Traductores visibles de una autora invisible, Celia Filipetto

La Jornada Europea de las Lenguas, iniciativa del Consejo de Europa y la Unión Europa, viene celebrándose desde 2001 cada 26 de septiembre. Este año 2019 tuvo lugar en la Universidad de Pisa y se centró en el tema «El cerebro en el aula de lenguas. Neurociencias, robótica e inteligencia artificial: desafíos del nuevo milenio». Se organizó, además, la mesa redonda «Traductores visibles de una autora invisible» en la que participaron varios traductores de las obras de Elena Ferrante. Reproducimos aquí la participación de  Celia Filipetto.

Traducir forma parte de la vida. Traducimos cuando convertimos nuestros pensamientos en palabras. Traducimos cuando interpretamos y procesamos a diario imágenes, mensajes verbales y escritos.

Traducimos cuando hay dos o más lenguas en contacto. Traducimos para entendernos. Traducimos para viajar sin movernos de casa. Gracias a la traducción visitamos otros tiempos, otros países, otras culturas, otras experiencias. Traducir ensancha el mundo y el pensamiento. La traducción es la forma más antigua de globalización.

Mi primer recuerdo de un acto de traducción es del jardín de infantes bonaerense donde aterricé a los cinco años, equipada con el dialecto véneto de mis padres y unos rudimentarios conocimientos de castellano. La maestra nos llevó al cuarto de baño a lavarnos las manos y al ir a pedir con qué secármelas, aprendí que sugaman se decía «toalla».

Años más tarde, cuando estudié en la universidad, me enteré de que eso era traducción. Aquella primera búsqueda de la palabra exacta se convertiría, con el tiempo, en el pilar de mi oficio. Este oficio nuestro de la traducción que me trae como invitada a esta Jornada Europea de las Lenguas que cada 26 de septiembre celebran el Consejo de Europa y la Unión Europea y que este año acoge la Universidad de Pisa.

No he venido sola desde Barcelona, me han traído de la mano Elena Ferrante y sus libros, a esta ciudad de Pisa que también está presente en su tetralogía (Storia del nuovo cognome/Un mal nombre).

Los traductores somos como el oxígeno: estamos en la vida de todos y muy pocos son conscientes de nuestra presencia. Ante una obra traducida, aunque el lector se forje la ilusión de estar leyendo al autor, en realidad, está leyendo la creación del traductor, es decir, la traducción. Por tanto, en el texto traducido el traductor no es invisible como el oxígeno. Esa ilusión de los lectores hace que no sean conscientes de la intervención del traductor, de ahí que su figura no se vea, pese a estar presente.

Ahora bien, cuando a la vida de una traductora veterana –como yo, por ejemplo– llega una escritora a la que nadie le ha visto la cara, que no aparece en los programas de televisión, pero que existe, con nombre y apellido inventados, tres novelas publicadas en los primeros veinte años de su trayectoria, dos de ellas llevadas al cine, más un cuento infantil, más un texto en el que sus editores italianos reunieron papeles, fichas y cartas, más una tetralogía que, una vez completada, seduce a millones de lectores en todo el mundo, cuando, en fin, todos estos ingredientes se echan al caldero… Se produce el encantamiento, la traductora de la tetralogía se materializa y cobra vida fuera de su estrecho círculo.

Y así, ante la ausencia de la escritora, los ojos se centran en la traductora, los periodistas le escriben, le envían cuestionarios por correo electrónico. ¿Conoce usted a Elena Ferrante? ¿Ha estado en contacto con ella? ¿Le ha escrito? ¿Sabe quién es?

Después, cuando sus cinco minutos de gloria mediática se agotan y el vendaval pasa, la traductora vuelve a su teclado, su pantalla, su atril y sus diccionarios. Y sigue trabajando como siempre.

Fue leyendo a Yuval Noah Harari cuando me enteré de que el cotilleo es fundamental para la supervivencia del Homo sapiens. Por lo visto, lo llevamos grabado en nuestro ADN, también los que trabajamos en el sector del libro. De ahí el revuelo por saber quién es Elena Ferrante. Aunque, pensándolo bien, en mi contacto con ella, el chismorreo no me hizo ninguna falta, porque todos los detalles, todos los episodios jugosos estaban en sus textos, con los que trabajé unos cuantos meses repartidos en varios años en intensas jornadas de largas horas, preocupada por que el torrente de la narración en italiano viajara bien en español, clavara al lector en la butaca obligándolo a no soltar el libro, a no pestañear, a trasnochar insensatamente en días laborables.

Yo he sido Elena Ferrante, he sido la tercera amiga de Lenù y Lila, las protagonistas de su exitosa tetralogía, he sido quien las acompañó en todas sus experiencias infantiles, sus locos enamoramientos, sus divorcios, sus embarazos, sus partos, sus desengaños, su evolución vital a lo largo de sesenta años, por las calles de Nápoles y la historia de Italia, las acompañé hasta que llegaron a la edad de jubilarse y a la palabra fin. Y con el equipo editorial de Lumen pusimos en manos de los lectores de España y América Latina las cuatro novelas que componen la saga Dos amigas: La amiga estupenda, Un mal nombre, Las deudas del cuerpo, La niña perdida.

Por primera vez en todos mis años de oficio, gracias a la ausencia de Ferrante, he podido conocer cara a cara a los lectores de una traducción mía, en librerías de Barcelona, Salamanca, Segovia y Plasencia, y oírlos decir que esas novelas les habían contado cosas de su propia vida, les habían removido eso que llevaban dentro y no sabían que estaba ahí, les habían dejado un sentimiento de vacío al terminar su lectura y la pregunta: ¿Y ahora qué voy a leer? No sé quién es Elena Ferrante. Ni me importa. Sólo espero que se sigan publicando sus textos. Y que pueda volver a ser ella para traerlos a mi idioma y ponerlos al alcance de los lectores en español.

 

Celia Filipetto ha vertido al castellano, entre otros autores, a Colin Barrett, Gilbert K. Chesterton, Elena Ferrante, Natalia Ginzburg, Ring Lardner, Jhumpa Lahiri, Nicolás Maquiavelo, Flannery O’Connor, Seumas O’Kelly, Dorothy Parker, Luigi Pirandello, Donal Ryan, Domenico Starnone, Robert L. Stevenson, James Thurber y Mark Twain. ACE Traductores le concedió el X Premio Esther Benítez de Traducción 2015 por Las deudas del cuerpo de Elena Ferrante. En 2016 su versión de La niña perdida de la misma autora obtuvo el XIX Premio Ángel Crespo de Traducción otorgado por ACEC. Su traducción de La canción del cuco de Frances Hardinge recibió el XX Premi Llibreter 2019.