Feminismo y traducción: más allá del lenguaje inclusivo, María Enguix Tercero

30 de septiembre de 2019.

El 13 de mayo de 2019 participé en la «I Jornada Voiced: traducir para la igualdad», organizada por el grupo de investigación Comunicación Intercultural y Traducción (CiTrans), la Asociación Española Universitaria de Traductores e Intérpretes en Formación (AETI) y el proyecto de innovación educativa Voiced, que tuvo lugar en la Facultad de Filología, Traducción y Comunicación de la Universidad de Valencia. Mi ponencia, que hice junto con Núria Molines y se tituló «La lengua bífida: feminismo y traducción», fue la última de una serie de reflexiones de profesionales e investigadores en torno a la perspectiva de género en la traducción audiovisual y literaria: «¿Se puede (¿debe?) traducir con una perspectiva de género?, ¿qué aporta una perspectiva de género en la traducción?, ¿de qué estrategias pueden servirse los traductores para hacerlo de manera inclusiva?».

La jornada surgía de la necesidad de debatir sobre la carencia de una perspectiva de género en los estudios de grado, combatir la escasa o nula visibilidad del género femenino ―notablemente en casos ambiguos en los que rige el principio de masculino como norma (male-as-norm principle)― y la reproducción de estereotipos sexistas asimilados como naturales.

I

 Como la bibliografía sobre lenguaje inclusivo y traducción y feminismo y traducción es abundante, pensamos que nuestra aportación debía ser de carácter práctico y centrarse en nuestra relación profesional con las editoriales que nos habían encargado traducir libros claramente feministas. Creímos esencial apuntar que la teoría de la traducción a veces no se fija lo suficiente en la intervención de los agentes que participan en el proceso de edición de un libro. Escuchar la voz de quien traduce nos permite conocer mejor el funcionamiento del proceso editorial y de las relaciones jerárquicas que pueden afectar o no a sus decisiones. Aunque ambas somos feministas y amigas del lenguaje inclusivo, nos pareció necesario establecer la diferencia entre la traducción de carácter esporádico y activista, con un proyecto ideológico de reescritura feminista y/o inclusiva, y la traducción profesional, que ve más limitada su libertad de acción y se cuestiona con más frecuencia el carácter lícito del uso del lenguaje inclusivo. Por profesional entendemos al traductor intensivo o frecuente, sin desmerecer el rigor del esporádico[1].

Vivimos en una época de sensibilización con las cuestiones de género, que no es ajena al sector editorial. En las librerías tenemos a nuestro alcance a más autoras que hace apenas unos años y cada vez son más las editoriales especializadas en feminismo y en la publicación de escritoras olvidadas o desconocidas. Algunas investigadoras interpretan este momento como la «cuarta ola» del feminismo. Otras discrepan del modelo de las olas, pero es indudable que una de las características principales del feminismo del siglo xxi es «su interés por nuevas cuestiones en torno a la identidad de género y la diversidad»[2]. Este interés es una de las claves para entender el feminismo actual; un feminismo que no puede desligarse de las cuestiones culturales e identitarias en su pugna por atender las demandas de las mujeres y de grupos sociales menos visibles[3]; un feminismo que es transnacional e indisociable de las reivindicaciones identitarias, las personas racializadas y queer.

La traducción no es una disciplina indiferente a esta nueva sensibilidad; cada vez hay más traductoras (y traductores), pero también más autoras (y autores), que se distancian de lo que entienden como un «androcentrismo lingüístico» imperante y usan fórmulas alternativas al masculino genérico por considerar que no representa satisfactoriamente a las mujeres o a las personas no binarias. Según esta perspectiva, la traducción feminista y la traducción inclusiva no tendrían necesariamente un nivel de manipulación mayor que otras prácticas «hegemónicas» de traducción, que, al considerarse objetivas, no se cuestionan. La traducción feminista siempre ha sentido «la necesidad de articular nuevas vías de expresión para desmantelar la carga patriarcal del lenguaje y de la sociedad», como escribía Olga Castro en referencia al ya célebre movimiento de traducción feminista anglofrancés de Quebec de los años 1980 y 1990[4]. Mientras que la traducción feminista es visible ―declara su ética y política de traducción―, la traducción hegemónica es «invisible» y se presenta como «exenta de ideología». La pregunta pertinente sería, pues: ¿cuál de las dos prácticas manipula más?

