Lunes 20 de enero de 2020.
Artículo de Dolors Udina a partir de la conferencia pronunciada en Málaga, con ocasión del Día del Traductor, el pasado 30 de septiembre de 2019.
Después de más de 30 años de dedicarme a traducir, me atrevo a afirmar que no hay experiencia literaria más completa que la traducción, sobre todo porque es la manera de dedicar a cada libro el tiempo que realmente pide (y un poco más). He dicho a menudo que decidí dedicarme a la traducción para poder vivir leyendo. Traducir, para mí, es leer, escribir lo que leo y después revisar lo que he escrito tantas veces como sea necesario. Al traducir, me convierto en un lector que escribe, no tomando notas de manera intermitente, sino en la continuidad de la lectura. Hago el primer borrador de la traducción intencionadamente rápido y sin entretenerme demasiado en ningún problema concreto. Me sirve, sobre todo, para captar el tono y tener una visión de conjunto, para saber el alcance del libro y para contar con el texto ya escrito «a máquina». El segundo borrador es el que me exige más horas, cuando procuro que el texto quede bien ligado en concordancia con el original, cuando miro diccionarios de todo tipo y pulo la traducción, pero todavía con el original delante. A partir de la tercera revisión, ya sin mirar el original, es cuando tengo la sensación de que realmente profundizo en el texto y me da la impresión de estar «creando» un nuevo texto, de hacer salir todo lo que puede haber debajo de las palabras, de insuflarle nueva vida. Para mí es el momento sublime de la traducción y el que me hace sentir pasión por un trabajo como este.
Una de las cosas más extraordinarias de dedicarse a traducir es la sensación de dar nueva vida a libros y autores que tuvieron su momento y que se resucitan cuando se reescriben en otra lengua, en algunos casos uno o dos siglos después, en circunstancias totalmente distintas y con unos posibles lectores muy alejados de los receptores de la obra original. A menudo, cuando leemos una obra en una lengua que nos es muy cercana y que nos transmite el mensaje como si se hubiera escrito ahora, no nos paramos a pensar en qué época se ha escrito. Pienso que, cuando traducimos, no pretendemos modernizar una obra sino que el objetivo es reflejar lo que dice el original respetando el momento en que fue escrita, pero, por lejano que sea este momento, sí que al escribirla de nuevo en la lengua de ahora damos al texto una nueva juventud.
En este texto intentaré seguir el hilo, desde el punto de vista de traductora, de la mirada femenina en la obra de cinco autoras que tienen bastante en común pero que, en este caso, comparten sobre todo el hecho de haber sido traducidas al catalán por la misma persona y, por tanto, tienen este nexo de unión cuando menos en la literatura catalana. Intentaré reflejar la manera de hacer literatura de cada una de ellas, la forma y el estilo de las obras que he traducido y hasta qué punto he tenido que bucear en la biografía y la personalidad de las autoras para que me sirvieran de guía a la hora de traducirlas. El discurso de cada una de ellas es muy diferente, como lo es también la época. Para empezar, una de ellas es poeta, Elizabeth Barrett Browning, y nació a principios del siglo xix. También Elizabeth von Arnim, tal vez la menos conocida de las cinco, nació en el xix (1866), en Australia. Jean Rhys y Virginia Woolf nacieron con sólo dos años de diferencia (Rhys en Dominica en 1884, y Woolf en Londres en 1882), pero toda su obra e influencia pertenecen al siglo xx, mientras que Alice Munro, que nació en Ontario (Canadá) en 1931, aunque escribió la mayor parte de su obra (más de 10 libros de relatos) durante el siglo xx, como recibió el premio Nobel en 2013, puede considerarse una autora del siglo XXI.
