Tres perlas cultivadas, Ricardo Bada

Viernes, 17 de diciembre de 2021.

Para ejercitar la mano y la mente que la conduce, atraillada, suelo traducir todas las semanas una media docena de trinos alemanes que mi pasión cinegética otea en sendas cacerías por la Selva Negra virtual, es decir, las cuentas Twitter en idioma tudesco. Luego regalo esas traducciones a otras tantas amistades latinoamericanas para que las suban a sus respectivas cuentas en esa red. Así, en cierta ocasión, el autor del trino traducido por mí pinchó en MeGusta en la cuenta T de la amiga a quien se lo regalé, y no sólo eso sino que añadió su propia versión, hecha evidentemente con el Translator de Google, aunque no sé con qué intención: si para demostrar que sabía español o para desautorizar mi traducción. Es muy aleccionador ver ambas traducciones y confrontarlas.

El original dice así: «Also so ein Lockdown wäre ja viel entspannter wenn die Kinder in die Tiefkühltruhe passen würden».
Mi traducción: «Un confinamiento como este causaría menos estrés si los niños cupieran en la congeladora».
La traducción aportada por el autor del trino: «Por lo tanto, tal bloqueo sería mucho más relajado si los niños pudieran caber en el congelador».

A ver, como dicen los colombianos. El inicial «Por lo tanto» sobra en castellano, ya que remite a algo anterior que no hemos leído ni sabemos, de manera que si acaso podría ser un «Desde luego». El «bloqueo» indica que el caudal léxico del Translator se programó antes de la pandemia y no ha sido puesto al día. Y el «pudieran caber» no se debe a que el Translator ignore la conjugación de los verbos irregulares, como «caber» en este caso, puesto que «poder» también lo es; lo que ignora es la concisión del «cupieran» en vez del «pudieran caber», servil al original. Amén dello, como decimos los clásicos, el Translator prefiere traducir «mucho más relajado» (solución positiva) y yo, dadas las circunstancias, «menos estrés» (solución negativa). Y en cuanto al género del electrodoméstico, el Translator tiene razón de acuerdo con EL diccionario, pero ÉL también admite «congeladora» como adjetivo y nada me impide, pues, sustantivarlo.

 

En las páginas finales de la deliciosa novela de Jerome K. Jerome Tres hombres en una barca (sin contar un perro) Editorial Reguera, Barcelona 1944, hay una referencia a un restaurante cuyo nombre se escamotea con una X, aunque seguida de un (1) que remite a una nota a pie de página, la cual dice así, en la traducción que manejo: «Se trata de un restaurante poco conocido por la gente donde por 2,50 ₧ puede hacerse un magnífico resopón con vino incluido. No seré ingenuo hasta el punto de descubrirlo a los lectores».

La referencia a las pesetas (¡las de 1944, fecha de la edición!) me hace buscar el original, y allí veo que dice: «A capital little out-of-the-way restaurant, in the neighbourhood of —, where you can get one of the best-cooked and cheapest little French dinners or suppers that I know of, with an excellent bottle of Beaune, for three-and-six; and which I am not going to be idiot enough to advertise».

Hasta a mí, que no sé inglés, me salta a la vista que lo que escribió Jerome fue más o menos esto: «Un magnífico y pequeño restaurante a trasmano, en el barrio de…, donde puedes conseguir una de las comidas o cenas francesas mejor cocinadas y más baratas que conozco, con una excelente botella de Beaune, por tres [chelines]-y-seis [peniques]; y que no voy a ser tan idiota como para hacerle publicidad». O sea, que el desaire específico a los lectores es obra del traductor, no del yo narrador de la novela, probablemente un alter ego de Mr. Jerome.

 

En Alemania, donde sobrevivo, cada vez que el partido Los Verdes se encuentra metido en una encrucijada, o en las conversaciones de sondeo para formar una coalición de gobierno, no es raro que los comentaristas políticos se dejen caer con una frase involuntariamente cómica: «Die Grüne müssen Farbe bekennen [Los Verdes tienen que decidirse por un color]»: pleonasmo que los más avispados en dar gato por liebre quieren vender como ironía, no siendo más que un chiste malo: un chiste alemán, diría el pueblo andaluz.

Es un ejemplo paradigmático de cómo el idioma se independiza de sus contenidos igual que cualquier aprendiz de brujo. En un principio yo había pensado que la frase provenía de la Edad Media, de los torneos, porque Farbe significa «color» y bekennen algo así como «profesar, confesar, declararse partidario», de tal manera que en un sentido literal la expresión querría decir «decidirse por un color», y en sentido traslaticio, que es aquél en que hoy se emplea, «tomar partido». Pero no, aunque ese sentido traslaticio sí es correcto, la expresión Farbe bekennen proviene del lenguaje de los jugadores de cartas, es lo que en España, en el tute subastado, se diría «declarar el palo (a que se juega)».

Ahora bien, y volviendo a la frase de marras, si resulta que los miembros del partido ecologista, Die Grünen, Los verdes, que per definitionem son verdes, tienen que decidirse por un color, eso es tanto como hablar del color del caballo blanco de Santiago. Y la verdad es que cada vez más tengo la impresión de que el hipódromo periodístico está lleno de caballos blancos de Santiago. Para no hablar de los inevitables asnos, con perdón de Platero y Juan Ramón.

 

 

 

Ricardo Bada (Huelva, España, 1939), escritor residente en Alemania desde 1963. Coeditor allí de dos antologías de literatura española contemporánea, y en solitario, de la obra periodística de García Márquez y los libros de viaje de Camilo José Cela. Editor en España de la poeta costarricense Ana Istarú, y en Bolivia de la única antología integral en castellano de Heinrich Böll (Don Enrique).