Viernes, 22 de mayo de 2020.
Olivia de Miguel es licenciada en Filología Anglogermánica por la Universidad de Zaragoza y doctora en Teoría de la traducción por la Universidad Autónoma de Barcelona. Traductora literaria con diversas obras publicadas de autores clásicos y modernos de la literatura inglesa, norteamericana e irlandesa (Orwell, H. James, J. Stephens, Joan Didion, Willa Cather, e e cummings, G.K. Chesterton, Kate Chopin, Marianne Moore y Virginia Woolf entre otros). Creadora del Máster en Traducción literaria y audiovisual del que es codirectora, así como del postgrado de traducción literaria on line de BSM-Pompeu Fabra. Ha sido profesora titular (1992-2013) de la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad Pompeu Fabra y vicepresidenta de la junta rectora de ACE Traductores. Premio Ángel Crespo de traducción 2006 por Autobiografía, de Chesterton, y Premio Nacional de Traducción 2011, por Poesía Completa, de Marianne Moore. Actualmente se ocupa de la traducción al castellano de los cinco volúmenes de Diarios de Virginia Woolf, tres de los cuales ya han sido publicados por la editorial Tres Hermanas.
Ana Alcaina: Empecemos por el principio: naces en La Rioja, estudias la carrera de Filología Anglogermánica en Zaragoza y te instalas en Barcelona, de donde prácticamente ya no te has movido (más allá de tu paréntesis en Irlanda y tus incursiones habituales en las tierras del Ebro). ¿Cómo fue tu llegada y tus primeros años en Barcelona? ¿Fue aquí donde tuviste el primer contacto con la traducción literaria? ¿Cómo fue ese primer contacto?
Olivia de Miguel: Llegué a Barcelona en 1978 y los primeros años, con una niña pequeña y mi novio en la mili, fueron bastante duros. No conocía la ciudad y no tenía familia ni amigos, pero afortunadamente había trabajo y cuando terminé la carrera, lo encontré inmediatamente en una buena escuela. Trabajé durante seis años como profesora de inglés en secundaria y durante ese tiempo empecé a pensar en traducir literatura, algo que había deseado hacer desde antes de llegar a Barcelona, pero que por mis circunstancias no había podido abordar. Como no conocía el mundo editorial ni el modo de acceder a él, a principios de los 80 decidí matricularme en un curso de traducción literaria en el Instituto Norteamericano impartido por el traductor, ensayista y poeta, Sam Abrams. El encuentro fue providencial para mí, porque creyó que tenía madera de traductora, me animó a traducir y me presentó a dos de las autoras fundamentales en mi actividad como traductora: Kate Chopin y Marianne Moore.
Ana Alcaina: Fuiste profesora de Secundaria, has sido profesora titular de Traducción de inglés al castellano en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona y, además, coordinadora y profesora del Máster de Traducción Literaria y Audiovisual de la BSM-UPF. ¿Cómo has compaginado a lo largo de los años tu carrera académica con la traducción editorial? ¿Cómo has vivido tu paso por la Academia? ¿Qué ha supuesto para ti la enseñanza? ¿Echas de menos a tus alumnos? Y, lo más importante: ¿cómo les enseñabas a traducir?
Olivia de Miguel: La traducción y la docencia han sido dos profesiones que he compartido y ejercido siempre en paralelo; en realidad, este es el primer año que no imparto clases y solo traduzco. La enseñanza, tanto la secundaria como la universitaria, ha sido para mí fuente de gran satisfacción y enriquecimiento personal, un trabajo que me ha obligado a mantenerme alerta y en interacción constante con mis alumnos. Creo que he sido muy afortunada en la respuesta que he recibido por su parte a lo largo de estos años y sigo manteniendo la amistad con algunos de ellos. Además, con otros han surgido también relaciones laborales y de cooperación intelectual, como sucede en el Máster de Traducción Literaria que puse en marcha hace casi 20 años y en el que colaboran exalumnos de la facultad y del máster.