II

La mayoría de las autoras (y autores) feministas que he traducido se inscriben en el feminismo negro y de color y tienen un enfoque interseccional de género y raza, queer o trans*[5]. Todas ellas se expresan en inglés y, por lo tanto, en una lengua hegemónica y occidental; estadounidenses o británicas, en algunos casos son de origen indio (Jasbir Puar), paquistaní (Sara Ahmed) o afroamericano (bell hooks, Roxane Gay, Marlon T. Riggs). Salvo el caso de Marlon T. Riggs[6], que juega con los pronombres masculinos y femeninos, confundiéndolos a su antojo y creando una lengua híbrida, muchas de estas escritoras no rompen el código binario en sus textos, no usan estrategias inclusivas y, si lo hacen, a menudo es de manera inconsistente. Voy a centrarme en dos ensayos en los que me he inclinado por la balanza del lenguaje inclusivo o por lo que podríamos llamar un «femenino genérico» y explicaré las razones de esta intervención.

Normal Life

 Cuando la editorial Bellaterra me encargó la traducción de Una vida “normal”. Violencia administrativa, políticas trans críticas y los límites del derecho del escritor, activista y abogado trans* estadounidense Dean Spade, fundador del Sylvia Rivera Law Project y profesor de Derecho en la Universidad de Seattle, las directrices fueron claras: debía utilizar un lenguaje inclusivo siempre que fuera posible.

Dean Spade, pese a su activismo queer, no rompía el género binario en su discurso. Spade no recurría, por ejemplo, a los pronombres «they/them», ya habituales, que vienen traduciéndose por «elle/le» al castellano como género no marcado. El principal problema de traducir a Spade es que en su lengua apenas existían marcas de género ―como es característico del inglés, por otra parte― y en castellano no me quedaba más remedio que especificar el género masculino o femenino. De modo que eché mano de estrategias de desdoblamiento que había observado de otras lecturas: dobletes («reclusos y reclusas») y genéricos («los y las activistas»; «los y las participantes»). Sin embargo, el texto en castellano funcionaba a medias. Aunque Dean Spade también desdoblaba (Latinos and Latinas), lo hacía de manera inconsistente. ¿Debía reflejar yo también esta inconsistencia? Otra estrategia, más satisfactoria, fue neutralizar algunos términos; es decir, traducirlos por términos neutros, sin marcas de género explícitas: «progenitores» y no «padres» para parents; «descendencia» y no «hijos» para children; «criatura» y no «hijo» para child, etc. También recurrí a otras estrategias, como el empleo abundante de genéricos y formas impersonales. Por ejemplo, usé mucho «personas»: «personas negras» en lugar de blacks; «personas pobres», «personas trans», etc.

Mi nivel de intervención, en este caso, fue el «recomendado» por la editorial. No obstante, incluso si no me lo hubieran pedido, no me habría parecido descabellado, por su trayectoria personal y política, traducir así a Dean Spade.

 Living a Feminist Life

 En Vivir una vida feminista de Sara Ahmed[7], intervine en el texto ―sin necesidad de que me lo pidieran― en favor del género femenino. Nunca he escrito una traducción con tantos sujetos femeninos. ¿Por qué? Porque, en su proyecto de escritura, Sara Ahmed resexualiza el lenguaje y nombra en femenino.

