en la revista. Aunque sigue siendo afectuoso, el tono carece de la complicidad mostrada tres años antes, cuando Millay y Dillon comentaban sus respectivas traducciones de Baudelaire.
Querido George:
Adjunto las pruebas corregidas. Como verás, solo quedan dos cambios por hacer. Confío en que todavía estés a tiempo de incluir el paréntesis que cierra el verso. Por un despiste, se omitió en la copia mecanografiada que te mandé. […]
Me alegra mucho que vayan a publicarse en Poetry. Supongo que, aunque te gusten estos poemas, es probable que hubieses preferido poemas menos parecidos al carácter de la Millay temprana; poemas que tratasen, en apariencia, temas que ocurrieran en el mundo actual fuera de mi ser; poemas más, si todavía podemos utilizar esa palabra pasada de moda, «modernos»; pero seguro que algunos de tus colaboradores proporcionarán el elemento revolucionario (no lo digo con acritud de ningún tipo, ni siquiera insinúo que pudiera tomarse en ese sentido, pero me comentaste que Stephen Spender y Malcolm Cowley seguramente estarían entre los poetas publicados en octubre).
Confío en que el proyecto sea un gran éxito y tu segundo año como editor de Poetry empiece con el mejor de los auspicios.
Cuando pienso en la lectura que tengo apalabrada en Chicago, me hace feliz recordar que estarás allí. Creo que me sentiría sola en Chicago sin ti.
Con cariño,
Vincent
En pocas líneas, y en un ejercicio de retórica excelente, Millay desprestigia el modernismo intelectual, que tanta sombra le había hecho en su carrera. No solo cuestiona uno de los preceptos del High Modernism (el distanciamiento de la voz poética) con la adición de un adverbio: «apparently, things going on in the world outside myself today», sino que insinúa que el propio término «moderno» ha quedado obsoleto: «poems more, if we may still use that old-fashioned word, “modern”»). Con este ejemplo del carácter y la voz madura de Millay, que ha perdido parte de la frescura de su juventud y ha ganado en acritud, pero que conserva la ironía que la acompañó toda su vida, me despido y cierro el sobre.
NOTAS:
[1] El poema de John Keats dice: «Lead’st thou that heifer lowing at the skies, / And all her silken flanks with garlands drest».
[2] Tras invitar a Elinor Wylie a uno de los almuerzos de la Liga de Escritoras de Estados Unidos, le escribieron para decirle que retiraban la invitación, a causa del escándalo provocado cuando Wylie abandonó a su marido y a su hijo para fugarse con un hombre casado, Horace Wylie, en una época en la que las desigualdades en cuanto a los comportamientos «admitidos» y «tolerados» para hombres y mujeres eran todavía más marcadas que ahora.
[3] Dicho episodio inspiró, entre otros, los poemas «El roble del ahorcado» y «Justicia negada en Massachusetts», que aparecieron en Huntsman’s What Quarry en 1928.
Ana Mata Buil es traductora de novela, ensayo y poesía, correctora y coordinadora editorial desde hace casi veinte años. Tiene un Máster en Literatura Comparada y Traducción Literaria (2011) y un Doctorado en Traducción Literaria (2016). Dedicó su tesis doctoral al estudio de las antologías poéticas traducidas y, en concreto, a la obra de la poeta modernista Edna St. Vincent Millay, una autora que la fascina.
Desde 2011 compagina la labor como traductora y correctora autónoma con la docencia en el grado de Traducción y Ciencias del Lenguaje de la Universitat Pompeu Fabra (Barcelona) y en el Máster de Traducción Literaria y Audiovisual de la BSM-UPF, donde además ejerce de codirectora académica junto con Olivia de Miguel y Patrick Zabalbeascoa. Asimismo, da clases en el Postgrado de Corrección de la URV (Tarragona) y en la Escuela Cursiva de PRHGE.
Es colaboradora habitual del grupo Penguin Random House, aunque trabaja también para otras editoriales. Ha traducido, entre otros, a Edna St. Vincent Millay (Antología poética), Virginia Woolf (Genio y tinta), Patti Smith (Augurios de inocencia, Devoción y El año del Mono), Anne Tyler (El hombre que dijo adiós, El hilo azul y Una sala llena de corazones rotos), Lauren Groff (En manos de las Furias y Florida), Robert Graves (Cuentos completos), Edna O’Brien (La chica), Barbara Pym (Los hombres de Wilmet y Jane y Prudence), Diane Setterfield (Érase una vez la taberna Swan), John Boyne (El increíble caso de Barnaby Brocket), Tomi Adeyemi (Hijos de sangre y hueso, por el que obtuvo el Premio Kelvin505 a la mejor novela juvenil traducida en 2018, e Hijos de virtud y venganza) y Casey McQuiston (Una última parada).
Interesante artículo de Ana Mata Buil en el que me han llamado la atención, entre otras cosas, estas palabras de Edna como respuesta a su colega traductor de Les fleurs du mal cuando este le dice que le han fascinado sus traducciones : “Bueno…, no están mal. Son traducciones buenas, sinceras, directas e inteligentes. Pero no tienen sonoridad, ni sensualidad”
Interpreto que no es falsa modestia por su parte pues lo expone con claridad. No basta que la traducción de un poema sea correcta, sincera, directa e inteligente. Como ha dicho Natalia Carbajosa, “no se puede dar por buenas las traducciones que se dejan por el camino la genialidad del poema de partida, dondequiera que esta resida”. Y no vale decir que existe equivalencia semántica si falta equivalencia estilística y pragmática porque en poesía – y no sólo en poesía- no se puede separar el contenido de la forma pues el contenido está en la forma y la forma es el contenido desplegado. No me extraña que Edna diga que “no están mal” y luego, con la boca pequeña, que son “buenas” ya que está convencida de que no tienen sonoridad ni sensualidad. Lo echa en falta en sus traducciones -y con razón- porque es algo que no solo no falta, sino que abunda y brilla en su poesía. ¡Y de qué manera!
Safe upon the solid rock the ugly houses stand:
Come and see my shining palace built upon the sand!