200 años de soledad: de la recepción de Adam Mickiewicz en España, Amelia Serraller

Viernes, 20 de marzo de 2020.

Este texto nace inspirado por El talón de Pushkin, de Marta Sánchez-Nieves Fernández. La elección de su amigo y rival el poeta Adam Mickiewicz (1798-1855) es hija de la necesidad –de ningún otro autor polaco existen cuatro versiones castellanas de un mismo poema— y una forma de reivindicar más traducciones para las literaturas eslavas.

 La literatura polaca no deja indiferente. O se ama –caso de la Academia sueca con Olga Tokarczuk, Argentina con Witold Gombrowicz o cualquier lector bienhumorado con Wisława Szymborska— o se ignora. Y el gran poeta del Romanticismo polaco Adam Mickiewicz no es una excepción. Cuenta con un selecto club de entusiastas, capaces de dedicarle décadas de su vida, como los profesores Ana León Manzanero (autora de la tesis El drama romántico polaco). y Fernando Presa. Pero si nos paramos en la Puerta del Sol y preguntamos a diez personas al azar por Adam Mickiewicz, ocho no sabrán qué decir y al menos dos imaginarán a un futbolista.

La misma operación en Polonia, Ucrania, Bielorrusia, Alemania y Rusia se saldaría con un resultado opuesto. Algo así como ocho disertaciones dignas de una enciclopedia, y los balbuceos de un bebé y un turista.

Pero, ¿cuáles son las razones para que uno de los principales poetas del Romanticismo europeo, equiparable a Goethe, Hugo o Pushkin en fama,  sea casi un perfecto desconocido –autor de culto en el mejor de los casos– en España? Son muchos los factores: por un lado, la ignorancia sobre la historia y la cultura de los países del Telón de Acero, propiciada por Franco, que obliga a abrumar con notas a pie de página o a arriesgarse a que los lectores no entiendan las alusiones.

Por otro lado, la fea costumbre, aún vigente en el pasado siglo, de retraducir del inglés o del francés las lenguas consideradas «exóticas». Desdibujadas las obras, tanto en el mensaje como en el estilo, los autores pierden su fuerza y gancho. Se impone así el criterio temático, que crea estereotipos. Así, el Holocausto, la Segunda Guerra Mundial y el comunismo monopolizan el mercado, cuando la literatura polaca es mucho más variada y cuenta con otros seis siglos de historia. Este sesgo mercantilista crea la falsa ilusión de que Polonia no tiene más que ofrecer que tragedias y un catolicismo con sabor a rancio.

De hecho, apenas podemos disfrutar en castellano de su principal bardo. Adam Bernard Mickiewicz de Poraj nació la Nochebuena de 1798 en la hacienda de su tío paterno de Zaosie, contigua a la localidad actualmente bielorrusa de Navahrúdak. En vida se le tenía por el poeta que mejor improvisaba en los salones europeos, y es uno de los autores que forja la imagen literaria de San Petersburgo (tercera parte de Los antepasados, ca. 1823) Así, las fantasmagóricas descripciones de Pushkin, la esperpéntica Avenida Nevski que retrató Gogol y el mísero lumpen proletariado peterburgués de Dostoyevski no hacen sino dialogar con la torva y lúgubre visión mickiewiczana. No obstante, todos coinciden en resaltar el impacto que causaba de la entonces capital del Imperio Ruso, donde la admiración es inseparable de la extrañeza.

Y es que el autor del Libro del peregrino polaco estudió en Vilna, fue desterrado por el zar por sus ideas políticas y huyó a París para conspirar allí por una Polonia libre. Entre medias, se exilió en Odesa y una vez allí, como viajero inquieto, quiso conocer la Península de Crimea. Esta será especialmente importante en su biografía, pues Mickiewicz morirá en 1855 de cólera en Constantinopla, actualmente Estambul. Un patriota como él no podrá permanecer ajeno a la guerra de Crimea entre dos gigantescos Imperios como el otomano y el ruso, involucrándose en el conflicto con la esperanza de que contribuyese a la independencia de Polonia.

 

Además, a este poeta byroniano le debemos dos de los grandes dramas y baladas del XIX polaco, como Los antepasados y Don Tadeo. Recogen el pasado glorioso de Polonia, no tan lejano (hasta 1795),  cuando se trataba de un amplísimo estado multiétnico, la Confederación Polaco-lituana, que aglutinaba varias naciones.