Tuve la suerte de que la primera traducción que me encargaran (la editorial Columna de los años 80) fuese Wide Sargasso Sea, la obra principal de Jean Rhys, publicada en Inglaterra en 1966, una novela de una delicadeza y una precisión enternecedoras. Fue una de las últimas novelas que publicó Jean Rhys y trabajó en ella durante treinta años. La suya fue una existencia llena de tropiezos, matrimonios fracasados, muerte de un hijo, pobreza, soledad e incluso cárcel. Sus personajes son siempre mujeres, mujeres urbanas que viven entre los efervescentes y excesivos años veinte y los oscuros cuarenta, mujeres que se debaten entre la vieja economía dominada por el hombre, la libertad amorosa y vital, el sueño, el talento y las dificultades económicas. Jean Rhys escribía, como explica ella, «por el deseo de librarme de aquella horrible tristeza que me abrumaba. De pequeña descubrí que si conseguía expresar el dolor en palabras, este dolor desaparecía». Expresa este dolor en un estilo depurado y económico, con frases cortas y claras. Para explicarse, sus silencios son tan importantes como las palabras. Wide Sargasso Sea (El ancho mar de los Sargazos) está inspirada en un personaje de Jane Eyre, la famosa novela de Charlotte Brontë, publicada a mediados del xix (1847), en la que un caballero inglés, Mister Rochester, tiene encerrada en el ático de su mansión victoriana a su primera mujer, una criolla que se vuelve loca. Jean Rhys conocía bien esta novela y comentaba que «las hermanas Brontë eran unas escritoras geniales y, claro, Charlotte Brontë construye su propio mundo y consigue convencerte de que la pobre lunática es realmente terrible. Cada vez que leo este libro —sigue Rhys—, me siento ofendida por la falsedad de las escenas criollas y, sobre todo, por la crueldad de Mister Rochester. Siempre pienso: “Esto es solo una versión, la versión inglesa, como si dijésemos”.» Para compensar esta versión, decidió escribir la historia de la «mujer loca» desde el punto de vista de una dominiquesa: la historia de muchas herederas criollas de mediados del xix, después de la abolición de la esclavitud, que habían asimilado las creencias y supersticiones de la población negra pero eran odiadas por los antiguos esclavos, y fueron empobrecidas o desposeídas por la ley inglesa que lo ponía todo en manos del cónyuge masculino.
Hice esta traducción hace treinta años y la releí hace unos meses. Reviví la sensación poética, delicada y precisa de la prosa de Jean Rhys, me vi transportada como entonces a la vida exuberante y exótica de la época en las Antillas y sufrí con la protagonista ante la ceguera y la incomprensión de un marido prepotente y cruel. También vi que cambiaría muchísimas cosas de la traducción. Sobre todo de lengua (el catalán ha evolucionado mucho en estos treinta años y, desde luego, he aprendido), pero también cambiaría la manera de transmitir el original. (Por invisibles que seamos, el momento en que traducimos y nuestra circunstancia personal tienen un efecto evidente en la traducción.) Se ha dicho a menudo que las traducciones caducan, precisamente cada treinta años, y me parece un ejercicio fabuloso revisar o volver a hacer una traducción treinta años después con la experiencia acumulada, con los cambios en la lengua y también con la diferente manera de entender la fidelidad y de cómo insertar una traducción en nuestra propia tradición.
En 2007, la editorial Empúries volvió a publicar mi traducción de Wide Sargasso Sea pero, lamentablemente, no me avisaron antes de hacerlo y el libro salió sin que yo pudiera revisar la traducción. Por suerte, la editorial Minúscula ha decidido traducir toda la obra de Jean Rhys al catalán y, de momento, con la traducción de Good Morning, Midnight he podido volver a sentir y escribir desde la voz de Jean Rhys, una autora de quien siempre me ha fascinado la mezcla de fragilidad vital y emocional con una determinación literaria incombustible. En Good Morning, Midnight, título basado en un poema de Emily Dickinson (una poeta que casi parece que escribiera con el objetivo de demostrar la imposibilidad de la traducción), Jean Rhys cuenta una época bastante lamentable de su vida, llena de alcohol y soledad, con una simplicidad y un aire de tristeza entrañables. Su visión de la vida, su vida, es absolutamente desesperanzada, pero ¡qué manera más delicada de expresar la desesperanza!
La autora más antigua de las cinco es Elizabeth Barrett Browning (nacida en 1806), que en 1846 dedicó a su marido Robert Browning los llamados Sonets of the Portuguese y que publicó en catalán la editorial Cafè Central en 2006, exactamente dos siglos después del nacimiento de la poeta. Estos 44 sonetos nos permiten seguir la evolución de la relación de Barrett y Browning desde sus inicios, cuando ella no podía creer que Browning fuera sincero al declararle el amor que sentía por ella, hasta que empieza a creérselo y finalmente llega a vivir la relación en toda su plenitud. Estos sonetos son la obra más perdurable de Barrett, se han hecho muchas traducciones (en castellano hay más de media docena), y se ha tendido históricamente a presentarlos con un romanticismo azucarado. No había ninguna traducción completa de los sonetos al catalán (sólo Marià Manent y Francesc Parcerisas habían traducido algunos). El reto, para mí, era conseguir traducir estos sonetos destacando más la profundidad de la expresión poética que la pátina romántica del amor. Leyendo todo lo que encontré para conocer al personaje que había escrito los sonetos y el momento en que lo había hecho, descubrí a una mujer que quería inaugurar una nueva manera de hacer poesía que se alejase de las voces tradicionalmente «femeninas». Aseguraba que «busco en todas partes a mis abuelas literarias y no encuentro a ninguna»; sólo en el campo de la novela había un personaje que le podía servir de guía, George Sand, una autora que se atrevía a explorar temas sociales y sexuales y que, según Barrett, combinaba los mejores atributos de ambos sexos, como dice en un poema que le dedicó: «Tu, mujer de cerebro privilegiado y hombre de corazón generoso que te has puesto el nombre de George Sand».