Para mí han sido dos tareas complementarias que han alimentado mi Jekill y mi Hyde; me han permitido que la parte más social, expansiva, comunicativa y extrovertida pueda convivir con la solitaria, obsesiva y silenciosa que también soy. Al mismo tiempo, la compaginación de las dos actividades y la tranquilidad en el aspecto económico que proporciona un trabajo fijo me han permitido elegir los textos que traducía. No obstante, no hay nada perfecto y si bien mis alumnos y la docencia los he disfrutado y, como decía, han sido fuente de satisfacción, no puedo decir lo mismo de la Academia como institución, con sus miserias, zancadillas y ramplonería. En fin, ese ha sido el peaje, nada nuevo, aunque siempre sorprenda encontrar esos vicios en un ámbito dedicado a la educación. Afortunadamente también ha habido colegas espléndidos y momentos para recordar.
A mis alumnos no los echo de menos. El año pasado llegó un momento en el que entendí que debía dejar las clases. Por primera vez en cuarenta años los sentí ajenos, lejos, me aburrían y seguramente yo también a ellos. Se acabó y me alegro de que así fuera. En cuanto a la última pregunta, creo que lo que les enseñaba fundamentalmente es a leer en profundidad, a poner en relación lo que leían con otros textos de cultura, y no solo literarios, y a sospechar permanentemente del texto.
Ana Alcaina: ¿Cuál ha sido tu mayor satisfacción como docente? ¿Y cuál ha sido tu asignatura favorita de todos los tiempos?
Olivia de Miguel: Ver a mis estudiantes romper el cascarón e insertarse en la vida adulta con sus trabajos en editoriales, como traductores, profesores, o en instituciones internacionales; verlos convertidos en doctores, leer sus artículos y saber de sus éxitos. En cuanto a la asignatura más interesante, la traducción literaria ha sido la disciplina que me ha permitido reunir dos ámbitos de estudio que me apasionan: la literatura y la traducción, y me ha dado la posibilidad de hablar y relacionar contenidos de disciplinas muy distintas.
Ana Alcaina: No sé si conoces esas páginas web donde los alumnos reproducen frases dichas en clase por sus profesores que, por ocurrentes, por escandalosas o por ilustrar la personalidad del profesor, les resultan memorables. Parece ser que, en tu caso, una frase memorable dicha por ti para tus alumnos fue: «Los traductores somos la esquizofrenia personificada». ¿Por qué crees que les ha impactado tanto esa frase y cuál sería para ti una de tus frases memorables, pensando sobre todo en las veces que has tenido que repetirla en clase, delante de esos traductores en ciernes?
Olivia de Miguel: No lo sé. A veces, los alumnos archivan en su memoria algunas expresiones de sus profesores que por algún motivo les hacen gracia. Con la esquizofrenia me refería a ese desdoblamiento entre lenguas y culturas al que el traductor se ve sometido. Quizás mi frase y recomendación más repetida haya sido «Hay que sospechar del texto» para prevenir a los estudiantes de las lecturas ingenuas que muchas veces les llevan directamente al error y otras a la falta de matices en su traducción. Los textos no son transparentes, vienen de algún sitio, se incluyen en una tradición, se relacionan con otros textos culturales.
Ana Alcaina: En 2011 obtienes el Premio Nacional por la traducción de Poesía completa de Marianne Moore. ¿Qué ha supuesto esta autora en tu vida, cómo llegaste a ella (o cómo llegó ella a ti) y qué supuso para ti este premio en su momento?