De ahí el célebre comienzo de Don Tadeo:

Litwo! Ojczyzno moja! ty jesteś jak zdrowie;
Ile cię trzeba cenić, ten tylko się dowie, Kto cię stracił…

¡Oh Lituania!, tierra mía, tú eres como la buena salud;
nunca supe valorarte hasta que te perdí…

No debemos permitir que nos confundan estas palabras. Como poeta  perennemente exiliado, para él la tierra lituana era parte irrenunciable de Polonia. Pensemos que, una vez repartida definitivamente en 1795 la Confederación, en el siglo XIX existieron de forma transitoria estados títeres como el Ducado de Varsovia (1807-1815), bajo la tutela de Napoleón o el posterior «Reino» o Zarato de Polonia, dependiente del Imperio ruso.

Como polaco por elección (no solo es su lengua materna, sino la literaria), el autor de Los antepasados quería reivindicar en sus epopeyas nacionales la tierra en la que había nacido, mantenerla vivo en la memoria colectiva para que las sucesivas generaciones no se dejaran engañar por simulacros de una independencia parcial, con un país mutilado.

Así, a este activista infatigable le debemos la visionaria esperanza de que, como «el Cristo de las Naciones», habrá una resurrección e independencia de Polonia. Verso a verso, paso a paso, historia a historia, en 1918 se hizo realidad esta profecía, con Mickiewicz bien muerto y enterrado junto a los reyes polacos en el panteón cracoviano del Castillo de Wawel.

¿Pero cómo traducir a un  escritor de verbo arrollador, devoto de la poesía, y que está en el ADN de cualquier polaco? A veces utiliza versos ajenos a nuestra tradición, como el tridecasílabo; otras, las alusiones a una Historia desconocida por estas latitudes como ocurre con la República de las Dos Naciones asusta a traductores y editores.

Y sin embargo, no podemos entender a grandes de distinto signo y género como el novelista Henryk Sienkiewicz, el poeta y ensayista Czesław Miłosz o el cantautor Marek Grechuta sin haberle leído  a Mickiewicz. Para muestra, un poema de juventud de este último, Inseguridad (Niepewność), genialmente musicalizado por el carismático cantautor:

 

Un libro infalible para perderle el miedo a Mickiewicz son sus Sonetos de Crimea, traducidos a 21 idiomas. De hecho, existen hasta cuatro versiones en español, caso insólito dentro las relaciones literarias hispano-polacas. Por desgracia, también revela la dificultad de conseguir visibilidad para un poemario incluido dentro de una antología. Esa es la génesis de la versión de Los Sonetos de Crimea que el ilustre poeta Juan Rejano (1903-1976) y Aurora de Albornoz editaron en Anthropos, como parte de su antología La mirada del hombre. Nueva suma poética, «en colaboración con la Señora Karmińska»; luego vino la traducción de Renacimiento (del añorado poeta Vicente Tortajada); por su parte, Antonio Benítez Burraco publicó, en la editorial de la Universidad de Valladolid, una sugestiva versión titulada Sonetos de Crimea. Farys, en 2007. Finalmente, el mencionado polonista Fernando Presa es el responsable de la antología Poesía polaca del Romanticismo para Cátedra (2014), que incluye la integral de todos los Sonetos de Crimea.

A pesar de que la poesía polaca hunde sus raíces en el Renacimiento (en la Edad Media todo ciudadano cultivado escribía en latín), hablamos de un poemario fundamental. Ni más ni menos que la primera colección de sonetos en lengua polaca. Merece por tanto la pena recrearse en el original, que comienza invocando el Diván de Oriente y Occidente al que cantara el insigne poeta alemán Johann Wolfgang von Goethe. Dentro de los Sonetos de Crimea, destaca el breve ciclo dedicado a la exótica ciudad de Bajchisarái, antigua capital de la dinastía Girey. Así, los números VI-IX describen la que fue ciudad de los kanes de Crimea entre los siglos XV y XVIII. Para quienes no hablen polaco debe sonar tan exótica como para los polacos resultaban estas latitudes:

 

Adam Mickiewicz, Sonety krymskie: Bakczysaraj w nocy

Rozchodzą się z dżamidów pobożni mieszkańce,
Odgłos izanu w cichym gubi się wieczorze,
Zawstydziło się licem rubinowém zorze,
Srébrny król nocy dąży spocząć przy kochance.

Błyszczą w haremie niebios wieczne gwiazd kagańce
Śród nich po safirowym żegluje przestworze
Jeden obłok, jak senny łabędź na jeziorze,
Pierś ma białą, a złotem malowane krańce.

Tu cień pada z ménaru i wierzchu cyprysa,
Dalej czernią się kołem olbrzymy granitu,
Jak szatany, siedzące w dywanie Eblisa

pod namiotem ciemności; niekiedy z ich szczytu
Budzi się błyskawica i pędem Farysa
Przelatuje milczące pustynie błękitu.

