Jueves, 11 de junio de 2020.
A propósito de un reciente tuit de Fernando Aramburu, en el que alababa a los editores que consignan en la cubierta de los libros el nombre de quienes los traducen, lógicamente muy celebrado por los traductores y no solo por ellos, VASOS COMUNICANTES le ha mandado unas preguntas a las que ha tenido la amabilidad de responder:
Bienaventurados los editores que consignan en la cubierta de sus libros el nombre de quien los tradujo. pic.twitter.com/Z4idDAwFBP
— Fernando Aramburu (@FernandoArambur) June 3, 2020
En el tuit: fotografía de la cubierta de los Cuentos, de Thomas Wolfe, traducción de Amelia Pérez de Villar para Páginas de Espuma; La librería, de Penélope Fitzgerald, traducción de Ana Bustelo para Impedimenta; Clásicos para la vida, de Nuccio Ordine, traducción de Jordi Bayod Brau para Acantilado.
Carlos Gumpert: ¿Cómo surgió ese tuit? ¿Por qué le parece importante visibilizar la labor de los traductores, como le agradecían muchas de las respuestas que recibió en Twitter?
Fernando Aramburu: Recibí por correo, en mi ciudad alemana de residencia, un ejemplar de los Cuentos de Thomas Wolfe, recién publicados en la editorial Páginas de Espuma. Ya antes de leer una línea, llamó mi atención lo bien editado que está el libro. Fue entonces cuando quise cerciorarme, digamos como última prueba de calidad, de si el nombre del traductor, en este caso de una traductora, figuraba en la cubierta, como así era. De la comprobación al tuit transcurrieron apenas unos segundos. Por lo demás, no me complace la palabra «visibilizar» en el contexto que nos ocupa. Quiero decir que no se trata tan solo de dar presencia en la tapa al traductor. Parece que nos gusta obviar el hecho fácilmente demostrable de que, cuando nos adentramos en una traducción, leemos la obra del traductor, no la del escritor original, aun cuando este se lleve la tajada mayor del mérito. Se trata, pues, no solo de reconocerle al traductor su parte de autoría, sino de no escatimarles un dato esencial a los lectores.
Se trata, pues, no solo de reconocerle al traductor su parte de autoría, sino de no escatimarles un dato esencial a los lectores
Carlos Gumpert: Usted mismo tiene cierta experiencia como traductor. ¿Aprecia alguna influencia de ello en su escritura?
Fernando Aramburu: La respuesta es sí. Claro que debería precisar que yo no he ejercido con regularidad el oficio de traductor. Con la salvedad de un par de encargos, traduje textos de un alto voltaje literario, en más de un caso elegidos o propuestos por mí al editor. Los traduje por vocación literaria, tratando de manera consciente de estudiar la técnica de escritura de autores alemanes de mi interés. Uno de ellos, Arno Schmidt, dejó huellas no difícilmente rastreables en algunas novelas mías. Hallé en este difícil escritor recursos que, con posterioridad, desarrollados a mi manera, me fueron altamente útiles para mi propia literatura.
Carlos Gumpert: Y, al contrario, claro, ¿qué relación mantiene con sus traductores extranjeros?
Fernando Aramburu: Nunca les niego mi ayuda. Los hay que me envían ristras de preguntas sobre dudas textuales que con gusto les resuelvo. Con mi traductor alemán llegué a reunirme en un local y estuvimos varias horas repasando páginas. Otros prefieren despachar el trabajo por su cuenta, sin solicitar mi colaboración o mi visto bueno. A muchos ni los conozco.
Carlos Gumpert: ¿Tiene algún traductor de cabecera? ¿Le orienta en ocasiones el nombre del traductor a la hora de elegir sus lecturas?
Fernando Aramburu: Tanto como de cabecera no, aunque hay nombres que me inspiran una inmediata confianza. Ya de joven solo leía a Dostoyevski en la prosa de Augusto Vidal. Me quedó la costumbre de comprobar la identidad de los traductores cuando hojeo obras de autores extranjeros en las librerías. Y aunque me sea desconocida la lengua del autor, es improbable que no note si la prosa de la traducción tiene o no calidad. Ya lo decía Miguel Sáenz: un traductor debe dominar antes que nada la lengua de llegada, que en muchos casos suele ser la suya materna.
Me quedó la costumbre de comprobar la identidad de los traductores cuando hojeo obras de autores extranjeros en las librerías
Fernando Aramburu Irigoyen (San Sebastián, 1959) está ya considerado como uno de los narradores más destacados en lengua española. De entre sus obras destacan Los peces de la amargura (2006, XI Premio Mario Vargas Llosa NH, IV Premio Dulce Chacón y Premio Real Academia Española 2008), Los ojos vacíos (2000, Premio Euskadi), Años lentos (2012, VII Premio Tusquets Editores de Novela y Premio de los Libreros de Madrid) y Ávidas pretensiones (Premio Biblioteca Breve 2014). Su novela Patria ha sido merecedora de unánime reconocimiento (Premio Nacional de Narrativa, Premio de la Crítica, Premio Euskadi, Premio Francisco Umbral, Premio Dulce Chacón, Premio Arcebispo Juan de San Clemente…).