Viernes, 26 de febrero de 2021.
Este artículo está basado en la presentación de Marta Sánchez-Nieves Fernández para el I Congreso Internacional «Modos de pensar: cuestiones actuales de traducción ruso-español/ español-ruso», celebrado en el Museo Ruso de Málaga en septiembre de 2019. En este congreso se dieron cita traductores de muchas especialidades y países, cuyo único denominador común era el par de lenguas de trabajo: el ruso y el castellano.
En este singular combate entre clásicos y contemporáneos tenemos tres asaltos de duración desigual, que en principio coinciden con los de todo proceso de traducción, pero voy a centrarme en las diferencias y similitudes de las dos categorías participantes en la liga literaria, puesto que es en ella donde se ha desarrollado mi carrera de púgil traductora, habitualmente en el bando de los clásicos.
Primero he de aclarar que en la categoría de contemporáneos combaten no solo autores vivos, por extraño que esto parezca, sino también todos los autores cuya obra no está libre de derechos, es decir, que la editorial que los ha seleccionado tiene que abonar por la cesión de derechos bien al autor, bien a sus herederos. Esta distinción de categorías influye en el desarrollo de los tres asaltos.
Empecemos por el primer asalto, cuya campanita de inicio suele ser un mensaje en nuestra bandeja de correo con una propuesta para traducir un libro. Lo habitual es que el promotor del combate sea una editorial, excepto en el caso de algún autor vivo que quiere autopublicarse para difundir su obra en España.
En ambas categorías y casos, el combate se rige por la Ley de Propiedad Intelectual española, que indica la obligatoriedad de firmar por escrito un contrato de cesión de derechos de explotación de la traducción. Personalmente, nunca he participado en un combate promocionado por un autor, normalmente desaparecen cuando se toca la cuestión monetaria, a los contratos ni llegamos.
En cuanto a los contratos de cesión con editoriales, la ley no distingue entre la categoría de clásicos y de contemporáneos, así que en ambos casos el contrato recogerá, entre otras cosas, la fecha de entrega, el plazo que tiene la editorial para publicar la obra (con un máximo de dos años), la tarifa y la duración del contrato.
No suele haber diferencias en la fecha de entrega en función de la categoría. Si en el caso de los contemporáneos hay cierto apremio porque el contrato con el autor marca un plazo de publicación, en el caso de los clásicos, sea o no una retraducción, la premura viene marcada porque no te pisen el proyecto. Y por su aparición en fechas señaladas, como pueden ser la campaña de Navidad, Sant Jordi o la Feria del Libro de Madrid.
La premura por celebrar el combate a veces influye en algo importante: la tarifa. Cuando hablamos de tarifas, hablamos no solo de una cantidad, sino de cómo cobramos esa cantidad: palabra del texto final, por 2100 caracteres con recuento de Word o si nos basamos en la plantilla tradicional utilizada en la época preprocesadores de textos.
Apenas hay diferencia de tarifa entre la categoría clásica y la contemporánea, alguna vez sí que vez he conseguido subirla dada la dificultad del combatiente o del nivel de preparación e investigación que exige. Pero, en realidad, mi experiencia me dice que la apuesta por la tarifa de las editoriales depende de la consideración que estas tengan por los púgiles traductores.
Por la literatura contemporánea apuesta el programa de subvenciones del Institut perevoda ‘Instituto de Traducción’ de la Federación Rusa, que puede cubrir parte de la inversión en traducción y las campañas de promoción, por lo que la editorial esté más receptiva a subir la tarifa. Las subvenciones también apoyan la categoría de los clásicos si se justifica la necesidad de la retraducción o es una obra inédita o traducida de forma incompleta (eufemismo de censurada, en muchas ocasiones).
Aparte de los datos ya señalados, en el contrato también debe aparecer el número de ejemplares de cada edición y la duración de la cesión de los derechos. Y aquí vemos otra diferencia entre ambas categorías. En la categoría de los contemporáneos se está condicionado por la duración del contrato con el autor de la obra original; en el caso de los clásicos, hay editoriales que prefieren alargarlo hasta el máximo que permite la ley para así rentabilizar la inversión. De todas formas, no debemos olvidar que, independientemente de los años estipulados en el contrato, si se venden todos los ejemplares de una edición y la editorial no reedita el libro, podemos darlo por extinguido. En la categoría de contemporáneos nos sirve de poco, puesto que sin los derechos de la obra original no podemos ofrecérsela a otra editorial; en el caso de autores libres de derechos, tenemos libertad para buscar otra editorial que nos publique de nuevo la traducción.