 

Las primera adaptación del soneto, desde el punto de vista cronológico, es obra del compositor del nacionalismo musical polaco Stanisław Moniuszko de 1867, y se puede escuchar en directo como el VI movimiento «Noche» (Noc) de sus Sonetos de Crimea para coro mixto, tenor solista y orquesta sinfónica:

Y ojo que no es la única, ya que Mickiewicz es un autor muy querido por los compositores clásicos, no solo por genios polacos de la altura de Chopin, que  arregló su Vete de mi vista (Moja pieszczotka, Cariño mío, 1825; Precz z moich oczu, una de las Canciones polacas de 1857), sino también por autores inmortales rusos como Mijaíl Glinka (К ней, Do niej, 1843), Piotr Iích Chaikovski (На землю сумрак пал, (Na ziemię opadłl zmierzchCayó el crepúsculo sobre la tierra, 1880), o compositores teutones, caso de  Carl Loewe, quien en 1835 creó un ciclo de Siete baladas polacas, que homenajeaba íntegramente a Mickiewicz.

Podríamos seguir enumerando adaptaciones a diferentes idiomas y tradiciones musicales del bardo polaco, pero en el caso del soneto que nos ocupa, son dos canciones. La anteriormente citada de Moniuszko y, casi un siglo después, otra homónima compuesta por Stefan Kisielewski, de 1955.

Por su parte, la que probablemente sea la primera versión castellana se integra en la antología La mirada del hombre. Nueva suma poética, compilada póstumamente por Juan Rejano y Aurora de Albornoz, con el inestimable apoyo de una competente y enigmática Señora Karmińska, de la que no se menciona el nombre de pila. No tiene rima, pero sí regularidad métrica. Es decir, un soneto alejandrino en verso blanco. Por un lado, se aleja de la ortografía polaca a la hora de reflejar los topónimos. Resulta sumamente fiel en su apuesta por conservar el exotismo del original, sumergiéndonos a los lectores en la cultura musulmana con extranjerismos como «djamides»o «izán». A la vez, las diferencias morfológicas entre polaco y castellano, lengua menos sintética al no declinarse, las soluciona con una licencia o recurso que consiste en multiplicar un rasgo presente en el original, como es el encabalgamiento. Pensemos que el talento rapsódico de Mickiewicz se salda encabalgando una sola vez en polaco.

Para terminar, en favor de esta traducción hay que decir que refleja impecablemente el tono del original. Mantiene además el atrevido juego entre el equilibrio clásico de un soneto, y una audacia propia del Romanticismo como es encabalgar en un sitio especialmente llamativo, entre los dos tercetos finales:

Bakchisaray de noche

Se van de los djamides los piadosos creyentes,
el eco del izán se pierde en el crepúsculo,
el ocaso en rubíes se enciende, el plateado
rey de la noche busca reposo con su amada.

En el harén del cielo, las eternas antorchas
de las estrellas brillan: se desliza entre ellas
una nube cual cisne somnoliento en el lago,
blanco el pecho, las alas áureas. Aquí la sombra

cae de los cipreses y de los minaretes,
más allá el negro círculo de las pétreas gigantes
cual demonios sentados en el diván de Eblis

bajo la oscura tienda. A veces, de su cima
despierta un rayo y, como un rápido jinete,
silenciosos desiertos del azul atraviesa.

Más cercana en el tiempo, con la proeza de incorporar la rima asonante y una peculiar apuesta por «domesticar» el original que diría el teórico de la traducción Lawrence Venuti, resulta la aportación de Vicente Tortajada reeditada por Renacimiento. Entre sus logros, consigue condensar los versos, que fluyen de forma impecable, y conserva el vocablo farís («jinete» en árabe), del que proviene la palabra alférez. Curiosamente, adelanta el encabalgamiento a un lugar más discreto, al principio del primer terceto:

La noche en Bajchisarai

Se va de las mezquitas la gente entre las voces,
la tarde echó postigos callando los rumores
Y en un cielo rojizo, todo entero de plata
viene el rey de la noche a encontrar a su amada.

Del harén de los cielos lucen filas de lámparas.
Una nube siguiendo el imposible mapa,
como un cisne bogando por un agua de bronce,
infla un pecho que bordan rutilantes cordones.

Minaretes, cipreses -turbias flores de lis-
se alzan. Grandes rocas de fantásticas crestas,
tal los diablos se asientan en consejo de Eblís,

rondel forman obscuro y desde sus cimeras
brota pronto el relámpago qué veloz tal Farís
recorre el horizonte en su mudez inmensa.

