Lunes, 10 de mayo de 2021.
Interprètes au pays du castor, Jean Delisle, Presses de l’Université de Laval, Quebec, 2019. 374 páginas.
Jesús Baigorri Jalón, Grupo Alfaqueque, Universidad de Salamanca.
Jean Delisle lleva más de cuarenta años empeñando su talento historiográfico y literario en sacar a traductores e intérpretes del arcén de la historia, reivindicando particularmente su importancia en la construcción de Canadá. Este nuevo libro, escrito en colaboración con Gabriel Huard y Alain Otis y galardonado con el Grand Prix de Traductologie (2021) de la Sociedad Francesa de Traductología, es un paso significativo en esa trayectoria.
El libro contiene las historias de quince intérpretes que acompañaron a franceses y británicos en la exploración y colonización de Canadá y, en parte, Estados Unidos, presentadas en trece capítulos ordenados cronológicamente a lo largo de cuatro siglos, con una narración minuciosa, casi novelesca, de aventuras y desventuras, apoyada en un esfuerzo investigador ingente, por la información que aporta, incluida la visual (grabados de época, iconografías modernas y algunos mapas). A aquellos territorios habitados por pueblos muy diversos que se extienden desde las costas orientales de Norteamérica hasta el Ártico, con una naturaleza exuberante de bosques, ríos y masas de agua difíciles de sortear, espacios helados e inviernos durísimos, empiezan a llegar a partir del siglo XVI desde Europa cazadores de ballenas, tratantes de pieles (no solo de castor) y de otros productos, militares y misioneros. En medio de esa galería de personajes aparecen los intérpretes —muchísimos más que aquellos quince, según va desgranando Delisle— como protagonistas necesarios para facilitar la comunicación a cambio de una remuneración habitualmente generosa. Es un relato con hechuras de guion cinematográfico para una o varias películas con sabor a «conquista del Oeste», en las que la realidad supera a la ficción.
El análisis exhaustivo de las fuentes, esencialmente secundarias, le permite a Delisle llegar a una tipología de intérpretes cuyas funciones no son excluyentes entre sí: acompañantes y guías de los exploradores, colaboradores de las autoridades civiles, agentes militares, traficantes o emisarios de compañías de pieles, y ayudantes de los misioneros. Esta clasificación demuestra que el conocimiento de las lenguas y el entorno es una herramienta imprescindible para el comercio, la diplomacia y también la guerra —objetivos a menudo entrelazados— y que, por tanto, el concepto de interpretación es polisémico. Aunque el autor se refiere a los intérpretes como ouvriers des langues et du discours évanescent y como oreille qui parle et ses paroles meurent à l’instant même où elles naissent (p. 3), queda claro que sus funciones fueron más allá de la palabra. Sin aquellos y aquellas intérpretes, los militares, los tratantes y los misioneros europeos no habrían podido encontrar las rutas desconocidas ni aprovechar los recursos de una economía cazadora y recolectora, en la que construir una canoa o un iglú, o interpretar las señales de la naturaleza, eran clave para su supervivencia. Por eso en algunos momentos de mi lectura me vino a la memoria la película Dersú Uzalá (Akira Kurosawa 1975), basada en el libro de igual título de Vladímir Arséniev sobre su expedición al este de Rusia entre 1902 y 1907, tan real como los retratos de este libro.
