Un traductor de tres premios Nobel, Francisco Úriz

Viernes, 26 de noviembre de 2021.

El diplomático sueco Peter Landelius (Suecia, 1943-Chile, 2019) amó y cultivó las letras hispanas durante toda su vida. Movido por esa pasión, tradujo a su lengua un buen puñado de obras cumbre de la literatura escrita en español. Este artículo es un homenaje a su figura y a su legado.

 

Hace años, en su brillante discurso de investidura de 2004, José Luis Rodríguez Zapatero destacó la importancia que su Gobierno daba a la difusión de la cultura.

Como estábamos en vísperas de cumplirse los 400 años de la publicación de El Quijote quiso aprovechar la efeméride para potenciar la divulgación mundial de la novela de Cervantes.

En un mundo en el que existen miles de lenguas no hubo mención a los traductores del español.

Me extrañó esa ausencia. Porque si se trata de difundir el Quijote los traductores son pieza esencial para que llegue a más personas. Traductores que merecen que se les dedique, al menos, un poco de atención.

Supongo que esta evidencia se obvió por esa rutina de ningunear a los traductores o invisibilizarlos.

Al leer en unos apuntes mis comentarios al discurso y recordar aquellas buenas aunque vagas intenciones del Gobierno, me vino a la cabeza lo que dije en el homenaje a un notable traductor sueco del español:

Mi querido Peter: No, no pudo ser. Fracasé. En ese cuarto de hora ( o diez minutos ) de atención que nos otorga un Premio Nacional, un alto funcionario de cultura español me preguntó: «¿Qué más podemos hacer para difundir la literatura española en el extranjero?» Le contesté: «Estimular a los traductores. Mejorar las ayudas que ya funcionan y prestar más atención a los traductores destacados. Concediendo medallas, premios, distinciones a personas como Peter Landelius». La educada atención que me prestó no tuvo el menor efecto. Como de costumbre.

Así empieza el texto que le dediqué a Peter Landelius (1943-2019) en el homenaje organizado por el Instituto Cervantes en Estocolmo, una institución española con la que él había colaborado. Aunque el acto podría haberse celebrado en la embajada de Colombia, de Chile, de Argentina, de Perú, y en todas habría motivo de homenaje. O en el Ministerio de Asuntos Exteriores sueco donde se había desempeñado como servidor público durante décadas.

Con estas palabras le agradezco públicamente todo lo que ha dado a la cultura hispánica, y sobre todo a nosotros, a Marina, mi mujer, y a mí, a lo largo de más de 40 años de amistad y colaboración.

Me es difícil emplear el pasado cuando lo siento tan vivo traduciendo sus memorias donde se presenta como poeta, narrador, ensayista y diplomático, un europeísta militante y abierto al Tercer Mundo. Y, claro, como traductor. Basta con echarle un vistazo a su currículo para entender que fue un personaje desmesurado.

Lo conoció Marina hace más de cincuenta años en la presentación de su primera traducción, Veinte poemas de amor (1967) de Pablo Neruda. «Es un chico majísimo», me comentó. Y yo lo conocí en 1974, recién casado con Nancy. En Cuba, adonde yo había ido para la confección del número especial de la revista Unión dedicado a la literatura sueca, en el que participó con un par de traducciones.

Viví el vacío que les hacía la Cuba oficial, especialmente a su esposa. Les envié mi traducción del poema de Lars Forssell Un hombre y una mujer que lleva la siguiente cita de Lenin: «Camarada Stalin: Te has permitido decirle por teléfono a mi mujer una grosería y seguir luego gritándole de la manera más insolente. No necesito subrayar que todo lo que hagas contra mi esposa está también dirigido contra mí». Siempre me agradecieron aquel envío.

Luego Marina, en Cuba, también sufrió, indirectamente, con ese trato, aunque lo compensaba el cariño que le tenían intelectuales como Eliseo Diego.

De allí surgió la chispa de una larga amistad que fuimos construyendo en París, Madrid, Buenos Aires y sobre todo en Estocolmo. Nos íbamos a entender bien.

Poco antes de incorporarse a su puesto de ministro en la embajada sueca en Madrid, hablamos de personas que debía conocer y le sugerí un trabajillo. Lo recuerda con buen humor en el prólogo de la edición de su traducción al sueco de La regenta (1986) bromeando con que Paco (es decir, yo) lo había obligado a comprometerse a traducir esa novela.

Su dedicatoria en mi ejemplar: «Al amigo Paco, principal culpable de esta traducción, con un abrazo del que la hizo».

En el prólogo se le escapó llamarme constructor de puentes. Antes nos habíamos cachondeado de la repetida metáfora de los políticos que, cuando nos nombran, suelen llamarnos puentes… Y citábamos la frase de El libro de Manuel de nuestro admirado Cortázar: «Un puente es un hombre cruzando un puente, che». Tampoco nos gustaba la expresión, utilizada en todo el mundo, con la que se denomina la ayuda a la difusión de las literaturas, ayuda a la traducción, en lugar de ayuda al traductor que es el que tiene la inquietante costumbre de comer todos los días.

Durante su estancia en España preparé con Marina un número especial sobre Suecia del diario zaragozano El día de Aragón y allí apareció un artículo de Landelius que termina con una profecía que se cumplió poco después: «Si en España hay una Casa del Traductor será gracias a Francisco J. Uriz».