En realidad, ninguna mujer antes de Elizabeth Barrett había osado escribir sonetos, hasta entonces un terreno exclusivo de los hombres. Es muy fácil revestir de toques románticos la historia de la pareja de poetas Browning-Barrett, que tuvieron que huir a Italia porque un padre despótico no permitía a Elizabeth tener relaciones con nadie, pero las más de 300 cartas que se escribieron uno a otro en el tiempo que vivieron separados antes de huir son de una erudición y una profundidad intelectual abrumadoras por parte de ambos y demuestran el vigor y la agilidad mental de una mujer independiente que, por encima de todo, quería escribir para ocuparse de cuestiones sociales y de los problemas de las mujeres de su época. Todo eso queda plasmado en la obra que escribió durante diez años, Aurora Leigh, una especie de poema-novela de 11.000 versos sobre la lucha de una mujer joven por crearse una identidad artística a pesar de las condiciones adversas. (Un libro, por cierto, que ha traducido al castellano José C. Vales y ha publicado Alba hace pocos días.) Su objetivo era dar cuenta de «la vida cotidiana real de nuestros tiempos […] con tantas digresiones y reflexiones como tenga a bien permitirme». Fue el primer libro de la literatura inglesa que se centraba en la mujer como artista.
Con todos estos antecedentes de la vida de Elizabeth Barrett, me atreví a traducir sus sonetos pensando en cómo los habría escrito ella si hubiese nacido en el siglo xxi: los sentimientos de hace dos siglos no eran tan diferentes a los de ahora; sólo necesitaba expresar lo que ella decía como lo haría yo misma. Normalmente traduzco los libros que me encargan las editoriales; alguna vez he podido proponer alguno; en este caso, había elegido traducir estos sonetos porque me habían llegado al alma y sentía la necesidad de decirlos con mis palabras. Tratando de emular la versión de los sonetos de Shakespeare de Gerard Vergés, que en aquel momento leía con fruición y me parecían extraordinarios, decidí traducirlos en decasílabos, con las cesuras correspondientes pero sin rima. Me pareció mucho más importante priorizar el contenido del poema que centrarme en la forma en que había sido escrito. Aparte de conseguir las diez sílabas de rigor en cada verso, el criterio principal que guió mi traducción fue expresar con palabras que no fueran extrañas a mi experiencia personal las imágenes e ideas que Elizabeth Barrett plasmó con tanta eficacia y precisión. Me daba seguridad pensar que, por poco digno que fuera el resultado, no podía dejar de ser un motivo de alegría para la poeta volver a nacer dos siglos después en otra lengua. (Por cierto, para quien se interese por la vida de Elizabeth Barret y Robert Browning, hay un libro maravilloso de Virginia Woolf, Flush, que cuenta la vida de estos dos poetas desde la mirada de su perro. Es una lectura francamente recomendable.)
Una autora poco conocida pero que me parece notable es Elizabeth von Arnim, nacida en Sidney en 1866. Von Arnim escribió una veintena de libros, el primero de los cuales fue Elizabeth and Her German Garden, que publicó anónimamente en 1898 y del cual se hicieron más de 20 ediciones durante los primeros años del siglo xx. Es un libro supuestamente autobiográfico escrito a manera de diario: la protagonista, madre de tres hijos, se va sola a un castillo de la Pomerania y se dedica durante un año a cuidar su jardín y a vivir el silencio. Entre los pasajes del libro, que hablan sobre todo de las plantas y las flores de su jardín, intercala comentarios irónicos sobre los hijos, el marido (a quien da el nombre de «The Man of Wrath») y las amigas que la visitan pensando que no es bueno estar sola y que esencialmente la molestan. Escribe, por ejemplo, que pasarse horas trabajando en el jardín «no es elegante y llegas a sudar mucho; pero es un tipo de trabajo bienaventurado, y si Eva hubiera tenido una pala en el Paraíso y hubiese sabido qué hacer con ella, nos habríamos ahorrado toda esta historia tan triste de la manzana». Continuamente hace comentarios de este tipo: hablando de la frivolidad de sus contemporáneas, afirma que cree «que eso de hacer media y coser es cosa del demonio, que está pensado para impedir que las mujeres estudien».