Y, para terminar con la parte de negociación y contratos del primer asalto, quiero fijarme en un apartado donde sí encontramos diferencias entre clásicos y contemporáneos: los royalties o derechos del autor de la traducción. Recordemos que, excepto en el caso de un contrato de tanto alzado, la remuneración por la traducción es un anticipo a cuenta de los derechos de autor. Por eso, el porcentaje de derechos debe venir fijado en el contrato. Los autores libres de derechos juegan a favor del traductor, dándonos un margen de negociación con la editorial. Yo suelo pedir que me lo suban cuando la tarifa máxima que me puede ofrecer la editorial está por debajo de mi tarifa habitual, pero no se sale del mínimo que me he fijado.
Para terminar el primer asalto, una última diferencia: en los combates con autores que no están libres de derechos es la editorial quien facilita el texto, esto no quiere decir que el archivo esté libre de erratas o incompleto, lo curioso también es que a veces me han llegado originales «autocensurados» por el autor, porque consideraba que había fragmentos que no interesaban en Occidente. U originales que diferían del original que se había utilizado en la traducción al inglés o al francés. Con lo que añadía una complicación al proceso de corrección, ya en el tercer asalto.
En el caso de combates con autores libres de derechos, lo habitual es que la editorial, cuyo ruso brilla por su ausencia, te pregunte si lo tienes o si tienes donde localizarlo. Hasta hace unos años sufría buscando las mejores ediciones en internet, pero ahora se puede recurrir fácilmente al servicio bibliográfico de la Biblioteca Estatal rusa, cuyas responsables ocupan el primer puesto en la lista de mis bibliotecarias rusas favoritas.
Con los datos bibliográficos facilitados, se puede solicitar el escaneo del material en el portal de Servicios Auxiliares de la biblioteca y recibir en un breve periodo de tiempo un archivo pdf con el material digitalizado. Como el rublo actualmente no cotiza mucho, esta fase de preparación no es especialmente cara. De serlo, es un gasto que asume la editorial sin problema alguno.
Una vez conseguido el material, se acaba el primer asalto y pasamos al segundo, donde la diferencia más notable es las veces que entran en acción los diccionarios históricos, el Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Castellana o el CORDE y el CREA para comprobar la fecha de entrada en la lengua castellana de algunos términos y saber si pueden participar en la liza. En cuanto a los diccionarios monolingües rusos, el diccionario de Vladímir Dal es apuesta segura para los clásicos, mientras que para los contemporáneos lo es el Diccionario enciclopédico de las hablas del pueblo ruso.
Este segundo asalto puede sufrir varios contratiempos con la aparición de la transcripción y la transliteración del alfabeto cirílico. Porque tenemos nombres heredados de transcripciones de otras lenguas, de otras épocas, pensados para especialistas, pero no para lectores de la calle. Personalmente, soy partidaria de cambiarlos si la forma anterior no era del todo correcta. Incluso de no transcribir siempre un nombre de la misma forma, sino utilizar una opción u otra otro según la finalidad del texto. Eso sí, siempre parto del mismo rincón del cuadrilátero, donde están las recomendaciones de la antigua asociación de profesores de ruso, y, desde aquí, experimento viendo cómo pronuncian las opciones elegidas mi familia, mis seguidores y mis contrincantes.
Por fin termina el segundo asalto y entregamos la traducción en plazo (día arriba, día abajo) y empieza el tercer y definitivo asalto, a veces un poco conflictivo y que puede acabar en pelea multitudinaria con la aparición de los profesionales de la corrección y, en contadas excepciones, de la revisión. Los revisores no suelen jugar en la liga literaria rusa, quizá por falta de especialistas o de tiempo en el proceso editorial.
Marta Sánchez-Nieves Fernández es licenciada en Filología Eslava por la Universidad Complutense, donde también realizó el DEA con un trabajo de investigación sobre el léxico carcelario en la obra Relatos del Kolymá del escritor Varlaam Shalámov. Ha sido profesora de ruso en la Escuela Oficial de Idiomas de Zaragoza y en la de La Laguna, y lleva casi veinte años traduciendo literatura rusa al español, combinando casi desde el principio la traducción editorial con la técnica y comercial. Fue Premio Esther Benítez en el año 2016 por su traducción de Noches blancas de Fiódor Dostoievski (Nórdica Libros). En el año 2018 obtuvo una mención especial del jurado en la V edición del premio la Literatura Rusa en España por la traducción de Relatos de Sevastópol de Lev Tolstói (editorial Alba) y también en 2018 y por esta misma traducción ganó el Premio Read Russia/Читай Россию en la categoría de literatura clásica del siglo XIX.