La dedicatoria del libro ya nos pone sobre aviso: «A todas las feministas aguafiestas[8] que se lo están currando: va por vosotras». En las primeras páginas Sara Ahmed enuncia su política de citas, que resulta reveladora:

En este libro he adoptado una política de citas estricta: no cito a ningún hombre blanco. Cuando digo hombre blanco me refiero a una institución. (…) Mi política de citas me ha dado más espacio para ocuparme de las feministas que me precedieron. Las citas son memoria feminista. Las citas son cómo reconocemos nuestra deuda con quienes nos precedieron; quienes nos ayudaron a encontrar nuestro camino cuando el camino estaba oculto porque nos desviamos de las sendas que nos habían dicho que siguiéramos. En este libro cito a feministas de color que han contribuido en el proyecto de nombrar y desmantelar las instituciones de la blanquitud patriarcal. Considero este libro, antes que nada, una contribución a la investigación académica y al activismo feminista de color. (…) Nótese también que cuando utilizo algunos materiales básicos (como, por ejemplo, el cuento de Grimm en el capítulo 3), sí que cito a hombres blancos. Esta política tiene más que ver con el horizonte intelectual del libro que con los materiales culturales que son mi fuente (2018: 32-33).

Veamos un fragmento del capítulo 3, «Voluntariedad y subjetividad feminista», que presenta a otra de las figuras centrales de su discurso, las «niñas voluntariosas»[9] y que cita, precisamente, el cuento de los hermanos Grimm antes mencionado:

Hacerse feminista significa muchas veces buscar compañía, buscar a otras chicas, a otras mujeres, que comparten este devenir. En mi caso, esta búsqueda de compañeras feministas se inició con los libros; me retiraba a mi habitación con libros. Las chicas voluntariosas, obstinadas, fueron las que captaron mi atención. Algunos de mis personajes más queridos aparecen en este capítulo. Cuando escribí mi libro Willful Subjects (Ahmed, 2014), formalicé mi búsqueda de chicas voluntariosas en una trayectoria de investigación. En cuanto empecé a seguir a esta figura, descubrí que aparecía en todas partes. Fue siguiéndola como descubrí nuevos textos; textos que tenían una familiaridad fantasmal, incluso si era la primera vez que los leía. Uno de estos textos se titula «La niña testaruda». Es un cuento macabro de los hermanos Grimm.

Érase una vez una niña testaruda que nunca hacía lo que le mandaba su madre. Por esta razón, Dios no estaba contento con ella y dejó que cayera enferma, y como ningún médico podía encontrarle remedio, al poco cayó en su lecho de muerte. Cuando la bajaron a su sepultura y la cubrieron de tierra, su brazo asomó de golpe, estirado, y por más que lo doblaban y lo cubrían de tierra fresca, todo ello fue en vano, pues el brazo volvía a asomar otra vez. Entonces la madre se vio obligada a ir a la tumba y golpear el brazo con una vara; y una vez hecho esto, el brazo volvió a replegarse y finalmente la niña pudo descansar bajo tierra.

(…) En el cuento original de Grimm, la criatura no tiene un género determinado; y, a veces, en inglés el cuento se traduce usando «él», si bien la criatura suele ser «ella». Voy a elaborar una teoría a partir de esto: por lo general, la voluntariedad es atribuida a las niñas porque las niñas no deben tener voluntad propia. Por supuesto, de los niños también se puede decir que son voluntariosos. Resulta útil constatar que según el Oxford English Dictionary la acepción de willfulness con «el sentido positivo de fuerte voluntad» es obsoleta y rara. Los significados negativos de voluntariedad están profundamente arraigados. La voluntariedad, por tanto, tiene un sentido más feminista que masculinista» (2018: 99-101).

Me pareció de sentido común traducir child por «niña» en este cuento. Veamos otro ejemplo: en la conclusión del libro, Sara Ahmed cita los primeros versos del poema A Litany for Survival de Audre Lorde.