Empezó a traducir tarde —traducía del francés, inglés y, sobre todo, del español— pero se creó un currículo espectacular por cantidad y sobre todo por calidad. Fue a raíz de su labor como acompañante oficial de Gabriel García Márquez, premio Nobel, en su viaje para la recepción del premio, cuando empezó a traducir en serio. De García Márquez tradujo ocho novelas. También tradujo a Julio Cortázar (Rayuela), a Pérez Galdós, Sábato, Vargas Llosa (siete novelas), etc. Él bromeó alguna vez diciendo que era uno de los pocos traductores que habían traducido a tres premios Nobel.

En sus memorias escribió: «Traducir ha sido mi placer recurrente en todas las épocas del año. Con el tiempo he ido aprendiendo a hacerlo mejor. Traducir un buen libro es un placer y hay que hacerlo bien. Si los editores supiesen cómo me gusta la tarea dejarían de pagarme».

Y en el prólogo a su traducción de Fortunata y Jacinta, aclara: «Traducir libros no es mi profesión, pero empiezo a pensar que es mi vicio /podríamos decir droga/; Paco me ha convencido para ocuparme de este trabajo de Sísifo». En su dedicatoria al ejemplar de mi mujer: «A Marina, este testimonio de mi fidelidad a Madrid».

Trabajó toda su vida en el Ministerio de Asuntos Exteriores, donde empezó su brillante carrera a los veinticuatro años como secretario del ministro y culminó su carrera de embajador en Guatemala, Venezuela y Argentina. Ante su viaje para tomar posesión de su cargo en este país, estuvimos argumentando el marrón que se le venía encima: el no-Nobel a Borges y el papel de Artur Lundkvist en el asunto.

Sus libros sobre Europa, Europa y el toro y Europa y el águila, en el que se ocupa de las relaciones del viejo continente con EE UU, lo retratan como un europeísta militante.

Landelius escribía regularmente en la prensa sueca artículos sobre temas literarios o políticos.

Supimos de la existencia de la prensa de patos por el gastrónomo que Peter llevaba dentro y de la ilusión que le hacía tenerla en casa, así que pensamos regalarle una, hasta que nos topamos con la dura realidad del precio. La que encontramos valía tanto como una cocina completa de Ikea…

Admiramos y disfrutamos de su talento de «cocinillas», y dejó constancia por escrito de esa pericia y de su cultura culinaria en el suculento libro de cocina Guacamole och svenska krusbär, lleno de sugerentes recetas, también algunas de sus amigos, y de agudos comentarios.

En el prólogo hay una anécdota que retrata su nivel en la cocina: el asombro de su futura suegra tras invitarla a cenar en su casa: «Hija mía, ¿estás segura de que este señor es el primer secretario de la embajada y no el cocinero?»

En sus memorias hay un comentario de su tía a su vertiente de sibarita: «¡Cómo puedes votar a los socialdemócratas tú, al que le gusta tanto el caviar!»

Hace unos años, un legendario entrenador de hockey sobre hielo, Tommy Sandlin, decía para explicar lo que quedaría de su inmenso prestigio: «Mete la mano en una jarra de agua, sácala y mira lo que queda. Es tu futura huella en el mundo». Una buena traducción de «Vanidad de vanidades y todo vanidad» del Eclesiastés.

Yo espero que la laboriosa mano de Peter Landelius quede presente como algo más que un recordatorio en la historia del trasiego de las literaturas mundiales.

La última vez que nos vimos, en la visita que nos hizo con Nancy en nuestra casa de Sundbyberg, pocos meses antes de su muerte, nos hablaba con entusiasmo juvenil de la traducción en la que estaba metido: Los trabajos de Persiles y Sigismunda de Cervantes que le quedó a medio hacer. Sé que si hay segunda oportunidad Peter Landelius seguirá con el Persiles hasta acabarlo.

 

Francisco J. Uriz (Zaragoza, 1932) trabajó en Suecia cerca de treinta años en los campos de la enseñanza y la traducción literaria. En 1989, de vuelta en España, fundó en Tarazona la Casa del Traductor. Es autor de dos libros de memorias, Pasó lo que recuerdas y Accesorios y complementos, y de Poesía reunida, traducida a varias lenguas europeas, pero es ante todo traductor de autores nórdicos, entre los que encontramos nombres de la talla de Kjell Espmark, Ingmar Bergman, Artur Lundkvist, August Strindberg, Per Olov Enquist o Lars Norén. Gracias a él disponemos de amplias antologías de la obra de los poetas nórdicos más destacados. En 1985 el Gobierno sueco le concedió la medalla Illis quorum por su labor cultural y al año siguiente la Diputación Provincial de Zaragoza, la medalla de Santa Isabel. En 1974, en Bulgaria, premiaron con la Arqueta de Plata la versión televisiva de Mear contra el viento, guion escrito en colaboración con Jorge Díaz. En 1996 ganó el Premio Nacional a la mejor Traducción y, en 2012, el Premio Nacional de Traducción por la labor de toda una vida. En 2008 el Gobierno español le entregó la Encomienda de la Orden del Mérito Civil.

Peter Landelius en la Wikipedia sueca.

Fundación Euroamérica: Necrológica de Peter Landelius.

Peter Landelius, el sueco que se enamoró de América, El País, 19 de mayo de 2019.

La maja desnuda