Viernes, 12 de marzo de 2021.
De manera insólita, durante estos últimos días la traducción literaria se ha convertido en tema de debate no solo en los foros especializados sino también en la prensa internacional. El asunto estalló a principios de mes de marzo y no era fácil adivinar entonces las dimensiones que iba a tomar la polémica. Hasta tal punto que ha dejado de ser un debate sobre traducción literaria, si es que lo fue alguna vez, para convertirse algo de mucho mayor calado político.
El lunes 1 de marzo de 2021 iniciamos una conversación en la lista de distribución de ACE Traductores (véase aquí la segunda parte del debate) con este mensaje:
Carmen Francí: Un asunto que nos atañe directamente y al que tal vez se le ha prestado poca atención. ¿Cómo eligen los editores? ¿Qué criterios tienen?
Según un interesantísimo artículo de Fruela Fernández, la elección de los editores dista de ser neutra (en los casos que él estudia, por ejemplo, los editores tienden a elegir varones para las obras de mayor prestigio).
The Guardian cuenta hoy un interesante caso en el que las redes sociales han considerado que el editor se había equivocado en su elección del traductor:
En España, a día de hoy, solo habla de ello ABC:
Marieke Lucas Rijneveld, que había sido la persona seleccionada para traducir al holandés el poema leído por la norteamericana Amanda Gorman en la toma de posesión del nuevo presidente norteamericano Joe Biden, ha decidido renunciar al proyecto después de la polémica que se ha suscitado en las redes sociales porque no es de ascendencia africana.
Marieke Lucas Rijneveld, de 29 años, se hizo célebre por haber sido el primer escritor holandés y el más joven en haber sido galardonado con el premio Booker de novela por su obra La inquietud de la noche que ya había sido un éxito en los Países Bajos.
Pero a partir de los datos que tenemos, ¿qué os parece?
¿Es lógico que el editor prefiera un traductor «espejo» del autor original?
Mismo sexo, mismo color de piel, mismo origen, misma franja de edad que el autor…
Daniel Najmías: Es un tema de moda bajo el epígrafe de lo que ha dado en llamarse apropiación cultural.
Maite Fernández: Interesantísimo el estudio de Fruela Fernández, que leeré con atención, así como el tema que planteas. Yo le veo lógica a la elección, pero, por otro lado, ¿qué pasa con la capacidad de ponernos en la piel de otra persona? ¿Y la compasión? Si no fuéramos capaces de eso, no podríamos traducir nada. Y lo que es peor, no saldríamos de nuestro ensimismamiento. De todas formas, no voy a opinar más hasta no haberme leído de cabo a rabo los artículos. Solo quería darte las gracias por plantear la cuestión.
María Teresa Gallego: Pues no sé cómo eligen los editores. Bueno, ciñéndome a mi caso, al cabo de tantos años ahora ya sé los que me llaman por qué me llaman. Pero al principio no sé por qué de repente Alianza me llamó para el primer libro de Maalouf, por qué Luis Magrinyà me llamó desde Alba cuando Alba está empezando hace casi 30 años, por qué me llamó de repente Anagrama para arrancar con Modiano (por poner tres ejemplos). No conocía a nadie por esos lares, sólo sé que un buen día me llamaron y con ellos sigo. [Alguno hubo que me llamó, hicimos un libro y lo dejamos correr de común acuerdo.]
Y no, no creo en absoluto que los editores encarguen las traducciones pensando en el sexo del traductor.
Carmen Francí: Es un asunto complicado. Está claro que el traductor tiene que ponerse en el pellejo de otro ser humano. Y si solo puede comprender a sus iguales, en una reducción al absurdo llegaríamos al momento en que solo podríamos traducirnos a nosotros mismos.
Pero al margen de esas consideraciones, está claro que cuando traducimos mundos, épocas, ideologías, edades o situaciones alejadas de nuestra manera de sentir, tenemos que hacer un esfuerzo adicional. Y puedo imaginar que el esfuerzo no compense o que el resultado no sea satisfactorio. Hay fronteras para la empatía y mundos muy alejados o incompatibles con el nuestro.