Después de este libro anónimo, del que no se supo el autor hasta un par de años después, Von Arnim firmó todos sus libros con el nombre de «Elizabeth of the German Garden». (No deja de ser irónico que una mujer tan excéntrica para su época y tan poco esclava de las convenciones, olvidada durante mucho tiempo por la historia de la literatura, vuelva a revivir un siglo después con el nombre del primer marido, el barón Von Arnim.)
No todos los libros de Von Arnim son igual de alegres y felices. El primer marido murió relativamente pronto y, poco después, ella se malcasó con un tal conde Russell (hermano de Bertrand Russell), un hombre despótico y antipático con quien solo aguantó un año. Parece que se inspira en él para presentar al personaje odioso de la novela Vera (en castellano se tituló Un matrimonio de conveniencia) que se publicó anónimamente en 1921 (con un argumento muy parecido al de Rebeca, escrita veinte años después). Esta es la primera novela que traduje de Von Arnim y que se publicó en catalán. Lo que empieza como una historia de amor especial y poco convencional se convierte en un estudio psicológico y una crítica implacable de la tiranía masculina. Es un libro duro porque el personaje masculino es insufrible; la chica protagonista, de una inocencia feliz y realmente enamorada, provoca mucha tristeza al lector y la única esperanza es la tía de la chica, una mujer comprensiva y amable que intenta ayudar a su sobrina y ha de vérselas con el tirano.
La traducción de Vera fue un encargo de la editorial Viena, que tiene una colección en la que recupera joyas nunca publicadas en catalán. A raíz de esta traducción me convertí en fan incondicional de Elizabeth von Arnim, una autora con un estilo simple (que no quiere decir fácil) y divertidamente impertinente que te hace reconciliar con el mundo en el que nos toca vivir. Después de traducir Vera, leí varios de sus libros (In the Mountains, The Pastor Wife, The Solitary Summer) y me enamoré de The Enchanted April, una novela que escribió inmediatamente después de la dureza de Vera y que parece ni más ni menos que una receta de la felicidad. Cuatro mujeres que no se conocen de antemano, hartas de la vida gris que llevan en Londres, deciden alquilar un castillo en Italia para ir a pasar un mes allí y el hecho de estar al aire libre y cambiar de perspectiva les hace comprender qué quieren de la vida.
Es evidente que cien años no pasan en vano. Es imposible traducir (y leer) una obra del pasado y no verse influida por lo que se ha escrito desde entonces. O, como mínimo, es imposible no sentir esta influencia, aunque solo sea para resistirse. El estilo de Elizabeth von Arnim es muy característico: las frases son muy largas, con muchas disquisiciones subordinadas y sólo al final (como para hacer patente la influencia alemana de la autora) llega el desenlace de la idea o reflexión. Trasladar esta manera de escribir pide mucha concentración para conseguir que las frases sean legibles en la traducción sin perder el toque «germanófilo», por decirlo de alguna manera, que impregna el estilo del original. The Enchanted April (Abril encantado en castellano) se convirtió en L’abril prodigiós en catalán, que es el adjetivo que a los editores y a mí nos pareció que reflejaba mejor la situación).
(Continúa el 27 de enero 2020)
Dolors Udina es traductora literaria y profesora asociada de traducción de la Facultad de Traducción e Interpretación de la UAB desde 1998. Ha traducido al catalán obras de novelistas como Jean Rhys, Virginia Woolf, Alice Munro, J. M. Coetzee, Toni Morrison, Raymond Carver, Nadine Gordimer, R. R. Tolkien y Jane Austen; ensayistas como Aldous Huxley, Isaiah Berlin, E. H. Gombrich, E. M. Forster y Carl Sagan; y poetas como Elizabeth Barrett Browning y Robert Creeley. En 2009 recibió el Premio Esther Benítez de Traducción por Home lent, de J. M. Coetzee, y en 2014 el Premio Crítica Serra d’Or por la traducción de La senyora Dalloway de Virginia Woolf. Ha publicado artículos sobre literatura y traducción en La Vanguardia, El País, Diario de Mallorca, Transversal, Vasos Comunicantes, Quaderns de Traducció y Reduccions. En 2017 recibió el Premi Ciutat de Barcelona de Traducció en Llengua Catalana por la traducción de The Devils of Loudun, de Aldous Huxley (Adesiara) y en 2018, la Cruz de Sant Jordi de la Generalitat. En 2019 fue galardonada con el Premio Nacional a la Obra de un Traductor que concede el Ministerio de Cultura y Deporte por su trayectoria como traductora de lengua inglesa al catalán y castellano.