Se acepta comúnmente que para ser intérprete hay que conocer los idiomas entre los que se interpreta, dominar los elementos básicos de las culturas entre las que se media, tener una técnica de interpretación apropiada y atenerse a unas normas deontológicas. Los retratos de este libro permiten ver de qué idiomas se trató —por simplificar, los de los pueblos amerindios de la zona y de los inuit, además de los europeos occidentales— y qué funciones tuvieron según los territorios —alguno sirvió de lingua franca—. Un apartado clave es la variedad de formas de aprendizaje de los idiomas y culturas y el consiguiente juego de identidades fronterizas de aquellos personajes: 1) el secuestro, con ejemplos de amerindios capturados por los colonizadores para hacer de intérpretes (los iroqueses Domagaya y Taignoagny), indígenas capturados por otros indígenas (Thanadeltur, de la nación na-dené, capturada por los cri), europeos capturados por indígenas (Louis-Thomas Chabert de Joncaire, por los iroqueses; John Tanner, por los ojibwe); 2) el mestizaje (Élisabeth Couc Montour, hija de soldado francés y de algonquina; Jerry Potts, de padre escocés y madre kainai) y 3) la inmersión de los europeos entre las comunidades autóctonas por razones diversas (Étienne Brûlé; John Long; Jean L’Héreux) y de los autóctonos en las comunidades europeas (el inuit Tatannoeuck Augustus aprende inglés en el fuerte Churchill, y la inuit Tookoolito en la bahía de Cumberland). Aquellos procesos no condujeron a una simetría en el conocimiento de los idiomas, de modo que la calidad sería dudosa en no pocas ocasiones (p. 53). Delisle se refiere constantemente a la importancia del conocimiento de las variadas culturas autóctonas. Por ejemplo, si el intérprete Joncaire no hubiera entendido las metáforas sobre el fuego o los árboles de los iroqueses que lo habían secuestrado no habría podido interpretar entre ellos y los franceses (p. 132). Tampoco las culturas de franceses y británicos eran uniformes. Por ejemplo, las discrepancias entre los misioneros, ávidos de evangelizar y aculturar a los salvajes —a veces batallando contra los estragos causados por el choque biológico o por la codicia de los negociantes de bebidas alcohólicas— sobre qué versión del cristianismo era la ortodoxa hicieron que John Tanner se viera inmerso en la batalla entre baptistas y presbiterianos (p. 168).
En cuanto a las técnicas de la interpretación, señalo como ejemplos que Jerry Potts interpretaba de forma muy concisa hacia el inglés, mientras que usaba una retórica florida cuando interpretaba para los autóctonos (p. 282), porque para estos receptores el envoltorio era tan importante como lo que se decía. Lo mismo cabe decir de Joncaire, muy hábil en el manejo de los rituales de los iroqueses, sin el que no habrían tenido éxito las negociaciones con ellos (p. 132).
Por último, en lo que respecta a condiciones de trabajo, eran muy variables, pero por lo general los intérpretes estaban bien remunerados. También las intérpretes: Élisabeth Montour recibía un salaire d’homme cuando actuaba como interpretress (p. 148-151). Sobre el código deontológico, el libro revela la mezcla de intereses privados de algunos intérpretes, incluida su supervivencia, en el ejercicio de sus funciones y también la existencia de la traición: unas veces se traiciona a los franceses a favor de los autóctonos (los iroqueses Domagaya y Taignoagny, pp. 22-23; y el francés Brûlé, p. 60) y otras se cambia de lealtades entre autóctonos, franceses e ingleses según las circunstancias (Élisabeth Montour, p. 155).
Frontenac, gobernador de Nueva Francia, contempla en 1681 la creación de un cuerpo permanente de intérpretes remunerados por las autoridades de la colonia, que no llegará a cuajar (p. 75). Por cierto, en el imperio colonial español había intérpretes de plantilla en las Audiencias desde comienzos del siglo XVI. Colbert había instituido en 1669 la escuela de jeunes de langues para formar a intérpretes en los idiomas del Levante, una indicación quizá de la percepción oficial de la geopolítica de las lenguas y culturas. El libro describe algunos casos en los que los salvajes, incluidos algunos intérpretes, fueron exhibidos ante el público occidental como objetos de circo o de zoológico.
¡Buena lectura!
Jesús Baigorri es profesor titular de interpretación en el Departamento de Traducción e Interpretación de la Universidad de Salamanca (jubilado en 2013). Miembro fundador del Grupo de Investigación Alfaqueque (2008). Redactor de actas (1989-1992) e intérprete de plantilla (1992-1999) en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York. Licenciado en Geografía e Historia (1975) y doctor en Traducción e Interpretación (1998) por la Universidad de Salamanca. Profesor de Geografía e Historia en Salamanca (1978-1985, I Premio Nacional «Giner de los Ríos» a la innovación educativa con el Grupo Cronos, 1984) y en Londres (1985-1989). Autor y editor de una docena de libros sobre interpretación y traducción. Su último libro publicado es Lenguas entre dos fuegos. Intérpretes en la Guerra Civil española (1936-1939) (Granada: Comares 2019), cuya traducción al inglés por Holly Mikkelson está en prensa.