María Teresa Gallego: Pues que haya que «emparejar» por alguna característica personal o vital (raza, sexo o lo que sea) a traductores y autores me parece de locos estrambótico-pijos. Eso siendo educada. Hala, me ausento un rato que me está esperando un señor homosexual para que lo traduzca.
Arturo Peral: Yo recuerdo una conversación con un editor que sostenía que la literatura escrita por mujeres solo la podían entender de verdad las mujeres, y por eso un libro de una autora no debía traducirlo un hombre. Yo no estoy de acuerdo con ese planteamiento, porque creo que para traducir bien hace falta empatía. Al fin y al cabo, estamos hablando de experiencia humana, y, aunque yo no haya vivido las experiencias que quedan plasmadas en un libro, puedo entenderlas y transmitirlas adecuadamente.
Sin embargo, creo que en este tema se mezclan varios asuntos. No creo que sea tanto una cuestión de que haya que ser blanco, negro, hombre, mujer, trans u homosexual para traducir bien a determinados escritores. Creo que es más una cuestión de visibilidad y de compromiso, una postura de activismo a favor de las minorías, no tanto un debate sobre la calidad de los traductores.
María Teresa Gallego: O sea, pensar como y decir con Terencio, que ya lo dijo en el año 156 ac, «Homo sum, humani nihil a me alienum puto». A eso es, aunque no solo, a lo que llamamos humanismo. Y ¿se puede ser traductor sin ser un humanista?
Arturo Peral: Sí, un traductor ha de ser humanista, pero además puede ser muchas otras cosas que inciden en su identidad. Y hay editores que pueden querer buscar colaboradores más allá del humanismo y priman otros factores identitarios por cuestiones ideológicas, o incluso comerciales. Por eso, no creo que sea un tema relacionado con la capacidad de un profesional de traducir, sino más bien con una reivindicación de protagonismo y visibilidad.
Carmen Francí: Sí, es lo que decía antes Daniel: no creo que las redes hayan rechazado a la traductora elegida por incompetente sino por otras cuestiones.
María Teresa Gallego: Lo de motivos «comerciales» sí me lo creo, mira. Y no me parece elogiable, qué quieres que te diga. Por lo demás, yo creo que somos unos «mandados» y que eso es lo que tenemos que ser. Así que seremos lo que sea el autor del libro que traduzcamos en cada momento. O sus personajes. Fielmente. (Me parece perfectamente posible. Fui un SS homosexual e incestuoso en Las benévolas)
Maite Fernández: Coincido con Arturo en que han primado otros factores.
Es probable, de todas maneras, que haya un interés comercial detrás de todo esto, pero, por otra parte, no lo critico, la discriminación positiva a veces es necesaria para dar visibilidad a grupos con menos poder.
Y para muestra, el informe de Fruela sobre la valoración de las traducciones llevadas a cabo por mujeres, que es demoledor.
María Enguix: No sé si habéis leído el artículo de Janice Deul. Esta mujer no cuestiona que Marieke Lucas pueda a traducir a Amanda Gorman por ser blanca. Al parecer, Marieke Lucas es una persona jovencísima que ha tenido mucho éxito con sus últimas novelas y poemarios y ha logrado una gran visibilidad en el panorama literario de su país (veo que está traducida en Planeta también). Al parecer, ni siquiera es traductore de profesión, sino escritore (quizá ese sería otro debate interesante). Janice Deul ni siquiera entra a debatir eso en su artículo; es más, dice que no duda de sus cualidades. Al parecer, a los editores de Amanda Gorman y a la propia Gorman les pareció muy bien la propuesta de Marieke Lucas como traductore, precisamente por su perfil, porque le atribuyeron cierta sensibilidad afín a Amanda Gorman, por ser una joven promesa, etc., etc. Lo que dice Janice Deul es que hay escritoras negras que podrían hacer esa traducción (y cita a unas cuantas: Munganyende Hélène Christelle, Rachel Rumai, Zaire Krieger, Rellie Telg, Lisette MaNeza, Babs Gons, Sanguilla Vabrie, Alida Aurora, Pelumi Adejumo, Schiavone Simson) y que es una oportunidad perdida para darles más protagonismo y visibilidad en el panorama literario, que son talentos que lo tienen mucho más crudo por ser negras (creo que son todas escritoras, no sé si alguna traducirá).