For those of us who live at the shoreline
standing upon the constant edges of decision
crucial and alone
for those of us who cannot indulge
the passing dreams of choice
who love in doorways coming and going
in the hours between dawns (1978: 31)

Para aquellas que vivimos en la costa
sobre el filo constante de la decisión
cruciales y solas
para aquellas que no tenemos el placer
del sueño furtivo de elegir
que amamos entre la ida y la venida
en los umbrales del hogar crepuscular (2018: 321)[10]

En este otro caso podría haber elegido el masculino genérico o haber optado por una solución más neutra del estilo «Para aquellas personas…», como he visto en alguna versión que circula por internet. Sin embargo, la figura de Audre Lorde ―escritora feminista y lesbiana― y su poema inserto en el ensayo de Sara Ahmed fueron razones de peso para que me decidiera por un sujeto femenino. En estos, como en otros muchos ejemplos, la intertextualidad me llevó a tomar decisiones que quizá no hubiera tomado en otras circunstancias, y en cada ocasión opté por el género femenino.

III

Reflexiones

Por una parte, hay libros (y autoras) que transmiten pensamiento feminista y que hacen uso del lenguaje inclusivo o de estrategias de escritura no sexista y, por otra, hay libros que, aun transmitiendo pensamiento feminista, no usan marcas especiales de lenguaje inclusivo. Ambas características, pensamiento feminista y lenguaje inclusivo, no van necesariamente de la mano. En los dos ejemplos citados, mi mayor o menor grado de intervención en el texto dependió de las exigencias de la escritura original como espacio de resistencia.

*

Los textos traducidos con un lenguaje inclusivo reciben críticas por su inconsistencia en el uso de este lenguaje; sin embargo, los textos originales también presentan incoherencias.

*

Personalmente, no veo estas «incoherencias» como algo negativo; muchas veces son el reflejo de la fluidez con que ciertas personas se mueven entre géneros y se niegan a tener que decidir entre ser hombre o mujer, entre lo/el masculino y lo/el femenino.

*

Las lenguas en apariencia «no sexistas» plantean problemas de traducción a lenguas con géneros gramaticales explícitos. En ocasiones he experimentado insatisfacción en el traslado de una lengua a otra. Otras veces he quedado satisfecha. Ana Bringas et al. lo explican así:

É importante ter en conta aquí que a linguaxe inclusiva non consiste en crear frases redundantes e con repeticións pesadas, senón en buscar fórmulas que a nivel cognitivo evoquen unha imaxe mental non discriminatoria. A aplicación das recomendacións prácticas deste manual poden dar lugar a textos harmoniosos e elegantes, e ao mesmo tempo respectuosos[11].

*

Mi aproximación a la traducción de estos textos podrá juzgarse excesiva o, por el contrario, tibia; dependerá del nivel de tolerancia de cada cual con el lenguaje inclusivo. Sin embargo, esta es mi postura: si quieres traducir con perspectiva de género, ¿por qué no vas a poder hacerlo? Mientras especifiques tu proyecto (en un prólogo, por ejemplo), es una opción tan válida como cualquier otra. Consultemos la bibliografía de la reescritura feminista; recordemos a las traductoras que compartieron un mismo proyecto con sus autoras o descubramos casos más recientes, como el de María Reimóndez en lengua gallega o las jóvenes traductoras de ciencia ficción[12], por citar ejemplos cercanos en el espacio y en el tiempo. Una traducción feminista o inclusiva solo puede redundar en más lecturas de un mismo texto y, por lo tanto, en su enriquecimiento.

*

Ante los escollos que plantea el traslado de una lengua a otra, hay otra propuesta, más allá del lenguaje inclusivo, más allá de cómo se traduce: centrarnos en qué se traduce. Traduzcamos ―produzcamos― textos plurales y disidentes. Usemos la traducción como una herramienta para dar a conocer otras voces, crear diálogo y debate internacional en torno al feminismo. Y ya que estamos visibilizando otras voces aprovechemos para visibilizarnos nosotras también. Podemos hacerlo produciendo paratextos: prefacios, glosarios, notas, etcétera.