Olivia de Miguel: Como ya dije al inicio de la entrevista, fue el profesor Abrams quien me puso en contacto con Moore e insistió en que la leyera. La primera vez que lo hice no entendí nada y, un poco contrariada, me dispuse a devolverle el libro; sin embargo, cuando lo hice, él insistió en que lo volviera a intentar. Debió de pensar en el poeta Randall Jarrell que, a propósito de los poemas de Moore, decía: «No los entiendo del todo, pero me encanta lo que entiendo y, lo que no entiendo, me gusta todavía más». Como Auden, que tampoco los entendía, aunque se «sentía atraído por aquel tono de voz», yo también insistí, y su lectura me llevó a investigar, a estudiar la vida de algunos animales, a conocer plantas y bestiarios medievales, a ejercitarme en la contención expresiva, en la reticencia, en la elipsis y, finalmente, a traducirla. Primero, preparé una antología que titulé Pangolines, unicornios y otros poemas y que Jaume Vallcorba, a pesar de saber que era un libro de venta difícil, publicó en 2005. Tiempo después, Andreu Jaume que había leído la antología me propuso traducir su Poesía completa para Lumen, que obtuvo, como bien dices, El Premio Nacional en 2011. El premio supuso el colofón a una larga y continuada love story con la poesía de Marianne Moore, una poeta esencial que merecía tener al fin en castellano una edición de su poesía completa preparada con mimo, dedicación, calma y supongo que algún acierto.
Ana Alcaina: Anteriormente ya habías ganado el Ángel Crespo por la Autobiografía de Chesterton. Si te dan a elegir, ¿traducción de prosa o de poesía? ¿En qué medida sufres o disfrutas traduciendo poesía?
Olivia de Miguel: Pues el disfrute o el sufrimiento dependen del texto y no tanto del género. La única diferencia para traducir uno u otro es mi mayor tolerancia con la prosa. Una novela o un ensayo pueden tener pasajes, páginas e incluso capítulos que flaqueen y los puedo traducir tranquilamente, con gusto, diríamos que profesionalmente, pero un poema tiene que ser espléndido o al menos yo tengo que establecer una relación emocional o estética profunda con él; si no es así, no me funciona ni me interesa traducirlo. Cuando esa relación se da, el disfrute es incomparable.
Ana Alcaina: Fuiste vicepresidenta de la junta de ACE Traductores de 2010 a 2015. Anteriormente ya habías formado parte de la junta de ACEC, de modo que podríamos decir que estás curtida en las lides reivindicativas de los derechos de los traductores literarios. A partir de tu experiencia y en comparación con otras épocas pasadas, ¿cómo ves el panorama actual, tanto en el asociacionismo como en la propia situación laboral del conjunto de la profesión?
Olivia de Miguel: Creo que el asociacionismo ha cambiado radicalmente la forma de enfocar la profesión. A mediados de los 80, cuando yo empecé, la traducción era algo muy amateur, y no creo que lo amateur tenga un estatus inferior a lo profesional, pero son aproximaciones distintas a un mismo objeto y que no están necesariamente ligadas. Creo que el asociacionismo ha sido fundamental no solo para conseguir mejoras laborales, sino también para el modo en el que el traductor vive la profesión como colectivo y no como simple individualidad atomizada. De todas formas, queda mucho trabajo por hacer y muchos logros que conseguir; es fundamental insistir en la importancia del traductor en el proceso y resultado final del libro, en el reconocimiento de su autoría, en una mejor retribución de su trabajo, en la posibilidad de que controle la tirada y venta real de sus libros; en fin, creo que la situación ha mejorado, pero hay que seguir batallando para tratar de eliminar la tremenda precariedad de la profesión.
Ana Alcaina: La editorial Tres Hermanas te encarga en 2017 la traducción de los Diarios de Virginia Woolf. ¿Qué satisfacciones te da traducir a la Woolf y qué disgustos? ¿Cómo has vivido estos años, inmersa en su mundo y en su cabeza?
Olivia de Miguel: Este ha sido uno de los encargos más bonitos que me han hecho nunca y también el que ha requerido por mi parte más aliento. Los Diarios son cinco volúmenes de casi 600 páginas cada uno, con muchos tonos distintos porque están escritos a lo largo de casi 20 años, y en los que, además de asistir a la evolución y crecimiento de una escritora y una mujer como Virginia Woolf, con sus comentarios sobre escritores y artistas y sobre su propio proceso creativo, asistimos a un desfile de personajes, acontecimientos literarios, políticos y sociales que han sido decisivos en la historia cultural y política del siglo xx. Quiero decir que, entre muchas otras cosas, hay que estar muy atenta a la enorme cantidad de referencias de todo tipo que aparecen en estos diarios y documentarse adecuadamente. Por suerte, este encargo me llegó en un momento en el que ya había dejado las clases en la Facultad y puedo traducirlos con mucha más tranquilidad.