Marieke Lucas escribió una reflexión sobre su decisión en forma de poema. Nadie está hablando de eso tampoco. Y luego se han desencadenado todas estas reacciones en el mundo de la traducción y por parte de las editoriales implicadas a raíz del jaleo que se ha montado.
Yo veo que el asunto se ha desvirtuado por completo.
Ángel Castelló Marín: Hola, compañeres: No suelo escribir mucho por aquí, pero creo que el tema lo merece. Leyendo vuestros comentarios se me ocurren varias cosas que voy a intentar organizar para que se me entienda lo mejor posible, ya que creo que es una cuestión delicada y, a la vista está, polémica.
Suscribo a que ha dicho María: el tema se ha desvirtuado por completo. Aun así, me sorprende la polémica que ha desencadenado y la manera tan reaccionara con la que los medios han decidido abarcar el asunto… Es más, me sorprende que todo el mundo esté cuestionando o debatiendo si una persona blanca puede o debe traducir a una mujer afrodescendiente cuyo discurso radica esencialmente en la raza y el género y en la opresión que se sufre por esas dos variables cuando justamente Rijneveld, que está en el ojo del huracán, acepta las críticas y actúa en consecuencia porque entiende, por el hecho de ser no binaria, lo que es la interseccionalidad y la importancia de que otras personas que no conocen su realidad ni saben o sufren en primera persona las opresiones que atraviesan, hablen por elle, sobre todo cuando se trata de un discurso de este tipo. ¿No os recuerda al clásico debate sobre hombres traduciendo obras feministas? Luise Von Flotow explica muy bien la problemática e incluso habla del feminismo antirracista en Translation and gender (1997), presentando varias quejas de mujeres escritoras racializadas que denunciaban la occidentalización (y el exceso de blanquitud) de sus obras en las traducciones.
Como ya han comentado algunas compañeras, ya no solamente se trata del bagaje sociocultural inherente al discurso de Gorman y la capacidad de Rijneveld de transferirlo en su totalidad, que es a lo que se refería Desirée Bela Lobede con el comentario que ha mencionado Celia (Desirée es una activista feminista antirracista que ha publicado varios libros muy interesantes sobre el racismo en España, dicho sea de paso); también se trata de mujeres traductoras racializadas que quizás sí tienen esa misma capacidad e incluso pueden transmitir lo incendiario del discurso con la misma rabia y la misma sensibilidad porque, en palabras coloquiales, les toca de lleno y, sin embargo, no se les está teniendo en cuenta. ¿Por qué no darles la oportunidad y, así, se empieza a dar una visibilidad real a este colectivo (a veces muy olvidado)? Creo que sería una buena oportunidad para saber no solo lo que siente Amanda Gorman, sino también para intuir cómo esa traductora siente el racismo en sus propias carnes y la huella que deja en su traducción (lo cual nos ayudaría también a visualizar el panorama del racismo en nuestros países).
María Teresa Gallego: Si la interpretación, verídica probablemente, que se ha dado en alguno de los envíos a la lista sobre el tema, es que la elección para la traducción del poema está siendo un caso ajeno al oficio de traductor, un caso determinado en esta circunstancia concreta por un motivo de reivindicación y visibilidad de determinadas cuestiones sociales, políticas, o como queramos llamarlas, aprovechando la coyuntura de ahora mismo en los Estados Unidos, eso se sale de lo que estábamos hablando, a saber: ¿las condiciones personales, su vida, raza, sexo, edad, preferencias, del traductor, del profesional de la traducción, pueden invalidarlo para la traducción atinada, fiel, veraz y sentida de cualesquiera autores? Pregunta a la que creo firmemente que la respuesta es: no, de ninguna manera.
Si lo que ha sucedido es algo de otro rango, pues entonces no tiene que ver con lo que hemos estado debatiendo. Por supuesto que podemos, si lo deseamos, opinar sobre ello. Pero es otra historia.