 

Notas

[1] El Libro Blanco de la traducción editorial en España (2016) distingue cuatro categorías en función de los libros que se traducen anualmente: traductores intensivos, traductores frecuentes, traductores moderados y traductores esporádicos.
[2] Cameron, Deborah, Feminismo, trad. de María Enguix, Alianza, 2019, p. 148.
[3] Como explica Nuria Brufau Alvira en «Traducción y género: el estado de la cuestión en España», MonTI 3, 2011.
[4] Castro Vázquez, Olga, «Género y traducción: elementos discursivos para una reescritura feminista», Lectora 14, 2008, p. 288. Sobre estas traductoras canadienses véase asimismo el magnífico artículo de Nicolaidou I. y López Villalba M.: «Re-belle et infidèle o el papel de la traductora en la teoría y práctica de la traducción feminista», en Esther Morillas y Juan Pablo Arias (eds.), El papel del traductor, Colegio de España, 1997.
[5] Uso el asterisco propuesto por Raquel (Lucas) Platero en trans*exualidades. Acompañamiento, factores de salud y recursos educativos, Bellaterra, 2014. Como él mismo aclara en nota al pie: «En el texto se usa preferentemente el término “trans*” con un asterisco, como un concepto “paraguas” que puede incluir diferentes expresiones e identidades de género, como son: trans, transexual, transgénero, etc. Lo que el asterisco señala es la heterogeneidad a la hora de concebir el cuerpo, la identidad y las vivencias que van más allá de las normas sociales binarias impuestas».
[6] Véase, por ejemplo, mi traducción de su texto «Desatad a la reina», en Cuerpo político negro, trad. de Malika Embarek y María Enguix, Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2017.
[7] Sara Ahmed es una filósofa británica de color que se identifica con el feminismo lesbiano y queer. Ahmed, Sara, Vivir una vida feminista, Bellaterra, 2018.
[8] La aguafiestas feminista (feminist killjoy) es una figura que vertebra gran parte del discurso filosófico de la escritora.
[9] Esta es otra figura que me llevó de cabeza. Tuve que escribir una nota al pie explicando las diferencias de significado de «voluntariosa» en inglés y en español: «El término inglés willfulness y su traducción castellana “voluntariedad” no tienen una equivalencia exacta de uso en ambas lenguas. Tanto willful como “voluntariosa” pueden usarse en sentido positivo, el de mostrarte dispuesta a hacer algo con deseo y gusto, o en un sentido negativo, el de imponer tu voluntad por capricho y terquedad. Sin embargo, hay una diferencia notable: en inglés willful se usa sobre todo en sentido negativo, con la acepción de obstinada, testaruda o terca (para el sentido positivo es más usual el adjetivo willing), mientras que en español ocurre lo contrario, la acepción de “voluntariosa” más usada en nuestros días es la de “poner buena voluntad y esfuerzo en lo que se hace”. A pesar de estas diferencias de uso, cuando traducimos aquí willful por “voluntariosa” lo hacemos en su acepción más antigua para poder mantener los abundantes juegos de palabras etimológicos entre willful y sus derivados (will, willingness, willfully, willing, unwilling, willingly, etc.) presentes en este libro». Op. cit., pp. 97-98.
[10] Para la traducción de este poema conté con el inestimable consejo de Arturo Peral Santamaría.
[11] «Manual de linguaxe inclusiva no ámbito universitario», Universidad de Vigo, 2012. Disponible aquí.
[12] Véase, por ejemplo, el análisis feminista en la literatura de ciencia ficción del programa de radio «Qué haría Barbarella», cuyos podcasts pueden escucharse aquí.

 

María Enguix Tercero (1975, Valencia) es licenciada en Traducción e Interpretación por la Universidad Jaume I de Castellón. Estudió griego moderno en la Universidad Aristóteles de Salónica y en la Universidad de Málaga, donde cursó estudios de Doctorado. Sus primeras traducciones vieron la luz en la revista de estudios históricos sobre la imagen Archivos de la Filmoteca, editada por el Instituto Valenciano de Cinematografía. Traduce libros de inglés, francés, griego y catalán a castellano, tanto narrativa ―contemporánea, policíaca, relatos, infantil y juvenil― como ensayo ―cine, historia, política, feminismo, estudios de género, filosofía, sociología y arte―.