Por su parte, el profesor Antonio Benítez Burraco aporta la tercera versión,  que alterna el verso libre con el verso blanco, recogida en Sonetos de Crimea. Farys, publicaciones de la Universidad de Valladolid (2007). Merece la pena destacar la fiel profusión de bimembraciones, así como las esmeradas notas. Benítez tiende a extranjerizar, conservando todo el aroma y el sabor exótico de vocablos como izán o farys, pero no en todos los casos (a diferencia de Rejano, Albornoz y Karmińska, ya no son djamides, sino mezquitas). Como una de las diferencias principales con sus predecesoras, elimina el encabalgamiento, aunque consigue romper el equilibrio formal mediante el uso del hipérbaton:

VII. Noche en Bajchisarái

De las mezquitas los piadosos habitantes se retiran,
El eco del izán en la tarde silenciosa se pierde,
Su rostro de rubí con pudor el crepúsculo ha ocultado,
La plateada reina de la noche junto a su amado se encamina.

Relucen en el harén de los cielos los eternos candiles de las estrellas,
Y entre ellos, cual cisne soñoliento en un lago,
Una nube por el infinito de zafiro navega:
Blanco tiene el pecho, pintados de oro, los bordes.

Desde un minarete, desde la copa de un ciprés, la sombra cae,
En círculo negrean a lo lejos los gigantes de granito,
Como demonios sentados en el diván de Eblis.

Bajo el manto de las tinieblas, a veces un relámpago
De sus cumbres se desprende, y, con el ímpetu de un farys,
Sobrevuela los silenciosos desiertos del azul.

Finalmente, quienes busquen una edición crítica, deben acudir a Poesia polaca del Romanticismo, al cuidado de Fernando Presa González. Aunque es minimalista con respecto a la rima y dilata el verso, nos informa como nadie del diálogo entre Mickiewicz y otro clásico coetáneo, el poeta ruso Aleksandr Serguéyevich Pushkin. Este desarrolló el mismo tema con La fuente de Bakchchisaray (1824, dos años antes de la publicación en polaco de todos los Sonetos de Crimea), que a su vez inspiró el hermoso ballet homónimo de Borís Assafiev (1934).

Si bien para Pushkin la fuente simbolizaba el amor eterno, a su rival poético Mickiewicz le atraía el tema del exilio y la posible relación con Polonia del mito, que trató a lo largo de los cuatro poemas del ciclo: Bakczysaráj, Bakczysaráj de noche, La tumba de la Condesa Potocka y Las tumbas del harén.

Dice así la leyenda que los tártaros secuestraron a la noble polaca Maria Potocka (actualmente en Polonia se sostiene que quizás su apellido es mera coincidencia, de allí la captura) quien luego habría conseguido la gesta de enamorar al kan, ascendiendo de esclava del harén a favorita o esposa.

Pero veamos para terminar cómo suena en castellano el Mickiewicz más académico, en traducción de Fernando Presa. Destaquemos que es la versión más reciente hasta la fecha (2014). No obstante, los Sonetos de Crimea pasan un tanto desapercibidos en el proceloso océano de magnos autores (Słowacki, Krasiński y Norwid, aparte del autor de Los antepasados) y no menores obras que incluye este mismo libro.

Pese al tesón de sus traductores, Mickiewicz sigue, dos siglos después, desterrado de nuestro panorama literario. Y, mientras busca editor, su voz clama en el desierto del exilio:

Los piadosos ocupantes de la mezquita se dispersan,
el eco del isha se pierde en la tarde silenciosa,
el crepúsculo ruborizó su mejilla escarlata,
el plateado rey de la noche se dispone a tumbarse al lado de su amada.

Los luceros eternos de las estrellas resplandecen en el harén de los cielos.
Entre ellos, por el espacio de color zafiro, navega una nube, cual cisne
[somnoliento en su lago,
Muestra su blanco pecho con extremos dorados.

La cima de un ciprés y un minarete vierten aquí su sombra,
Más allá unos gigantes de granito se oscurecen en círculo,
Como diablos sentados en la alfombra de Eblis.

 

Amelia Serraller Calvo es profesora y traductora técnica y literaria del polaco, el inglés y el ruso. Colaboradora del Área de Filología Eslava en la Universidad Complutense, trabajó previamente como profesora en el Departamento de Iberística de la Universidad de Breslavia. En 2015 defendió su tesis doctoral ¿Literatura o periodismo? La recepción de la obra de Ryszard Kapuściński, premiada con el 1er Premio Embajador de Polonia en Humanidades. Es autora del ensayo “Cenizas y fuego: crónicas de Ryszard Kapuściński” (Ediciones Amargord), de la edición crítica de «Fugaces» de Sofía Casanova y del blog “Operación Este” en FronteraD.

Medalla Gloria Artis 2018 por su labor como difusora de la literatura polaca,  entre sus autores traducidos figuran los rusos Vladímir Sorokin, Aleksandr Pushkin y Nikolái Chernyshevski, así como los polacos Józef Wittlin, Jan Polkowski, Anna Augustyniak, Marcin Kurek y Piotr Bednarski.