Viernes, 17 de julio de 2020.
Cincuenta y pico día de confinamiento por COVID 19. Es el tercer libro que traduzco desde que empezó esta pesadilla. Los dos anteriores los tenía a medias antes de, que no quiero dármelas de máquina, porque no soy un robot (¡captcha!).
Se trata de una obra del catalán, de un catalán muy nórdico, en un ambiente muy nórdico (nada más salir de la península, a la derecha) de valles y alta montaña, allá a finales del XIX y principios XX y contada un poco más tarde con salero y sentido del humor.
Y, traduciendo traduciendo, he llegado a una palabra que describe una realidad que desconocía por completo. ¡Qué maravilla! Me entusiasma traducir del catalán. No sé qué virtud tiene que siempre me descubre palabras nuevas ¡en castellano! Palabras que ni me imaginaba que pudieran existir. Pero existen, aunque sean regionalismos que solo se dicen en alguna parte del mundo castellanohablante, e incluso están en recesión, en desuso, en verdadero peligro de extinción, casi siempre porque la realidad que nombran pertenece al pasado.
Me entusiasma traducir del catalán. No sé qué virtud tiene que siempre me descubre palabras nuevas ¡en castellano!
Y lo que más me presta: las uso en la traducción (con cuentagotas y sin perder de vista que en el original produce la misma extrañeza) porque, aunque los regionalismos estén mal vistos por anacrónicos, la alternativa sería una perífrasis explicativa horrible que le quitaría gracia y (paradójicamente) naturalidad al relato. Además, en este caso, el contexto me lo permite porque, al tratarse de un ambiente rural y un poco antiguo, creo que cabe perfectamente, y sería muy cobarde si no aprovechara la ocasión de sacarla a respirar un poco. Por otra parte, considero que si yo he sido capaz de llegar hasta ella aunque no esté en el diccionario, el lector puede hacer lo mismo.
Pues bien, la palabra de marras es una que, en apariencia, resulta casi malsonante (por asociación con otra) y al principio la rechazo y sigo buscando alternativas. Encuentro otra que tampoco conocía y que tampoco está en el diccionario, «conjuratorio». Describe una realidad muy parecida, pero no exactamente igual, porque está en las alturas y la que necesito yo está a ras de tierra. Consulto con colegas, surgen palabras anfibias producto de búsquedas, hablamos de ellas, les damos vueltas…
Esa palabra, que en catalán es «comunidor», se refiere a un edificio de piedra con tejado y abierto a los cuatro vientos, situado por lo general detrás de una iglesia o en las inmediaciones, desde el que el sacerdote lanzaba invocaciones y ruegos para exorcizar algún peligro, por ejemplo, una tormenta.
Esa palabra, que en catalán es «comunidor», se refiere a un edificio de piedra con tejado y abierto a los cuatro vientos, situado por lo general detrás de una iglesia o en las inmediaciones, desde el que el sacerdote lanzaba invocaciones y ruegos para exorcizar algún peligro, por ejemplo, una tormenta
La palabra malsonante empieza a sonarme bien. Además encuentro la raíz en el DUE. No necesito más argumentos. Es que ¡es exactamente lo que busco, lo que necesito! Me reconcilio totalmente con ella, me la quedo y ¡la pongo!
La pongo toda emocionada y la palabra entra en el texto y está a sus anchas, como Pedro por su casa: ¡esconjuradero!
La pongo toda emocionada y la palabra entra en el texto y está a sus anchas, como Pedro por su casa: ¡esconjuradero!