Ana Alcaina: No puede ser casualidad que, como dices, Kate Chopin marque el comienzo de tu carrera como traductora literaria, Marianne Moore señale otro hito en el camino y ahora, Virgina Woolf te acompañe a todas horas. Siendo todas mujeres, ¿qué han supuesto estas autoras para el movimiento feminista y qué ha supuesto y supone el feminismo para ti?
Olivia de Miguel: Pues no, no es casualidad. Es cierto que he traducido autores y autoras y he disfrutado con unos y otras de manera similar, pero las autoras que citas junto con Joan Didion y Willa Cather me han abierto vías de pensamiento no solo como escritoras, sino también como mujeres que adoptaron papeles y perspectivas muy distintos respecto a la literatura y su posición en ella. Algunas de estas autoras, principalmente Virginia Woolf, son iconos del feminismo moderno, aunque no sé si Una habitación propia, Tres guineas u Orlando son obras leídas masivamente. ¡Ojalá lo sean! Pero Kate Chopin, cuya novela El Despertar traduje en los 80 por primera vez en España y por propia iniciativa, también es revolucionaria cuando, a la muerte de su marido, empieza a escribir su obra en la mesa de la cocina de su casa, rodeada de hijos, y se atreve a tocar tabúes sociales intocables como el peso de la maternidad. Y de una manera irónica, reticente y contenida, Moore construye un personaje que rompe clichés, también los del feminismo más ortodoxo.
Para mí el feminismo es un modo de estar en el mundo que muchas veces no tiene que ver con el sexo ni el género. Es la conciencia de la historia de marginación de las mujeres en el espacio público, en el uso de su propio cuerpo, en el control de su fertilidad, en la consideración como seres de segunda, sentimentales, histéricas, seres con el pelo largo y las ideas cortas, y explotables en función de su sexo. Para mí, el feminismo es parte de mi propia conciencia, no es una colección de consignas fáciles y victimistas, e incluye necesariamente la autocrítica, la indagación en la parte de responsabilidad que tenemos en lo que nos sucede.
Ana Alcaina: Estás, imagino, satisfecha con tu carrera profesional. ¿Cómo te definirías a ti misma como traductora?
Olivia de Miguel: No sé si satisfecha es la palabra. Cuando pienso en tantas personas que hacen trabajos que no les gustan, embrutecedores, aburridos o peligrosos, me siento contenta y agradecida por haber podido ganarme la vida en dos actividades que me han gustado y que he podido elegir. Como traductora soy una amateur, en el sentido original del término, pero como, además de amar mi tarea, cobro por ella, diría que soy una profesional amateur, en ese orden, porque lo de amateur profesional podría dar lugar a equívocos.
Ana Alcaina: Por último, no podemos rehuir el tremendo impacto que la situación en la que estamos, producida por la pandemia del coronavirus, va a tener sobre nuestro gremio. ¿Cómo has sobrellevado el confinamiento y cómo ves tú el panorama que se abre (o se cierra) para los traductores de libros?
Olivia de Miguel: Ojalá supiera cómo se puede rehuir o aminorar ese impacto, pero habrá que echarle grandes dosis imaginativas para seguir adelante. Yo soy de las que creen que el mundo no será mejor después de esto y que como sociedad no aprendemos absolutamente nada. Solo lo hacen algunos individuos y desgraciadamente el mundo de la cultura sufrirá doblemente en esta crisis que se avecina, porque quienes controlan el mundo no la consideran un bien esencial. Temo el impacto que pueda tener en las pequeñas editoriales independientes y en las librerías que pueden verse forzadas a desaparecer. Los grandes grupos aprovecharán la pandemia para recortar tarifas como sucede en todas las crisis y muchos traductores tendrán que buscar alternativas de trabajo. No soy optimista en un corto plazo, pero a medio plazo seguro que remontaremos y saldremos adelante. No iba a acabar un virus con uno de los dos oficios más viejos del mundo.